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Presentación
ОглавлениеJOSÉ ANTONIO MAC GREGOR C.
Los trepidantes sucesos que ocurrieron por todo el mundo al concluir el milenio pasado e iniciar el actual, parecen indicar que estamos viviendo el tiempo de las identidades. El regreso de discursos de ultraderecha a países europeos, las crisis migratorias en Centroamérica y África, el rechazo y cierre de fronteras frente al aumento de refugiados a causa de las crisis políticas en países como Siria o Palestina. La vuelta de una tensión, no solo armamentista y nuclear sino también política y económica, entre Estados Unidos, Rusia y China; el caos en Venezuela, así como el histórico referendo que provocó la salida del Reino Unido de la Unión Europea, refieren profundos conflictos vinculados a la exclusión del “otro” por su origen étnico, raza, situación económica, edad, género, ideología y creencias religiosas.
Todo ello se enmarca en un contexto de violencia devastadora de todo tipo —la provocada por la delincuencia organizada, la de género, escolar, familiar, contra la prensa, entre otras—, que se desarrolla a la par de procesos de cambio social que involucran el paulatino reconocimiento de las diversidades sexuales e identidades de género así como un notable avance en los logros reivindicativos de las mujeres, ecologistas, defensores de los derechos humanos y movimientos indígenas, entre otra clase de disidencias, que se han registrado en el marco de una globalización que se mueve entre la voracidad arrogante de la unipolaridad hegemónica y la posibilidad de ofrecer nuevas opciones de conectividad, comunicación e interacción social desterritorializada; es decir, entre el individualismo consumista, la agudización de las desigualdades sociales y la posibilidad de concebirnos como miembros de comunidades interconectadas que crecen en el conocimiento de los unos y los otros: la creación del hombre genérico en el nivel planetario, que construye sus identidades a partir de una conciencia mundializada, como dice Edgar Morin al referirse a la Tierra–Patria.
Lo global, en la mayoría de los casos, se concreta en lo local y por ello, la mejor manera de vivir lo global, ineludible e irremediable, es fortaleciendo la práctica en lo local con una visión global de la economía, la educación, la política y, de manera estratégica, la cultura: forma de vida de un pueblo, historia, patrimonio, saberes, sentires, expresiones cotidianas y momentos festivos; la cultura que da orientación y significado al rumbo de un pueblo, que ofrece sentido de pertenencia a sus miembros; que brinda las condiciones para desarrollar aquellos procesos que permiten la búsqueda, experimentación y concreción de lo más sublime del espíritu: el lenguaje, el ritual y el arte. Reto, invención, aprendizaje, comunicación, reinvención permanente de uno mismo en un diálogo colectivo.
Entre los procesos de creación cultural y las comunidades; entre el patrimonio heredado y la población para quien fue creado; entre las posibilidades de gozar y disfrutar lo realmente valioso de un pueblo, lo que enorgullece y distingue a sus habitantes, lo que permanece en medio de estos tiempos tan vertiginosos que nos han tocado, sus historias, sus modos de hablar, de ser, de vivir, de pensar y de sentir; entre todo ello y la gente que no quiere vivir aislada, en el consumo pasivo e indolente de contenidos culturales impuestos, desarticuladores y causantes del individualismo más abyecto y deshumanizante, el promotor y el gestor cultural desempeñan un papel clave como disparadores de procesos de participación comunitaria para la reconstitución del tejido social y la recuperación de la propia vida; porque recuperar la cultura de manera crítica y colectiva, es recuperar la riendas del destino.
