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6. Tiempo de composición

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Podemos empezar suponiendo que esta obra maestra de la reflexión religiosa y del arte creativo, este libro elevado y grandioso que, según la expresión de Lutero, se eleva como una montaña rodeada de valles alpinos inferiores, como producto terrible y sublime de la historia humana, por encima de todas las restantes producciones del arte religioso, pertenece al período salomónico de la historia de Israel; así podemos asumirlo, aunque no seamos capaces de confirmarlo plenamente desde todas las perspectivas históricas posibles.

En el Talmud (j. Sota V. 8; b. Bathra, 15a) aparece la opinión de que Moisés escribió el libro de Job antes de producir la Ley. Esta visión ha sido recientemente retomada por Ebrard (1858). Pero ¿no es improbable, por no decir imposible, que la literatura poética de Israel haya comenzado con una obra de poesía reflexiva como esta, y que haya tenido al mismo legislador Moisés como su autor? Ante esa pregunta responde rectamente Herder (Geist der Ebrard Poesie, 1805, 130) diciendo que Salomón no puede haber sido el autor de este libro, “pues ello hubiera sido como si Salomón fuera el autor de la Ilíada y también el autor de las Euménides” (que son de Esquilo).

Esta opinión, que se encuentra también en Orígenes, Jerónimo, Policronio y Julián de Halicarnaso, no podría haber sido sugerida por nadie, a no ser por alguien de forma intencionada: de toda referencia a la ley, a la profecía, a la historia, a la adoración cúltica y a la misma terminología religiosa de Israel, y en consecuencia de su misma vocación, produjera la apariencia de que esta obra debía tener un origen presinaítico.

Pero, en primer lugar, como he dicho ya, la ausencia de ese tipo de referencias es el resultado de la intención del autor genial de la obra. En segundo lugar, de un modo bastante preciso, el autor muestra cierto conocimiento de la Ley, pues, como indican los otros libros sapienciales, la hokma (literatura sapiencial) presupone la revelación de Dios, concretada en la Torá, y así se esfuerza por mostrar el carácter universal y eterno de sus ideas y el carácter imperecedero de su significado para todos los hombres. En esa línea, un libro concreto como este de Job solo pudo haber sido escrito por un autor israelita, es decir, solo pudo haber brotado de la fuente del conocimiento y de la experiencia espiritual que ha sido posible por la Torá15.

En esa línea, así como la búsqueda tanteante del mundo pagano hacia la verdad divina solo es posible por la luz del cristianismo, una reproducción tan osada y precisa de la tradición patriarcal, como la que muestra el libro de Job, solo fue posible a través de la revelación de Yahvé. Por otro lado, en esa línea, debemos recordar que la parte central del libro está escrita en forma de imitación del libro de los Proverbios y la inicial y la final están imitando el estilo de las historias primitivas del Pentateuco, cosa que nos sitúa en el entorno del tiempo de Salomón.

Pues bien, así como resulta imposible probar el origen presalomónico del libro, tampoco tiene sentido buscar un origen postsalomónico. Ewald, al que siguen Heiligstedt y Renan, piensa que el libro refleja unas condiciones de vida inseguras e infortunadas, y que ello, con otras indicaciones, nos lleva a suponer que fue escrito bajo el reinado de Manasés, mucho tiempo después de Salomón.

Hirzel añade que el autor, que está muy familiarizado con Egipto, debió ser llevado a ese país con el rey Jehoahaz. Stickel afirma que el libro supone que la conquista asiática de Israel por los asirios y babilonios ha debido comenzar, pero que aún no ha culminado con la toma de Jerusalén; Bleek sigue diciendo que la obra pertenece al período postsalomónico, pues parece suponer el conocimiento de una literatura previa, más amplia y diversificada.

