Читать книгу La historia de cómo Andrónico llegó a ser presidente - Germán Silva Cuadra - Страница 8

Capítulo 2 El asesor

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A las 9.00 en punto de una soleada mañana de sábado llegaron a la casa ubicada en el sector de Los Dominicos. Un mayordomo vestido formalmente, y que proyectaba estar algo intranquilo, los recibió de manera amable, los hizo pasar rápidamente a un amplio living. Aunque la curiosidad de saber cómo vivía uno de los hombres más ricos de Chile hubiera supuesto una exhaustiva observación de la decoración interna, la mirada de ambos se fijó, inevitablemente, en la piscina que se podía ver desde todos los ángulos de los ventanales.

–El ramo de rosas que flota en el agua me lo lanzó mi exseñora por la pared. Vive en la casa de al lado –dijo con un fuerte vozarrón Andrónico Luksic mientras entraba a la sala–. No hay caso con las mujeres –agregó, mientras esbozaba una tenue sonrisa, aunque no lucía muy bien de aspecto.

Prosiguió hablando de pie mientras tomaba una taza de café que estaba en la mesa de centro y recién saludó a sus dos invitados que lo observaban algo incómodos por la forma en que había entrado en escena.

–Les ruego me perdonen, pero mi papá no está nada de bien, tuvo ayer un accidente vascular, debo partir a Croacia en un par de horas… por cierto les pido, por favor, no comentar esto, no queremos que sea público.

–No te preocupes, espero que se recupere pronto –respondió el asesor del presidente peruano.

–Les agradezco mucho que hayan venido hasta acá. Como te comenté por teléfono, estamos muy complicados con el caso de la planta. Estamos pensando dar por cerrado el capítulo y asumir las pérdidas –señaló en un tono más serio el hijo mayor del empresario–. A estas alturas el costo económico es secundario, nuestra reputación es lo único que nos importa cuidar –concluyó mientras se paseaba nervioso por el living.

–Para el presidente Toledo esto es complicado, Andrónico. Ya sabes que él fue uno de los que encabezó la caída de Fujimori, pero especialmente el vínculo que ustedes tuvieron con Montesinos lo deja en una posición incómoda –dijo el consejero del mandatario peruano.

–Lo entiendo, nosotros la cagamos. Solo queremos salir lo mejor posible… –dijo el empresario con una voz más baja.

–Bueno, déjame ver cómo podemos ayudarlos, pero no te puedo prometer nada.

Y aunque la reunión fue corta, ambos salieron con la convicción de que el empresario ya había dado por cerrado el caso y no le importaban las pérdidas económicas que significaría dar por terminado el proyecto ubicado en Pantanos de Villa en el distrito de Barranco, Lima. Luksic era un hombre que entendía que en los negocios a veces se ganaba –la mayoría de las veces para él–, pero que también había que saber perder y retirarse a tiempo. En 2018 perdió más de 100 millones de dólares al comprar el 3 % del Banco Popular de España y claramente no significó una tragedia para una de las familias más ricas de Chile

–Bueno, te paso su tarjeta con su número personal, cualquier cosa te va a llamar a ti, yo parto mañana temprano.

La historia no terminó bien para el empresario. La fábrica ubicada en Pantanos de Villa en las cercanías de Chorrillos, en Lima, significó un duro revés, tanto en imagen como económico. El proyecto no solo no se pudo materializar, sino que además tuvo que cargar con el peso del episodio en que el gerente de la época le entregó 213.000 dólares en efectivo a Vladimiro Montesinos, para la campaña que buscaba la tercera reelección de Alberto Fujimori. El siniestro conductor de la inteligencia de Fujimori, que resultó ser un extorsionador y promotor de la corrupción del mandatario aún prisionero, grababa todos sus encuentros, incluido este, los que fueron conocidos como los “vladivideos”. La estrategia de la empresa chilena consideró la no presentación de sus ejecutivos a ninguna instancia judicial, por lo que fueron declarados en rebeldía. Sin embargo, Andrónico Luksic buscó agotar todas las instancias internacionales como el CIADI y la Comisión Internacional de Derechos Humanos para ser indemnizados por las pérdidas, aunque no tuvo éxito.

La idea acordada entre los asesores del presidente Toledo, la embajada chilena y la oficina del empresario fue intentar una negociación que permitiera una salida más o menos honorable para la empresa chilena, pese al costo que ya había tenido la exposición del video comprometedor. Para ello, Luksic viajaría en uno de sus jets, el avión se posaría en un hangar alejado del terminal principal del aeropuerto Jorge Chávez. Un auto de la embajada chilena estaría esperando en las cercanías y saldría, sin que sus pasajeros fueran registrados, directo a un punto en que se encontrarían con el presidente peruano. Como el enviado del presidente había regresado a Lima, le pidió al asesor de comunicaciones chileno presente en la reunión de la casa de Los Dominicos, que concurriera al banco donde el empresario pasaba gran parte del tiempo, para entregarle detalles de la operación.

