Читать книгу La historia de cómo Andrónico llegó a ser presidente - Germán Silva Cuadra - Страница 16

Capítulo 10 Cecilia

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Agosto 2019

La ministra se sentó en su escritorio aún con la boca seca. Cerró la puerta y pidió que la dejaran sola unos minutos. Necesitaba calmarse. Hacía mucho tiempo que no tenía la sensación de vacío en el estómago. Aunque siempre se mostraba serena, y sonreía con orgullo cuando el presidente le repetía que era una mujer “operada de los nervios”, esta vez tenía la sensación de haber cometido un error algo infantil para su experiencia y, lo peor, para su temperamento.

Volvió a repasar mentalmente la frase, en una de esas había sonado menos fuerte de lo pensado y todo llegaría hasta ahí. Era una especie de pensamiento mágico que se le activaba siempre después de cada intervención.

De pronto se abrió la gran puerta que conectaba con los escritorios de sus dos secretarias y entró, sin siquiera anunciarse, su asesora de prensa.

–Lo siento, Cecilia, creo que vamos a tener que actuar rápido, Elizalde te disparó con todo, esto puede escalar –dijo con un tono que denotaba nerviosismo–. Si te parece llamo a La Tercera y haces una pequeña aclaración en el contexto de otro tema. No sé, podría ser algo de la reforma tributaria que parece se va a aprobar igual esta semana, con eso el resto de los medios lo replican y cerramos el caso –concluyó con más seguridad que con la que había entrado.

La ministra guardó silencio y se quedó con la mirada perdida en la voluminosa lámpara de lágrimas que destacaba en el techo de la oficina ubicada en el ala sur de La Moneda y que daba a calle Morandé. Pareció que meditaba el consejo recibido, sin embargo, se paró y se acercó al balcón sin decir palabra. De pronto sonó uno de sus tres teléfonos celulares y contestó con calma. Era su hija que le recordaba que se iría directo desde el colegio a sus clases de danza y que esperaba cumpliera con su promesa de recogerla a las 20.00 en punto. La verdad es que intentaba cumplir con el ritual de pasar a dejarla en las mañanas, pero cada vez se estaba haciendo más difícil. El colegio Notredame estaba ubicado en Peñalolén y tomaba más de 45 minutos en llegar hasta su despacho. Aunque aprovechaba el trayecto para leer diarios y devolver llamadas telefónicas del día anterior, le complicaba no poder estar antes de las 8.35 producto del tráfico y la distancia. Pese a que el mandatario sabía perfectamente su situación, en varias ocasiones la había llamado muy temprano para pedirle que se dirigiera a su oficina.

La situación más extraña cuando concurría al colegio –incluso a algunas reuniones de apoderados– era sentir las miradas curiosas de otros apoderados sorprendidos al verla. El Notredame era un establecimiento del Arzobispado de Santiago que se caracterizaba por ser progresista y, generalmente, se le ligaba al mundo de la centroizquierda, por lo que la ministra no calzaba para nada con el perfil de los padres que tenían a sus hijos matriculados ahí.

Cuando cortó el teléfono se quedó un minuto más observando a los transeúntes que a esa hora caminaban por el centro de Santiago. Estaba inquieta, pensaba que una vez más debería llamar a su exmarido, algo que la incomodaba, sobre todo, para pedirle que pasara a buscar a la niña a su clase. Esta debía ser la cuarta o quinta vez que tendría que hacerlo, sabiendo que con eso acumulaba puntos en contra a la hora de negociar, mas se resignó. Sabía que el día sería largo y que el punto de prensa realizado unos minutos antes le cambiaría el curso a una semana que parecía bastante tranquila. Con su nueva pareja habían disfrutado de una copa de vino en el living de su casa y una vez que las niñas se habían dormido planificaron el fin de semana siguiente, cuando estarían solos.

–No, Claudia –señaló con decisión–, voy a pedalearla. Llama por favor a la Berni, necesito hablar con el presidente ahora.

La periodista, que la conocía desde hacía muchos años y lograba interpretarla mejor que nadie, se desconcertó. Era una jugada arriesgada, pese a que le dio la impresión de que había recibido su mensaje y quería advertir al mandatario por si le pedían su opinión, su sorpresa fue total cuando la escuchó hablar con el presidente.

