Читать книгу La historia de cómo Andrónico llegó a ser presidente - Germán Silva Cuadra - Страница 9

Capítulo 3 Cúcuta

Оглавление

Febrero de 2019

El presidente se encontraba caminando por un estrecho sendero, rodeado de grandes ramas que se cruzaban entre sí, y que conducía al lago, cuando se le cruzó un pensamiento que lo hizo detenerse mientras esbozaba una tenue sonrisa. Aunque su intención había sido salir a caminar solo, y se había tenido que resignar a la presencia cercana de uno de sus tres escoltas a corta distancia, en ese momento se sintió como si estuviera en medio del desierto sin nadie que pudiera acercársele y menos comprenderlo. Esa sensación, que había experimentado muchas veces cuando una idea se le aparecía como una especie de alumbramiento y que luego no lo abandonaba hasta concretarla.

Aún con la respiración agitada por el esfuerzo físico, sacó del bolsillo de su cortaviento deportivo –que parecía ser al menos una talla más grande de su tamaño– su teléfono, y marcó. Al no recibir respuesta inmediata insistió tres veces hasta que del otro lado le respondió su ministro del Interior.

–Perdón, presidente, que no le respondí... estaba durmiendo, ¿qué pasó? –dijo con voz de alarma.

–Deberías aprovechar el día, Andrés, las vacaciones también sirven para recargarse de energía –respondió con calma, lo que tranquilizó al ministro.

–Voy a aceptar la invitación de Duque y lo acompañaré el 23 en la entrega de ayuda para Venezuela, me lo recomendó Ampuero, ¿qué opinas tú? –preguntó recobrando el entusiasmo. Su primo guardó unos segundos de silencio, dejando entrever que la idea no le gustaba.

–Presidente, usted vuelve el día anterior de sus vacaciones, no creo que esta sea la actividad para reiniciar sus tareas, además, puede ser muy mal leído que no vaya a Aysén antes –respondió, pese a tener la certeza de que el mandatario ya tenía tomada la decisión.

Aunque el ministro se había autoimpuesto tratarlo siempre de manera protocolar, incluso en los espacios más íntimos y familiares, sin duda era su hombre de confianza. De hecho, los ministros cuando tenían un punto divergente con el mandatario, recurrían a él como última opción. Si Andrés no podía convencerlo de algo, nadie, ni siquiera Cecilia, su señora, lo haría cambiar de opinión, pese a que durante su primer período la primera dama –le cargaba que le dijeran así– había logrado parar sus ímpetus y hacerle ver los riesgos que corría cuando tenía estas visiones súbitas.

–Velo como una tremenda oportunidad, podemos encabezar un momento histórico –concluyó.

Pese a que el olfato político del ministro le indicaba que las probabilidades de éxito eran muy reducidas, le dijo con un aire parecido al de un padre cariñoso que se encargaría de hablar de inmediato con el canciller y distribuir tareas entre sus colaboradores.

–Gracias, pero ahora desconéctate, te queda una semana de vacaciones, Andrés –el comentario le robó una sonrisa al exsenador,

El avión se había posado dos minutos antes en la losa del aeropuerto de Iquique, en pleno desierto de Atacama. Además de la conmoción desatada en la terminal que combina un edificio de pasajeros y una de las bases de las Fuerza Aérea más importantes del país por su posición estratégica, el presidente se levantó molesto de su asiento y avanzó raudo hasta la cabina del Boeing 737–500 y comenzó a increpar con cierta vehemencia a los pilotos que lo observaban incómodos.

–No es posible, comandante, que este avión haya fallado nuevamente, dígame cuánto tiempo necesita para reparar el desperfecto –dijo el mandatario sin disimular su molestia. Intuía que el retraso sería más largo de lo que su paciencia podría tolerar.

–Presidente –respondió el comandante con voz entrecortada–, necesitamos un repuesto que puede demorar al menos dos horas solo en llegar desde Santiago. Por eso sugiero que continúe el viaje en el G-IV, tenemos todo coordinado con mi general y el señor ministro, que ya está en conocimiento.

