Читать книгу Vida de Apolonio de Tiana - Filóstrato - Страница 18
LIBRO I SINOPSIS
ОглавлениеApolonio, un sabio pitagórico (1-2).
Fuentes de la obra (3).
Nacimiento y educación de Apolonio (4-8).
Primeras actividades y discusiones de Apolonio (9-12).
Preparación para una vida ascética (13-15).
Estancia en Antioquía (16-17).
Planea un viaje a la India (18).
Viaje por Mesopotamia: Damis (19-22).
Los eretrios deportados en Cisia (23-24).
Babilonia y los Magos (25-26).
Llegada a Babilonia (27-28).
Entrevistas de Apolonio y Vardanes (29-33).
Discusiones con Damis: los eunucos, la pobreza (33-34).
Petición sobre los eretrios (35).
El eunuco enamorado (36).
Consejos a Vardanes (37-39).
Despedida del rey (40).
Apolonio, un sabio pitagórico
Los devotos de Pitágoras de Samos 1 [1 ] dicen de él lo siguiente: que no fue realmente jonio, sino que en tiempos había sido Euforbo en Troya y había vuelto a la vida después de muerto, pero que había muerto conforme a los poemas homéricos 2 ; que los vestidos hechos de reses muertas los repudiaba y que se mantenía puro de todo alimento que hubiese estado animado y de los sacrificios cruentos; que en efecto no ensangrentaba los altares, sino que el pastel de miel, el incienso y el entonar himnos era lo que llegaba regularmente a los dioses de parte de aquel hombre; que sabía que los dioses acogían con más agrado cosas de esa índole que las hecatombes y el cuchillo sobre la cesta, y ello porque mantenía relaciones con los dioses. Asimismo, que aprendía de ellos con qué se sienten agradecidos a los hombres y con qué los aborrecen, a partir de lo cual formaba su concepto de la naturaleza; que los demás hacen conjeturas sobre la divinidad y aventuran opiniones divergentes unas con otras sobre el tema, pero que a él se le había presentado Apolo haciéndole saber que era él, además de que habían tenido relación con él, sin haber dado a conocer su identidad, Atenea, las Musas y otros dioses, cuyas figuras y nombres no son aún conocidos por los hombres.
Lo que Pitágoras reveló, lo consideraban como ley sus discípulos y lo honraban como a un emisario de Zeus, y entre ellos se guardaba silencio acerca de lo divino 3 . En efecto oían muchas cosas divinas y secretas que eran difíciles de guardar para quienes no aprendían previamente que incluso el silencio es un modo de hablar.
Dicen también que Empédocles de Acragante 4 se encaminaba por esta sabiduría, pues aquello de:
Alegraos: yo llegué a ser para vosotros un dios inmortal, ya no un mortal 5
y
Pues en tiempos yo he sido ya muchacha y muchacho 6
y el buey de Olimpia que, según dicen, hizo de pastel y sacrificó 7 , serían cosas propias de un devoto de las ideas de Pitágoras.
Muchas otras cosas se cuentan acerca de los que practican la filosofía al modo de Pitágoras, pero no es conveniente que yo las toque ahora, ansioso como estoy de proseguir la historia que me he propuesto llevar a término.
A Apolonio, en efecto, aunque se ocupaba en prácticas [2 ] hermanas de éstas y se aproximaba a la sabiduría de modo más divino que Pitágoras por su desprecio por las tiranías, y a pesar de haber nacido en tiempos ni antiguos ni tampoco recientes, los hombres no lo conocen aún por su verdadera sabiduría, que practicaba de manera filosófica y sana, sino que el uno alaba a ese hombre por una cosa, el otro, por otra; otros, por el hecho de haber tenido relación con los Magos de Babilonia, los Brahmanes de la India y los Gimnosofistas 8 de Egipto, lo consideran un mago y lo calumnian como a un intruso entre los sabios, por lo mal que lo conocen. Porque Empédocles, el propio Pitágoras y Demócrito 9 , que convivieron con magos y dijeron muchas verdades sobrenaturales, nunca se sintieron atraídos por este arte. Y Platón, que fue a Egipto 10 y que entremezcló muchas cosas de los profetas y sacerdotes de allí con sus propias teorías y que, como un pintor, dio colores a lo que ya había perfilado, jamás ha sido tomado por un mago, aun cuando se le haya envidiado más que a ningún hombre por su sabiduría.
Así tampoco el hecho de haber presentido y previsto muchas cosas podría incluir a Apolonio en este tipo de sabiduría, a no ser que incluyamos también a Sócrates por lo que preveía mediante su demon 11 y a Anaxágoras 12 por las predicciones que hacía. Efectivamente, ¿quién no sabe que Anaxágoras en Olimpia, cuando no llovía en absoluto, se presentó en el estadio cubierto por una zalea, como una predicción de lluvia, y que al predecir que una casa iba a caerse no se engañó, porque cayó, y que cuanto vaticinó: que se iba a hacer de noche en medio del día y que iban a caer piedras del cielo por la región de Egospótamos, fue cierto? 13 . Y mientras atribuyen estos hechos a la sabiduría de Anaxágoras, le restan a Apolonio la posibilidad de conocer de antemano por su sabiduría y dicen que lo que hizo fue por arte de magia.
Por consiguiente, me parece que no debo ver con indiferencia la ignorancia de la gente, sino dar una visión exacta de ese hombre en los momentos en los que dijo o hizo cada cosa y las particularidades de su sabiduría por las que acabó por ser considerado sobrenatural y divino. He recogido la información, en parte de cuantas ciudades lo amaban, en parte de cuantos templos se vieron restaurados por él cuando ya habían caído en desuso sus ritos, en parte de lo que dijeron otros acerca de él, en parte de sus propias cartas 14 . Él sostuvo correspondencia con reyes, sofistas, filósofos, eleos, délficos, indios y egipcios, sobre los dioses, las costumbres, los principios morales y las leyes, y en sus cartas enmendaba aquello en lo que se erraba. Pero lo más preciso que pude reunir fue lo siguiente:
Fuentes de la obra
[3 ] Fue Damis 15 un hombre en modo alguno ignorante, que vivió en tiempos en la antigua Nínive. Éste, unido a Apolonio en su quehacer intelectual, hizo un relato de sus viajes, en los que afirma haber tomado parte él mismo, así como de sus opiniones, discursos y de cuanto dijo como profecía. Un pariente de Damis puso en conocimiento de la emperatriz Julia 16 las tablillas de estas memorias, hasta entonces desconocidas. Y a mí, que pertenecía a su círculo 17 (puesto que ella elogiaba y admiraba todos los discursos retóricos) me encargó que volviera a redactar estos ensayos y me ocupara de su publicación, pues el de Nínive había hecho su narración de un modo claro, pero desmañado. Dispuse también del libro de Máximo de Egas, que reúne todo lo de Apolonio en Egas. Además Apolonio dejó escrito un testamento por el que se puede saber cuán divinamente inspirado llegó a estar respecto a la filosofía. A Merágenes sin duda no hay que recurrir; pues aunque compuso sobre Apolonio cuatro libros, ignoró muchas cosas sobre nuestro hombre.
Por consiguiente, cómo reuní esta información dispersa y cómo me apliqué a organizarla, queda dicho. Procure mi obra gloria al hombre sobre el que hice mi composición y utilidad a los amantes de aprender, pues seguramente podrían aprender lo que aún no saben.
Nacimiento y educación, de Apolonio
Pues bien, la patria de Apolonio fue [4 ] Tiana 18 , ciudad griega en la región de los capadocios. Su padre tenía el mismo nombre; su familia era antigua y descendiente en línea directa de los fundadores; su fortuna, por encima de los de allí, y eso que la región es rica. A su madre, cuando se hallaba encinta de él, le vino la aparición de un demon egipcio; era Proteo, el que en Homero cambia de forma 19 . Ella, sin ningún temor, le preguntó qué iba a dar a luz. Y él le dijo:
—A mí.
—Y tú, ¿quién eres? —replicó ella.
—Proteo —dijo—, el dios egipcio.
De cómo llegó a ser Proteo en sabiduría, ¡qué podría explicarles yo a quienes prestan oídos a los poetas, qué versátil era, diferente cada vez y demasiado hábil para ser capturado y cómo tenía la reputación de conocerlo y preverlo todo! Es necesario conservar el recuerdo de Proteo, especialmente cuando el relato en su transcurso demuestre que este hombre era mejor profeta que Proteo y llegó a ser triunfador de muchas dificultades y situaciones irremediables en el punto en el que se hallaba más acosado.
[5 ] Se dice que le dieron el ser en un prado, cerca del que ahora se alza un fastuoso templo a él dedicado 20 . Que no se ignore tampoco el modo en que nació. A su madre, cuando llegaba al momento del parto, le vino un sueño: que fuera al prado y cogiese flores. Y al llegar allí, sus siervas se dedicaron a las flores, dispersas por el prado, y ella se entregó al sueño, tendida en la hierba. Entonces, unos cisnes a los que el prado criaba, formaron corro en torno suyo mientras dormía y, levantando las alas como tenían por costumbre, hicieron ruido a la vez, mientras corría una ligera brisa sobre el prado. Y ella se incorporó de un salto, por el canto, y parió. Capaz es cualquier susto de provocar un parto, incluso antes de tiempo. Los lugareños afirman que en el momento en que paría, un rayo que parecía que iba a caer sobre la tierra se remontó al éter y desapareció en lo alto, revelando y anunciando de antemano los dioses, creo, su esplendor por encima de todo lo terreno, su proximidad a los dioses y de qué talla iba a ser este hombre.
[6 ] Hay cerca de Tiana unas aguas consagradas a Zeus el de los Juramentos, según dicen, y las llaman el Asbameo 21 . De ellas brota un manantial frío, pero que bulle como un caldero puesto a calentar. Esa agua, para quienes mantienen sus juramentos, es grata y placentera, pero para los perjuros, un castigo inmediato, pues les ataca a los ojos, a las manos y a los pies; son presa de hidropesías y tisis y ni siquiera alejarse les es posible, sino que se quedan allí y se lamentan junto al agua, confesando lo que perjuraron. Los lugareños afirman incluso que Apolonio fue hijo de Zeus, pero él se refería a sí mismo como hijo de Apolonio.
Al llegar a la edad de las letras, mostró gran capacidad [7 ] de memoria y poder de aplicación. Su lengua era el ático y no se alteraba su acento a causa de su región de origen. Todos los ojos se volvían hacia él, pues era admirable por la flor de su edad. A los catorce años lo lleva su padre a Tarso, junto a Eutidemo de Fenicia. Eutidemo era un buen retor; le enseñaba y él apreciaba a su maestro, pero el ambiente de la ciudad 22 le parecía extravagante y no adecuado para practicar la filosofía. En ninguna parte, en efecto, son más aficionados a la molicie, todos ellos frívolos e insolentes, y se consagran más al lienzo fino que los atenienses a la sabiduría. Un río pasa a través de la ciudad, el Cidno, a cuya orilla se sientan como las aves acuáticas; por ello Apolonio les dijo en una carta eso de: «dejad de embriagaros con agua».
Cambió, pues, de maestro, autorizado por su padre, en Egas 23 , cerca de allí, donde había una tranquilidad apropiada para el que va a dedicarse a la filosofía y aficiones más propias de jóvenes, así como un templo de Asclepio y el propio Asclepio manifiesto a los hombres 24 . Allí se dedicaban con él a la filosofía platónicos, crisipianos y los del Perípato. Oyó también las doctrinas de Epicuro, pues no las menospreciaba; pero fue a las pitagóricas a las que se aplicó con una indecible sabiduría 25 .
Su maestro de las doctrinas pitagóricas, con todo, no era demasiado serio ni practicaba una filosofía activa, sino que estaba dominado por su vientre y por el sexo y se modelaba sobre Epicuro. Era Éuxeno de Heraclea 26 en el Ponto; y conocía las opiniones de Pitágoras como las aves lo que aprenden de los hombres, pues las aves te desean eso de «salud» y «que lo pases bien» y «Zeus te sea favorable» y cosas por el estilo, no por saber lo que dicen ni por simpatizar con los hombres, sino por tener adiestrada la lengua para unos movimientos fijos. Así como las crías de las águilas en el período de debilidad de sus alas vuelan junto a sus progenitores, adiestradas por ellos en el vuelo, pero cuando son capaces de remontarse sobrevuelan a sus padres, especialmente si se dan cuenta de que son glotones y vuelan cerca de tierra por el olor de la grasa, así también Apolonio atendió a Éuxeno de niño, y se dejaba guiar por él en el curso de la argumentación, pero al llegar a los dieciséis años se elevó hacia la vida de Pitágoras, dotado de alas para ello por algo más poderoso.
No obstante, no dejó de apreciar a Éuxeno, sino que, después de pedirle a su padre para él una casa en las afueras donde había suaves jardines y fuentes, le dijo:
—Tú vive a tu manera, que yo viviré como Pitágoras.
Al darse cuenta Éuxeno de que éste había emprendido [8 ] un elevado propósito y al preguntarle por dónde iba a comenzar, Apolonio dijo:
—Precisamente por donde los médicos. Pues ellos, purgando los vientres, a unos no los dejan enfermar y a otros los curan.
Dicho esto, repudió los alimentos animados, como no puros y espesadores de la mente. Tomaba frutos secos y legumbres, afirmando que es puro cuanto da la propia tierra. También el vino decía que es una bebida pura por venirles a los hombres de una planta tan bien cultivada, pero que es contrario a la composición de la mente, por oscurecer el éter que hay en el alma.
Después de realizada tal purgación de su vientre, hace del ir descalzo su adorno y se cubre con prendas de lino, rechazando las de animales. Se dejó crecer la cabellera y se fue a vivir al templo. Asombrados ante él los habitantes del templo, y habiéndole declarado un día Asclepio al sacerdote que se alegraba de curar a los enfermos teniendo a Apolonio por testigo, se congregaban en Egas para conocerlo los propios cilicios y los de los alrededores. El dicho de Cilicia «¿A dónde vas, acaso hacia el efebo?» se decía por él y alcanzó categoría de proverbio.