Promotores y gestores en permanente proceso de profesionalización para su revalorización social y su posicionamiento como verdaderos impulsores del desarrollo integral de la sociedad en su conjunto. Porque su actuar no se restringe a la realización de actividades superficiales y decorativas. Su trabajo incide en las identidades, en la cohesión social, en mayor bienestar social y en la posibilidad de que sus comunidades adquieran mayor capacidad para decidir sobre su destino; para diseñar proyectos que respondan a un perfil propio y que contengan una visión de futuro que oriente el rumbo a través del cual caminarán por su historia. Desde las bibliotecas, museos, galerías, casas de cultura, teatros, espacios para la música y la danza; organizando festivales, conciertos, concursos, estímulos a la creación, encuentros culturales, coloquios para la reflexión y editando publicaciones que abran espacio a la creación literaria, a los cronistas, a los críticos, a los especialistas, a los niños, a la diversidad lingüística. Todo ello, a partir de una cada vez más amplia, profunda y mejor definida conceptualización de la cultura, trascendiendo los tradicionales ámbitos de las artes y la refinada erudición a las que se ha restringido en muchas ocasiones y llevándola a los campos de las lenguas, las prácticas religiosas, las fiestas, la vida cotidiana, las formas de organización social, la gastronomía, la memoria colectiva, la tecnología, las ideologías, la cosmovisión de los pueblos; en suma, ese conjunto de sistemas simbólicos que organizan socialmente el sentido y la acción de los pueblos y que se interioriza en los sujetos, en contextos históricamente específicos y socialmente estructurados.
La promoción cultural como una alternativa de desarrollo para un país; imbricada en complejos procesos económicos, políticos y sociales y que, desde su propia especificidad puede potenciar de manera extraordinaria las condiciones para la construcción del concepto “comunidad”.
Así como no hay promotor cultural sin proyecto, no hay comunidad sin proyecto. Efectivamente, podrá haber ciudades, pueblos, regiones o conglomerados sociales sin proyecto, pero no comunidades, ya que este concepto no se refiere a un espacio geográfico sino a una construcción metodológica de sujetos en praxis a partir de una necesidad de crear, fortalecer, o acompañar procesos y dinámicas socio–culturales con un rumbo definido de manera colectiva y volitiva.
Comunidad entendida como un grupo de personas comprometidas con la realización de fines comunes, que se organizan para el logro de éstos, que comparten experiencias, conocimientos y trabajo, que reflexionan sobre el rumbo que desean darle a su futuro a partir de las distintas lecturas de su realidad.
Cada promotor define y construye su comunidad a partir de variados criterios: asignación y vocación institucional, intereses personales, definiciones estratégicas o la naturaleza propia de cada iniciativa. El promotor cultural “propicia la creación de comunidad” cuando se impulsan procesos que consolidan la capacidad para optar, decidir y comprometerse de los miembros que la integran; cuando generan elementos metodológicos y logísticos para realizar sus proyectos; cuando forman especialistas comunitarios que favorecen la autogestión; cuando gestionan mejores condiciones políticas, financieras y técnicas para la viabilidad de dichos proyectos; cuando, desde lo cultural, promotor y comunidad construyen ciudadanía para la democracia cultural.
La obra que nos ofrece Gilberto Giménez en estos dos volúmenes, en una nueva edición realizada por el ITESO, la Universidad de Guadalajara, la Universidad Iberoamericana Ciudad de México y de Puebla, se constituyó desde su primera edición en 2005, como un texto fundamental para la biblioteca personal del promotor, gestor o investigador cultural dada la amplitud, erudición y profundidad con la que aborda conceptos clave para la acción cultural: cultura, identidad social, dinámica cultural, cambio cultural, cultura popular, folklore, tradición, modernización, cultura de masas, cultura y sociedad, memoria colectiva, hermenéutica, desde la más selecta gama de escuelas, tendencias y corrientes teóricas, en la que Giménez pone a dialogar a los autores más representativos: desde Edward B. Tylor y su clásica definición de cultura, enmarcada en la escuela evolucionista publicada en 1871, pasando por Boas, Lowie y Kroeber, Malinowski, Benedict, Mead, Linton, Herkovits de la escuela culturalista que ubica a la cultura ya no sólo como totalidad en proceso evolutivo, sino como sistema históricamente estructurado.
El estructuralismo francés define a la cultura como un sistema de reglas (Durkheim y Mauss) y Lévi–Strauss la vincula al mundo de los símbolos como constitutivos de la vida social y de la práctica propiamente humana; un apartado especial le mereció a Gilberto la historia de las posiciones en torno a la cultura desde la tradición marxista que, en términos generales tiende a homologar dicho concepto al de ideología y ubicarlo así en la “superestructura” social: desde Lenin, Gramsci y Althusser.