La oficina era amplia, elegante y de estilo muy tradicional. Abundaban los sillones de felpa y cuero, las mesitas en caoba de patas delgadas y los cuadros ambientados en el siglo pasado. Era fácil transportarse en el tiempo. El contraste con la modernidad que intentan proyectar los bancos en la actualidad era evidente. Se sentía el peso de la historia y la tradición en ese lugar.

De pronto, entró raudo el empresario. Vestía un pantalón café claro, zapatos puntudos y una camisa con el logo del banco. La verdad es que llamaba la atención el detalle, no calzaba con la imagen del presidente de una de las instituciones más tradicionales de Chile.

–Siéntate por favor, y gracias por venir acá, han sido días de loco, llegué recién ayer a Chile –dijo mientras entraba a paso raudo a la gran oficina.

–¿Cómo está tu papá?, acá no ha salido ninguna noticia de su estado –le respondió el consultor.

–Mejor gracias, fue un infarto importante, pero por suerte está controlado, gracias también por la discreción –dijo sin disimular la incomodidad del tema.

Luego se sentaron en el living y el asesor le explicó los detalles elaborados por el primer secretario de la embajada. El empresario anotó sin hacer preguntas, y aunque era de esas personas que jamás proyectan estar nerviosos, se le notaba en el rostro la inquietud de estar preparando un plan que podía significar no solo el riesgo de ser detenido en el país vecino, sino que podría convertirse en un escándalo internacional entre dos países que, aunque habían logrado un importante acercamiento gracias a la relación entre Ricardo Lagos y Alejandro Toledo, arrastraban un conflicto histórico, a lo que se sumaba el rechazo de la opinión pública peruana por el caso del video grabado por Montesinos a los ejecutivos chilenos.

Al finalizar el encuentro, que no duró más de media hora, ambos se despidieron con un cierto aire de complicidad.

–Cuídate –le dijo el asesor.

–Gracias, cualquier cosa te llamaré, Andrés –respondió Luksic.

Y aunque el asesor de comunicaciones había participado del episodio solo por casualidad, nunca supo la forma en que se realizó la operación, ni menos su resultado. Después del encuentro en el banco, no volvió a ver más al empresario. No recibió ni un llamado, ni una nota, pese a que guardó el tarjetón que le entregó la secretaria con todos sus números personales.

Varios años después, en un seminario en que se analizaban los cambios experimentados por el país en la última década, y en que ambos participaban como panelistas, el consultor se acercó a Andrónico y le susurró en voz baja: “¿Y cómo estuvo el viaje a Lima?”. El empresario se desconcertó y lo miró con cara de sorpresa y cierta molestia. Sin duda no lo había reconocido, pero luego de unos segundos cambió su disposición y le sonrió.

–¡Claro!, tú, no lo he olvidado –dijo manteniendo una posición corporal algo tiesa.

–Intenté una vez llamarte, pero no tuve éxito –respondió el asesor con cierta ironía.

–Toma mi tarjeta, esta vez te voy a responder, me gustó tu exposición, creo que tenemos varias cosas que hablar –le cerró el ojo y se despidió rápido mientras recibía el saludo de gente que le estrechaba la mano e intentaba sacarse una selfie con él–. Disculpa, tengo una memoria fatal para los nombres.

–Soy Andrés –respondió.

Una semana después volvían a reunirse en el mismo lugar del último encuentro. Aunque la oficina lucía igual como la recordaba, esta vez Andrónico vestía más formal, de traje azul con una corbata amarilla vistosa y con unos cuantos kilos más de los que recordaba de aquella tarde doce años atrás.

La conversación fue larga y distendida. Hablaron de las variables que permitían entender al Chile actual, de la fragmentación producida por el contraste entre Piñera y Bachelet, de la caída de la confianza en las instituciones, especialmente de la crisis de la Iglesia, Carabineros, el Ejército, el Parlamento y los partidos políticos. De la irrupción e impacto de las redes sociales y del futuro que se proyectaba para Chile. El empresario se veía no solo entusiasmado, sino que manejaba un buen nivel de información, y daba respuestas rápidas y agudas. Se atropellaba incluso con algunas ideas de cómo cambiar el país.

De pronto, se detuvo. Se paró y caminó en círculos por la gran sala. Se acercó a una antigua estantería y sacó una botella de whisky añejado. Tomó dos vasos cortos, les puso hielo y sirvió muy poco en ambos. Caminó hasta dónde estaba el asesor, le pasó el vaso y levantó el suyo como para hacer salud.

–Andrés, tengo en mente un proyecto en el que sé me puedes ayudar, salud por lo que viene –dijo Andrónico, sellando un pacto que sería secreto por mucho tiempo.

La historia de cómo Andrónico llegó a ser presidente

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