Primeras actividades y discusiones de Apolonio
[9 ] Merece la pena no pasar por alto lo ocurrido en el templo, dado que mi narración es acerca de la vida de un hombre que gozaba de estima entre los dioses. Pues bien, un jovencito asirio que llegó junto a Asclepio llevaba una vida desordenada, aunque estaba enfermo, y vivía, o más bien moría, en la bebida. Padecía de hidropesía y, disfrutando con la embriaguez, se despreocupaba de la sequedad. Se despreocupaba también de él Asclepio por eso mismo y no lo visitaba ni un sueño.
Una vez que se quejaba de ello, el dios, presentándosele, le dijo:
—Si hablas con Apolonio te sentirás mejor.
Llegándose, por consiguiente, a Apolonio, le dijo:
—¿En qué podría beneficiarme yo de tu sabiduría? Pues Asclepio me encarga que trate contigo.
—En lo que va a serte mucho más valioso en la presente situación —dijo él—. ¿Deseas, pues, buena salud?
—Sí, por Zeus —contestó—, la que Asclepio me promete, pero no me concede.
—¡Guarda un silencio piadoso! —dijo—. Porque se la concede a quienes la quieren, pero tú haces lo contrario de lo conveniente para tu enfermedad, pues, entregado al placer, acumulas bocados exquisitos en tus empapadas y estropeadas entrañas y encenagas el agua con barro.
Esta fue la profecía que vaticinó, más clara, según creo, que la sabiduría de Heráclito 27 , pues éste dijo, cuando le sobrevino ese mal precisamente, que necesitaba a alguien que transformara en sequedad la lluvia, con lo que decía cosas no bien comprensibles ni claras, pero éste en cambio le devolvió la salud al jovencito, ofreciéndole, de un modo claro, sabias interpretaciones.
Al ver un día una copiosa cantidad de sangre en [10 ] el altar y las víctimas que sobre el altar yacían, unos bueyes egipcios y unos grandes cerdos que habían sido sacrificados, así como a unos que las estaban desollando y a otros que las despedazaban, y dos vasos consagrados, de oro y con piedras preciosas de las más legítimas de la India y admirables, acercándose al sacerdote, le dijo:
—¿Qué es esto? Alguien en efecto quiere agradar espléndidamente al dios.
—Más te vas a asombrar —contestó—, porque vino sin haber hecho nunca una súplica aquí, ni habernos frecuentado tanto tiempo como los demás, ni haber sanado por obra del dios ni conseguido lo que había pedido. En efecto, parece que llegó ayer y hace el sacrificio con esa prodigalidad. Dice que hará más sacrificios y más ofrendas si Asclepio lo atiende. Es uno de los más ricos. Ha conseguido, en efecto, en Cilicia una fortuna mayor que todos los cilicios juntos. Le suplica al dios que le devuelva uno de sus ojos, que se le ha desgraciado.
Y Apolonio, como sería de anciano su costumbre, manteniendo los ojos fijos en tierra, preguntó:
—¿Cuál es su nombre?
Y cuando lo oyó dijo:
—Me parece, sacerdote, que a ese hombre no debe acogérsele en el templo, porque el que nos llega es un malvado y ha contraído el padecimiento por conductas no honradas. Eso mismo de hacer sacrificios espléndidos antes de haber obtenido algo del dios no es propio de quien hace un sacrificio, sino de quien trata de que se le perdonen acciones criminales y perversas.
Eso fue lo que dijo Apolonio. Y Asclepio, apareciéndosele de noche al sacerdote, le dijo:
—Que se marche Fulano con lo suyo, pues no es digno ni de conservar el otro ojo.
En efecto, según informaciones del sacerdote acerca del hombre, aquel cilicio había tenido una mujer que tenía una hija de un matrimonio anterior, pero él se había enamorado de la muchacha y mantenía relaciones con ella descaradamente y sin ocultarlo. Habiéndolos sorprendido, pues, la madre en el lecho, a ella le sacó los dos ojos, y a él uno de ellos, atravesándoselos con el alfiler de un broche.
[11 ] Respecto a que no se excediera la medida al hacer sacrificios u ofrendas, lo razonó de la siguiente forma. Una vez que había acudido bastante gente al templo, recién expulsado el cilicio, le dirigió al sacerdote las siguientes preguntas:
—¿Son los dioses justos?
—Los más justos, por supuesto —dijo.
—Muy bien, ¿y sabios?
—¿Qué podría ser más sabio que la divinidad? —contestó.
—¿Y los asuntos de los hombres? ¿Los conocen o son ignorantes acerca de ellos?
—Precisamente en eso —respondió— es en lo que más superan los dioses a los hombres. En que éstos, por su incapacidad, no saben ni siquiera lo que les concierne, mientras que a aquéllos les es dado conocer lo que les concierne a éstos y a sí mismos.
—Todo eso —dijo— es excelente, sacerdote, y muy cierto. Así pues, dado que lo saben todo, me parece que el que llega a la morada del dios y tiene buena conciencia de sí mismo debe dirigirle la siguiente plegaria: «dioses, concededme lo debido», pues debido les es seguramente a las personas puras, lo bueno, sacerdote, y a los malos, lo contrario. Y los dioses que, por supuesto, obran con rectitud, al que hallan sano y sin herir por el vicio, lo envían con seguridad por este camino, tras coronarle, no con coronas de oro, sino con todos los bienes, pero al que ven manchado y corrompido por completo, lo abandonan a su suerte, demostrándoles su irritación en tanto en cuanto se atrevieron incluso a frecuentar los templos sin estar puros.
Y mientras dirigía su mirada a Asclepio añadió:
—Practicas, Asclepio, una filosofía secreta y congénita contigo, al no permitirles a los malvados que lleguen hasta aquí, ni aunque te traigan todo lo de la India y Sardes. Pues no hacen esos sacrificios ni cuelgan sus exvotos por honrar a la divinidad, sino por comprar un castigo del que no les dispensaréis, puesto que sois los más justos.
Muchas cosas de este estilo filosofaba en el templo aún en su primera juventud.
También esto es de su estancia en Egas. Gobernaba [12 ] a los cilicios un hombre soberbio y pervertido en lo amoroso. Hasta él llegó la fama de la juvenil belleza de Apolonio, y mandando a paseo los asuntos en los que se ocupaba —estaba presidiendo una audiencia en Tarso—, se puso en camino hacia Egas, diciendo que estaba enfermo y que necesitaba a Asclepio. Así que llegándose junto a Apolonio cuando paseaba solo, le dijo:
—Recomiéndame al dios.
Y él le dijo, como contestación:
—¿Por qué necesitas de alguien que te recomiende, si eres un hombre de bien? Pues a las personas virtuosas las aprecian los dioses, incluso sin intercesores.
—¡Por Zeus, Apolonio! —dijo—. Porque el dios te ha hecho su huésped, pero a mí todavía no.
—Pero a mí —contestó— la hombría de bien me sirvió de intercesora y, practicándola en la medida en que le es posible a un joven, soy servidor de Asclepio y su compañero. Si a ti también te preocupa la hombría de bien, ve animoso junto al dios y pídele lo que quieras.
—Sí, por Zeus —contestó—, si te pido a ti primero una cosa.
—¿Y qué podrías pedirme? —le dijo.
—Lo que debe pedírseles a los muchachos hermosos —contestó—. Les pedimos que nos dejen participar de su hermosura y no nieguen su juvenil belleza —dijo, poniéndose lánguido y con la mirada húmeda y el contorneo propio de las personas tan lascivas e infames como él.
Pero Apolonio, mirándolo torvamente, le dijo:
—Estás loco, basura.
Y cuando el otro no solamente se encolerizó al oírlo, sino que incluso lo amenazó con cortarle la cabeza, Apolonio le gritó, echándose a reír:
— ¡Eso será tal día! —era precisamente tres días después de aquél en que los esclavos públicos ejecutaron junto al camino a aquel soberbio, por haber conspirado con Arquelao 28 , el rey de Capadocia, contra los romanos.
Esas y muchas cosas por el estilo han quedado narradas por Máximo de Egas, que fue juzgado digno de ser uno de los secretarios del emperador, prestigioso como era en la oratoria.
Preparación para una vida ascética
Cuando oyó decir que su padre había [13 ] muerto, fue corriendo a Tiana y lo sepultó con sus propias manos junto al sepulcro de su madre, pues también ella había muerto no hacía mucho. Su fortuna, que era considerable, la repartió con su hermano, que era un libertino y dado a la bebida. Tenía veintitrés años, una edad como para no necesitar tutor. Él, en cambio, tenía veinte y las leyes lo sometían a tutores. Así pues, tras haber pasado de nuevo una temporada en Egas y haber hecho del templo un Liceo y una Academia, pues en él se hallaba el eco de toda la filosofía, regresó a Tiana, un hombre ya y dueño de lo suyo.
Una vez que alguien le dijo que debía inculcarle sensatez a su hermano y hacerle cambiar de costumbres, dijo:
—Eso parecerá arrogante, pues ¿cómo yo, un joven, podría inculcarle sensatez a alguien mayor que yo? Pero en lo que me sea posible lo sanaré de esas pasiones.
Le da entonces la mitad de su propia parte, diciéndole que su hermano necesitaba más y él poco, así que, ganando ascendiente sobre él e instándolo hábilmente a que se dejara persuadir por quien intentaba hacerlo sensato, dijo:
—Nuestro padre, que nos educaba y nos reprendía, nos ha dejado. A mí sólo me quedas tú y por supuesto a ti sólo yo. Por tanto, si yerro en algo, sé mi consejero y cúrame de mis faltas y si tú erraras en algo déjate enseñar.
Y como los que tienen que habérselas con caballos rebeldes e indómitos, lo condujo a la persuasión y lo reformó de sus faltas que eran muchas, pues estaba dominado por los dados y el vino, rondaba a las prostitutas y se ufanaba de su cabellera, que incluso adornaba con tintes, contoneándose y caminando petulantemente.
Cuando lo de su hermano estaba arreglado, se dedicó a sus demás parientes y se ganó a los que estaban necesitados con el resto de su hacienda, dejando sólo un poco para sí. Decía que verdaderamente, cuando Anaxágoras de Clazómenas les dejó sus bienes a los bueyes y carneros 29 , había practicado una filosofía para animales más que para hombres, y que Crates de Tebas 30 , al echar su fortuna al mar, no había resultado provechoso ni a los hombres ni al ganado. Y como se elogiaba a Pitágoras por la frase que decía acerca de que no se debían tener relaciones con otra mujer que la propia, afirmaba que eso lo había dicho Pitágoras para otros, pero que él ni se casaría ni entablaría nunca relaciones sexuales, aventajando también al ejemplo de Sófocles. Porque éste dijo que se había librado al llegar a la vejez de un amo enloquecido y salvaje 31 , pero él, por su virtud y moderación, ni siquiera en la adolescencia se había dejado someter por él, sino que, incluso cuando era joven y pleno de vigor, su cuerpo vencía y dominaba la locura. Pero, no obstante, algunos lo calumniaban respecto a las relaciones sexuales en la suposición de que había sufrido un desengaño amoroso y que por ello se había desterrado por un año al país de los escitas, él que ni visitó nunca a los escitas ni se vio arrastrado a pasiones amorosas. Así pues, ni siquiera Éufrates 32 calumnió a nuestro hombre respecto a las relaciones sexuales, aunque compuso escritos falaces contra él, como demostraremos en los párrafos sobre Éufrates. Discrepaba con Apolonio porque éste se burlaba de que él lo hiciera todo por dinero y trataba de apartarlo de su afán de lucro y de su comercio con la sabiduría. Pero quede eso aplazado para su propio momento.
Preguntándole una vez Éuxeno a Apolonio por qué [14 ] no escribía, con opiniones tan nobles como las que tenía y con el uso que hacía de una forma de expresión estimable y vigorosa, dijo:
—Porque todavía no he guardado silencio.
Y a partir de entonces cosideró que debía guardar silencio y abstenerse de hablar 33 , pero sus ojos y su mente tomaban nota de muchísimas cosas y muchísimas las almacenaba en su memoria. Con respecto a la buena memoria, al llegar a los cien años conservó sus facultades incluso más que Simónides 34 , y cantaba un Himno a la Memoria en el que dice que todo se marchita por obra del tiempo, pero que el propio tiempo no envejece y es inmortal, merced a la memoria.
No carecía de encanto en el trato durante el tiempo en que guardaba silencio, sino que a lo que se decía sus ojos hacían alguna señal así como su mano y el movimiento de su cabeza, y no se mostraba serio o sombrío, pues conservaba su aprecio por los amigos y su buen talante. Dice que esta manera de vivir, que practicó cinco años enteros, fue la más penosa para él; porque, teniendo muchas cosas que decir, no las dijo, y habiendo oído muchas cosas como para irritarse, se vio obligado a no oírlas y que, al verse impulsado a increpar a muchos, se decía a sí mismo «resiste, corazón y lengua» 35 . Cuando los razonamientos estaban en desacuerdo con él, entonces posponía las refutaciones.
[15 ] Pasó esta temporada de silencio parte en Panfilia y parte en Cilicia y aunque andaba entre gentes tan amantes del placer, en ninguna parte habló ni se vio inducido a dejarse oír. Cuando se encontraba una ciudad agitada por disturbios —y muchas lo estaban por causa de espectáculos no serios 36 —, con llegar, hacer acto de presencia y manifestar con la mano o con el rostro el reproche que iba a hacerles, acababa todo el desorden y guardaban silencio como en los misterios.
Refrenar a quienes han iniciado una revuelta por bailarines o caballos no es, en efecto, gran cosa, pues los que se sublevan por tales motivos, si ven a un hombre de verdad, se ruborizan, recuperan el control de sí mismos y se avienen a razones con la mayor facilidad; pero a una ciudad atormentada por el hambre no es cosa fácil volverla al buen camino con palabras dóciles y persuasivas y hacerla cesar en su furia. Sin embargo, a Apolonio incluso el silencio le era suficiente con los que se hallaban en tal situación.
