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LEYENDA II
EL MIRADOR DE LA SULTANA
VII
EL PERGAMINO SELLADO
ОглавлениеAun no habia acabado de levantarse el sol sobre la cumbre del Veleta, cuando el rey Nazar departia mano á mano con Yshac-el-Rumi.
– Estoy satisfecho de ellos, le decia, y soy feliz.
– ¡Ah señor! tú has nacido para la gloria y para la fortuna: esclamó Yshac tristemente.
– ¿Paréceme que te pesa de mi felicidad? dijo con recelo el rey.
– ¡Ah! no, no señor: es que soy tan desgraciado que la alegría me entristece, y hoy hasta el dia es alegre.
Hubo un momento de silencio:
– Pero esto no importa, continuó Yshac; lo que yo queria lo he conseguido, Leila-Radhyah y Bekralbayda son felices; ¿qué mas puedo yo desear?
– A propósito, es necesario que vayas á traer á Bekralbayda; el camino es por aquí.
Y el rey abrió una puerta secreta.
Cuando salia Yshac, entraba por otra puerta una muger magnífica y resplandeciente: era Leila-Radhyah.
– ¡Ah! ¡luz de mis ojos! esclamó el rey: al fin luce para nosotros el dia de la felicidad.
– Y para nuestros hijos tambien.
– ¡Oh! ¡y cuán lejos está de sospechar su ventura mi hijo!
– ¡Y cuán digno es de ser feliz! ¡pobre niño! tres meses encerrado con su amor y su desesperacion en aquella torre.
– Eso le hará mas querido á su esposa, y le enseñará á respetar mas mis órdenes; pero ve, ve tú por él, vida de mi vida: quiero que tú seas quien me le traiga á mis pies para que le perdone.
Leila-Radhyah sonrió de una manera enloquecedora, lanzó un relámpago de amor de sus negros ojos al rey, y desapareció por una puerta.
Al-Hhamar el magnífico, sacó entonces de un arca un pliego cerrado y le puso en una bandeja de oro sobre una mesa.
Pasó algun tiempo, y al fin aparecieron por dos puertas distintas Leila-Radhyah, trayendo de la mano al príncipe Mohammet; Yshac-el-Rumi, llevando del mismo modo á Bekralbayda.
Al verse los dos jóvenes delante del rey, palidecieron y temblaron.
No sabian lo que iba á ser de ellos.
El rey adelantó hácia Bekralbayda, la besó en la frente, la asió de la mano y la llevó hasta su hijo, á quien abrazó.
– Tú amas á Bekralbayda, dijo el rey Nazar al príncipe Mohammet.
El príncipe bajó los ojos, creció su palidez y mirando al fin á su padre con temor le dijo con acento trémulo:
– Tanto la amo, que por ella he provocado tu enojo, señor.
– Y tú, tú tambien amas al príncipe mi hijo, Bekralbayda.
– El destino ha querido que sea suya mi alma, contestó Bekralbayda.
– Tú, dijo el rey Nazar dirigiéndose á su hijo, has tenido celos de tu padre.
– ¡Ah señor! murmuró el príncipe.
– Y tú, añadió el rey, volviéndose á Bekralbayda te has creido amada por mí.
Bekralbayda calló.
– Es verdad dijo el rey que yo he buscado tus amores.
Leila-Radhyah palideció intensamente al oir esta confesion del rey y dió un paso hácia adelante.
– Pero antes de pedirte amores, continuó el rey Nazar, escribí lo que se contiene en ese pergamino que está cerrado sobre esa bandeja y sellado con mi sello. Tú Bekralbayda escribiste tu nombre sobre el pergamino cerrado ¿le conoces?
El rey tomó el pergamino y le mostró á Bekralbayda.
– Sí señor, dijo la jóven, este es el pergamino que tú escribiste la primera vez que hablaste conmigo, que cerraste y sobre el cual me mandaste escribir mi nombre.
– ¿Recuerdas esta circunstancia, Yshac-el-Rumi? añadió el rey volviéndose al viejo.
