Читать книгу La peste en el cine - Flavio Borghi - Страница 10
II. Más de 12 monos
ОглавлениеComo si se estableciera una insospechada correspondencia entre películas, en el mismo año de Outbreak, conocemos 12 monos (4) (1995), una de las más logradas distopías de Terry Gilliam (ex Monty Python), que también tiene una inscripción inicial: “En 1997 un virus matará a 5 mil millones de personas. Los que sobrevivan abandonarán la superficie del planeta. Y los animales volverán a dominar la Tierra…”. Declaraciones de un esquizofrénico paranoico. 1990, Hospital de Baltimore.
Es decir, más allá de las fechas, que en definitiva remiten al futuro inmediato del presente del filme, se confirma el peor temor de la contaminación virósica que saca del “podio” a la especie humana. Y a diferencia de un Nobel, es un desquiciado quien lo afirma.
La historia va inscripta en el género de la ciencia ficción, donde se entrelazan las paradojas de los viajes en el tiempo (5) con el mito de Casandra (anticipar una verdad y que nadie la crea) y la ponderación psiquiátrica de la realidad de los discursos (en el sentido de discernir las fantasías patológicas de los hechos fácticos (6)). Los giros de intriga están muy bien engarzados como en un mecanismo de relojería, y en una subtrama contextual secundaria, pero determinante, es un mono con una cámara el que siembra pistas para constatar cuál es la verdad de los acontecimientos en curso. La trama sigue las peripecias de un reo enviado desde su presente (en el futuro) al pasado, antes de la pandemia mortífera, para que recabe datos de su origen. Y, por supuesto, ante la declaración “vengo del futuro a averiguar sobre el virus que casi extingue la humanidad”, termina en un manicomio. Ahí se concitan momentos relevantes, sobre todo, con el speech de bienvenida de un interno al recién llegado: “Estás aquí por el sistema. Ahí está la televisión. ¡Ahí lo tienes todo! Mira, escucha, arrodíllate, reza. Los anuncios. Ya no producimos nada… Todo es automático. ¿Y nosotros qué? Somos consumidores. Si compras mucho, eres buen ciudadano. Pero si no compras ¿qué eres? ¡Un enfermo mental!”.
¡Un delirio! ¿A quién se le ocurre? ¿O en dónde sino un manicomio se puede ser más preciso y claro?
Mientras tanto, el viejo televisor aludido de la sala de recreo (colgado como un cíclope en la pared) sigue de continuo emitiendo imágenes. Un video que ha salido a la luz ha causado indignación pública: tortura y experimentación con animales (conejos, ratas y también monos (7)). Dejamos la denuncia, sigue la comedia con los hermanos Marx y “Monkey business”. Más monos.
“Todos somos monos”, se queja el interno, identificado con la tortura y la experimentación animal. Y quien escucha responde: “Tal vez merezcamos ser aniquilados”.
Las atrocidades que debe enfrentar la humanidad son consecuencias de sus propias acciones, soberanas, de predominio, sobre el planeta. El tan largamente proclamado señorío humano no solo no ha dejado en buenas condiciones el terreno, sino que, además, lo ha fecundado para que todo empeore a ritmos cada vez más vertiginosos.
Como sea, en esa institución “disciplinaria” (el manicomio, que, curiosamente, usa los mismos métodos higiénicos que las prisiones) se va pergeñando la realidad del ejército de los “12 monos”, presuntos responsables de liberar el virus letal que acabará con todo.
El bioterrorismo es considerado “una preocupación válida”, dadas las condiciones contemporáneas de vida, sostiene otro Premio Nobel, esta vez, por fuera de la película. Si bien la disponibilidad y acceso de agentes infecciosos es importante, aunque tengan como contrapartida la necesidad de ciertos recursos organizativos, tácticos y tecnológicos para transformarlos en armas biológicas eficaces, el escenario es (especulativamente) posible: “podría involucrar a un grupo de fanáticos ‘ecologistas’ que deciden despoblar el planeta para proteger al medio ambiente y limitar las consecuencias del cambio climático antropogénico” (Doherty, 2016, p. 231). (8)
Lo cual nos conduce al siguiente punto.