En efecto, llegó a Aspendo la de Panfilia —junto al río Eurimedonte se asienta esa ciudad, la tercera de las de allí—. Había algarrobas a la venta y era forzosamente lo único que se les daba de comer, pues el grano lo retenían los poderosos, que lo habían almacenado para venderlo fuera de la región. Naturalmente se había soliviantado por ello contra el gobernador la gente de todas las edades y habían encendido un fuego destinado a él, aunque se hallaba postrado junto a las estatutas del emperador, que eran entonces más temidas que las de Zeus en Olimpia y más inviolables, pues eran de Tiberio 37 , a propósito del cual se dice que alguien fue considerado sacrílego porque golpeó a un esclavo suyo que llevaba un dracma de plata acuñado con la imagen de Tiberio.
Así pues, presentándose ante el gobernador le preguntó con la mano qué era aquello, y cuando éste le dijo que no había cometido ninguna injusticia, sino que era objeto de ella junto con el pueblo, y que si no se le permitía hablar perecería con el pueblo, se volvió Apolonio hacia los que le rodeaban y les indicó con la cabeza que debían escucharlo. Y ellos, no sólo guardaron silencio por perplejidad ante él, sino que dejaron el fuego sobre los altares que allí había. Cobrando ánimo, el gobernador dijo:
—Fulano y Mengano —y citó a bastantes— son los responsables del hambre que ahora reina, pues ellos, que se han apoderado del grano, lo guardan, cada uno en un lugar de la región.
Cuando se urgían los de Aspendo unos a otros a marchar hacia las fincas, Apolonio les indicó con la cabeza que no lo hicieran, sino que, mejor que eso, mandaran llamar a los inculpados y consiguieran el trigo de ellos sin coacciones.
Al llegar éstos, poco le faltó para romper a hablar contra ellos, por lo que había sufrido por las lágrimas de la gente —pues se habían congregado los niños y las mujeres y gemían los viejos, como si estuvieran a punto de morir de hambre—; pero en honor a la decisión del silencio, escribe una acusación en una tablilla y se la entrega al gobernador para que la lea. Y la acusación era en estos términos:
Apolonio a los mercaderes de trigo de Aspendo .
La tierra es madre de todos, pues es justa. Pero vosotros, como injustos que sois, la habéis hecho madre de vosotros solos y si no cejáis, no os dejaré sosteneros sobre ella .
Por temor a esto, llenaron el mercado de grano y la ciudad volvió a la vida.
Estancia en Antioquía
Visitó también Antioquía la Grande 38 [16 ] cuando había dejado de guardar silencio y llegó al santuario de Apolo Dafneo, con el que los asirios ponen en relación la leyenda arcadia. Dicen, en efecto, que Dafne, la hija de Ladón, se metamorfoseó allí. Incluso les fluye un río, el Ladón, y se honra entre ellos un árbol del laurel, resultado, por supuesto, de la transformación de la muchacha 39 . Las desmesuradas alturas de unos cipreses rodean el santuario en círculo, y la tierra hace brotar veneros abundantes y plácidos con los que dicen que Apolo se rocía. Allí la tierra hizo brotar un retoño de ciprés, dicen que como sustitución de Cipariso, un efebo asirio 40 , y hace verosímil la metamorfosis la belleza del retoño. Quizá podría parecer que trato el asunto de manera demasiado pueril al narrar mitos como éste, pero no es por mitología. ¿Qué se propone mi relato? Apolonio, cuando vio un santuario encantador, pero sin ninguna seriedad en él, sino a unos hombres semibárbaros e incultos, dijo:
—Apolo transforma a los mudos en árboles para que, al menos, como cipreses, produzcan algún ruido.
Y al observar las fuentes, qué placidez tenían y que ninguna de ellas murmuraba, añadió:
—La mudez de aquí ni siquiera a las fuentes les permite hacer ruido.
Y al ver al Ladón, dijo:
—No fue tu hija la única en metamorfosearse, sino también tú, al ganarte fama de bárbaro, de griego y arcadio que eras.
Cuando decidió conversar, evitaba los lugares frecuentados y alborotados, diciendo que no eran seres humanos los que necesitaba, sino hombres de verdad. Frecuentaba, pues, lugares más serios y vivía en los templos que no se cerraban. Al salir el sol, celebraba por sí mismo ciertos ritos que sólo eran revelados a quienes se habían ejercitado en guardar silencio durante cuatro años. El resto del tiempo, si la ciudad era griega y los cultos conocidos, tras convocar a los sacerdotes, filosofaba acerca de los dioses y los corregía si se desviaban en algo de las prácticas tradicionales. Si era bárbara, y sus cultos de carácter peculiar, se informaba de quiénes habían sido sus instauradores y por qué se habían instaurado y, una vez informado de cómo se llevaba a cabo el culto y tras haber sugerido algo más sensato que lo que se hacía, si se le ocurría, se reunía con sus discípulos y les instaba a que preguntasen lo que quisieran. Afirmaba efectivamente que los que practicaban esa clase de filosofía debían, al despuntar el alba, conversar con los dioses; al avanzar el día, mantener conversaciones acerca de los dioses, y el resto del tiempo, acerca de los asuntos humanos. Tras haber contestado a sus camaradas a cuanto habían preguntado y haber considerado que bastaba de conversación, se dedicaba el resto del día a la arenga al público, pero no antes del mediodía, sino cuando la luz del día estaba en su zenit.
Tras haber hablado cuanto consideraba que era suficiente, se ungía con aceite y, tras un masaje, se metía en agua fría, pues le llamaba a los baños calientes «la vejez del hombre» 41 . Así que cuando se prohibieron en Antioquía a causa de graves inmoralidades, dijo:
—El emperador, por ser malvados, os ha dado más años de vida.
Y cuando los efesios querían apedrear al gobernador por no calentar los baños, dijo:
—Censuráis al gobernador porque os bañáis a disgusto; yo, en cambio, a vosotros, porque os bañáis.
El estilo literario que empleaba no era ditirámbico [17 ] ni hinchado con términos poéticos, ni alambicado, ni afectadamente ático, pues consideraba desagradable un ático desmedido 42 , ni se entregaba a la sutileza, ni alargaba sus discursos, ni nadie le oyó hablar irónicamente ni discutir con sus oyentes, sino que cuando conversaba decía, como desde el trípode 43 : «lo sé» y «me parece» y «¿a dónde vais a parar?» y «es preciso saber». Y sus sentencias eran concisas, aceradas; los términos, propios y acomodados a los asuntos, y lo que decía tenía un eco como las normas dictadas desde un cetro. Cuando uno de esos amigos de las discusiones sutiles se preguntó por qué no planteaba cuestiones, dijo:
—Porque cuando era jovencito planteaba cuestiones, pero ahora no tengo que plantearlas, sino enseñar lo que he descubierto.
—¿Cómo entonces, Apolonio, dialogará el sabio? —le preguntó el otro de nuevo.
—Como un legislador —contestó—, pues es obligación del legislador convertir aquello de lo que está persuadido en preceptos para la gente.
En esto se aplicaba en Antioquía, y atraía hacia él a los hombres más incultos.
Planea un viaje a la India
[18 ] Después de aquello, concibiendo la idea de un viaje más largo, se le viene a la mente el pueblo indio y sus sabios, que se llaman Brahmanes e Hircanios 44 , diciendo que le venía bien a un hombre joven viajar y salir de sus fronteras. Consideraba como un tesoro a los Magos 45 que viven en Babilonia y Susa, pues podría aprender sus artes en el curso de su viaje. Así pues, a sus discípulos, que eran siete, les reveló su decisión. Al tratar ellos de que considerara otros proyectos, por si se disuadía de su resolución, dijo:
—Ya he tomado a los dioses por consejeros y os he dicho lo que ha quedado decidido, pero os puse a prueba por si teníais valor para lo mismo que yo. Así que, como os mostráis acobardados, que os vaya bien y que filosoféis, que yo tengo que ir a donde me conducen la sabiduría y la divinidad.
Dicho esto, se marcha de Antioquía con dos servidores que habían pertenecido a su padre; el uno, un taquígrafo; el otro, calígrafo.
Viaje por Mesopotamia: Damis
Llega así a la antigua Nínive, en la [19 ] que se alza un ídolo de aspecto bárbaro; es al parecer Ío, la hija de Ínaco, y le salen de las sienes unos cuernos pequeños, como nacientes 46 . Cuando se hallaba allí y hacía más observaciones acerca de la estatua que los sacerdotes y profetas, se le unió Damis de Nínive, el que dije al principio que lo acompañó en sus andanzas, llegó a ser compañero de viaje de toda su sabiduría, y nos ha conservado muchas cosas acerca de aquel hombre. Éste, que lo admiraba y que deseaba hacer ese viaje, le dijo:
—Vayamos, Apolonio, tú siguiendo al dios, y yo a ti, pues podrías ver que puedo serte muy útil. Si bien no conozco otra cosa, lo que se refiere a Babilonia y a sus ciudades, cuantas hay, las conozco porque las he recorrido no hace mucho, y sus aldeas, en las que hay muchas cosas buenas, así como también las lenguas de los bárbaros, cuantas existen: hay una de los armenios, otra de los medos y persas, otra de los cadusios 47 . Yo las traduzco todas.
—Yo —dijo él—, amigo mío, las comprendo todas, sin haber aprendido ninguna, y ante el asombro del de Nínive, añadió: —No te extrañes si conozco todas las hablas de los hombres, pues conozco cuanto los hombres callan.
El asirio sintió veneración cuando oyó sus palabras, lo miraba como a una divinidad y lo acompañaba, acrecentando su sabiduría y recordando lo que aprendía.
El lenguaje de este asirio era mediocre, pues no tenía elegancia de estilo, educado como estaba entre bárbaros; pero para poner por escrito un discurso o una conversación, describir lo que había oído o visto y redactar un memorial de tales cosas, estaba extraordinariamente capacitado y valía para ello más que ningún hombre. El libro de apuntes tenía para Damis el siguiente propósito: Damis quería que no se ignorara nada respecto a Apolonio, sino que cualquier cosa que dijese o a la que aludiera descuidadamente, incluso eso quedara anotado. Y merece la pena referir lo que le contestó a uno que le reprochaba esta actividad. Efectivamente, cuando un individuo perezoso y malintencionado se estaba burlando de él, diciendo que hacía bien en anotar algunas cosas, cuantas eran sentencias y opiniones de Apolonio, pero que recopilando tales pequeneces obraba de manera semejante, en cierto modo, a los perros que comen las sobras de los banquetes, Damis le respondió diciendo:
—Si son banquetes propios de dioses y son dioses los que comen, tienen también naturalmente criados para preocuparse de que no se pierdan ni siquiera las sobras de la ambrosía.
[20 ] Tal fue el acompañante y admirador que encontró, en compañía del cual viajó la mayor parte de su vida.
Cuando llegaban a Mesopotamia, el aduanero que estaba a cargo del Puente 48 lo llevó ante el registro y le preguntó qué llevaba consigo. Y Apolonio le dijo:
—Llevo templanza, justicia, virtud, continencia, hombría, disciplina —así que enumeró muchos nombres femeninos. Y el otro, que miraba sólo a su ganancia, dijo:
—Inscribe, pues, en el registro a esas esclavas.
—No es posible —le contestó—, pues no son esclavas lo que traigo, sino señoras.
Configuran Mesopotamia el Tigris y el Éufrates, que fluyen desde Armenia y de las estribaciones del Tauro, abrazando una zona continental en la que hay ciudades, pero más aldeas. Sus tribus, Armenia y Arabia, a las que encierran los ríos, andan la mayoría nómadas. Están tan convencidos de que son isleños, que afirman que bajan al mar cuando se encaminan a los ríos y consideran como límite de la tierra el cerco de los ríos. En efecto, tras circundar el citado continente, desembocan en el mismo mar. Hay quienes dicen que la mayor parte del Éufrates se oculta en un pantano y que el río termina en la tierra. Pero algunos sostienen una opinión más audaz, al afirmar que, corriendo bajo tierra, reaparece en Egipto y se mezcla con el Nilo.
Pues bien, a fuer de exactitud y porque no quedara omitido por mí nada de lo escrito por Damis, habría querido referirme también a lo que constituyó el objeto de su interés mientras viajaban por entre estos bárbaros, pero me urge mi narración hacia cosas más importantes y más dignas de admiración. Pero no pasaré por alto en absoluto estas dos: el valor de que hizo gala Apolonio al atravesar por entre gentes bárbaras y facinerosas, que aún no estaban sometidas a los romanos 49 , y la sabiduría por la que llegó, por el procedimiento árabe, al conocimiento del lenguaje de los animales 50 . Eso lo aprendió cuando cruzaba por entre estos árabes que lo conocen excelentemente y lo practican. Es, en efecto, entre los árabes cosa común oír profetizar a los pájaros, lo que constituye sus oráculos. Logran entender a los irracionales comiéndose, unos dicen que el corazón, otros que el hígado de las serpientes.
[21 ] Dejó atrás Ctesifonte y llegó a las fronteras de Babilonia 51 . Había allí un puesto de guardia del rey que nadie podía atravesar sin que se le preguntara quién era, su ciudad y a qué venía. Un sátrapa estaba al frente de este puesto de guardia, un «ojo del rey» 52 , creo; pues el medo, recién llegado al poder, no se acomodaba a vivir sin temor, sino que, temeroso de lo existente y de lo inexistente, se hallaba sumido en temores y pánicos. Llevan, pues, a presencia del sátrapa a Apolonio y a los suyos. Aquél se hallaba precisamente ordenando que le pusieran el toldo a su carruaje para partir hacia alguna parte, pero al ver a nuestro hombre completamente seco, comenzó a gritar como la más cobarde de las mujeres, se cubrió y, apenas atreviéndose a mirarlo, le preguntó como a un ser sobrenatural:
—¿De dónde vienes, y enviado por quién? Y éste le contestó:
—Por mí mismo, por si acaso llegáis a convertiros en hombres de verdad, aun a pesar vuestro.
