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LEYENDA I
EL REY NAZAR
XVIII
¡EL REY NAZAR ES UN SABIO!
ОглавлениеPasaron los ocho dias que el rey habia concedido á los caballeros del reino para un solo dia de algarada alrededor de las fronteras y al frente de la costa.
El mismo dia en que se cumplia el plazo, amanecieron delante de las puertas de Granada los cuatro mil caballeros, con sus banderas y sus taifas en número de cincuenta mil hombres34.
En el centro del aduar ó campamento formado por cada una de estas taifas, se veian las presas hechas en las fronteras cristianas y en la ribera de Africa, consistiendo la mayor parte de estas presas en cautivos.
Notábase que todos estos cautivos eran hombres y hombres robustos; si los caballeros habian hecho cautivas, se habian abstenido sin duda de llevarlas á Granada, enviándolas con algun ligero resguardo á sus posesiones.
El rey Nazar que esperaba, no sin fundamento, que sus caballeros cumplirian fielmente su promesa, estaba preparado, y cuando le avisaron de la presencia de aquellas gentes de la Vega, salió de su castillo rodeado de su córte y seguido por los mismos esclavos de su guardia.
Cuando el rey salió á la Vega por la puerta de Elvira, las dulzainas, las trompetas, los tambores, los atabales y las atakeviras de sus caballeros, tocaron la zambra, á la que contestaron los músicos del rey.
Al pasar por medio de los cerrados escuadrones, los soldados gritaban:
– Al-Hhamar le galib35.
A lo que el rey Nazar contestaba, sonriéndose benévolamente, á walíes y soldados.
– ¡We! ¡le galib ille Allah!36
El rey llegó al fin acompañado por los xeques37 de las tribus, y de los principales walíes, á una magnífica tienda alrededor de la cual habia amontonado un botin inmenso.
– Hé ahí poderoso y magnífico señor, dijo el mas anciano de los xeques, señalándole los despojos amontonados, la quinta parte de nuestra presa que te corresponde como emir y sultan de los creyentes.
Y empezó á poner de manifiesto la presa.
Consistia esta en dinero, en oro y plata, en cálices, copones, viriles, cruces, ornamentos y otros objetos sagrados robados á las iglesias, y por último, en una multitud de armas y de alhajas de uso particular.
– Buena grangería habeis hecho, dijo el rey.
– Nos ha costado en cambio mucha sangre, señor.
– Si los cristianos se dejasen entrar á saco sin resistencia, las algaras serian el mejor entretenimiento del mundo: todo tiene su precio: la presa de las algaras se paga.
– Allá quedan sobre la sangrienta frontera centenares de muslimes y millares de infieles.
– Pero no es esto lo que os he pedido.
– Espera, espera, señor; dentro de la tienda está la presa que han hecho los que han pasado á Africa.
Entró en la tienda el rey Nazar.
Estaba enteramente cubierta de telas de brocado: la mirra, el aloe y el incienso, formaban grandes montones; brillaban, dentro de cajas, diamantes y perlas y otras piedras preciosas. Veíanse en gran número pieles de leon y de tigre, y en el centro una gran caja llena de doblas marroquíes.
– Pero yo no os he pedido oro, ni perfumes, ni alhajas, ni preciosidades, dijo el rey Nazar: y ¡ay de vosotros, si solo esto habeis traido!
– Es, dijo el xeque, que entre africanos y españoles, te traemos justos y cabales los treinta mil esclavos.
– ¡Los treinta mil esclavos! esclamó el rey.
– Sí, poderoso señor.
– ¿Y todos fuertes y robustos?
– Sí, magnífico señor, porque hemos matado á los viejos, á los niños y á los enfermos.
– ¡Treinta mil cautivos! esclamó el rey: ¡un dirahme de oro cada un dia por cada cautivo!
– ¡Treinta mil dirahmes de oro cada un dia! murmuraron por lo bajo los circunstantes. ¿Y de dónde vá á sacar ese tesoro el rey Nazar?
– El rey Nazar está loco.
– ¿Y dónde teneis esos treinta mil cautivos? dijo con ansia el rey Nazar.
– Al punto van á pasar por delante de tí, magnífico sultan.
