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INTRODUCCIÓN 1. El problema del libro de Job1

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¿Por qué cae sobre el justo aflicción tras aflicción? Esta es la pregunta a la que responde el libro de Job. Conforme a la conclusión del libro, la respuesta dice así: las aflicciones constituyen para el justo el camino que lleva a una mayor bienaventuranza. Pero en sí misma (desde una perspectiva del Nuevo Testamento) esta respuesta no es satisfactoria, dado que esa bienaventuranza mayor que Job finalmente recibe es tan terrena y de este mundo como la que él había perdido en su aflicción. Esta respuesta resulta inadecuada pues, por una parte, la pérdida de hijos queridos y de ovejas y camellos no puede compensarse por la recepción posterior del mismo número de hijos y de un número doble de bienes, como se dice en la conclusión del libro. Por otra parte, se puede objetar que muchos justos, privados de la prosperidad que antes habían tenido, mueren en total pobreza (a diferencia de lo que le sucede a Job).

Muchos hombres yacen y mueren en su lecho, en medio de grandes dolores, y su muerte constituye una protesta en contra de la respuesta que presenta el libro de Job. Hay muchos sufrientes piadosos a los que no ofrece satisfacción alguna la solución externa que ofrece esta respuesta del libro de Job; hay otros muchos sufrientes a los que, en una situación de conflicto, la respuesta de este libro puede llevarles incluso a la desesperación.

Por lo que se refiere a esta conclusión, el libro de Job ofrece una teodicea insuficiente, como es insuficiente, en general, la enseñanza del Antiguo Testamento, según la cual el fin (אהרית) del hombre, es decir, la muerte sin esperanza de futuro, será una revelación universal de la justicia de Dios, que es la misma, tanto para el justo como como para el injusto. Esa conclusión resulta incapaz de ofrecer un consuelo verdadero, dado que este אהרית o fin del hombre nos sume con la muerte en la noche del Hades, es decir, del שׁאול, y no abre ninguna prospectiva de vida eterna.

Pero este final de la historia, mirado externamente, no es en modo alguno la verdadera respuesta a la pregunta del libro del Job. El tema principal del libro no es tampoco el hecho de que Job sea al fin doblemente bendecido, sino el hecho de que Dios le reconoce como su siervo, pues él (Dios) ha logrado que, en medio de todas sus aflicciones, Job mantenga su fidelidad. Esta es la auténtica verdad: que existe para el justo un sufrimiento que no es resultado de la ira de Dios, un sufrimiento que no va en contra del amor de Dios, sino que es una expresión de su mismo amor.

Esta verdad constituye el corazón del libro de Job. En esa línea han podido decir algunos comentaristas, como en otro tiempo Hirzel y más recientemente Renan, que este libro pretende destruir la doctrina mosaica de la retribución. Pero esta antigua doctrina de la retribución mosaica es una fantasía. La Torá mosaica no enseña en ningún lugar que el sufrimiento sea una retribución divina. Renan dice que esta doctrina es la vielle conception patriarcale, pero la historia de los patriarcas y especialmente la de José ofrecen una prueba clara en contra de eso.

La distinción que el libro de Job establece entre el sufrimiento del justo y la justicia retributiva de Dios no es ninguna novedad. La historia anterior a Israel y la misma historia de Israel lo muestran con hechos. Por su parte, las palabras de la misma ley, como Dt 8, 16, indican expresamente, que hay sufrimientos que provienen del amor de Dios. De todas formas es claro que el libro de Job desarrolla con más fuerza esta verdad, pues en otros lugares de la Biblia aparece dispersa y como de paso, mientras que aquí lo hace de un modo muy concreto, presentándose ante nosotros en forma de duro y terrible conflicto (encarnado en la persona de Job), como oro puro extraído de un horno de fuego.