Le preguntó de nuevo quién era él para llegar a la tierra del rey, y Apolonio le contestó:
—Mía es toda la tierra y me está permitido viajar por ella.
—Te someteré a tormento si no me lo dices.
Al decirle eso, Apolonio le contestó:
—Bueno, si lo haces con tus propias manos, para que tú mismo te sometas a la piedra de toque, al tocar a un hombre de verdad.
Estupefacto el eunuco ante él, porque veía que no necesitaba intérprete, sino que entendía su lengua sin dificultades y con facilidad, le dijo:
—Por los dioses, ¿quién eres? —ya suplicante y con un cambio en su tono.
Contestándole, le dijo Apolonio:
—Puesto que me lo preguntas comedidamente y no de un modo impropio de un hombre, oye quién soy. Soy Apolonio de Tiana; mi viaje es hasta el rey de la India por curiosidad de lo de allí. Quisiera también encontrarme con tu rey, pues dicen los que lo conocen que no es un cobarde, si es ese Vardanes 53 que ha recuperado ahora el imperio perdido antes por él.
—Él es —contestó—, divino Apolonio. Hace tiempo efectivamente que oímos hablar de ti. En honor de un hombre sabio descenderá incluso de su trono de oro y os enviará a la India, a cada uno en un camello. Yo, por mi parte, te considero mi huésped y te doy como obsequio de estas riquezas —al tiempo que le enseñaba un tesoro de oro— cuantas quieras tomar, y no de una vez, sino en diez. —Y al rechazarle éste las riquezas, dijo: —Entonces, toma un ánfora de este vino de Babilonia que el rey nos regala a sus diez sátrapas, y también pedazos de carne asada de cerdo y gacela, harina, panes y lo que quieras. Que el camino después, en muchos estadios, son aldeas no demasiado bien aprovisionadas. —Pero, al caer en la cuenta, el eunuco añadió: —Pero ¿qué me pasa, por los dioses? Pues después de haber oído decir que este hombre no se alimenta de animales ni bebe vino, le invito a comer de modo grosero e ignorante.
—Me puedes invitar a comer frugalmente —dijo— si me das pan y frutos secos.
—Te daré —contestó— panes de levadura y dátiles de palmera como el ámbar y grandes. Te daré además legumbres, cuantas produce el Tigris en sus huertas.
—Pero son más agradables —repuso Apolonio— las legumbres que crecen silvestres y espontáneas que las forzadas y cultivadas.
—Más agradables, sí —dijo el sátrapa—, pero nuestra tierra hasta Babilonia está llena de ajenjo y las que hace crecer son desagradables y amargas.
Por fin, le hizo caso al sátrapa, y al marchar, dijo:
—Queridísimo amigo, no sólo debes acabar con buenas maneras, sino también empezar.
Con esto le censuraba lo de «te someteré a tormento» y las barbaridades que le oyó decir al principio.
Tras haber avanzado veinte estadios 54 , se encuentran a [22 ] una leona muerta en una cacería; era un animal grande y como nunca lo habían visto. Gritaban los de la aldea rodeándola y también, por Zeus, quienes la habían cazado, como el que veía allí un gran prodigio. Y era sencillamente un prodigio, pues al abrirla tenía ocho crías.
El parto de una leona es como sigue: las leonas gestan seis meses y paren tres veces. El número de cachorros la primera vez es de tres, la segunda, de dos y, si llega al tercer parto, pare un único cachorro, grande, creo, y más feroz de lo natural, ya que no hay que creer a los que dicen que los cachorros salen de sus entrañas tras lacerar el útero de las leonas, pues parece que la naturaleza tiene lo necesario para el parido con respecto a su madre en bien de la conservación de la especie.
Apolonio, que había fijado la vista en la fiera y mantenía en ella su atención durante largo rato, dijo:
—Damis, la duración de nuestra estancia junto al rey será de un año y ocho meses, pues ni aquél nos dejará irnos más pronto, ni para nosotros el marcharnos antes de eso nos será más ventajoso. Preciso es conjeturar los meses por los cachorros, y el año, por la leona, ya que hay que comparar enteros con enteros.
—¿Y qué querrán decir —dijo Damis— los gorriones de Homero que devoró la serpiente en Áulide 55 , que eran ocho, pero que, contando a la madre con ellos, ésta hacía el número nueve? Pues Calcante, el intérprete de esto, vaticinó que en nueve años se vencería Troya. Así que mira, no sea que de acuerdo con Homero y Calcante, se vaya a extender nuestra estancia hasta nueve años.
—Naturalmente, Damis —dijo—, Homero iguala los polluelos a los años, pues ya han nacido y existen. Yo, en cambio, a animales incompletos y aún no nacidos, y que probablemente nunca nacerían, ¿cómo iba a igualarlos a años? Pues lo contrario a la naturaleza no podría llegar a existir, y sufre una rápida destrucción, en caso de que llegue a existir. Así que, déjate guiar por mi razonamiento y vayamos dispuestos a dirigir una plegaria a los dioses que nos hacen estas revelaciones.
Los eretrios deportados en Cisia
[23 ] Cuando avanzaba hacia la región de Cisia 56 y se hallaba ya cerca de Babilonia, visitó a Apolonio la aparición de un sueño, dispuesta del siguiente modo por el dios que la manifestó: unos peces que se habían salido del mar daban boqueadas en tierra y emitían un lamento propio de seres humanos, deplorando el haber abandonado su elemento. A un delfín que nadaba cerca de tierra le suplicaban que los salvara, dignos de compasión como los hombres que lloran en tierra extraña. Sin turbarse en absoluto por el ensueño, interpreta qué significaba y de dónde procedía, pero queriendo desconcertar a Damis, pues sabía que era de los más timoratos, le da a conocer la visión, simulando miedo como por haber visto cosas malas. Damis se puso a gritar como si lo hubiera visto él mismo y trataba de disuadir a Apolonio de que siguiera adelante.
—No sea —dijo— que también nosotros, como los peces, sacados de nuestro medio perezcamos, lancemos muchos lamentos en tierra extraña y, metidos en un aprieto, supliquemos a algún soberano o a algún rey que no nos desdeñe, como los delfines a los peces.
Echándose a reír, le dijo Apolonio:
—Tú todavía no eres un filósofo si tienes esos temores. Yo te voy a explicar qué alcance tiene el ensueño. Es que los habitantes de esta región de Cisia son unos eretrios traídos desde Eubea por Darío antaño, hace quinientos años 57 y dicen, tal y como se mostró el ensueño, que se les trató como a peces respecto a su captura, pues fueron prendidos en una red y capturados todos. Los dioses, por tanto, parecen exhortarme a que, visitándolos, me ocupe de ellos en lo que pueda. Quizá también las almas de los griegos que encontraron aquí su destino me encaminan para beneficio de su tierra. Así que vayamos, apartándonos del camino real, una vez que preguntemos sólo por el pozo junto al que habitan 58 .
Se dice que éste es una mezcla de pez, aceite y agua, y que, al verterse lo que se ha sacado, se separa una cosa de otra.
De que Apolonio fue realmente a Cisia dejó testimonio él mismo en lo que le escribió al sofista de Clazómenas 59 , pues era tan noble y generoso, que cuando vio a los eretrios se acordó del sofista y le comunicó por escrito lo que vio y lo que hizo por ellos. Le exhorta también a lo largo de toda la carta a que se apiade de los eretrios y a que, cuando se ocupe de ellos en un discurso, no rehuse llorar por ellos.
[24 ] Cosas coincidentes con éstas escribió también Damis acerca de los eretrios. Pues habitan en Media 60 , a no mucha distancia de Babilonia: una jornada de un día para un buen andarín. La región no tiene ciudades. Efectivamente, Cisia son todo aldeas y en ella, una tribu de nómadas que apenas desmontan de sus caballos.
La tierra de los eretrios se halla en la parte central de éstas. Tiene dispuesto en su torno un foso del río que ellos mismos dicen que han hecho alrededor de la aldea con la idea de hacerlo servir de muro frente a los bárbaros de Cisia.
La región está empapada de asfalto y es amarga para cultivarla. Los hombres de allí tienen una vida muy corta, pues la bebida impregnada de asfalto se sedimenta en muchos lugares de sus entrañas. El sustento se lo proporciona una colina en los confines de la aldea que, alzada sobre la tierra echada a perder, siembran y consideran su tierra. Afirman que han oído decir a los lugareños que setecientos ochenta de los eretrios fueron hechos cautivos, no todos combatientes, pues había entre ellos un grupo de mujeres y ancianos y había también, supongo, algunos niños, porque la mayoría de la población de Eretria huyó al Cafereo 61 y a las zonas más altas de Eubea. Varones, fueron llevados unos cuatrocientos; mujeres, quizá diez; los demás, partidos de Jonia y Lidia, murieron en el avance. Dado que la colina les suministraba una cantera y algunos eran también conocedores de las técnicas de labrar las piedras, habían construido templos de estilo griego y una plaza para el mercado, tan grande como era razonable. Habían alzado también altares, dos a Darío, uno a Jerjes y más a Darideo 62 . Habían pasado desde la captura hasta la época de Darideo ochenta y ocho años escribiendo a la manera griega. Sus antiguos sepulcros tienen escrito: «Fulano, hijo de Mengano» y las letras son griegas, pero dicen que nunca las habían visto como aquellas. Había naves grabadas en las tumbras, de acuerdo con la vida que había llevado cada uno de ellos en Eubea; dedicado al transporte o a la púrpura, bien actuando como marino o como tintorero. También dicen que leyeron una elegía escrita sobre el sepulcro de unos marineros y armadores:
Nosotros, que antaño navegamos sobre el oleaje de profunda corriente del Egeo,
yacemos en el centro de la llanura de Egbátana.
Salud, patria antaño afamada de Eretria, salud, Atenas,
vecina de Eubea, salud, mar querida 63 .
Estos sepulcros arruinados afirma Damis que Apolonio los restauró y los cerró; que hizo libaciones y ofrendas, cuantas se acostumbra, salvo degollar o saorificar alguna víctima, y que, llorando y dominado por la emoción, dijo en medio de ellas:
—¡Eretrios, traídos aquí por un revés de la fortuna! Vosotros, aunque lejos de los vuestros, al menos quedáis enterrados. En cambio, los que os rechazaron hasta aquí perecieron en torno a vuestra isla, insepultos, diez años después, ya que los dioses les hicieron conocer el sufrimiento en la encajonada Eubea.
Apolonio, al final de la carta al sofista, dice:
También me ocupé, Escopeliano, de tus eretrios cuando era joven aún, y les ayudé en lo que pude, tanto a los muertos como a los vivos .
Así, pues, ¿en qué se ocupó de los vivos? Los bárbaros vecinos de la colina, cada vez que la sembraban los eretrios, saqueaban lo plantado, presentándose al filo del verano, y ellos tenían que pasar hambre, tras haber trabajado la tierra en beneficio de otros. No obstante, cuando Apolonio llegó a presencia del rey, encontró el modo de que sólo ellos se beneficiaran de la colina.
Babilonia y los Magos
Sobre la estancia de este hombre [25 ] en Babilonia y de cuanto conviene saber acerca de Babilonia, he encontrado lo siguiente: Babilonia está fortificada en unos cuatrocientos ochenta estadios, con tamaña extensión de circunferencia. Su muralla es de tres medios pletros 64 de altura y menos de un pletro de anchura. Se halla cortada en dos mitades de forma similar por el río Éufrates, bajo el que hay un paso secreto que une ocultamente los palacios reales de ambas orillas.
Se dice efectivamente que una mujer, Medea 65 , que reinó antaño sobre los de allí, había ponteado el río de un modo que nunca un río se había ponteado, pues tras haber amontonado junto a la orilla piedras, bronce, asfalto y cuanto los hombres han descubierto para los ensamblajes bajo el agua, desvió su corriente hacia los pantanos. Al río, ya seco, lo excavó dos brazas, haciendo un profundo túnel como los que la tierra deja ver, que desembocara en los palacios de ambas orillas, y lo techó aproximadamente al nivel del lecho del río. Los cimientos y los muros del túnel quedaron asentados y, dado que el asfalto necesita agua para petrificarse y solidificarse, se hizo pasar el Éufrates sobre el techo, aún fresco, y así quedó asegurado el paso.
Los palacios están techados con bronce y de ellos salen resplandores. Las estancias de las mujeres y las de los hombres, así como los pórticos, están adornados, unos con plata, otros con tejidos de oro, otros con oro puro, como formando dibujos. Los adornos de los tejidos proceden de temas griegos; hay Andrómedas, Amímonas y Orfeos 66 por todas partes. Les gusta mucho Orfeo, quizá porque estiman su tiara y su calzón 67 , que no su música ni sus cantos con los que cautivaba. Están también representados en los tapices Datis 68 tratando de arrebatarle Naxos al mar y Artafernes asediando Eretria, así como, de la temática de Jerjes, las victorias que afirmaba haber logrado. Están efectivamente la toma de Atenas, las Termópilas, y lo más típicamente medo: ríos arrebatados a la tierra, un puente sobre el mar y cómo fue taladrado el Atos 69 .
Dicen que encontraron una estancia para hombres cuyo techo se había construido en cúpula, representando el aspecto de un cielo, y que estaba cubierto de lapislázuli (la piedra más azul y como el cielo para la vista) 70 . Las estatuas de los dioses en los que creen se levantan en lo alto, y se ven como figuras de oro, destacándose sobre el éter. Allí precisamente es donde el rey administra justicia. Cuatro torcecuellos de oro cuelgan del techo, como recuerdo de Adrastea 71 , para que no se eleve sobre los hombres. Los Magos que frecuentan el palacio dicen que fueron ellos quienes los ajustaron, y los llaman lenguas de los dioses.
