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LEYENDA I
EL REY NAZAR
XIX
EL SURCO DEL REY NAZAR
ОглавлениеY tenian razon.
El rey Nazar habia podido muy bien, para proporcionarse tesoros, oprimir á sus vasallos con impuestos; pero el rey Nazar sabia muy bien que los pueblos oprimidos suelen acabar por hacer pedazos á la mano que los oprime.
El rey Nazar sabia esto porque habia estudiado la historia de los tiempos y conocido las catástrofes causadas por los tiranos.
Además de esto, el rey Nazar queria ser amado por sus súbditos, y un rey para ser amado, necesita ser el padre de su pueblo, no su verdugo.
Habia preferido, pues, arrancar sus tesoros á la tierra de promision de que era rey.
Leyendo en una ocasion un antiguo libro romano, habia encontrado la manera de sacar el oro y la plata de las arenas de los rios.
El Darro era abundantísimo de oro, y el rey recurrió á él.
Hubiera podido tambien, estremando la tiranía, haber obligado á sus vasallos á aquel áspero trabajo de machacar arena durísima.
El rey prefirió que aquel rudísimo trabajo cayese sobre cautivos tomados en la tierra de sus enemigos.
Así es, que ningun sacrificio costaban los tesoros del rey Nazar á los naturales del reino de Granada.
Era, pues, un rey bueno y sabio.
Es verdad que las correrías de sus caballeros sobre las fronteras de los reyes con quien tenia ajustadas paces, produjeron algunas enérgicas embajadas; pero el rey Nazar contestó que no estaba en su mano el evitar aquellos sucesos, que en otras ocasiones los cristianos fronterizos hacian lo mismo con los moros, y despues de muchas idas y venidas no se volvió á hablar mas del asunto; los tratados de paz continuaron en su fuerza y vigor, y los cautivos machacando arena en las márgenes del Darro.
El rey Nazar era un gran rey.
Pero se preguntaban los que diariamente iban á ver trabajar á los cautivos:
– ¿En qué empleará el rey Nazar tanto oro?
Porque todos sabian que el rey no era avaro, ni queria sus riquezas mas que para invertirlas de una manera útil y beneficiosa á su reino.
Habian pasado dos meses desde el dia en que los cautivos habian empezado á estraer oro de las arenas.
Los canteros, que por la labranza de los treinta mil morteros, habian obtenido el derecho esclusivo durante dos años á los mármoles de las canteras de la sierra, habian recibido del rey la órden de cortar grandes trozos á propósito para columnas, pavimentos y otras piezas de fábrica.
Aquel mármol habia sido pagado á gran precio por el oro del Darro acuñado en la Casa de la moneda.
– ¿Qué obra irá á hacer el rey Al-Hhamar? se preguntaban los curiosos.
Al-Hhamar entre tanto hacia frecuentes escursiones con Yshac-el-Rumi á la Colina Roja.
La recorria en toda su estension, subia el repecho del monte, se estendia hasta el Cerro del Sol, bajaba hasta la Colina de Al-Bahul, y observaba todos los diferentes puntos de vista que se ofrecian desde estas alturas.
Al fin, un dia, se vió salir de la casa del Gallo de viento á Al-Hhamar seguido de su córte. Pero lo que mas se estrañó fué que entre la córte iban dos hermosos bueyes ayuntados, cubiertos de paramentos de seda y oro, y de penachos y campanillas de plata, y arrastrando un arado.
Cuando llegaron á la Colina Roja, el rey descabalgó y descabalgaron todos; el walí que guiaba la yunta la llevó por órden del rey á la parte estrema occidental de la colina; entonces el rey volvió sobre la tierra la corva punta del arado, y apoyándose fuertemente en la mancera, dijo clavando el hierro en la colina:
– ¡Aquí será mi alcazaba!
Y los bueyes siguieron adelante guiados por el walí; y el rey tras ellos afirmado en la mancera y abriendo un profundo surco.
