Читать книгу La historia de cómo Andrónico llegó a ser presidente - Germán Silva Cuadra - Страница 10

Capítulo 4 El mismo de siempre

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Mayo 2019

La semana siguiente del controvertido viaje a Colombia las encuestas habían mostrado una fuerte baja en la popularidad y una evaluación bastante negativa del rol que el mandatario había tenido en la frontera. El objetivo de proyectar una imagen de liderazgo regional no funcionó como estaba diseñado. Los presidentes de Argentina y Brasil tomaron la precaución de enviar ayuda, pero se cuidaron de no estar presentes ese día en Cúcuta por el riesgo de que la operación fuera un fracaso. El presidente, en cambio, se había precipitado y el costo fue evidente. Fue un viaje para el olvido.

De ahí en adelante, el gobierno hizo un giro y tomó algo de distancia con el tema de Venezuela. Los focus groups semanales encargados por la Dirección de Comunicaciones de la Secretaría General de Gobierno eran categóricos: la gente de clase media y baja consideraba que la crisis del país que tenía dos presidentes –uno oficial y uno encargado– era lejana y distante, y consideraba que el Ejecutivo debía preocuparse más de las dificultades económicas y el desempleo que comenzaba a golpear con más fuerza a las personas. Además, aunque las personas valoraban que el presidente chileno tuviera un rol protagónico en el continente, no lo consideraban como algo muy importante en comparación con la preocupación que debía tener por los problemas internos.

Y aunque la apuesta del equipo asesor que trabajaba en el llamado segundo piso era que con este giro el presidente podría mover la aguja y concentrarse en lo interno, la calma duró poco. En un giro inesperado, volvió a comportarse de manera muy similar a su primer período en que las críticas hacia la manera personalista con que se conducía, la escasa participación que le otorgaba a los partidos de su coalición –llamada Alianza por Chile– y sus permanentes salidas fuera de libreto, se habían convertido en tema obligado de oficialistas y opositores. Y aunque el mandatario llegó a considerar que las “Piñericosas”, ese invento del diario The Clinic, eran buenas para su imagen, lo cierto es que su propio equipo político pensaba que el costo en su imagen era muy importante. El semanario no solo dedicaba una sección permanente a sus errores, chambonadas, confusión de personajes y frases históricas fuera de lugar, sino que había editado un libro, el cual se había convertido en un éxito de venta.

El jefe de Estado había vuelto a ser el de siempre. Sus propios asesores argumentaban que simplemente era su naturaleza y que frente a eso no se podía hacer nada. Piñera solía escuchar a muy poca gente, sin embargo, eso no era garantía de que tomara sus consejos. De hecho, sus más cercanos muchas veces intentaban hablar con la primera dama esperando que pudiera influir en sus decisiones. Pero lo cierto es que el presidente volvió a hablar a diario de todo tipo de temas. Sin usar filtros, podía referirse a las grandes políticas de Estado, así como a un pequeño hecho ocurrido en un liceo emblemático, lo que dejaba completamente descolocados incluso a los ministros de esas áreas. Además, de a poco, le fue quitando protagonismo a sus colaboradores, lo que incluyó a su propio círculo de hierro. Empezó también a tomar decisiones sin consultar a los partidos de su coalición y le fue dando más visibilidad a su familia, partiendo por su señora.

Incluso, logró descolocar a los ministros de La Moneda cuando anunció en un programa de TV, en directo, que en los días siguientes invitaría a los presidentes de los partidos de oposición a discutir la Reforma Tributaria con el objetivo de buscar acuerdos antes de someter el proyecto a la aprobación de la idea de legislar. Los encuentros, por lo demás, no habían logrado su objetivo, pero sí lo habían dejado muy expuesto, además de quedar asociado al fracaso de las conversaciones. Para eso estaban los secretarios de Estado, precisamente para actuar de fusibles en esas situaciones.

De ahí en adelante, algunos dirigentes de la coalición gobernante empezaron a tomar cierta distancia de la marcha del gobierno. Además, esto coincidió con que la vocera del gobierno se enfermó, dejando un espacio para que el presidente se apropiara en plenitud de ese rol. Pero con el paso de las semanas las cosas se complicarían aún más. Los ministros se llamaban entre ellos, pedían, sin éxito, ser recibidos por el director de comunicaciones del gobierno o intentaban consultar a los asesores del segundo piso, pero la verdad es que nadie estaba para dar consejos.