[26 ] Respecto a los Magos, Apolonio ha dicho lo suficiente: que en efecto tuvo relación con ellos, que aprendió algunas cosas y que se marchó tras haberles enseñado otras. Damis no sabe qué conversaciones tuvieron lugar entre nuestro hombre y los Magos, porque le había prohibido acompañarle cuando iba a verlos. Dice, en efecto, que visitaba a los Magos a mediodía y a medianoche, y que una vez le preguntó:
—¿Y los Magos, qué?
Y que él respondió:
—Sabios, pero no en todo.
Llegada a Babilonia
[27 ] Pero eso, más tarde. Al llegar a Babilonia, el sátrapa a cargo de las grandes puertas, como sabía que se trataba de un viaje por afán de averiguación, le tiende una imagen de oro del rey; si alguien no se prosternaba, no era lícito que pasara. En todo caso, para un embajador del emperador de Roma no había ninguna necesidad de ello, pero al que llegaba de tierra de bárbaros o para visitar el país, si no presentaba sus respetos a la imagen, se le detenía deshonrosamente. Las obligaciones de los sátrapas entre los bárbaros eran bobadas de esta clase.
Pues bien, cuando Apolonio vio la imagen, dijo:
—¿Quién es éste? —y al oír que el rey, añadió— : Ése, ante el que vosotros os prosternáis, si fuera objeto de mis alabanzas por considerarle un hombre de bien, se sentirá grandemente recompensado.
Diciendo esto, pasó por las puertas. Admirado el sátrapa, lo siguió y, tomándolo de la mano, le preguntó a Apolonio por medio de un intérprete su nombre, su patria, a lo que se dedicaba y por qué les visitaba. Tras haber tomado nota de ello en un registro, así como de su vestido y aspecto, le ordenó que aguardara allí.
[28 ] Tras acudir corriendo junto a los hombres que se consideraban los «oídos del Rey», les describe a Apolonio, una vez que los puso en antecedentes de que ni quería prosternarse ni parecía un hombre corriente. Ellos le ordenan que lo traiga con respeto y sin hacerle violencia de ninguna clase.
Cuando llegó, el de más edad le preguntó en qué se basaba para menospreciar al rey. Y él dijo:
—Aún no lo he menospreciado.
—¿Y lo menospreciarías? —le preguntó de nuevo.
—Sí, por Zeus, si al tratar con él no lo hallo un hombre de bien.
—¿Llevas contigo entonces algún regalo para él? —y al decir Apolonio otra vez que el valor, la justicia y cosas por el estilo, dijo—: ¿Acaso en la idea de que no los tiene?
—No, por Zeus —dijo—, sino en la idea de que aprenda a usarlos, si los tiene.
—Pero fue usando de ellos —contestó— como recuperó para sí el reino que una vez perdió, y como restauró esta morada, no sin esfuerzo ni negligentemente.
—¿Y cuántos años hace que se volvió a instaurar en el poder?
—Hace ya dos meses —dijo— que comenzamos el tercer año 72 .
Así pues, sosteniendo su opinión, como tenía por costumbre, dijo:
—Guardia de corps, o como quiera que deba llamársete. Darío, el padre de Ciro y Artajerjes, que conservó estos reinos creo que setenta años, se dice que al sospechar el final de su vida hizo un sacrificio a la Justicia y dijo: «Señora, quienquiera que seas», como quien ha deseado a la Justicia largo tiempo sin conocerla aún y sin creer que la poseía. Y a sus dos hijos los educó con tanta ignorancia que levantaron sus armas el uno contra el otro: el uno fue herido, el otro muerto por su hermano 73 . Tú, en cambio, piensas que ése, que probablemente no sabe aún ni sentarse en el trono real, ha reunido en sí todas las virtudes a la vez, y lo ensalzas, cuando eres tú, y no yo, el que recibes la ganancia si llega a ser mejor.
Mirando, pues, el bárbaro al que estaba junto a él, le dijo:
—Como un gran hallazgo nos trae aquí a este hombre alguno de los dioses, pues al tratar un buen hombre con otro bueno, nos hará al rey mucho mejor, más moderado y suave. Eso, efectivamente, se pone de manifiesto en este hombre.
Corrieron, pues, anunciándoles a todos la buena nueva de que ante las puertas del rey se hallaba un hombre sabio, griego y buen consejero.
Entrevistas de Apolonio y Vardanes
Cuando le fueron comunicadas al rey [29 ] estas nuevas, se hallaba celebrando un sacrificio en presencia de los Magos, pues los ritos religiosos se llevan a cabo bajo su supervisión. Tras llamar a uno de ellos, le dijo:
—Se cumple el sueño que te conté hoy cuando me atendías en el lecho.
El sueño, que en efecto se le había presentado al rey, era el siguiente: le pareció que era Artajerjes, el hijo de Jerjes, y que había cambiado su figura en la de él. Estaba muy asustado, no fuera que sus asuntos abocaran ya a un cambio, interpretando así el cambio de figura. Pero cuando oyó decir que el que había llegado era griego y sabio, le vino a la memoria Temístocles el ateniense que, venido de Grecia en tiempos, llegó a convivir con Artajerjes y lo hizo muy digno de su estima y se hizo merecedor del mismo trato 74 . Así que, alzando su diestra, dijo:
—Llámalo, pues sería el mejor de los comienzos si me acompañara en el sacrificio y en la súplica.
Entró, pues, escoltado por una muchedumbre, pues [30 ] pensaban que esto también agradaría al rey, enterados de que se alegraba de su llegada. Al atravesar el palacio, no se fijó en ninguna de sus maravillas, sino que lo atravesaba como quien va de camino. Incluso llamando a Damis, le dijo:
—Me preguntabas ayer cuál era el nombre de la mujer panfilia que se dice que trató a Safo y compuso los himnos que cantan en honor de Ártemis de Perga 75 , al modo eolio y panfilio.
—Te lo pregunté —dijo—, pero no me dijiste su nombre.
—No te lo dije, amigo, pero te expliqué las melodías de los himnos y sus nombres y cómo traspuso lo eolio a las claves más altas y a lo propiamente panfilio. Luego de eso pasamos a otra cosa y no me preguntaste ya el nombre. Pues bien, esa diestra mujer se llama Damófila 76 y se dice que a la manera de Safo tuvo como amiga a dos muchachas y compuso poemas eróticos e himnos. El de Ártemis fue también compuesto por ella y el canto deriva de las odas sáficas.
Efectivamente, hasta qué extremo distaba de sentirse intimidado por el rey y su fausto lo evidenciaba al no considerar tales cosas dignas de sus ojos, sino hablar de otras cosas y no pensar en ver aquellas en absoluto.
[31 ] Al verlo el rey cuando se le acercaba, pues el vestíbulo del templo tenía una longitud considerable, comentaba con sus allegados como si reconociera a nuestro hombre, y cuando ya se hallaba cerca, dijo en voz muy alta:
—Ése es Apolonio, al que Megábates 77 , mi hermano, dice que vio en Antioquía, admirado y venerado por las personas virtuosas. Me lo describió entonces tal como viene.
Cuando se acercó y lo saludó, el rey le habló en lengua griega y le invitó a que celebrara el sacrificio en su compañía. Un caballo blanco, niseo legítimo 78 , era lo que se disponía a sacrificar al Sol, enjaezado con testeras como para una procesión. Y él, en respuesta, le dijo:
—Celebra tú el sacrificio, rey, a tu manera, y a mí permíteme celebrarlo a la mía.
Y, tomando un puñado de incienso, dijo:
—Sol, envíame a un lugar de la tierra tan distante como a ti y a mí nos parezca, y que llegue a conocer hombres de bien; a los malvados, en cambio, que no llegue a conocerlos, ni ellos a mí.
Tras decir esto, echó el incienso al fuego, observando cómo se levantaba, cómo se enturbiaba y cuántas crestas lanzaba. Captando en cierto modo el sentido del fuego, cómo aparecía de buen agüero y puro, dijo:
—Celebra el resto del sacrificio, rey, de acuerdo con tus propias tradiciones, pues mis tradiciones son éstas.
Se alejó del sacrificio para no participar en el derramamiento [32 ] de sangre. Después del sacrificio, se acercó y dijo:
—Rey, ¿conoces la lengua griega por entero o un poco de ella, para hacerte entender más o menos y no parecer descortés si llega algún griego?
—Por entero —contestó—, igual que la de mi país. Habla de lo que quieras, pues seguramente por eso lo preguntas.
—Por eso —dijo—. Escucha, pues. El objeto de mi viaje es la India, pero no tenía la intención de pasar de largo por aquí, ya que he oído decir de ti que eras un hombre de verdad, como veo ya de primeras, además de que estaba deseoso de examinar la sabiduría propia de vuestro país practicada por los Magos, si es que respecto a lo divino son sabios, como dicen. Mi sabiduría es la de Pitágoras, un hombre de Samos, que me ha enseñado a honrar a los dioses de este modo y a estar en su compañía, visibles o no visibles, a frecuentar la conversación de los dioses y a vestirme con esta lana de la tierra, pues no la ha llevado encima un animal, sino que nace pura y de cosas puras, don del agua y de la tierra, el lino. Esto mismo de dejarme crecer la cabellera, lo practico por Pitágoras, y el mantenerme puro del alimento de animal me viene también de la sabiduría de aquél. Por tanto, no podría ser ni acompañante de la bebida ni compañero en la ociosidad o la molicie, ni tuyo, ni de ningún otro, pero a tus preocupaciones arduas y difíciles de aclarar podría darte soluciones, ya que no sólo conozco lo que hay que hacer, sino también lo preveo.
Esta es la conversación que Damis afirma que mantuvo nuestro hombre, y Apolonio nos la ha dejado en forma de carta, además de que resumió también otras cosas en sus cartas de lo dicho por él en la conversación.
[33 ] Como el rey le dijo que se alegraba y sentía más satisfacción por su llegada que si se hubiera ganado los bienes de los persas y de los indios además de los suyos, y que lo hacía su huésped y partícipe del techo real, le dijo:
—Si yo, rey, te pidiera a ti al venir a mi patria, a Tiana, que vivieras donde yo, ¿querrías vivir allí?
—No, por Zeus —dijo—, a no ser que fuera a vivir en una casa lo suficientemente grande como para acoger de un modo fastuoso a mis lanceros y guardias de corps y a mí mismo.
—Pues el mismo —repuso— es el argumento por mi parte, pues si voy a vivir de un modo superior al mío, lo pasaré mal, pues lo excesivo aflige a los sabios más que a vosotros lo escaso. Que me albergue, pues, un particular que tenga lo que yo, y yo te visitaré cuanto quieras.
Consintió el rey, no fuera a hacerle algo desagradable sin darse cuenta, así que él se fue a vivir con un hombre de Babilonia honrado y por demás noble.
Cuando aún se hallaba comiendo, se presenta un eunuco de los que llevan los mensajes, y dirigiéndole la palabra a nuestro hombre, le dijo:
—El rey te obsequia con diez regalos y te concede la facultad de decirle cuáles; pero requiere que no le pidas cosas pequeñas, pues desea demostrar su generosidad contigo y con nosotros.
Tras elogiar el mensaje, le preguntó:
—¿Cuándo tengo que pedirlos, pues?
—Mañana —le contestó, y enseguida fue a visitar a todos los amigos y allegados del rey, encargándoles que estuvieran presentes cuando nuestro hombre hiciera la petición y fuera gratificado.
Discusiones con Damis: los eunucos, la pobreza
Damis dice que pensaba que no pediría nada, dado que había estudiado su carácter y que sabía que suplicaba a los dioses la siguiente súplica: «dioses, concededme tener poco y no necesitar nada». Sin embargo, al verlo preocupado y semejante a quien está reflexionando, pensaba que iba a hacer una petición, pero sopesaba lo que iba a pedir. Y ya a la caída de la tarde, dijo:
—Damis, estoy considerando conmigo mismo por qué los bárbaros consideran a los eunucos castos y los dejan entrar en los gineceos.
—Pero eso, Apolonio —contestó—, incluso para un niño es evidente, pues dado que la amputación les impide tener relaciones sexuales, les están abiertos los gineceos, incluso en el caso de que quisieran acostarse con las mujeres.
—¿Y crees —dijo— que se les ha amputado el amar o el tener relaciones con las mujeres?
—Ambas cosas —replicó—, pues si se extirpa el miembro por el que el cuerpo se ve acicateado, el amar ni siquiera se le ocurrirá a ninguno.
Y él, después de una breve pausa, dijo:
—Mañana, Damis, podrás aprender que incluso los eunucos aman, y el deseo que precisamente les penetra por los ojos no se extingue en ellos, sino que permanece cálido y ardiente. En efecto, tiene que ocurrir algo que refutará tu aserto. Además, si existiese un medio humano tiránico y capaz de expulsar tales cosas de la voluntad, me parece que a los eunucos nunca habría que añadirlos a la lista de caracteres propios de los castos, obligados como están a la castidad y forzados por un medio violento a no amar. Pues castidad es que lo que está deseoso e impulsado no ceda al sexo, sino que lo rechace y se muestre más poderoso que esta locura.
Respondiéndole, pues, Damis le dijo:
—Eso ya lo examinaremos en otra ocasión, Apolonio. Es lo que es preciso responder mañana al ofrecimiento del rey, que es espléndido, lo que conviene considerar. Quizás no te propongas pedir nada, mas debes tener cuidado y velar por que no parezca que declinas lo que el rey te dé por otra clase de eso que llaman humos, considerando en qué lugar de la tierra estás y que nos hallamos en sus manos. Es necesario guardarse de las acusaciones de que te dejas llevar por el menosprecio y comprender que ahora tenemos medios suficientes como para llegar hasta la India, pero que para volver de allí no serían suficientes, y no tendríamos otros.
