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Teoría del observador

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En buena parte de la Modernidad se ha considerado al mundo como un ente perfectamente definible en el que sería posible obtener respuestas totalmente objetivas a cualquier cuestión que se plantease. A partir de las leyes naturales y con ayuda del pensamiento lineal se podría contestar cualquier pregunta de forma racional. Tan sólo necesitábamos avanzar un poco más en el conocimiento del funcionamiento de las cosas mientras el sujeto se erigía en punto central de la existencia.

Pero la llegada de la Posmodernidad introduce el concepto de relativismo del propio mundo, se entiende ahora que todo lo que nos rodea es algo inabarcable, variable y dinámico donde no todo está al alcance de la razón y depende en buena medida del propio observador, como demuestra la Física Cuántica.

Albert Einstein no sólo avanzó en las teorías de Newton al dotarnos de una nueva definición del espacio, del tiempo y de la materia, también colocó al observador en el centro de cada análisis científico. Nunca podremos ver el mismo arco iris que otra persona, aunque estemos al lado, porque las gotas que lo producen dependen de la posición del observador. La teoría Cuántica de Max Planck ahonda más en esta relatividad y demuestra que el mero hecho de examinar una partícula y obtener alguna información de la misma, como su velocidad o posición, modifica la variable no observada, y en ocasiones también la que medimos.

En el contexto que nos ocupa hemos de asumir que cada persona responderá de una forma determinada ante una imagen en función de sus conocimientos, de su trayectoria vital, de sus intereses… No pueden existir leyes universales absolutas para que una imagen sea percibida de una forma determinada por cualquier persona. Incluso el estado de ánimo de un mismo observador será crítico a la hora de evaluar la imagen. La cultura que lo rodee, su momento histórico también influirán en sus gustos, de la misma forma que algunos alimentos que nos encantan podrían ser considerados como repugnantes en otras épocas o sociedades. Las propias expectativas influyen en la experiencia y tienden a materializarse, por eso si creemos que algo no nos gustará será difícil cambiar de idea y viceversa. Los estudios que analizan la forma en que escudriñamos una imagen demuestran que cada persona tiene un patrón propio, casi tan característico y diferenciador como pueden ser sus huellas digitales.


La forma de la píldora, su llamativo color, brillo y posición funcionan como poderosos imanes para nuestro cerebro. Podemos intuir que la inmensa mayoría de la población considerará esa pastilla como un atractor visual. Lo que sin duda variará será la respuesta de cada uno; no será lo mismo para un persona sana que para una enferma que quizá reconozca alguno de sus tratamientos. Para un paciente polimedicado sin duda será una metáfora de cómo está su pastillero cada mañana.

Óptica macro de 105 mm 1:2.8 a f/5,6 durante 1/90 s con ISO 100.

Iluminada con flash a través de difusores.


Fuera del observador no hay nada.

Humberto Maturana

Pero sí que podemos prever cómo se comportará la mayoría de la población ante una de nuestras fotografías en función de patrones establecidos en su sociedad y de las características propias del cerebro humano, de su forma de recabar información y de sus propias limitaciones y prioridades. Físicamente sabemos que solemos empezar a mirar una imagen por la parte izquierda, avanzando hacia la derecha. A nivel cognitivo nuestro cerebro da prioridad a ciertos elementos con los que crea una historia fácilmente recordable, con independencia de si es cierta o no. Priorizamos la facilidad del uso de la información a su veracidad, preferimos mantener nuestras creencias más arraigadas aunque las evidencias las contradigan.


La primera escena cuenta una historia muy diferente a la segunda. Los elementos son los mismos, pero su disposición no lo es. La segunda imagen podría ilustrar muy bien el fenómeno de alquiler de casas particulares a turistas, que les alejan de los hoteles tradicionales. La otra es una invitación a pasar la noche en uno.

Nuestro cerebro analiza inconscientemente cada imagen y extrae sus conclusiones. Afortunadamente somos previsibles y es factible adivinar cómo reaccionará la mayoría de las personas, pudiendo reforzar nuestro mensaje disparando en el momento adecuado.

Óptica de 17-55 mm 1:2.8 a f/4 durante 1/140 s con ISO 200.

De esto trata la composición, de facilitar en la medida de lo posible los puntos de referencia adecuados para que el mensaje que pretendemos transmitir sea reconocible por el espectador. Aunque hemos de asumir que una vez emitido el mensaje cada persona lo recibirá de forma diferente en función de su propio yo y de las circunstancias de su vida. Sin duda la sintaxis visual es compleja, pero eso no impide que podamos estudiarla y definir sus elementos constituyentes y cómo se relacionan. En última instancia, sólo podemos fotografiar lo que somos y sólo podemos sentir lo que ya tenemos dentro cuando observamos una imagen. Ante una imagen compleja sólo algunos observadores podrán analizar todas sus implicaciones y relaciones y lo harán siempre bajo el prisma de su educación y de sus convicciones, no de las del fotógrafo. Una fotografía se basa en dos interpretaciones, la del fotógrafo ante la realidad y la del observador ante el resultado. Entre ambas y la realidad puede existir un gran abismo.


No puedes expresarte a menos que tengas un sistema previo de pensamiento y percepción; y no puedes tener un sistema de pensamiento y percepción a menos que tengas un sistema básico de vida.

Louis Sullivan, arquitecto

El arte de la composición Enriquece tu mirada fotográfica

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