–Presidente, acabo de hacer unas declaraciones vinculando al Partido Socialista con el tema del narcotráfico, sé que fui audaz, pero lo planificamos así porque debemos llevar la agenda para allá, los socialistas están muy debilitados y este es un buen golpe –planteó la ministra sin mirar a su asesora que lanzó una sonrisa incómoda.

–Bueno, Cecilia, tú sabes que confío en tus decisiones –respondió el mandatario–. Mantenme informado.

–En todo caso, por favor siéntase en la libertad de discrepar conmigo en público si le parece necesario –respondió la ministra sabiendo que su jefe la apoyaría igual. La lealtad en los más de diez años que trabajaban juntos le hacía prever la conducta del presidente.

–No te preocupes, te apoyaré y daré instrucción al resto de los ministros que hagan lo mismo –y cortésmente se excusó de seguir la conversación, señalando que debía revisar unos documentos, aunque la verdad es que quería seguir revisando la prensa on line, preocupado de que en cualquier momento explotara la noticia de su tío obispo investigado por el Vaticano por una denuncia de abuso sexual ocurrido cincuenta años antes.

La Negra de Harvard –como ella misma se autocalificaba–, la mujer que creció en la población Juan Antonio Ríos, que no formaba parte de la élite de la derecha y que saltó a la primera línea luego de ser concejal por La Florida, tenía el mérito de haberse convertido en una pieza fundamental no del gobierno, sino del piñerismo o, mejor dicho, de Piñera. Llevaba siete largos años en el grupo de confianza personal del mandatario, por tanto, no solo lo conocía profundamente, sino que sintonizaba con sus planes y sus expectativas. Esta era la segunda vez que Cecilia Pérez ocupaba el mismo cargo, sin embargo, poco quedaba del perfil que había cultivado cuatro años antes. Ya no tenía el tono pausado y amistoso con que había debutado en las ligas mayores.

La estrategia era simple, pero clara, y se sustentaba en tres pilares. Primero, desplegar una agenda de seguridad que puntualizara el problema, pero se desentendía de la responsabilidad. Vuelos en helicóptero del jefe de Estado para evitar portonazos, lanzamiento de un plan para controlar el narcotráfico en solo once comunas de las 346 del país, y un planificado ataque al Poder Judicial, formaban parte de ese eje. Segundo, desplegar un relato que, a partir de generar una sensación de inseguridad, buscaba que se percibiera una actitud activa del gobierno para controlar la triada de delincuencia, narcotráfico y terrorismo. El último eje ya había rendido frutos el año anterior y consistía en reforzar el sentimiento antimigración, instalando que los extranjeros habían logrado quitarles los empleos a los chilenos, su objetivo era explicar las altas cifras de desempleo.

Y el broche que oro de la estrategia fue el regreso de las chaquetas rojas. El símbolo con que el primer gobierno de Piñera quiso representar la eficiencia, la “nueva forma de gobernar” o la promesa de campaña: “Así queremos Chile”. A los creativos les habían encargado la misión de buscar opciones, sin embargo, y luego de varios días, habían llegado a la conclusión de que era mejor repetir la fórmula exitosa usada en el rescate de los 33, argumentando que un rojo más intenso era atractivo, porque transmitía fuerza y energía, algo coincidente con el slogan “Chile en marcha”, con que el gobierno abandonó la promesa de campaña “Tiempos Mejores”. Las nuevas chaquetas rojas habían sido resistidas por algunos ministros en sus visitas a terreno, mas el presidente se encargó de recordarles a todos que la moda no era voluntaria.

La nueva estrategia era simple y obvia, pero inteligente. De mucho ruido y pocas nueces, de colores y frases más agresivas y poco de fondo. Mal que mal la pega de Cecilia Pérez era ayudar a cumplir el sueño de Sebastián Piñera, quien apostó a la reelección con la expectativa de terminar siendo percibido como “el mejor presidente de la historia”, pese a que las cifras lo abandonaron muy tempranamente.

La ministra, apenas terminó de hablar con el mandatario, tomó su celular y se puso a hacer varias llamadas. Necesitaba cubrirse rápido así que contactó a los presidentes de la coalición de gobierno, además de algunos parlamentarios de su partido, y les pidió que la respaldaran públicamente. A esa misma hora, la directiva del Partido Socialista anunciaba que congelaba sus relaciones y que no permitiría el ingreso de los subsecretarios a las comisiones del Congreso.