Y por estos medios trataba de halagarlo para que no [34 ] rehusara tomar lo que se le diera. Y Apolonio, como por ayudarlo en su argumentación, le dijo:
—¿Vas a omitir unos ejemplos, Damis? Entre los que son posibles: que Esquines, hijo de Lisanias, fue a Sicilia junto a Dionisio a por dinero. Platón, se dice que recorrió tres veces Caribdis a por la riqueza de Sicilia. Aristipo de Cirene, Helicón de Cízico y Fitón de Region 79 , cuando estaba en el exilio, tanto se hundieron en los tesoros de Dionisio, que a duras penas pudieron arrancar de allí. Es más, también dicen que Eudoxo de Cnido 80 , que llegó en tiempos a Egipto, reconoció que había ido a por dinero y que conversó con el rey al respecto. Para no calumniar a más: dicen que Espeusipo 81 , el ateniense, llegó a ser tan codicioso, que se fue de jarana a Macedonia a la boda de Casandro, tras haber compuesto unos poemas fríos, y que los cantó en público por dinero. Yo pienso, Damis, que el hombre sabio se arriesga más que los navegantes y los combastientes en armas, pues la envidia avanza contra él, callado o hablando, esforzado o perezoso, tanto si pasa por alto algo como si se acerca a alguien, le dirija la palabra o no se la dirija. Es preciso que el hombre en cuestión se atrinchere y comprenda que el sabio vencido por la pereza, la ira, el amor o la afición a la bebida, o el que obra de forma más resuelta que la oportuna, quizá pudiera obtener perdón, pero si se entrega a las riquezas, no podría obtener perdón, sino que sería odiado como si hubiese combinado todas las maldades a la vez, pues no habría sido dominado por el dinero si no hubiese sido dominado por el vientre, por el vestido de moda, por el vino y por el dejarse llevar con prostitutas. Tú quizá pienses que el pecar en Babilonia es menos grave que en Atenas, en Olimpia o en Pito 82 , y no consideras que para un hombre sabio todo es Grecia y que el sabio no considerará ni estimará ningún país ni desierto ni bárbaro, viviendo bajo los ojos de la virtud. Él mira a pocos hombres, pero es mirado por diez mil ojos. Si tú, Damis, trataras con un atleta de esos que se ejercitan en el pugilato y en el pancracio, ¿le pedirías que fuera noble y bueno si compitiera en los Juegos Olímpicos o, si fuera a Arcadia y también, por Zeus, si fuera a los Píticos o a los Nemeos 83 , que ejercitara su cuerpo porque son unos juegos famosos y sus estadios atraen la atención de Grecia, y si en cambio Filipo celebrara unos sacrificios olímpicos después de haber tomado unas ciudades, o su hijo Alejandro, en honor de sus propias victorias, celebrara una competición, le pedirías que ejercitara su cuerpo ya de peor manera y que no tuviese afán de victoria porque va a competir en Olinto, en Macedonia o en Egipto y no en Grecia y en los estadios de allí?
Por estas palabras Damis afirma que quedó tan impresionado como para taparse la cara por lo que se le había ocurrido decir, y pedirle a Apolonio que le perdonara si por no conocerlo aún le impulsó a tal consejo y convencimiento. Y él, interrumpiéndole, le dijo:
—Ánimo, pues no te he dicho esto por reprenderte, sino por darte mi propia versión.
Petición sobre los eretrios
Al llegar el eunuco e invitarle a ir [35 ] a presencia del rey, le dijo:
—Iré tan pronto como haya cumplido mis obligaciones con los dioses.
Tras haber efectuado un sacrificio y formulado una plegaria, partió, atrayendo hacia sí las miradas y la admiración por su aspecto. Cuando entró, el rey le dijo:
—Te doy diez obsequios, por considerarte un hombre como nunca llegó aquí ninguno desde Grecia.
Y él, como respuesta, le dijo:
—No te los voy a rehusar todos, rey, sino que te pediré ardientemente uno sólo que prefiero a muchas decenas —y enseguida le contó el asunto de los eretrios 84 , comenzando por Datis. Y añadió—: Te suplico, pues, que esos infelices no se vean privados de sus límites y de la colina, sino que cultiven el pedazo de tierra que Darío les asignó, pues es terrible que, expulsados de la suya, no vayan a tener ni la que tienen en su lugar.
Así pues, consintiendo en ello, dijo el rey:
—Los eretrios, hasta el día de ayer, eran mis enemigos y los de mis padres, porque una vez alzaron sus armas contra nosotros, y no nos preocupábamos porque su raza desapareciera. Pero en el futuro constarán en la lista de mis amigos y será su sátrapa un hombre de bien que hará justicia a la región. Pero —añadió— ¿por qué no vas a tomar los otros nueve obsequios?
—Porque aún no he adquirido amigos aquí, rey —contestó.
Y al decirle el rey:
—¿Y tú mismo no necesitas nada?
—Frutos secos —contestó— y panes, para darme un grato y espléndido banquete.
El eunuco enamorado
[36 ] Mientras charlaban de estas cosas el uno con el otro, se extendió por el palacio un griterío de eunucos y mujeres a la vez. Había sido sorprendido, en efecto, un eunuco con una de las concubinas del rey, acostado con ella y actuando como los adúlteros, así que lo llevaban a rastras los guardianes del gineceo tirándole del cabello, al modo en que son arrastrados los esclavos del rey. Cuando el más viejo de los eunucos dijo que se había dado cuenta hacía tiempo de que estaba enamorado de la mujer y que le había prohibido que hablara con ella, que le tocara el cuello o una mano, así como que la ayudara a arreglarse —sólo a aquélla de las de dentro—, pero que ahora se le había hallado acostado con ella y comportándose como un verdadero varón con la mujer, Apolonio miró a Damis, dado que había quedado demostrado el tema que habían estado tratando acerca de que incluso los eunucos realmente se enamoran. Y el rey dijo a los presentes:
—Sería vergonzoso, varones, que en presencia de Apolonio nos opinase acerca de la castidad otro que no él. ¿Qué nos recomiendas, Apolonio, que hagamos con él?
—¿Qué otra cosa, sino que viva? —dijo, respondiendo contra lo que todos se esperaban.
Enrojecido, el rey le dijo:
—¿Acaso no es digno de muchas muertes, al deslizarse de ese modo en mi propio lecho?
—No por perdón, rey, he dicho eso —contestó—, sino como castigo que lo consumirá, pues si va a seguir con vida, enfermo y deseoso de imposibles, no le darán placer ni alimentos ni bebidas, ni los espectáculos que te divierten a ti y a los que conviven contigo. Y le dará vuelcos el corazón a menudo, despertándose de su sueño, eso que dicen que les ocurre con la mayor frecuencia a los amantes. ¿Qué tisis lo consumirá tanto, qué hambre le debilitará tanto las entrañas? Y si no es uno de los aferrados a la vida, rey, te pedirá alguna vez que lo mates o se dará muerte a sí mismo, lamentando profundamente este día de hoy en el que no murió enseguida.
Tal fue la respuesta de Apolonio, y tan sabia y humana, que el rev libró de la muerte al eunuco.
Consejos a Vardanes
Una vez que el rey se disponía a ir [37 ] a una cacería de los animales de los parques en los que los bárbaros tienen leones, osos y panteras 85 , invitó a Apolonio a que lo acompañara en la caza, pero él dijo:
—¿Te has olvidado, rey, de que no te acompaño a los sacrificios? Con mayor razón no me es grato atacar a animales maltratados y sometidos a esclavitud contra su propia naturaleza.
Y preguntándole el rey cómo podría gobernar de forma estable y segura, le dijo:
—Estimando a muchos, pero confiando en pocos.
En una ocasión llegó una delegación del gobernador de Siria 86 acerca de unas aldeas, creo que dos, vecinas del Puente, y afirmaba que habían estado sometidas antaño a Antíoco y Seleuco 87 , pero que ahora, bajo su gobierno, pertenecían a los romanos, y que los árabes y los armenios no molestaban a las aldeas, pero que él, tras recorrer una distancia tan larga, les cobraba tributo como si fuesen suyas más que de los romanos 88 . El rey, tras hacer salir a los delegados, le dijo:
—Esas aldeas, Apolonio, las otorgaron a nuestros antepasados los reyes que han mencionado, para el sustento de las fieras que, cazadas por nosotros, les enviamos a través del Éufrates. Pero ellos, como si se hubieran olvidado de ello, reclaman alteraciones y además, injustas. Así pues, ¿cuál te parece que es el propósito de la delegación?
—Uno moderado —contestó— y lógico, rey, si eso que pueden obtener incluso contra tu voluntad, ya que se halla en su territorio, quieren obtenerlo mejor con tu consentimiento—. Y añadía que por unas aldeas, más grandes que las cuales las poseían seguramente incluso particulares, no debía disputar con los romanos e iniciar una guerra, ni siquiera por motivos mayores.
Otra vez que fue a visitar al rey enfermo, le expuso tantos y tan divinos discursos acerca del alma, que el rey se recobró y les dijo a los que le rodeaban:
—Apolonio no sólo ha conseguido que desprecie la realeza, sino incluso la muerte.
En una ocasión, el rey le estaba enseñando el túnel [38 ] bajo el Éufrates y le dijo:
—¿Qué te parece este prodigio?
Apolonio, mostrando su desprecio por la portentosa obra, le contestó:
—El prodigio habría sido, rey, si a través de un río tan profundo e invadeable caminaseis a pie.
Y cuando le enseñaba los muros de Egbátana y afirmaba que eran una residencia propia de dioses, contestó:
—No es en absoluto residencia propia de dioses, y no sé si de hombres, pues los lacedemonios, rey, habitan una ciudad sin murallas.
Otra vez que el rey había juzgado un proceso entre unas ciudades y se vanagloriaba ante Apolonio de que había atendido al proceso durante dos días, éste le dijo:
—Tarde encontraste lo justo.
Y en una ocasión en que los tributos del país sometido llegaron en gran cantidad, tras abrir sus tesoros, le mostró al sabio su dinero, tratando de inducirlo al deseo de la riqueza. Pero él, sin admirarse por nada de lo que vio, dijo:
—Para ti, rey, eso es dinero, pero para mí, paja.
—Entonces, ¿qué es lo que tengo que hacer para hacer buen uso de él?
—Gastarlo —dijo—, pues eres rey.
Después de haberle dicho al rey muchas cosas de [39 ] este estilo y cuando lo halló dispuesto a llevar a la práctica lo que le había aconsejado, y además teniendo ya por suficiente la relación con los Magos, dijo:
—Ea, Damis, vayamos a la India, pues los que llegaron en su travesía junto a los Lotófagos 89 se vieron apartados de sus hábitos nativos por culpa de la comida, y nosotros, que no hemos gustado de nada de lo de aquí, llevamos más tiempo del lógico y adecuado.
—También a mí —dijo Damis— me lo parece, incluso más que a ti. Y puesto que tenía presente el tiempo que observaste en la leona 90 , esperaba a que llegara a término. Pero todavía no ha transcurrido por entero, pues llevamos sólo un año y cuatro meses. Si nos pusiéramos ya en camino, ¿estaría bien?
—El rey no nos dejará, Damis —contestó—, antes de que haya pasado el octavo mes, pues ya ves seguramente que es un hombre de bien y demasiado bueno para gobernar a bárbaros.
Despedida del rey
[40 ] Cuando decidió, por fin, partir y el rey les permitió que se marcharan, se acordó Apolonio de los obsequios que había dejado para cuando llegara a tener amigos, y dijo:
—Rey excelente. Aún no he hecho nada en beneficio de mi huésped y les debo una recompensa a los Magos. Así pues, atiéndelos tú y muéstrate generoso en mi nombre con varones sabios y muy leales a ti.
Así que el rey, más que contento, dijo:
—Mañana te los mostraré envidiables y cubiertos de grandes honores. Y puesto que tú no necesitas nada mío, deja que ellos —señalando a los que estaban con Damis— obtengan de mí dinero y lo que quieran.
Así que, cuando ellos rehusaron la proposición, Apolonio dijo:
—¿Ves, rey, cuántas son mis manos y qué semejantes unas a otras?
—Pero por lo menos llévate un guía —dijo el rey— y camellos en que montaros, pues la longitud del camino es demasiada para hacerlo todo a pie.
—Eso, sea, rey —contestó—, pues dicen que el camino es intransitable si no se va montado así. Además, ese animal es de buen comer y fácil de apacentar donde no hay hierba. También hará falta, creo, abastecerse de agua y llevarla en odres, como el vino.
—En tres días —dijo el rey— la región no tiene agua. Luego hay gran abundancia de ríos y fuentes. Pero tendrás que tomar el camino hacia el Cáucaso; allí los recursos son abundantes, y la región, amiga.
Y al preguntarle el rey qué iba a traerse de allí, dijo:
—Un grato obsequio, rey, pues si la convivencia con esos hombres me hace más sabio, volveré mejor de lo que soy ahora.
El rey lo abrazó cuando dijo eso, y le contestó:
—Ojalá vuelvas, pues ese sí sería un gran obsequio.
1 Creador de la escuela pitagórica, cuya vida se sitúa en el siglo VI a. C., aun cuando aparece, ya desde los mismos orígenes del pitagoreísmo, envuelta en leyendas. Cf. la introducción de C. EGGERS LAN , en Los filósofos presocráticos , I, «Bibl. Clás. Gredos», Madrid, 1978, págs. 147 sigs.
2 La muerte de Euforbo se narra en Ilíada XVII 43-60. Filóstrato alude a la teoría pitagórica de la transmigración de las almas. A este respecto, Heráclides del Ponto (en DIÓGENES LAERCIO , VIII 4-5, recogido en H. DIELS y W. KRANZ , Die Fragmente der Vorsokratiker , Berlín, 19345 , 14.8) refiere que Pitágoras, por un don de Hermes, recordaba las cuatro encarnaciones que habían precedido a la suya: Etálidas, Euforbo, Hermotimo y Pirro.