Pero todas estas razones se apoyan en supuestos inválidos, falsos y engañosos. La opinión de que un libro que pone de relieve un conflicto terrible, y que penetra en las profundidades de la aflicción humana, debe haber brotado en un tiempo de gran destrucción y tristeza nacional no puede sostenerse. Resulta suficiente sostener que el autor ha sentido dentro de sí una experiencia como esa, y que puede haberlo hecho en un tiempo en el que en su entorno existía un gran lujo, cosa que servía para hacer más dura su prueba. En esa línea, sería preferible suponer que el libro de Job pertenece al tiempo del exilio (como piensan Umbreit y otros), suponiendo así que Job, sin ser estrictamente hablando una personificación de Israel, viene a mostrarse sin embargo como משׁל para Israel, como un modelo del pueblo del tiempo del exilio (Bernstein)16.

Ciertamente, esta visión, que es en sí misma interesante, tiene a su favor la semejanza de varios textos de Job con otros de la segunda parte del libro de Isaías; comparar Is 40,14 con Job 21,22; comparar también Is 40,23 con Job 12,24; Is 44,25 con Job 12,17; 12:20; Is 44:24 con Job 9,8; Is 49,4 con Job 15:35 y Sal 7,15. Pero esto prueba solamente que la comunidad judía del exilio (la ecclesia pressa, muy probada, de los exilados) pudo reconocerse a sí misma en el ejemplo de Job, lo que hace más probable que el libro sea anterior al período de sufrimiento vinculado a la caída de Jerusalén y al exilio de Israel.

La literatura sapiencial (hokma) comenzó con Salomón. Se inició en el tiempo de este gran rey, cuyo don particular era la sabiduría del mundo, en un momento que está caracterizado por la contemplación pacífica del mundo y de la historia que vino a suceder al tiempo de conflicto de creencias del reinado de David17. En este tiempo de Salomón se dieron las condiciones internas y externas para el surgimiento de un libro como este.

La mayor parte del libro de los Proverbios y del Cantar de los Cantares es obra del mismo Salomón; los pasajes introductorios (Prob 1‒9) representan un período posterior de la hokma, y deben situarse probablemente en el tiempo de Josafat. Por su parte, el libro del Eclesiastés, que H. G. Bernstein (Questiones Kohelethanae) sitúa rectamente en el tiempo entre Artajerjes I Longimano y Dario Codomanno, pertenece quizá al tiempo de Artajerjes II Mnemon, y representa el período final de la literatura de la hokma.

El libro de Job ha de situarse en el primero de estos tres períodos, por su forma clásica, elevada y noble. Lleva así la marca del primer momento creador de la hokma israelita, es decir, de la edad salomónica del conocimiento y del arte, de un pensamiento más hondo, respetando la religión revelada y manifestando una cultura inteligente y progresiva de las formas tradicionales del arte; esa literatura responde a aquella época nueva y sin precedentes en la que la literatura se sitúa en la cumbre de la gloriosa magnificencia que ha logrado alcanzar el reino prometido en tiempos de Salomón.

Conforme a 1 Rey 5, 9, el corazón de Salomón estaba lleno de la plenitud del conocimiento “como la arena de la orilla del mar”; su sabiduría era mayor que la de los hijos de oriente, בני קרם, de la que el libro de Job ha tomado su material tradicional; fue mayor que la sabiduría de מצרים, Egipto, con cuyo país y maravillas estaba familiarizado el autor del libro de Job.

El extenso conocimiento de la historia natural y de la ciencia en general que aparece en el libro de Job es el resultado del amplio abanico de conocimientos que Israel había alcanzado. Era un tiempo en que existía un contacto más grande que nunca entre Israel y las naciones. Toda la educación de Israel tomó en aquel momento, por así decirlo, una dirección cosmopolita. Fue un tiempo “introductorio” para la extensión posterior de la redención, para el triunfo de la religión de Israel y de la unión de todas las naciones en la fe en el Dios del amor.

Comentario al texto hebreo del Antiguo Testamento - Job

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