El conflicto tomó varias semanas en resolverse y, aunque en el gobierno sabían que la intervención de la vocera había sido un error, el apoyo incondicional del presidente hizo que el oficialismo cerrara filas en torno a ella, pese a que los sondeos de opinión pública indicaban una nueva baja, luego de tres semanas en que se habían mantenido las cifras de apoyo. De fondo, la gente estaba cansada de las peleas, denuncias y sospechas de la clase política, por lo que una polémica de este tipo terminaba afectando tanto al denunciante como al denunciado.

Pese a todos los intentos que hicieron algunos ministros y parlamentarios de Chile Vamos, la ministra se mantuvo firme en su posición. No estaba dispuesta a retractarse públicamente, pese a que el conflicto, más que amainar, seguía escalando. Entre los efectos no esperados del exabrupto de Cecilia Pérez estaba la unidad –basada en el pragmatismo– con que los dirigentes del conglomerado opositor habían cerrado fila con el PS.

Cuando el bloqueo a los subsecretarios de las sesiones del congreso cumplía tres semanas, el jefe del segundo piso llamó a la ministra para pedirle reunirse y evaluar el tema. Pese a que ella en principio le hizo ver que su agenda estaba demasiado copada ese día y el siguiente, el exministro de la Presidencia insistió, hasta que no le quedó otra que aceptar la oferta. La reunión fue corta, pero distendida. Larroulet partió por decirle que estaba completamente de acuerdo en lo que había planteado, pero que la tozudez del Partido Socialista obligaba a hacer un giro para bajarle el tono al conflicto, de lo contrario el único beneficiado por el episodio sería el partido de izquierda.

La secretaria general de Gobierno se quedó un rato pensando y luego respondió con cierto aire de resignación:

–Estoy dispuesta a hacer un gesto, pero no me pidas que les pida perdón –concluyó.

–Gracias, Cecilia, sé que no debe ser fácil para ti, pero esto es por un bien superior. Sé que el presidente te apoya sin vacilaciones, por lo mismo creo que podrías decirle que, aunque estás convencida de lo que dijiste, lo haces para evitar que el problema le rebote a él. Es decir, un sacrificio que él sabrá valorar –dijo. En su fuero interno sabía que su jugada había sido efectiva.

Una hora después el equipo de prensa de la ministra acordaba los términos para una entrevista que sería dada esa misma tarde y que le aseguraba una página completa del cuerpo C de El Mercurio al día siguiente.

–Solo una condición, diles que no solo voy a hablar de este tema, quiero que sea un punto más para no seguir levantando más la polémica y poder desplegar el relato del gobierno en otros ámbitos.

La nota fue bien valorada por los asesores de comunicaciones de la ministra, mas solo logró aquietar en parte las aguas. Desde el PS se consideró insuficiente. “¿Le cuesta tanto pedir disculpas?”, preguntó un diputado. Sin embargo, el gesto logró bajar el tono al conflicto. Las encuestas de las semanas posteriores mostraron una baja considerable en la evaluación de la secretaria de Estado, lo que incluso arrastró la imagen presidencial.

Mucho tiempo después, y cuando ya se acercaba el fin del segundo período de Piñera, Cecilia Pérez le habría de confesar a un periodista de CNN, al finalizar una entrevista, que si había algo que ella haría distinto era haber dicho esa frase. “Sigo pensando que el PS nunca aclaró sus vínculos con el narcotráfico en San Ramón, pero de todas maneras no fue el momento ni el espacio adecuado para decir lo que dije”. Cuando el profesional le contrapreguntó si sentía que el episodio había influido en la caída del gobierno, que luego sería irremontable, la ministra lo miró con un cierto aire de sorpresa y respondió que no.

Esa noche, cuando compartía una copa de Malbec con su nueva pareja y le contó de la entrevista, él la miró con ternura y le dijo:

–Tú no eres la responsable de la caída de Piñera, creo que él es el responsable número uno. ¿Te acuerdas cuando te dije que él era su peor enemigo?

Cecilia no respondió.

La historia de cómo Andrónico llegó a ser presidente

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