Quince minutos después, el presidente subía raudamente las escalinatas del Gulfstream G-IV, una aeronave utilizada generalmente para trayectos dentro del país, pero que representaba la única alternativa para cumplir con parte de la agenda que tenía programada en la frontera entre Colombia y Venezuela.

Mientras observaba por la ventana cómo el avión se adentraba en el mar, y el aeropuerto se veía cada vez más chico, dos minutos después de elevarse, el mandatario pensó que lo ocurrido era una mala señal. El canciller, que había llamado a su par colombiano cuando tuvo claridad del itinerario final, trató de darle tranquilidad manifestando que el atraso ocasionado por la falla del avión presidencial no les alteraría mucho la agenda pactada en los días previos.

–El presidente Duque ya está en conocimiento, el doctor Aliaga me indicó que postergarán en una hora la recepción en el aeropuerto –le indicó en voz alta Ampuero desde el asiento de enfrente. Pero el jefe de Estado chileno no respondió, ni siquiera le devolvió la mirada. El canciller giró hacia la ventana y prefirió pensar que no lo había escuchado.

El aterrizaje del G-IV fue más brusco de lo esperado, producto de una turbulencia que se presentó casi al final, pero el presidente parecía estar contento. Se peinó por enésima vez y repasó unos apuntes que había realizado durante el vuelo. Unos minutos después bajaba los ocho escalones de la puerta que se transformaba en escalera, y avanzaba rápido a estrechar la mano del presidente colombiano que lo esperaba vestido con una guayabera blanca, pese a que el mandatario chileno estaba con una chaqueta azul, a pesar del intenso calor reinante.

A las 19.15 horas y luego de revisar las cajas marcadas con una bandera chilena –avaluadas en cien millones de pesos– y realizar un punto de prensa, el presidente se retiró a su hotel a descansar con parte de la pequeña comitiva que lo acompañaba, el resto se había tenido que quedar en Iquique. Su ánimo era muy bueno, atrás habían quedado los nervios que le ocasionó el episodio del desperfecto.

–¿Te parece, Roberto, que comamos en el hotel repasando el programa de mañana? –le indicó al canciller mientras su auto avanzaba a alta velocidad antecedido por cuatro motos policiales y tres jeeps que los escoltaban atrás. Lo cierto es que las autoridades colombianas habían tomado extremadas precauciones considerando la cercanía con la frontera, la presencia de varios mandatarios y los riesgos que existían al momento en que los camiones con ayuda humanitaria intentaran pasar el puente sobre el río Táchira.

En mitad de la cena, el jefe de Estado tomó su teléfono que sonaba insistentemente. Le hizo un gesto que el canciller no entendió, se levantó de la mesa y comenzó a pasearse por la habitación con una pequeña sonrisa dibujada en el rostro.

–Ok, Andrés, gracias por la llamada, pero hazme un favor y deja esto en manos de la Magda, tú sigues de vacaciones y prefiero que te desconectes, te he dicho que te necesito repuesto en un par de semanas más –dijo el presidente y miró con un aire de complicidad a su ministro de Relaciones Exteriores–. Miguel Bosé se tiró con todo contra ella, jamás me lo hubiera imaginado, para que veas, Roberto, que hasta este tipo que la apoyó en su campaña... –pero no alcanzó a terminar la frase cuando lo interrumpió el canciller, quien dijo dudoso:

–Presidente, creo que eso es bueno para nosotros, aunque ella podría victimizarse y desviar la atención de la entrega de mañana.

El exsenador y mandatario desvió su mirada hacia el gran ventanal que tenía vista a gran parte de la ciudad, aunque le entusiasmaba la misión en que estaba, tenía dudas de la capacidad de conducción de su ministro. Ampuero entendió que lo había incomodado, aunque jamás pensó que su comentario habría de ser tan certero y premonitorio.

La historia de cómo Andrónico llegó a ser presidente

Подняться наверх