Solo unos días antes de que el mandatario iniciara una gira a Asia, que incluía a China y Corea del Sur, el presidente del partido más grande de Chile Vamos convocó a su casa a dos ministros que militaban en la tienda de derecha. El encuentro fue organizado con mucho sigilo para evitar que se enterara la prensa. El diputado que dirigía la colectividad, en que antes militaba el presidente, sabía que esa reunión no sería bien vista por sus socios de coalición y que, por supuesto, podría generar molestia en La Moneda.

–Les agradezco mucho que vinieran, preferí que fuera en mi casa –dijo–. ¿Les parece una copa de vino?, me acaban de llegar los vinos del mes, tengo un blend muy bueno –concluyó mientras los invitaba a tomar asiento.

–Era mejor acá, Mario, yo prefiero un café, la verdad, hoy tengo que estar temprano en mi casa, tenemos un compromiso con la Pauli y si me atraso me mata –respondió algo incómodo uno de ellos, dejando claro que esperaba que la conversación fuera corta y precisa. Si bien el presidente del partido no les había adelantado el motivo de la invitación, ambos se habían comunicado por teléfono esa mañana y coincidieron en que debía estar relacionada con las conductas del presidente.

–Yo estoy bien así –dijo casi al mismo tiempo el otro ministro–, también tengo poco tiempo, hoy va a comer a mi casa mi hija mayor, viene llegando de Nueva York.

El diputado entendió claramente el mensaje. Los dos ministros de su partido habían tomado una posición defensiva e intuido el motivo de su convocatoria.

–Voy a ir directo al grano para no hacerles perder mucho tiempo –dijo con ironía el dueño de casa–. Estoy, estamos la verdad, preocupados por la forma en que el presidente se ha estado conduciendo. Tengo la impresión de que hemos vuelto al Piñera del primer mandato y eso puede ser bastante complicado para Chile Vamos, pero especialmente para nuestro partido. Quiero ser súper transparente, necesitamos que alguien pueda hablar con él y le haga ver estos riesgos, mal que mal, somos la base de este gobierno –concluyó secamente y se paró mirando de reojo a los dos secretarios de Estado.

–Mario, tú sabes que él escucha a muy poca gente, para eso está el equipo político, dudo de que si cualquiera de nosotros intenta plantearle el tema vaya a tomarlo bien. En todo caso, Cecilia es quien debería cumplir ese rol –dijo el ministro de Vivienda con un tono cortante.

–Pero, Cristián, el problema es que Cecilia hace rato que entró en una dinámica que parece estar reforzándole ese estilo –respondió el presidente del partido.

La reunión terminó con palabras de buena crianza –“déjanos ver qué hacemos”–, pero Desbordes entendió que la tarea sería difícil. Además, la reacción de los ministros le confirmó lo que él sospechaba desde hacía un tiempo: que el piñerismo tenía capturados a todos sus secretarios de Estado. Pero lo que más le preocupaba era que la ministra Pérez se hubiera desdibujado tanto en los últimos meses. Lo cierto es que se había convertido en una sombra comparada con el rol brillante con que había destacado en el primer mandato. Más irritable, con un lenguaje agresivo y una marcada agenda de defensa de la figura presidencial más que del gobierno, Cecilia Pérez había dejado de ser el puente entre La Moneda y Renovación Nacional. Por eso el diputado había intentado jugar la carta con los dos Monckeberg.

A los pocos minutos que los ministros habían abandonado su departamento, tomó su teléfono y marcó rápidamente un número mientras prendía el televisor de su escritorio y ponía CNN.

–¿Cómo te fue? –sonó al otro lado de la línea.

–No me fue. Estuvieron a la defensiva y sacaron la pelota al corner –respondió distraídamente el dueño de casa mientras hacía zapping por otros canales de noticias.

–Bueno, había que intentarlo igual, juntémonos mañana temprano, tengo un par de ideas para no aparecer desleales con el gobierno, pero cubriéndonos un poco más –señaló su interlocutor.