Asomaba el sol por cima de la Sierra Nevada, cuando la yunta empezó á andar en direccion de occidente á oriente.
El walí seguia guiando la yunta.
El rey se apoyaba en la mancera, y levantaba pedazos de tierra, acaso jamás tocada por el arado.
Detrás seguia la córte admirada.
Al llegar á la parte media de la Colina Roja, frente por frente del alto y distante monte de Aynadamar, el rey se detuvo y esclamó:
– ¡Aquí se levantará mi trono de justicia!
Y luego siguió adelante.
– El rey Nazar vá á construir un alcázar, dijeron entre sí los cortesanos. ¿Pero por qué no lo construye allá arriba en lo alto del cerro?
La yunta siguió, y al llegar á un barranco torció á diestra mano, siguió la configuracion de la Colina hácia oriente, siguió torciendo á diestra mano, y al llegar á la parte media oriental de la Colina, se detuvo y dijo:
– ¡Aquí abriré la puerta de mi alcázar sobre una torre de siete bóvedas!
Y siguió adelante.
Y los cortesanos repitieron:
– ¿Por qué el rey no construye su fortaleza en lo mas alto?
Siguió la yunta marchando hácia la parte media occidental de la Colina al mismo punto donde el rey habia empezado el surco, pero antes de llegar á aquel punto se detuvo otra vez y dijo:
– ¡Aquí se alzará la torre de la puerta por donde entrarán los que hayan menester justicia! ¡Torre y puerta del juicio se llamarán!
Y continuó.
– Pequeño alcázar construye el rey, murmuraron los cortesanos: ya han pasado los tiempos en que un Abd-el-Rahman construia la ciudad de Azarah.
Pero cuando el rey hubo llegado al punto de donde aquel surco habia partido, mandó que volviesen la yunta hácia el estremo occidental, del frontero cerro de Al-Bahul.
Habia que descender por un áspero repecho, bajar hasta la puerta donde empezaba el barrio de los Gomeles, y subir otro repecho para llegar á la Colina de Al-Bahul.
El walí, la yunta y el rey descendieron; cuando el rey llegó á la puerta de los Gomeles, se detuvo otra vez:
– ¡Esta será la puerta de mis alcázares y castillos: aquí el siervo sacudirá su calzado para entrar en la morada real de su señor!
Y trepó por el opuesto repecho.
Y señaló con un surco á la redonda el cerro de Al-Bahul, y luego por la parte de oriente del cerro, abrió de nuevo el surco, trepó al cerro del Sol, siguió en un estensísimo círculo, rodeó su cumbre, abrió otro surco en el pequeño valle que separa al cerro del Sol del cerro que domina la Colina Roja, y al llegar á su estremo esclamó:
– ¡Esta será la Silla del rey moro, su fortaleza y su atalaya, desde donde se verán sus jardines, su harem, el campo de escaramuza de sus ginetes, sus bosques y su alcázar; cascadas de aguas cristalinas se derrumbarán por las laderas, cubriendo de flores y de verdor esta tierra bravía y árida; cien torres con sus muros y treinta mil almenas, serán la coraza de esta maravilla, y sobre las ruinas del templo de los ídolos, se alzará la aljama dedicada al Dios Altísimo y único!
Los cortesanos no se atrevian á creer las palabras del rey, porque solo veian dentro del estendido surco que el rey Nazar habia abierto, una tierra rogiza, árida y pedregosa.
El rey descendió por la ladera de la Silla del moro hasta la Colina Roja, y cuando llegó á ella el sol trasponia en el occidente.
Al amanecer del dia siguiente un número incalculable de trabajadores, dirigidos por alarifes, á los cuales mandaba el alarife del rey, que obedecia á Yshac-el-Rumi, abrian profundos cimientos de torres y muros sobre el cerro, y una numerosa multitud de curiosos seguian maravillados aquella línea, que comprendia dentro de sí cuatro montes.
Granada estaba orgullosa con su rey.
Y eso que hasta entonces solo habia visto el surco del rey Nazar.