Читать книгу La historia de cómo Andrónico llegó a ser presidente - Germán Silva Cuadra - Страница 7

Capítulo 1 Felicitaciones, señor presidente

Оглавление

19 de diciembre, 2021

Avanzó rápido por el pasillo del piso 14 del hotel Hyatt, ubicado en uno de los sectores más exclusivos de la ciudad. Venía con la respiración agitada y su cara de ansiedad era evidente. Traspasó la última barrera antes de llegar a la suite presidencial, y aunque no fue necesario mostrar la credencial que colgaba de su cuello, les sonrió con cierta complicidad a los tres guardias privados y al carabinero vestido de civil que habían acompañado al candidato durante los últimos meses. Golpeó fuerte la puerta, introdujo la tarjeta y entró antes de esperar una respuesta desde el interior.

–Parece que estamos listos, me acaban de mandar los resultados a boca de urna –dijo con una voz algo temblorosa y sin mediar pregunta del candidato que lo observaba con un cierto aire de sorpresa, pese a que en el fondo tenía la convicción de que el resultado estaría de su lado.

Andrés, su jefe de campaña y asesor de confianza, era un hombre racional, inteligente, rápido para hacer deducciones con poca información y de escasas palabras. Lo que le faltaba de lenguaje verbal lo suplía con análisis sorprendentes consultando fuentes abiertas, medios y redes sociales. Solo eso le bastaba para diseñar escenarios con todo tipo de caminos a seguir. Su agudeza era muy valorada por el candidato, quien confiaba a ciegas en él.

–La proyección es muy clara –continuó de inmediato, con un aire más sereno y una leve sonrisa–, señor presidente.

Las otras tres personas que estaban en la habitación, incluidos sus hijos Davor, mano derecha en los negocios en Croacia, y Max, se acercaron al futuro mandatario para abrazarlo; sin embargo, él hizo un gesto que se interpretó como de prudencia, miró fijamente a su hombre de confianza y agregó:

–¿Tan seguro estás...? No sé, yo prefiero tener los resultados del primer recuento y para eso queda más de una hora –dijo con mucha calma mientras prendía la TV y ponía la transmisión del canal del que era dueño.

–Con un 60 % de las mesas, créeme que es irremontable –concluyó con un tono muy seguro–. Me voy a poner a rematar tu discurso, ya lo tengo armado. –Solo alcanzó a levantarle su dedo pulgar derecho como señal de triunfo, antes de abandonar la suite, sin embargo, con una actitud más bien cariñosa le dijo–: Tienes una hora para estar listo, deberíamos dar un punto de prensa en cuanto salga el primer cómputo y proclamarte como nuevo presidente de Chile.

Andrónico se quedó mirando fijamente por el gran ventanal del living de la habitación de 180 metros cuadrados, apenas unos pocos autos corrían a esa hora por avenida Kennedy, el sol seguía siendo intenso esa tarde de domingo. Los primeros que se le vinieron a la mente fueron su padre y su hermano. Eran sus referentes, y los extrañó más que nunca, habría dado lo que fuera por compartir ese momento con ellos. Los sentimientos se volvieron contradictorios, recordó las muchas veces que había conversado con su papá en los atardeceres rojos de la terraza majestuosa del hotel Laguna Azul –en Croacia– acerca del futuro de Chile, de las formas que había para potenciarlo. También recordó aquel día que debieron partir fuera del país luego de que algunas personas, ligadas a la elite aristocrática de los setenta, vincularan a su padre con la Unidad Popular.

La verdad es que cuando empezó esta aventura jamás se le pasó por la cabeza que podía llegar a ese momento, pese a que con el pasar de las semanas comenzó a sentir una cada vez más certera corazonada que le indicaba que estaba rompiendo con muchos paradigmas políticos y que las cosas tomaban un giro insospechado. Pero ahora esto sería en serio. Un breve, pero fuerte temblor interno lo sacudió de pies a cabeza. Tenía plena conciencia también del problema en que se estaba metiendo al hacerse cargo de un país sumido en demandas sociales a partir del estallido del 18/O de 2019, efectos económicos de la pandemia y la crisis política que vivía La Moneda.

A las 20.55 horas, solo cinco minutos antes que el subsecretario del Interior, Francisco Galli, iniciara la lectura del segundo cómputo, el presidente electo recibió una llamada que le confirmó que el resultado ya era definitivo. Era de su principal contrincante, quien reconocía la derrota y le deseaba suerte para el importante desafió que tendría por delante. Por supuesto, la cortesía de Lavín, le hizo decir a este que se ponía a su disposición para lo que el país demandara; sin embargo, y fuera de protocolo, lanzó al final una irónica frase que desconcertó al futuro mandatario:

–Ya sabes, dejarás de ser el millonario que la gente ama y pasarás a ser el presidente, y la diferencia es grande, te deseo suerte, la vas a necesitar, ya sabes el país que te hereda Piñera. –La inoportuna y provocativa sentencia del exalcalde era además innecesaria, el nuevo presidente estaba seguro de que así sería, no necesitaba que se lo recordaran.