–Ok, Andrés, pero dame una pista al menos –dijo con curiosidad el diputado.

–Tenemos que apropiarnos del relato, la otra idea te la cuento personalmente –respondió el senador Andrés Allamand. Lo que no le contó es que desde ese momento iniciaba su plan para perfilarse, una vez más, como presidenciable por Renovación Nacional, pese a que el presidente apenas cumplía un año de su segundo mandato.

Por supuesto que nadie se atrevió a hablar con el mandatario. Sus intervenciones seguían siendo diarias lo que complementaba con el Twitter que manejaba él mismo, por tanto, no había posibilidad alguna de que ni sus asesores, ni menos los ministros, se alcanzaran a preparar en caso de que mencionaran sus áreas de competencia. Sin embargo, en la Cancillería sabían que la cuidadosa gira a Asia –que llevaban preparando sigilosamente durante varios meses– se podría convertir en una oportunidad para hacer un giro y que tanto el presidente como La Moneda pudieran capitalizarla a su favor.

Pero poco más de una semana antes de iniciar el largo viaje, había ocurrido un incidente que el propio ministro consideró un mal augurio. El secretario de Estado de EE.UU., un gigantón exdirector de la CIA, que tenía muy poco de diplomático pese al cargo que ocupaba, había sorprendido a todos al lanzar una advertencia que más bien pareció una amenaza. Sin ningún tipo de filtro y a la salida de una reunión con el presidente, señaló que si la delegación chilena visitaba la planta de Huawei, el gobierno norteamericano consideraría que Chile estaba usando sistemas no confiables y que en ese caso tomarían decisiones de dónde poner su información. La críptica frase se interpretó en La Moneda como la obligación de revisar el itinerario de la gira.

Y aunque el gobierno chileno intentó reforzar su independencia frente a EE.UU., la sensación que dejó en el ambiente político fue que la potencia norteamericana estaba volviendo a imponerse en la región. Ampuero entendió ese día que era necesario clarificar la postura de Chile, para evitar que los chinos malinterpretaran la señal dada por el representante de Washington, la que instalaba una duda respecto de cómo se movería la diplomacia chilena a pocos días de iniciar la gira y ya confirmado el itinerario varias semanas antes. Entonces decidió llamar directamente al presidente y recomendarle que el ministro del Interior hiciera un punto de prensa. Al presidente le hizo sentido el consejo y de inmediato llamó a su primo hermano.

La intervención del ministro de Interior, aunque fue bastante ambivalente, bajó un poco la tensión tanto en el frente interno como entre los dos protagonistas de la llamada guerra comercial y puso una nota de cierta ambivalencia que le servía para no quedar del todo mal con los dos protagonistas. Chadwick expresó que nuestro país no necesitaba “advertencias de nadie”, sin embargo, relativizó la visita a la empresa de tecnología reconociendo que se excluiría de la agenda, pero que en su reemplazo el presidente se reuniría con ejecutivos de la firma. Un corte salomónico que no logró atenuar la molestia del embajador chino en Santiago, quien incluso llegó a decir que Pompeo había “perdido la cabeza” y llegado muy lejos. La cancillería del país asiático fue aún más dura calificando a la autoridad norteamericana como cruel, instigadora, irresponsable e irracional.

Un par de horas después que Chadwick diera a conocer la declaración del gobierno chileno, Ampuero volvió a llamar al jefe de Estado. Se le notaba incómodo.

–Presidente, fue muy oportuna la intervención del ministro del Interior, hace unos minutos me llamó el embajador y me señaló que valoraban el gesto, pero me insistió en la invitación a Huawei, ya que estaba considerada en la agenda aprobada por las dos cancillerías.

–Vuelve a llamarlo personalmente e insístele que es mejor para todos que nos reunamos con sus ejecutivos, pero en el marco del encuentro en Shenzhen –respondió el presidente, que estaba sentado en su escritorio frente a dos grandes rumas de carpetas y papeles y observaba casi en forma simultánea las tres pantallas de PC que tenía repartidas a ambos costados.

