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5. El arte dramático de la trama y de su ejecución (desenlace)

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En conjunto, en la línea de Hupfeld, podemos afirmar sin duda que el libro de Job es un drama. Es indudable que la hokma israelita, a través del Cantar y del libro de Job, que son sus dos manifestaciones básicas, ha enriquecido la poesía nacional y lo ha hecho de un modo universal, con esta forma nueva de composición poética. Ciertamente, el libro de Job no es un drama en todos sus detalles, pero sí lo es en su substancia, un drama que consta de siete divisiones.

(1)Job 1‒3: Apertura.

(2)Job 4‒14: Primer acto o curso de la controversia y comienzo de la trama.

(3)Job 15‒21: Segundo acto o curso de la controversia o profundización de la trama.

(4)Job 22‒26: Tercer curso de la controversia y aumento más intenso de la trama.

(5)Job 27-31, transición de la trama (δέσις) al desenlace (λύσις): monólogos de Job.

(6)Job 38, 1-42, 6: Toma de conciencia del desenlace.

(7)Job 42, 7 ss.: Desenlace externo de la trama.

En esas divisiones no he tomado en cuenta los discursos de Elihu (Job 32-37), ya que resulta muy cuestionable el hecho de que formen parte del libro original, pues ellos pueden ser, al contrario, la introducción de un poeta distinto. Si incluimos esos capítulos, el libro de Job tendrá ocho divisiones. Sea como fuere, los discursos de Elihu forman un interludio en la transición de la δέσις a la λύσις.

El libro de Job es una especie de “relato de cámara” (un texto que se lee y representa ante un pequeño auditorio), y uno puede suponer con facilidad que un poeta contemporáneo o posterior se ha mezclado entre los que representan o proclaman el texto.

El prólogo es narrativo, pero sigue teniendo en parte un estilo dialogal, y no carece en modo alguno de dramatismo. Por su forma está más cerca de las obras de Eurípides, en donde hay también una introducción épica a las tragedias, y cumple aquello que Sófocles pone de relieve de un modo muy preciso en sus prólogos.

Desde el mismo comienzo, ese prólogo capta el interés de la audiencia, que espera que el drama sea desarrollado, y nos hace conscientes de algo que los mismos actores desconocen. Después expone en el prólogo el nudo del puzle, y ese nudo se vuelve cada vez más profundamente enigmático en los tres “actos” de la controversia.

Ese nudo empieza a desenrollarse en los monólogos de Job, y así continúa aclarándose en la sexta parte del libro, donde aparece bien expuesto el tema, de manera que la solución no viene dada ἀπὸ μηχανῆς, es decir, ex machina (desde fuera), sino en el mismo despliegue de los discursos, siendo perfeccionado en el epilogo o exodus de la obra: a diferencia de lo que sucede con los opositores, Job, el siervo de Dios, bien limpiado por la penitencia, queda así justificado, de forma que resulta vencedor, y viene a ser coronado, conforme al discurso divino. El texto nos sitúa, según eso, ante una historia claramente unitaria y progresiva.

La anotación de Herder (Geist der Ebräischen Poesie, 1805,137), según la cual, “todo el libro de Job está quieto, estacionario, en medio de largas conversaciones” resulta superficial. De principio a fin, este libro ofrece una corriente de vida muy activa, con incidentes externos que aparecen solo al comienzo y fin de ella. En esa línea se puede aplicar a la parte central del libro lo que Schlegel dice de Goethe, Iphigenie: que las ideas actúan como si fueran acontecimiento, y que así vienen a presentarse ante los ojos (como algo que se ve), más que simplemente ante los oídos. Más aún, como sucede en otro drama de Goethe (Torcuato Tasso), la sobriedad de la acción externa queda compensada por la riqueza y precisión con la que quedan descritos los personajes: Satán, la mujer de Job, el héroe mismo, los tres amigos… todos quedan descritos de un modo distinto y preciso.

El poeta manifiesta también su estilo dramático en otras direcciones: él ha expuesto la controversia con mano de maestro, consiguiendo así que el corazón del lector se aparte de los amigos de Job y vaya decidiéndose (optando) a favor de Job. El autor consigue que los amigos de Job expongan con seguridad las más gloriosas verdades, pero de manera que después, esas mismas verdades de los amigos que acusan y condenan a Job, al aplicarse al caso tratado (a Job) resulten mentirosas.

Y aunque el conjunto de la representación se ponga al servicio de una gran idea, esa idea no queda expresada por ninguna de las personas (amigos) que actúan. Es como si cada una de las personas que exponen sus ideas propusiera algunos elementos de la gran idea que se va manifestando a través del conjunto de la obra, pero de tal forma que ella solo queda clara y se expresa al final. En esa línea, el mismo Job aparece como un héroe trágico, no menos que el Edipo de las dos tragedias de Sófocles14.

Lo que en las tragedias griegas constituye el destino inevitable, expresado por un oráculo, es en el libro de Job el decreto de Yahvé, proclamado en la asamblea de los ángeles, sobre el cual no se puede elevar ningún poder que lo controle. Y de esa forma, como en un puzle de dolores, las aflicciones caen sobre Job. Al principio él aparece como vencedor en una fácil batalla, hasta que llegan las exhortaciones de sus amigos que le piden que se arrepienta, aumentado así su dolor, que resulta en sí mismo incomprensible, y que se vuelve más difícil de entender.

De esa forma, Job aparece envuelto en un duro conflicto, en el que a veces, lleno de autoconfianza arrogante, se eleva hacia el cielo, mientras otras se hunde en el suelo, envuelto en gran tristeza. Pero el Dios contra el que Job combate no es más que un fantasma, que la tentación ha colocado ante sus ojos entristecidos, no es el Dios verdadero.

Pues bien, ese Dios fantasma contra el que lucha Job se parece mucho al destino inexorable de la tragedia griega. En esa situación, el héroe Job intenta mantener su libertad interior en contra del poder secreto que le aplasta con su brazo de hierro; de esa forma, mantiene su inocencia en contra de ese Dios, que se empeña en destruirle como si fuera un pecador.

Precisamente en medio de ese conflicto terrible, con un Dios que él mismo ha creado (como resultado de la tentación en la que vive), la fe de Job se eleva hacia el Dios del futuro, hacia el que se va acercando, a medida que sus enemigos le persiguen, cada vez de forma menos misericordiosa. Al final se muestra Yahvé realmente, pero no como se lo pide Job, de un modo impetuoso (imponiendo su violencia desde arriba), sino como juez amigo. Yahvé se revela a Job una vez que él ha comenzado a humillarse, y lo hace con el fin de completar la obra comenzada en los discursos anteriores, aceptando la tarea de ir a su encuentro. Yahvé se muestra, y así se desvanece la furia de Job.

La oposición que la tragedia griega deja sin superar queda aquí reconciliada. La libertad humana de Job no sucumbe ni queda destruida bajo un tipo de destino impersonal, y de esa forma resulta evidente que Dios no es un poder arbitrario, sino que es Sabiduría divina, y que su impulso más profundo es el amor, que moldea y fecunda el destino de los hombres.

Comentario al texto hebreo del Antiguo Testamento - Job

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