– Sí señor, dijo este, tú escribiste ese pergamino y le sellaste y mandaste que pusiese sobre él su nombre á Bekralbayda, la primera vez que hablaste con ella.
– Rompe el sello de ese pergamino, Bekralbayda, desenróllale y léele en alta voz.
La jóven obedeció, desenrolló el pergamino y leyó con voz trémula lo siguiente:
«He conocido una doncella blanca de ojos negros.
Es hermosa como las huríes que el Señor promete á sus escogidos, y pura como la violeta que se esconde entre el cesped á la márgen de los arroyos.
Mi hijo primogénito, el príncipe Mohammet Abd-Allah, mi sucesor y mi compañero en el gobierno de mis reinos, la conoce tambien y la ama.
Por ella ha desobedecido mis órdenes, ha dejado abandonadas en el castillo de Alhama mi bandera y mis gentes de guerra, y se ha venido á Granada enloquecido de amor.
Yo debo castigar al príncipe y le castigaré.
Pero yo tambien debo hacer su felicidad y procuraré hacerla.
Ama con toda su alma á Bekralbayda.
Bekralbayda será esposa de mi hijo si es digna de su amor.
Yo rodearé á Bekralbayda de cuantas seducciones pueden enloquecer á una muger.
Me fingiré enamorado de ella.
La ofreceré mis tesoros, y si esto no bastare, la ofreceré mi trono.
Si resistiere á esto, procuraré aterrarla.
Si Bekralbayda no resiste á la ambicion, la alejaré de mi hijo.
Porque una muger que ama, y que ha pertenecido á otro hombre debe despreciarlo todo por el hombre de su amor.
Si resistiere á la ambicion y sucumbiere al miedo, la apartaré tambien de mi hijo, porque una muger que ama, debe morir antes que ofender al hombre de su amor.
»Pero si Bekralbayda conservare la fé que ha jurado al príncipe mi hijo, á pesar de mis dádivas, de mis promesas y de mis amenazas, será esposa del príncipe, porque será digna de él.
Yo por mí mismo pondré á prueba la virtud de Bekralbayda, porque tratándose de la felicidad de mi hijo, de nadie me fio mas que de mí mismo.
Despues de haber adoptado esta resolucion he escrito esta gacela, que enrollaré y sellaré, y sobre la cual pondrá Bekralbayda su nombre.
De este modo, ya la entregue á mi hijo, ya la separe de él, podré hacerla comprender cuáles han sido mis intenciones al pedirla amores, y no podrá dudar de mi nobleza y de mi fé como caballero y como rey.»
Bekralbayda habia leido lentamente y con acento trémulo este escrito; durante su lectura el corazon del príncipe y de la sultana Leila-Radhyah habian latido violentamente.
– Ya lo habeis oido, dijo el rey: necesitaba saber si Bekralbayda era digna de mi hijo, y la he sujetado á grandes pruebas: Bekralbayda ha salido de ellas victoriosa: Bekralbayda es la esposa de mi hijo.
Y asiendo á la jóven de la mano, la arrojó en los brazos del príncipe.
Los dos jóvenes se arrojaron á los pies del rey Nazar, llorando de alegría.
Leila-Radhyah lloraba tambien.
Yshac-el-Rumi, estaba pálido, trémulo, con la vista fija en el suelo.
En aquel momento resonó fuera una alegre música, y luego alto alarido de trompetas y ronco doblar de timbales y atambores.
– Ha llegado la hora, dijo el rey Nazar: hoy serán las bodas del sultan de Granada con la noble y hermosa sultana Leila-Radhyah, y las de su hijo el príncipe Mohammet, con el sol de los soles la sultana Bekralbayda.
Y asiendo de la mano á Leila-Radhyah, salió de la cámara, seguido de su hijo y de Bekralbayda, á los que seguia con paso lento y á alguna distancia con la cabeza inclinada Yshac-el-Rumi, que murmuraba en acento ininteligible:
– ¡Todos son felices! ¡todos menos yo!