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OBSERVACIONES CRÍTICAS

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No vale la pena detenerse demasiado en la crítica de esta concepción de la cultura, juntamente con los diferentes procesos sociales que la han ido modelando y materializando hasta el presente.

Basta con señalar, por el momento, que se trata de una concepción que descansa íntegramente en la dicotomía cultura/incultura, por sí misma discriminatoria y excluyente. Además, la cultura se identifica aquí pura y simplemente con la cultura dominante, por definición, la cultura de las clases dominantes en el plano nacional o internacional (Marx). Dicho de otro modo: la cultura se asume como sinónimo de cultura urbana y, en otro nivel, de cultura metropolitana, es decir, la de las metrópolis dominantes dentro del sistema mundial de dominación. De donde se sigue que se trata por lo menos de una visión jerarquizante, restrictiva y etnocéntrica de la cultura, con una escala de valores cuya “unidad de medida no medida” (16) no es otra que la “alta cultura” de la élite dominante. Pero, además, se trata de una visión naturalmente discriminatoria y virtualmente represiva, en la medida en que comporta una discriminación cultural homóloga a la discriminación de clases. (17)

Si nos referimos ahora a sus procesos y formas de institucionalización, esta cultura ha ido adquiriendo también un matiz fuertemente autoritario que contradice la vocación de libertad, pluralidad y dispersión que parece caracterizar al orden de la cultura.

Por lo que toca a los procesos de mercantilización, su efecto sobre el ámbito cultural ha sido doblemente negativo: por una parte, la desmoralización, en el sentido fuerte y etimológico del término, de los creadores (artistas, artesanos, campesinos, ministros de culto) o de los reveladores de cultura (fotógrafos, editores), que se convierten en simples productores de bienes culturales para el consumo, “del mismo modo que el obrero no calificado de una cadena de montaje de automotores”; (18) por otra, la tendencia a la “estandarización” de todas las culturas a escala internacional, que apunta a la cancelación de las diferencias locales, regionales y hasta nacionales. Se trata de una consecuencia natural de la lógica homogeneizante del valor de cambio que tiende a imponer en todas partes usos, consumos, formas de intercambio y modos de vida semejantes. En todas partes encontramos hoy en día las mismas formas de interés y beneficio, los mismos códigos de comercio, los mismos bancos, los mismos cheques, las mismas tarjetas de crédito, las mismas sociedades anónimas, los mismos sindicatos, las mismas asociaciones patronales, las mismas marcas registradas, los mismos estilos de vida y las mismas pautas de consumo. (19)

1- Ver, entre otros, A.L. Kroeber, Culture. A Critical Review of Concepts and Definitions, Vintage Books, Random House, Nueva York, 1965; Philipe Beneton, Histoire de mots: culture et civilisation, Presses de la Fondation Nationale de Sciences Politiques, París, 1975; autores varios, Europäische Schlüsserwörter, t. III, Kultur und Zivilisation, Max Hueber, Munich, 1967; R. Williams, Culture and Society : 1780–1950, Columbia Universty Press, Nueva York, 1958. Se puede encontrar una versión actualizada de esta revisión conceptual en Jeffrey C. Alexander y Steven Seidman (eds.), Culture and Society, Cambridge University Press, Cambridge, 1990; y sobre todo en William H. Sewell, Jr., “The Concept(s) of Culture”, en Victoria E. Bonnel y Lynn Hunt (eds.), Beyond the Cultural Turn, University of California Press, Berkeley–Los Ángeles–Londres, 1999, pp. 35–61.

2- Ver, Robert Fossaert, La societé, t. 6, Les structures idéologiques, Éditions du Seuil, París, 1983, pp. 495–500; Eunice R. Durham, “Cultura e ideología”, en Dados, Revista de Ciencias Sociais, vol. 27, núm. 1, 1984; Michel Vovelle, Idéologies et mentalités, Maspero, París, 1982; Jean Starobinski, Le mot Civilization, en Autores Varios, Le temps de la réflexion, Gallimard, París, 1983, pp. 13–51.

3- Pietro Rossi, Il concetto di cultura, Giulio Einaudi Editore, Turín, 1970; Hans Peter Thurn, Soziologie der Kultur, Verlag W. Kohlhamer, Stuttgart, 1976.