Esta verdad se muestra así como resultado de una controversia que Job mantiene con unos amigos que aparecen en el libro como defensores de la falsa doctrina de la retribución, una doctrina que ciertamente no es mosaica, porque la ley de Moisés no ha sido nunca impugnada ni corregida en el conjunto de la historia de la revelación, sino solo argumentada y completada de un modo consistente, partiendo de su carácter más hondo. En esa línea, siguiendo en la dirección del Pentateuco, el libro de Job ofrece, a mi entender, dos respuestas a esta pregunta:

–Primera respuesta: las aflicciones del justo son un medio de disciplina y purificación. Ciertamente, ellas brotan de los pecados del justo, pero no son una expresión de la ira de Dios, sino de su amor, y así sirven para purificación y mejora del mismo justo. Esta es la opinión que está representada dentro del libro por discurso final Elihu. Así lo ha mostrado de un modo breve pero hermoso el autor de la introducción del libro de los Proverbios (cf. Prov 3, 11 y Hbr 12). En esa línea, a fin de precisar las diversas teorías del castigo, Oehler pone de relieve la visión de los tres amigos de Job y la que aparece en los discursos finales de Elihu. Esta corrección “disciplinar” dirigida a la mejora de la persona no se puede tomar propiamente como castigo, pues conforme a su más hondo sentido, el castigo es solo una satisfacción o reparación que el pecador ha de ofrecer por haber violado el orden moral. Pero la corrección que exige el libro de Job no es para satisfacer a Dios, sino para transformar y sanar a los mismos hombres. Aquí no podemos establecer mejor la diferencia que puede existir en esa línea entre el discurso de Elihu y el de los otros tres amigos, especialmente el de Elifaz. De todas formas, ese tema está en la mente del poeta como elemento característico de los discursos del libro.

–Segunda respuesta: las aflicciones del justo son medios para probar y testificar la conducta de los hombres, y de esa forma ellas provienen del amor de Dios. Su objeto no es por tanto el de hacer que los hombres expíen o purguen por los pecados que siguen oprimiendo al justo, sino al contrario, son un medio para manifestar y atestiguar su justicia (la de Dios y la de los hombres). Este es el punto de vista desde el que (dejando a un lado los discursos de Elihu) el libro de Job presenta las aflicciones de Job. Solo desde esta perspectiva se explica, justifica y excusa el disgusto con el que Job toma las palabras de Elifaz, con las que comienza la controversia.

Ciertamente, sigue siendo difícil que el cristiano trace de un modo más preciso que Job la línea y diferencia que hay entre el sufrimiento como prueba que Dios pone y como medio de corrección para los hombres; pero, a fin de lograr una percepción más honda y clara del sentido del pecado en el Nuevo Testamento, se puede y debe decir que el sufrimiento del justo no es sin más una consecuencia de su pecado, como lo muestra de manera muy clara el sufrimiento por confesar la fe, es decir, el martirio que el justo asume no por su causa, sino por causa de Dios. Si en esa línea, tenemos en mente estas dos respuestas que el libro de Job ofrece a la pregunta de fondo (¿cómo se puede hablar de una bendición del sufrimiento?) debemos afirmar que ellas son prácticamente suficientes. Si yo reconozco en esa línea que, dado que el pecado y sufrimiento han entrado en el mundo, Dios me envía aflicciones con el fin de purificarme y probarme (y así perfeccionarme), debo afirmar que estas explicaciones pueden y deben consolarme.

De todas formas, estas dos respuestas (el sufrimiento como prueba y el sufrimiento como purificación) son insuficientes, pues no recogen la gran hondura y el alto significado que la visión de Job ha tenido y tiene en el desarrollo histórico de la revelación, con su carácter típico, reconocido ya en el Antiguo Testamento, como seguiremos destacando en este comentario. Solo en esa línea, el libro de Job nos ofrece una respuesta que es satisfactoria, en un plano práctico y especulativo, pues ella nos sitúa ante las raíces más hondas del pecado, y puede deducirse de la conexión más íntima de la vida individual del hombre con la historia y el plan de Dios en el mundo, en su sentido más amplio.

Comentario al texto hebreo del Antiguo Testamento - Job

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