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II

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El mundo ha enloquecido, pensó. Los muertos se pasean por las calles

y no me sorprende. El retorno de los cadáveres es hoy un asunto trivial.

¡Con qué rapidez acepta uno lo increíble si lo ve a menudo!

Richard Matheson, Soy leyenda

En el mismo año de La máscara de la Muerte Roja, Vincent Price coincidió en protagonizar otra película sobre plagas, pero esta vez, en el rol heroico. The last man on Earth (1964), dirigida por Sidney Salkow y Ubaldo Ragona, es la primera adaptación al cine de la novela de Richard Mathenson, Soy leyenda (publicada en 1954). (20) La historia se desarrolla en un futuro cercano en el que la humanidad ha sido extinguida por una plaga que convierte a los infectados en una especie de zombies-vampiros: el infectado muere y luego resucita con cierta conciencia personal, pero sin sus plenas capacidades humanas. A partir de entonces es altamente sensible a la luz solar, no tolera ver su propia imagen en el reflejo de los espejos, y le repelen el ajo y los crucifijos. (21) El protagonista, Robert Morgan (Neville en la novela) es el último hombre sin contaminar del planeta, ya que es inmune al contagio. Al parecer, su sangre tiene los anticuerpos para resistir la plaga y generar una vacuna que cure a los infectados. (22) Pero está absolutamente solo en un mundo devastado y cada día le pesa al recordar a su amada esposa e hija fallecidas durante la pandemia.

La película a los ojos de hoy tiene algunas escenas de escasa verosimilitud y que resultan ingenuas, pero otras son verdaderamente tétricas, propias del horror que tratan de mostrar. El clima general sombrío del relato se ve afianzado por la filmación en blanco y negro, y por una interpretación dramática de Price sin el atisbo de las muecas autoconscientes de sus otros roles habituales. (23)

El ambiente de desolación se completa con las calles desiertas, llenas de deshechos, edificios abandonados y cuerpos tirados por doquier. En la puerta de una iglesia un cartel dice: “El fin ha llegado”, anuncio del talante apocalíptico de la extinción de la humanidad.

El virus se esparció entre 1965-66 y en tres años alcanzó al globo. Este es un “virus universal”, altamente contagioso, llevado por el viento. En un plano del filme vemos la noticia que cronica cómo la plaga avanza a través de Europa como un fuego incontenible cobrando miles de vidas y dejando a “cientos de miles hospitalizados”. Ahora ha llegado a América. (24) Pensemos en la magnitud de este planteo intercontinental y globalizador a comienzos de la década de 1960, cuando las posibilidades y conciencia de un mundo interconectado por las comunicaciones y el transporte eran ciertamente de una escala muy inferior a la que conocemos en nuestro siglo.

Por otra parte, el dato que el germen o virus se propaga por el aire se traduce en que el viento que mueve las hojas de los árboles se torna un signo amenazante de un peligro invisible que se aproxima al hogar. La televisión cubre la catástrofe nacional con informativos las 24 horas y el Gobernador emite su mensaje desde su casa. Las indicaciones son: ante cualquier síntoma de infección, hay que notificar al Ministerio de Salud y bajo ninguna circunstancia debe haber reuniones públicas. Los primeros síntomas son el cansancio, un estado gripal, la ceguera repentina y luego viene la muerte. Ante un contagio, las familias no quieren llamar al médico cuando perciben los síntomas en alguno de sus miembros por el temor a que las autoridades se los lleven. El miedo es la emoción dominante. Los camiones de las fuerzas militares aparecen en las puertas del vecino para llevarse los cuerpos de los recién fallecidos, y su destino final: echarlos en un gran foso crematorio.

Como referimos antes, el protagonista (Neville / Morgan de Price) es inmune al virus y es un científico que buscará la explicación racional a la superstición y la cura del mal. En su sangre está la clave. Pero (¡spoiler!) al final muere estaqueado (como si fuera un vampiro infectado), en el altar de una iglesia, bajo la inscripción “Ego sum via veritas et vita” (las palabras de Jesucristo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”). El paralelo con el Salvador cristiano es elocuente: quien puede salvar es muerto injustamente como si estuviera contaminado, y quienes lo asesinan son quienes serán los beneficiarios de su sangre. En su último aliento, Morgan dice “me tienen miedo”. Y la primera redimida, Ruth, que intentó impedir que lo mataran ya que probó en su propio cuerpo la cura, recita las palabras de Cristo en la cruz: “no sabían lo que hacían” (Lucas 23: 34). (25)

La peste en el cine

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