Y saliendo algunos walíes, se oyó poco despues la música tañendo la zambra.
El rey Nazar, en la puerta de la tienda, á caballo, rodeado de su córte, á ambos lados los xeques y los walíes espedicionarios, empezaron á pasar por delante de él entre ginetes moros escuadronados, los cautivos.
Iban delante los africanos atezados y fieros en medio de su vencimiento: todos jóvenes, todos robustos, todos bravíos: su número llegaria á diez mil: venian despues los cautivos españoles, avergonzados por su derrota, pero al mismo tiempo altivos: conocíase que pertenecian á todas las clases y condiciones, desde el orgulloso noble hasta el humilde pechero: todos fuertes, todos robustos, todos jóvenes; pero impresas en las frentes de todos la desesperacion de la desgracia.
El rey Nazar contempló los esclavos trasportado de alegría.
En aquellos tiempos estos azares de la fortuna eran tan comunes, que la desolacion de un esclavo no conmovia á nadie.
Aquella época endurecia el corazon.
Por lo tanto nada tenia de repugnante la alegría del rey Nazar.
Cuando hubieron acabado de pasar los cautivos, el rey Nazar se volvió á los xeques y á los walíes, y les dijo:
– Guardaos vuestra presa por completo: yo no os he pedido oro sino cautivos; me los habeis traido y estoy satisfecho.
Y haciendo que se encargasen de la guarda de los cautivos los walíes de los seis mil de su guardia negra, se fué con su presa la Vega adelante.
– ¡No quiere oro! esclamaban maravillados los espedicionarios: ¡y le hemos ofrecido una riqueza inmensa! no hay duda: ¡el rey Nazar está loco!
…
Entre tanto el rey, llevando consigo su córte y sus treinta mil cautivos, custodiados por sus seis mil esclavos negros, rodeó por fuera de los muros, llegó al lecho del rio Darro, y siguió por su corriente arriba.
Siguiéronle la córte, los esclavos y los cautivos.
El rey atravesó la ciudad, se metió por las angosturas del rio, y siguió adelante.
– ¿A dónde irá el rey? se preguntaban los señores de su córte.
Pero el rey seguia caminando en silencio y aguijando su caballo, siempre contra la corriente del rio.
El rey avanzaba, el sol habia llegado á su mayor altura, y el rey seguia aguijando á su caballo.
Habian quedado atrás los frondosos cármenes y las alegres alquerías, y empezaron á marchar por las anchas ramblas de la montaña, cerca del nacimiento del rio.
Al fin el rey dejó el lecho del rio, y trepó por el repecho de una colina deprimida y estrechísima.
En la cumbre de ella se detuvo.
– ¡Mi buen alarife Kathan-ebn-Kaleb! dijo el rey Nazar dirigiéndose á un anciano que iba entre su córte.
– ¿Qué me mandas, poderoso señor?
– ¿Ves aquellos pinares que sombrean la sierra?
– Los veo, señor.
– ¿Ves esas piedras que se amontonan sobre el lecho del rio?
– Sí señor.
– Pues bien, derroca esos pinos, levanta esas piedras, y haz aquí el aduar de los cautivos.
Despues revolviendo su caballo, gritó:
– ¡Ah del alcaide de mi guardia negra!
Adelantó un africano atlético.
– Te dejo seis mil soldados: guarda con ellos mis cautivos, y ten presente, que si te falta uno solo de los treinta mil que te entrego, te corto la cabeza: ahora mis buenos amigos á Granada.
Y solo con su córte se volvió al Albaicin.
– No hay duda, decian los wazires y los sabios en vista de todo aquello: el buen rey Nazar se ha vuelto loco.
…
…
Se levantó una ciudad rústica en la colina que habia señalado el rey por aduar de sus cautivos.
Los pinos habian sido derrocados de la montaña, y las piedras alzadas del lecho del rio.
La poblacion habia sido dividida en cuarteles.
Al frente de cada cuartel habia un alcaide encargado de vigilar á los cautivos y de cuidar que trabajasen.
En solo cuatro dias el aduar habia sido levantado.