3 Pitágoras fundó en Crotona una especie de comunidad de carácter religioso-político, a la vez que filosófico, cuyos discípulos se veían obligados a una serie de reglas de comportamiento (entre las cuales se cuentan las aquí reseñadas), siendo la obligación de guardar secreto sobre las enseñanzas de la comunidad una de las más severas (cf. PORFIRIO , Vida de Pitágoras 19, en DIELS -KRANZ 14.8a), razón por la cual no existen escritos claramente pitagóricos de fecha antigua y estamos mal informados sobre las actividades y primitivo carácter de dicha comunidad.
4 Poeta filósofo del siglo V a. C., autor de dos poemas en hexámetros de los que conservamos fragmentos extensos.
5 Fragmento 112 DIELS -KRANZ .
6 Fragmento 117 DIELS -KRANZ . Está muy claro por estos y otros fragmentos conservados que Empédocles creía en la existencia de una serie de estadios en la transmigración de las almas, cf. G. S. KIRK y J. E. RAVEN , Los filósofos presocráticos , trad, de J. GARCÍA FERNANDEZ , Madrid, 1969, págs. 490-6.
7 DIÓGENES LAERCIO , VIII 53, citando como fuente las Memorabilia de FAVORINO , nos cuenta que Empédocles, tras haber vencido en una prueba de los Juegos Olímpicos, en lugar de inmolar el acostumbrado buey, ofreció a los delegados de la ciudad una figurilla de miel y harina en forma de buey. ATENEO , 3e, nos ofrece otra variante, según la cual, como Empédocles era pitagórico y, por tanto, se abstenía de los sacrificios cruentos, ofreció un buey de incienso y especias.
8 Con este nombre (que quiere decir «sabios desnudos») conocen los griegos a los faquires hindúes, cuyo ascetismo fue muy celebrado por ellos a partir de las informaciones de Onesicrito y Nearco, cf. las referencias de ARRIANO , Anábasis VII 1, 5; PSEUDO -CALÍSTENES , Vida y hazañas de Alejandro de Macedonia III 5, etc., y modernamente, G. ZUNTZ , «ZU Alexanders Gespräch mit den Gymnosophisten», Hermes 87 (1959), 436-440, y F. PFISTER , «Das Nachleben der Überlieferung von Alexander und den Brahmanen», Hermes 76 (1941), 143-168, Der Kleine Pauly , S . V . Gymnosophisten . Sabemos asimismo que en Etiopía había también ascetas, cuya sabiduría se estimaba que había inspirado a Pitágoras.
9 Demócrito de Abdera, filósofo del siglo V a. C., que continuó y desarrolló la teoría atomista de Leucipo y autor de un gran número de obras filosóficas sobre los más variados temas, de las que nos quedan escasos fragmentos, predominantemente de los escritos de ética.
10 Los testimonios de este supuesto viaje de Platón son numerosos, pero tardíos, siendo los primeros de CICERÓN , De la República I 16, Definiciones del bien y del mal en sí V 87, razón por la que, con excepción de algunos autores, como U. VON WILAMOWITZ en su Platón , 2 vols., Berlín, 1920, se considera esta tradición, de igual modo que otra de un viaje suyo a la India, como intentos posteriores de relacionar la filosofía platónica con Oriente. El propio Platón, en su autobiográfica Carta Séptima no dice una palabra respecto a este viaje, lo cual es altamente significativo.
11 Sócrates asegura repetidas veces en la Apología y el Critón platónicos tener contacto con lo divino a través de un demon que le advertía de lo que no debía hacer, a modo de una «voz de la conciencia»; cf. el excelente análisis del tema debido a A. TOVAR , Vida de Sócrates , Madrid, 1947, págs. 223-236.
12 Anaxágoras de Clazómenas, filósofo del siglo V a. C.
13 Este testimonio de Filóstrato está recogido por DIELS -KRANZ entre los de Anaxágoras, como A 6. Las «piedras» (meteoritos) cayeron sobre Egospótamos, según el Marmor Parium , en el año 468/7 a. C. DIÓGENES LAERCIO , II 10, menciona, además de la caída de las piedras, la zalea de Olimpia. Todo lo referido por Filóstrato aquí forma parte, por tanto, del anecdotario tradicional y típico del filósofo.
14 Sobre las Cartas atribuidas a Apolonio de Tiana, cf. la Introducción § 3.
15 Sobre Damis y las discusiones sobre su existencia y autenticidad de su escrito, cf. la Introducción § 4.
16 Julia Domna, esposa de Septimio Severo, emperador desde el 193 al 211 d. C. La emperatriz se suicidó en el 217, probablemente antes de que Filóstrato diera fin a su obra.
17 Sobre el círculo de Julia Domna, cf. Introducción § 2; asimismo, sobre Máximo de Egas y Merágenes, citados a continuación como fuentes, cf. § 4.
18 Tiana es una ciudad de Capadocia, al pie del Tauro, en la ruta de Tarso, la actual Kilissa-Hissar, cerca de Niǧde.
19 Proteo es una deidad marina de escasa resonancia en la mitología griega, cuyo nombre deriva de la alteración del egipcio Pir-o-iti «su majestad, el rey». La capacidad de cambiar de forma es en esta mitología atributo corriente de las criaturas del mar, como por ejemplo Nereo y Tetis. La referencia a Homero lo es a Odisea IV 417-8, en donde Menelao dice a Telémaco que Proteo «intentará tornarse en todos los reptiles que hay sobre la tierra, así como en agua y en violento fuego». Pese a la importancia concedida a Proteo en esta especie de «anunciación» que nos presenta Filóstrato, no se vuelve a hablar de este tema en todo el resto de la obra.
20 Efectivamente, en el año 215 el emperador Caracalla, de paso por Capadocia, se detuvo en Tiana y ordenó erigir un templo en honor de Apolonio, cf. DIÓN CASIO , LXXVIII 18, 4.
21 Todo este capítulo 6 es una repetición casi textual de la referencia al Asbameo que encontramos en ARISTÓTELES , Maravillas 152 (845b33 sigs.).
22 Sobre Eutidemo estamos escasamente informados. En cuanto al ambiente de la ciudad, ESTRABÓN , Geografía XIV 5, 13, describe Tarso como un centro de educación, superior incluso en escuelas filosóficas a Atenas y Alejandría en su tiempo, pero añade que no resultaba frecuente que permanecieran mucho tiempo allí los foráneos, ni tampoco los propios habitantes, una vez acabada su educación.
23 Puerto de mar de Cilicia en el que se alzaba un templo de Asclepio que probablemente era un centro de instrucción de sofistas. La ciudad fue cuna de algunos de ellos, como Antíoco y Máximo, citado éste en I 3.
24 Lo que quiere decir Filóstrato es que, como en los demás santuarios de Asclepio (el más famoso de los cuales fue en la antigüedad el de Epidauro), el propio dios se aparecía en sueños a quienes acudían al templo en busca de curación o solución a sus males.
25 El párrafo anterior es un verdadero catálogo de las escuelas filosóficas vivas en la época: los neoplatónicos, los estoicos (llamados aquí crisipianos, esto es, discípulos de Crisipo, filósofo de Cilicia, del siglo III a. C., y director de la Estoa a la muerte de su maestro, Cleantes); el Perípato, escuela derivada de Aristóteles y Teofrasto, llamada así por la columnata en la que los filósofos discutían; los discípulos de Epicuro, filósofo ateniense de los siglos IV -III a. C., y los pitagóricos. Pese a que es esta última doctrina la que Apolonio practica, no dejan de observarse en su filosofía algunos ecos de estoicismo.
26 Sabemos poquísimo de Éuxeno de Heraclea, cf. E. WELLMANN en PAULY -WISSOWA , R. E ., S . V . Euxenos .
27 Filósofo de Éfeso, de finales del siglo VI y principios del V a. C., en torno al cual se tejió una enmarañada ficción biográfica, basada en su mayoría en sus propias expresiones, ridiculizadas c malentendidas (a lo cual contribuyó no poco la oscuridad de sus formulaciones). La anécdota aquí referida tiene su origen en el fragmento 36 DIELS -KRANZ , en el que dice que «para las almas es muerte convertirse en agua», idea que se basa en su creencia de que la naturaleza del alma es ígnea. De ahí surgió la peregrina afirmación de que Heráclito murió de hidropesía, y así ya DIÓGENES LAERCIO , IX 3, cuenta que, convertido en hidrópico, le preguntaba a los médicos en enigmas si podían transformar en sequedad la lluvia, con lo que no logró que lo entendieran y acabó muriendo de la enfermedad.
28 Nombrado rey por Marco Antonio, Arquelao se congració con Octavio después de la batalla de Accio, y éste lo confirmó en el cargo, pese a lo cual no dejó de provocar conflictos con el imperio en época de Augusto y luego con Tiberio, hasta su muerte, en el 17 d. C., tras la que Capadocia se convirtió en provincia romana.
29 PLUTARCO , en Pericles 16 y Moralia 831f, refiere que Anaxágoras, llevado por su entusiasmo por la filosofía, había dejado su heredad sin cultivar, por lo que acabó por convertirse en pastos. Este y otros testimonios coinciden en darnos una imagen de Anaxágoras como cultivador de un bíos theōrētikós , una vida despreocupada de los bienes terrenos, cf. por ejemplo PLATÓN , Hipias Mayor 283a.
30 Filósofo cínico del siglo IV a. C. Hay testimonios de que entregó sus bienes, según DIÓGENES LAERCIO , VI 87, a sus conciudadanos, y según el Suda , S . V . Krates , a un banquero, para que lo diera al pueblo, si sus hijos eran filósofos, y si no, a sus hijos. El Suda recoge asimismo la versión de Filóstrato, según la cual arrojó su fortuna al mar.
31 La frase atribuida a Sófocles aparece citada por PLATÓN , República 329c, y CICERÓN , De la Vejez 47. Filóstrato vuelve a aludir a ella asimismo en esta misma obra (VII 31).
32 Filósofo estoico, muerto en el siglo II d. C., citado por PLINIO EL JOVEN , Epístolas I 10, enemigo declarado de Apolonio, razón por la cual Filóstrato lo describe siempre con los tintes más negros. Cf. P. GRIMAL , «Deux figures de la Correspondance de Pline», Latomus 14 (1955), 370-383; F. GROSSO , «La Vita...», esp. 319 sigs.
33 El voto de silencio formaba parte del «noviciado» de los Pitagóricos, según nos informa YÁMBLICO , Vida de Pitágoras 72, 94, y fue admirado por algunos cristianos, como EUSEBIO , Contra Hierocles , pág. 381 KAYSER .
34 Se trata del poeta lírico coral Simónides de Ceos (556-468 a. C.), que desarrolló su actividad poética hasta edad muy avanzada. La noticia de que Apolonio llegó a vivir cien años se considera controvertida por el propio Filóstrato en VIII 29.
35 Eco del «resiste, corazón mío», de Ulises en Odisea XX 18.
36 Alude a las numerosas rivalidades suscitadas por los espectáculos del circo, que frecuentemente tenían consecuencias violentas.
37 Tiberio fue emperador de Roma desde el año 14 al 37 d. C. El emperador tenía entonces carácter divino, por lo que un atentado contra su imagen constituía un sacrilegio.
38 Antioquía la Grande se hallaba en la provincia romana de Siria. En ella se alzaba el santuario de Apolo Dafneo, que fue visitado por Filóstrato, según nos cuenta al comienzo de sus Biografías de los Sofistas .
39 La Ninfa Dafne, nombre que en griego significa «laurel», era una hija del río Peneo, de la que se enamoró el dios Apolo. Perseguida por él, la Ninfa rogó a su padre que la librara de su enamorado agresor, y quedó así convertida en laurel, árbol que desde entonces pertenece a Apolo. La leyenda es originalmente arcadia, pero Antioquía la reivindicaba para su región, haciendo a Dafne hija del río Ladón, en lugar de del Peneo. El santuario al que aquí se hace referencia fue enriquecido por Seleuco Nicátor con baños y columnatas, además de con un espléndido templo que albergaba una gran estatua de Apolo.
40 Cipariso (en griego «ciprés») es otro de los amados de Apolo. Hijo de Télefo, hirió por error a un ciervo que lo acompañaba continuamente, por lo que pidió estar eternamente triste y fue metamorfoseado en el árbol que lleva su nombre. La designación «asirio» es una más de las múltiples ocasiones en las que los griegos designaban así a los sirios.
41 En esta reprobación de los baños calientes coinciden con Apolonio algunos cristianos, como por ejemplo CLEMENTE DE ALEJANDRÍA , Pedagogo III 9, 46-8.
42 Por este «ático desmedido» se alude al aticismo, movimiento de los círculos literarios que pretendían una vuelta artificial al ático antiguo, frente al uso de la koinḗ .
43 Esto es, el trípode de Delfos, lo que es tanto como decir que Apolonio hablaba con la misma autoridad que el oráculo de Apolo.
44 Brahmanes es el nombre de la casta sacerdotal india, préstamo del ai. brahmán «sacerdote», conocidos por los griegos a través de las mismas fuentes que los Gimnosofistas (con los cuales son frecuentemente confundidos), cf. nota 8 y TOMASCHEK , en PAULY -WISSOWA , R. E ., S . V . Brachmanes . En cuanto a los hircanios, es un étnico (los Varkāna ) de un pueblo que lindaba con los partos.
45 Mágos es la forma griega del persa maga , mencionados por HERÓDOTO , I 101, como una de las tribus que componían el pueblo medo. Asimismo se citan en la inscripción irania de Behistun como un étnico. Posteriormente el nombre designa a la casta sacerdotal.
46 Ío es una de las numerosas amadas de Zeus, quien, para ocultarla a los ojos de la celosa Hera, la convirtió en vaca. Por este mito explicaban los griegos todas las representaciones orientales que, en realidad, correspondían a cultos a animales.