Andrés leía lenta y pausadamente el texto de dos carillas que le había preparado. Repasaba cada frase, hacía cambios de tono, impostaba la voz, era como si él fuera a estar delante de las cámaras. En cambio, y aunque estaban frente a frente, la atención del futuro gobernante parecía estar en las dos corbatas que tenía colgando de su mano izquierda y que le mostraba infructuosamente a su asesor con la esperanza de que le ayudara a tomar una decisión. El asesor continuó inalteradamente su lectura hasta llegar a la última palabra.

–Recuerda al final –dijo muy serio– hacer una breve pausa y rematar con “Soy un humano como todos ustedes, pero poderoso…” –lo que desató la risa del presidente electo.

La salida de Andrés logró romper la tensión y retrató el sentido de humor negro con que en los momentos difíciles lograba sacarlo de sus estados de enojo. La polémica frase, expresada algunos años antes por el empresario en el lanzamiento de su canal de YouTube, había servido de base para elaborar el eslogan de campaña con que se convirtió en un inesperado fenómeno político. En una lluvia de ideas de un pequeño grupo de trabajo un sábado de verano, Andrés había dado con el tono que tendría la campaña: “¿Y por qué no reírse de esa imagen del poderoso, del rico que muchos tienen de ti?, baja del pedestal burlándote de ti mismo, qué tal: Soy un chileno como todos ustedes”. Aunque uno de sus hijos reaccionó de inmediato rechazando la propuesta, el empresario andinista se levantó de su asiento y dijo sonriendo: “¡Genial!, te la compro”. Fue suficiente, de ahí en adelante comenzaron a bosquejar la campaña que luego tomaría la agencia publicitaria boutique que convirtió a WOM en una marca novedosa, rupturista, irreverente, atractiva para los jóvenes, y que logró destronar a las dos empresas de telefonía móvil que dominaban el mercado, sin ni siquiera contar con la tecnología necesaria para ser líder.

Por supuesto que Andrónico era un hombre poderoso. Los Luksic eran dueños de una de las principales fortunas familiares en el mundo, estimada en 13.700 millones de USD en 2017, posicionados en Antofagasta como los croatas que transformaron la ciudad. Actores principales de todas las áreas relevantes de Chile, no solo de la economía, sino de los íconos de la sociedad: minas de cobre (“el sueldo de Chile”), Canal 13 –la tradicional exestación de la Universidad Católica–, el Banco Chile (“El Banco de Chile”, asociado a la simbólica Teletón), y viñas, entre muchas inversiones. Era raro que existiera una industria o negocio en el país en que no estuvieran presentes.

Y así como en Chile lograron construir un imperio, en Croacia eran reconocidos y admirados por el aporte hecho al país. El grupo invirtió pese a la guerra y las divisiones territoriales, son dueños de varias cadenas de hoteles lujosos e islas. De hecho, la presidenta de ese país estudió en la prestigiosa Universidad de Harvard gracias a la beca que la familia entrega en Chile y Croacia.

Era obvio entonces que Andrónico y su familia eran poderosos, pero no solo por su fortuna, sino por su influencia y rol en la sociedad chilena. Fueron de a poco rompiendo con el estereotipo del rico chileno. Más liberales, más modernos, incluso más generosos. Alejados de esa aristocracia de comienzos del siglo pasado, que basaba su poder en sus apellidos, en las tradiciones del campo, en el trato de patrón y capataz. Esas familias alejadas de la realidad del país, resistentes a los cambios de la sociedad, católicos de misa diaria y parte de la derecha tradicional. Esa era la imagen de los ricos hasta la irrupción de esta familia de migrantes, con un padre que exploraba el desierto buscando vetas de mineral y que comenzó su fortuna con un golpe de suerte. Andrónico padre negociaba la venta de una mina poco rentable y casi abandonada en medio del desierto de Atacama con un grupo chino, buscaba al menos recuperar algo de la inversión hecha. A la hora de ponerle precio, el patriarca les dijo 500 mil pesos, los orientales entendieron 500.000… dólares. Un empujoncito bien recibido, como los pollitos del Fra Fra.

Pero Andrónico no sería el primer presidente rico en Chile. Su antecesor, Sebastián Piñera, había logrado dar un golpe en el inconsciente colectivo de los chilenos: representar el anhelo, las aspiraciones que veían en su figura el ejemplo perfecto del éxito, del sueño de mejorar su posición social, conseguir un mejor empleo, pero, finalmente, convertirse en una persona rica. El relato de su campaña era simple, pero contundente. La historia de un hombre de clase media que logra llegar a tener una fortuna gracias a su esfuerzo individual. Piñera se convirtió en una aspiración, especialmente para los sectores medios, los que fueron privilegiados en la comunicación de la campaña presidencial.

Sin embargo, ya al comienzo de su mandato las cosas cambiaron. La gente que se había ilusionado con él se desencantó rápido. En menos de un año, el eslogan Tiempos mejores, se convirtió en una carga, llegando incluso a compararse con La alegría ya viene, esa arenga con que el equipo creativo del NO había enfrentado a Pinochet en el plebiscito de 1988. Y, por supuesto, lo que vino después, primero el estallido del 18/O y luego la pandemia, terminó por derrumbar no solo el sueño de pasar a la historia como “el mejor presidente de Chile”, sino, por el contrario, la crisis social se convirtió en un tragedia personal y familiar que ni en la peor de sus pesadillas imaginó Piñera. Para su desgracia, el mandatario se transformó en una suerte de ícono de todos los males de la sociedad, pero particularmente de la desigualdad, los abusos y privilegios de unos pocos en desmedro de la mayoría.