–Muy bien lo haré ahora mismo… Tengo otro tema que me gustaría consultarle, presidente –dijo con un tono bajo.

–Dale, Roberto –volvió a responder un distraído mandatario al otro lado de la línea.

–Estaba revisando la lista de la delegación oficial y veo que sus hijos Cristóbal y Sebastián están incluidos, no tenía esa información... –nuevamente hizo una pausa–. ¿Es eso correcto?

–Sí, Roberto –respondió con un aire de molestia que el ministro interpretó como una crítica a su llamado–, la verdad es que yo no estaba seguro, pero Cecilia insistió y donde manda capitán no manda marinero. Le pregunté a Larroulet y me dijo que no le veía inconveniente, ¿estás de acuerdo? –señaló con ironía.

Ampuero entendió. Había nombrado al principal asesor del segundo piso, esa era una forma de decirle que ese criterio era suficiente y, por cierto, una manera directa de enrostrarle que eso no era de su competencia.

–Presidente, si me permite, le recomendaría evaluarlo, no porque no me parezca válido que vayan, por el contrario, lo encuentro muy legítimo, pero… –no alcanzó a terminar la frase cuando el presidente lo interrumpió.

–El tema está cerrado, gracias, ministro –concluyó con un tono seco.

El periodista de TVN se acercó a la jefa de prensa de la presidencia y le hizo una pregunta que la pilló por sorpresa.

–Ehh… no… vienen desde Santiago –respondió incómoda ante la consulta que su excompañero de curso de la universidad, mientras compartían un café en la parte posterior del avión.

–Curioso, Francisca, todos pensábamos que se habían subido acá en Madrid. Nadie los vio hasta este momento, ¿los tenían escondidos? –Y lanzó una sonrisa algo forzada.

La joven periodista quedó preocupada. Tuvo la sensación de que la pregunta no era trivial y pensó que tal vez debería haberle devuelto una respuesta más ambigua. Conocía bien a Rodrigo y sabía que era un profesional agudo y detallista. Aunque sintió un vacío en la parte alta del estómago, consideró que tenía que alertar a la jefa de gabinete de la presidencia.

Maida, como la conocían todos, llevaba varios años trabajando con el mandatario. La trabajadora social conocía al presidente desde pequeña y creció diciéndole “tío” desde que jugaba con sus hijos Sebastián y Cristóbal en las orillas del lago Caburga. Sus padres eran grandes amigos, lo que había significado, incluso, que el presidente lo nombrara embajador en su primer mandato. Magdalena tenía el mérito de, en poco tiempo, haberlo llegado a conocer, de tal forma que era de las pocas personas que se atrevía a cuestionarle sus bromas machistas o sugerirle posturas para evitar que se notaran sus múltiples tics. Además, su cercanía con el entorno familiar la ponía en una situación envidiable, incluso para sus ministros cercanos. Después de volver de voluntaria en Haití, se había integrado al gobierno como jefa de gabinete de la primera dama. Era una mujer ordenada, rápida y muy intuitiva.

–Magda, me acaban de preguntar si Cristóbal y Sebastián se subieron en Madrid, me sorprendieron y dije que había sido en Santiago. Andan detrás del tema. Tal vez también debas advertirle a Chadwick, tú sabes que en los reportes que le manda al presidente los lunes siempre pone esos semáforos y este puede ser amarillo.

La primera imagen que despacharon la mayoría de los medios de la llegada de la comitiva a Pekín, fue del presidente, la primera dama y sus dos hijos caminando distendidamente por la losa del aeropuerto con la postal del avión presidencial de fondo. El mayor de los Piñera Morel caminaba apoyado en un bastón americano, vestido de manera muy informal considerando que estaban arribando a una visita de estado. Los cuatro se veían relajados y sonrientes.