4- Ver nota precedente, y también: André Banuls, “Les mots culture et civilisation en français et en allemand”, en Etudes germaniques, abril–junio de 1969, pp. 171–180; G. Poujol y R. Labourie, Les cultures populaires, Privat, París, 1979, pp. 13–21.

5- Jacques Charpentraux, René Kaes, La culture populaire en France, Éditions Ouvrières, París, 1962.

6- Algunos autores llaman también la atención sobre la connotación sacralizante inherente al término “cultura”, a partir del latín cultus (culto): colere Deos. “Desde sus orígenes” —dice Maurice Imbert— “el término cultura conserva la huella de una connotación sacralizante (culto y trascendencia) que aparentemente se acomoda muy bien a las formas más laicizadas de la cultura del mundo moderno”. (En G. Poujol y M. Labourie, Les cultures populaires, op. cit., p. 16).

7- Maurice Imbert, loc. cit., p. 17.

8- Sobre esta distinción, véase Peter Thurn, op. cit., p. 21 y ss. Alfred Weber ha sido uno de los que intentaron incorporar esta distinción a la sociología, partiendo de la idea de que la sociedad se compone de tres “esferas” analíticamente distinguibles: la “esfera de la estructura social”, la “esfera del proceso civilizatorio” y la “esfera cultural”. La esfera de la civilización (la ciencia, la tecnología, la economía) se caracterizaría por su “dinámica evolutiva” de carácter continuo y lineal, mientras que la esfera cultural (“conjunto de objetivaciones del espíritu y de tendencias configurativas de carácter no utilitario”) estaría sujeta a un proceso discontinuo, errático y frecuentemente regresivo o pendular. Cf. Alfred Weber, Einführung in die soziologie, R. Piper Verlag, Munich, 1955, p. 14 y ss., y 239 y ss. Debe tenerse en cuenta que en el ámbito francés el término “civilisation” no se contrapone a “culture” sino que frecuentemente aparece como sinónimo de esta última. Ver, Starobinski, loc. cit. Sobre el filón ítalo–francés de este mismo concepto, ver, Norbert Elias, La civilisation des moeurs, Calmann–Lévy, París, 1973.

9- Hugues de Varine, La culture des autres, Éditions du Seuil, París, 1976, p. 19.

10- Peter Goodall, High Culture, Popular Culture, Allen & Unwin, Australia, 1995, p. 30. Este autor llama “modernismo” a la corriente que trata de defender a ultranza la “alta cultura”, sobre todo frente a la irrupción de la cultura de masas en los años cincuenta y sesenta, tanto desde el punto de vista de la izquierda (Adorno, Horkheimer, Marcuse, Walter Benjamin) como de la derecha (Allan Bloom). La tendencia opuesta sería la del “populismo cultural” que, por el contrario, tiende a sobrevaluar la cultura de masas (también llamada “cultura popular” en sentido americano y no marxista). Tal sería la postura del posmodernismo y de la escuela de Estudios Culturales de la Universidad de Birmingham, entre otros. Para nosotros, no se puede negar que existe una diferencia entre “alta cultura” y “culturas populares” si tomamos en cuenta los códigos estéticos (“código elaborado”, en el primer caso, y “códigos restringidos”, en el segundo, según Basil Bernstein). Por supuesto se trata siempre de códigos social y culturalmente condicionados. Pero en este trabajo asumiremos ambos tipos de cultura bajo un único concepto y sólo desde el punto de vista socioantropológico.

11- Hugues de Varine, op. cit., p. 33 y ss.

12- Ibid.

13- Ibid., p. 35.

14- Ver al respecto, Robert Fossaert, La societé, t. 2, Les structures économiques, Éditions du Seuil, París, 1977, pp. 215–218.

15- Hugues de Varine, op. cit., p. 37 y ss.

16- Ver, Alberto Cirese, Cultura egemonica e culture subalterne, Palumbo Editore, Palermo, 1976, p. 6.

17- Véase al respecto la obra clásica de Pierre Bourdieu, La distinción, Taurus–Alfaguara, Madrid, (1979). 1991.

18- Hugues de Varine, op. cit., p. 46.

19- Robert Fossaert, Les structures économiques, op. cit., pp. 259–260.

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