Andrónico se había dado cuenta de algo que nunca entendió el mandatario saliente. Que los chilenos valoraban a los ricos cuando eran generosos, aunque fuera en las formas. Y a pesar de que al empresario le causaba algo de pudor, comenzó a observar con mucha atención los pasos que daba Farkas. Aunque a él jamás se le pasaría por la cabeza lanzar billetes al aire, sí encontraba interesante sus apariciones personales para entregar una donación.

Sebastián Piñera se había vuelto a presentar de candidato con una aspiración simple: ganarse el cariño de la gente. Si había algo que lo irritaba era que Michelle Bachelet fuera querida pese al juicio crítico que él tenía de la gestión de la primera mandataria mujer de la historia de Chile. Pero no lo logró. Sus electores lo siguieron percibiendo de la misma forma que en su primer mandato, o sea, como un hombre frío y calculador, pero especialmente poco generoso. Eso creaba una barrera difícil de sortear. Pese a que sus asesores le habían insistido en que debía dar golpes mediáticos que proyectaran la imagen de un rico desprendido, el mandatario nunca tomó en cuenta esos consejos. De hecho, en una reunión en que alguien se arriesgó a sugerirle la audaz propuesta de donar su sueldo completo a una institución de beneficencia y dejar su salario en $1, tal como lo hizo Trump en su momento, el presidente se había molestado de tal forma que nadie más intentó seguir con esos argumentos. Por el contrario, el jefe de Estado había incorporado al gobierno a varios familiares, incluido el fallido intento de nombrar embajador a uno de sus hermanos. Los focus groups que realizaba el equipo del segundo piso mostraban la molestia de la gente que había votado por él con la esperanza de terminar con ciertas malas prácticas de los gobiernos de la ex Concertación y de la Nueva Mayoría. Eso en el preámbulo de la gran crisis. Lo que vino después fue tan inesperado y radical, que proyectó no solo a un político desconcertado y sin talento para gestionar una crisis, sino además a un mal administrador, incapaz de hacer una buena lectura del país y del movimiento que se inició con un grupo de estudiantes que evadían el pago del Metro en protesta por un alza de treinta pesos. Fue el inicio del fin, de una crisis que luego remataría con una pandemia única en la historia.

Andrónico, en cambio, un par de años antes había elaborado una estrategia, teniendo muy claro que su objetivo estaba puesto en la elección de 2021, con la que logró posicionarse como un millonario generoso, pero que, sobre todo, le permitió sortear –no sin dificultades– la crisis política de 2019. Misión cumplida, el contraste con Piñera era evidente. Y aunque igual terminó reproduciendo algunas conductas de Farkas, como las invitaciones a los asados colectivos, completadas y donaciones a personas con problemas de salud, como el caso del bombero Edgardo Pardo, un voluntario de 38 años de la Quinta Compañía de Rescate de Osorno, que luego de un accidente vascular había adquirido un extraño acento, su hijo se animó a subir un video en Twitter para explicar su enfermedad, etiquetando al empresario. La respuesta de Andrónico fue casi instantánea: “Matías, cuente con mi apoyo en el tratamiento, estoy seguro de que saldrán adelante. Un abrazo y mucha fuerza a su papá”.

Pero también el presidente electo había sorprendido organizando “piscoleos” y “tecitos” con sus seguidores, defendiendo al animador Francisco Saavedra de los ataques de José Antonio Kast, o apoyando al equipo de fútbol de un ídolo como Aturo Vidal. En poco tiempo había logrado que la gente rompiera esa barrera psicológica que distancia al hombre o mujer común del hombre poderoso y rico, con una fortuna estimada en 19.000 millones de dólares y número 688 del exclusivo ranking Forbes.

Andrónico Luksic tenía conciencia de que asumiría el más difícil de los desafíos de su vida, ni siquiera comparable con llegar a la cima del Everest. Sabía que el país que recibía estaba convulsionado, que la gente había adquirido un poder inédito en la historia, arrastrando a la clase política a reformar la Constitución y a permitir retirar parte de sus ahorros previsionales. Sabía que el parlamento ahora actuaba como si el régimen político fuera semipresidencial, que Chile Vamos se había quebrado igual que antes la ex Nueva Mayoría. Sabía también que la oposición era débil, que el Estado no tendría recursos para seguir apoyando a la gente golpeada por la pandemia de manera crónica, y que la economía se demoraría un par de años para recuperarse.

Pero pese a todo estaba entusiasmado. Y aunque no estaba seguro del momento exacto en que el contexto político le había abierto la ventana justa y precisa para irrumpir en la carrera presidencial, sí tenía conciencia de que la estrategia había sido correcta.

La historia de cómo Andrónico llegó a ser presidente

Подняться наверх