La polémica por la presencia de los dos hijos en las actividades oficiales fue escalando de a poco hasta convertirse no solo en tema de conversación obligado y portadas de noticias, sino también en trending topic en las redes sociales. Y aunque en la delegación chilena iban algunos parlamentarios opositores, no fue hasta que los hijos aparecieron sentados en una ronda de negocios con empresas de tecnología chinas que surgieron las primeras críticas desde el mundo político. En tono de broma, el primero en referirse fue el presidente del Senado. De vuelta, el presidente respondió con ironía que Sebastián y Cristóbal no podrían participar en otras actividades oficiales porque estaban “castigados gracias al senador Quintana”. La frase no solo causó algo de risa entre los integrantes del grupo, sino que logró encender el tema y extenderlo a todos los medios nacionales. Hasta ese momento, los periodistas que formaban parte de la comitiva habían despachado fotos y preguntado a sus editores si la presencia de los hijos del mandatario era normal en este tipo de situaciones, pero el tema no pasaba de ser una anécdota. Sin embargo, a partir de ese momento se tomó la agenda de la gira, desplazando a las reuniones de carácter político y comercial. Los medios empezaron a dedicar amplios espacios a las actividades en que ambos hijos participaban, además de investigar la empresa creada por uno de ellos un par de meses antes en el área de robótica. La preocupación se adueñó del equipo de prensa de La Moneda, pero el presidente más que escuchar los consejos de algunos de sus asesores, parecía ir aumentando su molestia frente a las críticas recibidas.

–Presidente, creo que sería conveniente que Cristóbal y Sebastián no participaran de las próximas actividades oficiales, eso solo daría pie para que sigan atacándolos –dijo con convicción el ministro del Interior que por esos días ocupaba el cargo de vicepresidente.

Pero el presidente no escuchó a su primo y consideró que se estaba sobredimensionando el episodio, y como desde China su percepción fue que estaba acotado a un par de medios considerados opositores, decidió no alterar los planes y esa misma noche incluyó a sus dos hijos en la recepción oficial que dio el líder Tan Xo Pen. Sin duda, este fue un punto de inflexión en la evaluación del mandatario. De manera sostenida comenzó a bajar en las encuestas a partir de la polémica del viaje. Lo que se puso en cuestionamiento fue la falta de cuidado y exceso de confianza del presidente en una característica que pareció no causarle daño durante su primer mandato: los conflictos de interés. Por alguna razón difícil de explicar, las personas hacían vista gorda a la hora de juzgar las formas en que Piñera había logrado amasar una de las principales fortunas del país, pese a, como él mismo afirmaba, provenir de la “clase media”, esa categoría amplia que lograba identificar, curiosamente, a ricos y pobres sin distinción. Pero, así como en un momento Michelle Bachelet había perdido toda su credibilidad gracias a su hijo y nuera o se pensaba que Enríquez Ominami era incombustible a sus conductas que rayaban en el límite de lo tolerable como líder político, esta vez parecía que los chilenos no estaban dispuestos a perdonarle los intentos por privilegiar a los integrantes de su familia. De hecho, el paso en falso que significó el nombramiento frustrado de su hermano en la embajada de Argentina había sido una alarma que el presidente no dimensionó en su momento.

A los quince meses de gobierno, Sebastián Piñera mostraba menos de 30 puntos de respaldo ciudadano, muy lejos del 54% obtenido en las elecciones de fines de 2017. El ánimo en La Moneda comenzó a decaer, no tanto por los malos resultados que mostraba el presidente, sino por un cierto nivel de deslealtad que se empezaba a evidenciar en los partidos del conglomerado que sustentaba al gobierno. Aunque el presidente afirmaba en público que las cosas andaban bien, en los pasillos y las reuniones políticas los dirigentes de Chile Vamos expresaban su molestia por los errores no forzados que Piñera proyectaba de manera cada vez más frecuente.

Al episodio de los hijos –que se prolongó más de la cuenta debido a que tanto el mandatario como algunos ministros salieron a justificar el error en varias ocasiones– se sumaron las dificultades económicas debido a un escenario mundial inestable producto de la guerra comercial entre China y Estados Unidos. De a poco, se fueron bajando las expectativas de crecimiento y el gobierno terminó prisionero de su propia promesa –tiempos mejores– y de las críticas que habían hecho durante la campaña al gobierno anterior en el sentido de que los problemas externos no justificaban las bajas cifras internas. Con el mismo efecto de un búmeran, Hacienda terminó desplegando un relato casi idéntico al de las autoridades económicas antecesoras.

La historia de cómo Andrónico llegó a ser presidente

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