47 Los cadusios son un pueblo ribereño del Mar Caspio, cf. JENOFONTE , Ciropedia V 2, 25.
48 El Puente (Zeugma ) es la ciudad sobre el Éufrates fundada por los Seleúcidas en el paso de las caravanas y que servía de frontera entre el Imperio Romano y el reino de los Partos. La pregunta del aduanero obedece al pago de un impuesto, semejante al portorium romano, por las mercancías en tránsito.
49 No fueron sometidas hasta que Trajano las incorporó al Imperio, si bien por poco tiempo.
50 El conocimiento del lenguaje de los animales, así como, antes, el de todas las lenguas humanas, sin previo aprendizaje, son rasgos chamánicos de Apolonio, cf. Introducción § 3.
51 Por los datos que nos da Filóstrato, es verosímil que Apolonio y Damis hicieran su viaje por la antigua Via Regia de los persas.
52 «Ojo del rey» (también «oído del rey») es la forma popular de designar a una serie de personas de confianza del Gran Rey, que se hallaban por todas las satrapías, con una misión semejante a la de los missi dominici de Carlomagno: informar al monarca de todo lo notable que ocurriera.
53 Vardanes es un rey parto, citado por FLAVIO JOSEFO , Arqueología Judía XX 69 sigs., y por TÁCITO , Anales XI 8. La época de su reinado oscila, según los autores, pero la numismática parece apuntar a los años 41-45 d. C. La recuperación del reinado a la que se alude es su victoria contra su hermano Gotarces. El reino parto estuvo un tiempo dividido en dos por las luchas entre ambos hermanos. Obsérvese que se evita cuidadosamente la mención de que se trata de partos, siguiendo la tendencia de la Segunda Sofística de sustituir los nombres «modernos» corrientes por otros arcaicos; cf. BOWIE , «Greeks and their past...», págs. 33-34.
54 Un estadio equivale a 177,6 m., esto es, avanzaron unos tres kilómetros y medio.
55 Se refiere Damis al episodio narrado en Ilíada II 311 sigs. en el que el adivino Calcante, al ver un dragón devorar a ocho crías de gorrión y a su madre, vaticina que la guerra de Troya habría de durar nueve años.
56 Otro nombre de Susiana, la región al fondo del Golfo Pérsico y efectivamente próxima a Babilonia.
57 HERÓDOTO , VI 98 sigs., refiere que Datis y Artafernes, al recordar la ayuda que prestaron en tiempos los eretrios a los milesios, cuando la revuelta antipersa del 398, atacaron Eubea con su flota. Los eretrios acudieron a los atenienses en demanda de ayuda, pero por indecisiones de éstos se vieron abandonados a su suerte. Así, los persas, rastrillando la zona «como los pescadores con la barredera» (HERÓDOTO , VI 31), capturaron a los eretrios y los llevaron a Susa, estableciéndolos en una propiedad llamada Arderica en Cisia (HERÓDOTO , VI 119, 2), ciudad a unos cuarenta kilómetros de Susa y a unos siete de un pozo de asfalto. Los eretrios fueron usados allí como mano de obra y, según Heródoto, conservaban su lengua en su época, es decir, en un probable viaje del historiador a esa zona hacia el 440 a. C. Filóstrato evidentemente amplía la noticia de Heródoto, salvo que omite el nombre de Arderica. Una inscripción bustrofedon de comienzos del siglo VI a. C., en un astràgalo de bronce encontrado en las ruinas de Susa, atestigua la ofrenda del diezmo a Apolo Didimeo de Mileto y era parte del botín que los persas se llevaron el 494 a Susa con los prisioneros de Mileto. Sobre todo este pasaje, cf. el excelente y documentado estudio de F. GROSSO , «Gil Eretriesi deportati in Persia», Riv. Fil. Ist. Class. N. S . 36 (1958), págs. 350-375, del que proceden todas las informaciones que damos aquí al respecto.
58 En Mesopotamia y Oriente Próximo abundaban estos yacimientos de asfalto, cf. R. J. FORGES , Bitumen and Petroleum in Antiquity , Leiden, 1936, quien se refiere a este pasaje en la página 27.
59 Se trata de Escopeliano, según vemos por la referencia a la carta en I 24, carta que, por otra parte, no se conserva en el epistolario de Apolonio que nos ha llegado. Sí en cambio disponemos de otra, la número 19, que se dirige a Escopeliano tratando sobre las facultades humanas. Escopeliano, maestro de Herodes Ático, vivió a fines del siglo I d. C. y principios del II, siendo las Biografías de los Sofistas de Filóstrato (514-521) nuestra única fuente de información sobre él. Es imposible que Apolonio hubiera podido escribirle una carta cuando pasó por la región, porque Escopeliano por entonces no había nacido o tendría en todo caso muy pocos años. Así pues, ni el documento es verdadero, ni el viaje a Cisia de Apolonio, probablemente tampoco, cf. R. J. PENELLA , «Scopelianus and the Eretrians in Cissia», Athenaeum 52 (1974), 295-300, quien apunta la posibilidad de que Escopeliano hubiera compuesto una declamación (una melétē ) sobre la deportación de los eretrios. Por tanto, cuando en la carta citada en I 24 Apolonio dice «tus eretrios» utilizaría el pasivo en sentido de «los eretrios tratados en tu obra».
60 Es la región que tiene por capital Egbátana y está a bastante distancia de Babilonia, imposible de recorrer en un día, por buen andarín que se sea. Lo que ocurre es que Filóstrato confunde Cisia con la región de los Coseos, montañeses nómadas habitantes en el Zagros. La colocación aquí (en lugar de en Arderica) de los eretrios se debe a que el sofista ha contaminado la noticia de Heródoto con el epigrama pseudoplatónico que se cita luego.
61 El Cafereo es un promontorio al sur de la isla de Eubea (hoy Cabo de Oro), llamado también Xilóphagos , esto es «devorador de madera», por la frecuencia de los naufragios en sus proximidades.
62 Darideo es en realidad un patronímico persa que quiere decir «hijo de Darío», tomado como nombre equivocadamente por Filóstrato. Debe tratarse de Artajerjes II.
63 Este epigrama se ha conservado en la Antología Palatina VII 256, atribuido a Platón, autor que además se refiere al tema en Menéxeno 240 a, b, Leyes 698 c y al que se le atribuye asimismo otro epigrama sobre la misma cuestión (Antología Palatina VII 259). En el texto de la antología varía el primer verso, que presenta lipóntes , «nosotros que antaño abandonamos», en vez de pléontes , «nosotros que antaño navegamos». Es de este epigrama —cuya atribución a Platón es evidentemente fantástica— de donde parte el error de Filóstrato de situar a los eretrios en Egbátana, en plena Media, a cientos de kilómetros de Susa.
64 Un pletro equivale a 29,6 m. Las medidas de perímetro y grueso son muy próximas a las que nos da HERÓDOTO , I 178: 480 estadios para el perímetro y 50 codos reales (unos 25 m.) de grueso, pero la altura que da Heródoto, 200 codos reales (unos 100 m.) es más del doble de la que da Filóstrato aquí. Sobre la adecuación de estas proporciones con las reales, el lector puede ver la extensa y documentada nota al pasaje de Heródoto de C. SCHRADER , en el libro de esta misma colección HERÓDOTO , Historia, Libros I-II , Madrid, 1977, pág. 236, nota 449.
65 Cf. JENOFONTE , Anábasis III 4, 11, que cita una reina del mismo nombre, si bien es probable que el nombre signifique «La Meda» y no sea un nombre propio.
66 Las tres representaciones tienen de común que se trata en todos los casos de episodios situados en paisajes rocosos. Andrómeda es la muchacha salvada por Perseo del monstruo enviado por Posidón para devorarla, cuando estaba atada a una roca. Amímona es una hija de Dánao, amada por Posidón, que hizo brotar para ella una fuente de una peña. La representación de Orfeo es probablemente la más típica: Orfeo sentado en una roca, encantando a plantas y animales con su música.
67 La tiara es un símbolo del carácter divino, usado también por los reyes persas, y el calzón es propio del vestuario persa y escita. A Orfeo, como tracio que es, se le representa con él.
68 Sobre el saqueo de Naxos por Datis, general de Darío, cf. HERÓDOTO , VI 96 sigs.
69 Se refiere a las complicadas obras de ingeniería de Jerjes en su expedición contra Grecia: cortar el istmo que unía el monte Atos a tierra y un puente de barcas sobre el Helesponto.
70 GRIMAL , Romans ..., pág. 1.509, con bibliografía, señala cómo el edificio aquí descrito corresponde a un tipo arquitectónico bien conocido por los persas e imitado por Nerón en su Domus aurea . La sala cupular pretendía ser una reproducción del universo, en cuyo centro se situaba el rey.
71 Adrastea es la divinidad del destino; en cuanto a los torcecuellos, probablemente es una forma de designar a los grifos, que forman frecuentemente parte de la decoración persa.
72 Esta referencia implicaría que nos hallamos en agosto del año 45 d. C. Los datos de Filóstrato respecto a Vardanes, con todo, no coinciden bien con los históricos, pues parece que hemos de aceptar el 45 d. C. como fecha de la muerte del rey, y en cambio Filóstrato nos dice que Apolonio, después de pasar con él un año y dos meses, y emplear en la visita a los Brahmanes unos quince años (su regreso, cf. III 58, debió producirse en una fecha próxima al 61 d. C. en el que se fecha la profecía del Istmo de Corinto a la que se alude en IV 24), se lo encuentra a su regreso. GROSSO , «La Vita...», pág. 366, nota 2, observa que, después del primer encuentro, suele aludirse a Vardanes simplemente como «el rey», y piensa que Filóstrato debió sustituir mecánicamente este «rey» de su fuente por Vardanes, en II 17 y en III 58. Con toda seguridad, a la vuelta de Apolonio reinaba ya Gotarces, el hermano de Vardanes.
73 En la batalla de Cunaxa, narrada por Jenofonte en la Anábasis .
74 Efectivamente, al ser condenado al ostracismo y desterrado de Atenas en el año 471 a. C., Temístocles se dirigió primero a Argos y al Peloponeso; pero, perseguido por los atenienses y los espartanos, acabó por marchar a la corte de Susa, donde, tras la muerte de Jerjes, en el 465, reinaba Artajerjes. Temístocles entabló gran amistad con Artajerjes, quien llegó a regalarle la renta de tres ciudades: Magnesia, Lámpsaco y Miunte.
75 Perga es una ciudad de Panfilia, en la costa meridional de Asia Menor.
76 Es esta la única referencia que poseemos de esta poetisa. Cf. PAULY -WISSOWA , R. E ., S . V . Damophila .
77 Megábates es, con toda probabilidad, una invención de Filóstrato. El único hermano conocido del rey Vardanes fue Gotarces, al que, por cierto, nunca se menciona en esta obra.
78 HERÓDOTO , III 106, nos menciona también estos caballos niseos, esto es, de la ciudad de Nisea (identificable con la Nicaya de la inscripción de Behistun), situada en la Media sudoccidental, en una extensa llanura en la que aún hoy pastan manadas de caballos semejantes a aquéllos. Los caballos niseos eran muy afamados por su potencia, resistencia y velocidad. Por otra parte, el sacrificio de caballos al Sol es una práctica religiosa persa tópicamente aludida por los griegos.
79 Menciona Filóstrato una serie de casos de griegos famosos atraídos por la fortuna de los tiranos de Sicilia. Esquines fue un discípulo de Sócrates, que fue acogido por Dionisio, el tirano de Siracusa. La aventura de Platón aquí mencionada es su intento de llevar a la práctica su República de Filósofos en Sicilia, narrado en la platónica Carta Séptima (sobre Caribdis, cf. nota 329 a V 11). Aristipo de Cirene fue el fundador del hedonismo, también acogido y agasajado por Dionisio, y Helicón de Cízico fue un matemático y astrónomo de la escuela de Eudoxo, gratificado por Dionisio el joven por su predicción de un eclipse de sol en mayo del 361 a. C. En cuanto a Fitón de Region, cf. lo que el propio Filóstrato dice de él en VII 2.
80 Eudoxo de Cnido es un filósofo de la Academia antigua, discípulo de Platón y especializado en astronomía y ciencias de la naturaleza, que residió muchos años en Egipto.
81 Espeusipo fue un filósofo ateniense, sobrino y discípulo de Platón y su sucesor en la dirección de la Academia. Casandro fue uno de los generales de Alejandro Magno, que participó activamente en las guerras que enfrentaron a aquéllos por la herencia territorial del Macedonio.
82 Esto es, Delfos.
83 En Delfos se celebran también juegos, en honor de Apolo, denominados Juegos Píticos, y en Nemea tenían lugar otros juegos, los Nemeos. Sólo faltan los del Istmo para completar el catálogo de los juegos más importantes de Grecia.
84 Cf. I 24.
85 Parques como éste los describen frecuentemente los autores griegos, por ejemplo JENOFONTE , Anábasis I 2, 7, etc. Precisamente la palabra griega que los designa, parádeisos (que luego serviría para denominar asimismo el Paraíso), es un préstamo del avéstico pairidaeza , que significa «lugar rodeado de un muro».
86 Siria era la provincia romana que se extendía hasta el Éufrates, pasado el cual comenzaba el imperio parto. Recuérdese que el Puente (Zeugma) era el lugar obligado de paso, cf. I 20.
87 Reyes de Siria, sucesores de Alejandro Magno. Los romanos anexionaron la provincia de Siria en el s. I a. C.
88 Alude a este episodio asimismo TÁCITO , Anales XI 10, 1, quien nos da el nombre del gobernador, Vibio Marso, que lo fue entre el 42 y el 45, lo que coincide bien con la fecha que suponemos para el viaje de Apolonio e implica en este caso buena documentación de Filóstrato sobre el tema.
89 Pueblo mítico, mencionado en Odisea IX 82 sigs., que se alimenta del fruto del loto. Cualquiera que llegara a su país y comiera de este fruto se olvidaba de volver a su patria y deseaba quedarse allí para siempre.
90 Cf. I 22.