Los cautivos ya no tenian nada que hacer, y sus guardianes se preguntaban:
– ¿Querrá el rey levantar en estas solitarias breñas una ciudad?
Y volvian á recaer en la opinion de que el rey se habia vuelto loco.
Se acercaba el dia que el rey Nazar habia fijado á los mecánicos para que tuviesen concluidos los treinta mil morteros de granito negro con su maza.
Dos dias antes, el rey Nazar convocó su córte, salió con ella de su palacio del Gallo de viento, y tomó el camino de la sierra.
Al llegar á Dar-al-Huet38, encontraron los que le acompañaban escuadronados sobre una loma los treinta mil cautivos custodiados por seis mil esclavos negros de la guardia del rey Nazar.
A una señal del rey la guardia y los cautivos siguieron tras de la córte, y caminaron hasta que llegaron á unos altísimos barrancos, sobre los cuales brillaba el sol en cortados mármoles de mil colores distintos: aquellas eran las ricas canteras de la sierra, las canteras del rey Nazar: una maravilla de la mano de Dios.
Aquellos lugares, famosos hoy por sus mármoles, se llaman el barranco de San Juan.
Muchos de los que iban con el rey no habian visto aquel prodigio, y les maravilló su hermosura. Pero lo que mas les maravilló, fué ver en el fondo del barranco una interminable sucesion de filas de morteros de granito negro con su maza.
Los canteros, los menestrales, orgullosos con su gigantesca obra, salian á recibir al rey Nazar tocando sus dulzainas y atabalejos, como celebrando una gran fiesta.
– ¿Están los treinta mil? preguntó con anhelo el rey.
– Sí señor, contestó el que hacia de cabeza de los mecánicos: sin faltar ni sobrar uno.
El rey mandó que cada cautivo tomase sobre sus hombros un mortero, y se notó que solo quedaba un mortero, cuando llegó el último cautivo.
Cuando al dia siguiente entró el rey en Granada con aquella estraña procesion, todos se confirmaron en que habia perdido el juicio.
– ¿A no ser, decian algunos, que quiera moler á todos sus vasallos?
Pero cuando los curiosos vieron algunos dias despues que á lo largo del rio Darro, desde Granada hasta su nacimiento, se estendian los treinta mil cautivos machacando arenas sacadas del rio hasta reducirlas á polvo; cuando vieron que lavadas aquellas arenas dejaban en el fondo de los morteros partículas de oro; cuando supieron que el oro obtenido por este medio por cada esclavo, ascendia al valor de mas de una dobla, entonces el desprecio se trocó en admiracion, y todos, chicos y grandes, esclamaron:
– ¡El rey Nazar es un sabio!
34
No debe estrañarse que los capitanes y hombres de guerra del reino de Granada reuniesen bajo sus banderas particulares, tal número de ginetes: debe tenerse en cuenta que al reino de Granada se habian refugiado los restos dispersos por la conquista de los otros reinos moros, y consta por testimonios auténticos que solo la ciudad de Granada, una de las mayores entonces del mundo, tenia una poblacion de dos millones de almas, y arrojaba por sus puertas un dia de combate, ochenta mil caballos y un número incalculable de infantes: no hay que deducir su poblacion de entonces por la antigua demarcacion de sus muros, porque segun sus costumbres, en una habitacion muy reducida moraban y dormian diez, doce y aun veinte hombres, toda una familia: habia que contar además en la jurisdiccion particular de la ciudad, las aldeas y alquerías de la Vega, que eran entonces innumerables. Mas adelante veremos que por efecto de las guerras civiles y por las emigraciones á Africa, la poblacion de Granada habia decaido ya de una manera considerable en los tiempos de la conquista por los reyes católicos.
35
Al-Hhamar el vencedor.
36
¡Bah! ¡solo Dios es vencedor! este es el mote de las armas de los reyes moros de Granada adoptado por Al-Hhamar. Este mote está escrito en carácter nedji africano, en una banda diagonal de oro saliendo de la boca de dos dragantes, sobre un escudo campo verde.
37
Llaman xeque, al mas anciano, al mas autorizado de una tribu, que tiene gobierno sobre ella y derecho de vida y muerte.
38
Casa del rio; hoy casa Gallinas.