Gilberto Giménez contextualiza, interactúa y hace observaciones críticas a los autores. Cuestiona, formula juicios de valor y se compromete con el lector para ofrecerle claridad conceptual, ubicación histórica y lenguaje accesible a pesar de la complejidad de los temas. Decide no sólo antologar con rigor académico sino, además, ayudar a la formación del lector en un ejercicio sustentado por su enorme prestigio de investigador y apoyado en una estructura ágil y didáctica.
La nueva edición de esta antología resultaba urgente por la gran demanda que tuvo desde su aparición, en 2005, la cual incluye los Prolegómenos que Gilberto Giménez escribió para revisar, depurar, actualizar y agregar al texto que originalmente concluyó a mediados de los años ochenta del siglo XX. Ello le significó una extraordinaria carga de trabajo, que durante casi un año asumió a fin de adecuar su análisis a los requerimientos de sus lectores potenciales y para presentar un libro que indudablemente será un texto clásico e indispensable para estudiantes y profesores de antropología social, sociología, historia, filosofía. En fin, es el libro que los especialistas, académicos, funcionarios, promotores y gestores vinculados a la cultura esperábamos.
El proceso de actualización del texto sumergió al autor de lleno en la concepción simbólica o semiótica de la cultura, que es definida, por Clifford Geertz y John B. Thompson, como “la organización social del sentido, como pautas de significación históricamente transmitidos y encarnados en formas simbólicas, en virtud de los cuales los individuos se comunican entre sí y comparten sus experiencias, concepciones y creencias”; “[...] el símbolo, y por lo tanto, la cultura, no es solamente un significado producido para ser descifrado como un texto, sino también un instrumento de intervención sobre el mundo y un dispositivo de poder”.
El milagro de la naturaleza humana que la lleva a la producción de símbolos —con patente exclusiva entre todos los seres hasta ahora conocidos— tiene como desenlace la creación de sistemas simbólicos, que no sólo ordenan la conducta colectiva para la convivencia y cohesión social, creando condiciones para la comprensión, recreación y preservación cultural, sino que también son modelos, representaciones y orientaciones para la acción, para el cambio y la transformación social; como práctica de dominación y subordinación o como práctica de movilización y liberación; como concentración de poder hegemónico para administrar y organizar sentidos; como participación colectiva, consciente o inconsciente, plural y diversa para la resistencia y la innovación cultural.
Gilberto Giménez señala: “el estudio de la cultura parecía ser un monopolio de la antropología. Pero en los ochenta y noventa el interés por la cultura se manifestó en la mayor parte de las disciplinas sociales (ciencias políticas, historia, sociología, estudios literarios, etcétera), hasta el punto de que se llegó a hablar del ‘giro cultural’ [...] en las ciencias sociales [...] la cultura [...] se halla en la encrucijada de todas las disciplinas que se ocupan de la sociedad”. Por ello, la trascendencia de este libro rebasa en mucho los ámbitos que tradicionalmente se ocupaban del tema.
Por supuesto que nuestro autor no deja de lado la aún vigente discusión acerca del carácter clasista de la cultura. Corrientes neomarxistas, los teóricos de la posmodernidad o la renovada y sorpresiva recuperación del pensamiento de Gramsci en el ámbito anglosajón. Otro momento culminante en esta obra es la distinción entre formas interiorizadas y formas objetivadas de la cultura que tuvo en Pierre Bourdieu a un genial pensador que colocó en el centro de todo el análisis cultural a los sujetos bajo sus formas interiorizadas, desde su habitus, su identidad, su actuación, vivencias, prácticas y experiencias sociales que los pone en interacción.
No sólo eso. Gilberto retoma autores que fundamentan la transversalidad de la cultura, en tanto “penetra todos los aspectos de la sociedad, de la economía a la política, de la alimentación a la sexualidad, de las artes a la tecnología, de la salud a la religión” y señala sus funciones, donde radica la eficiencia propia y la fuerza operativa de la cultura: la función cognitiva, la identificadora, la de orientación, la normativa y la justificadora: “la cultura interiorizada en forma de representaciones sociales es a la vez esquema de percepción de la realidad, atmósfera de la comunicación intersubjetiva, cantera de la identidad social, guía orientadora de la acción y fuente de legitimación de la misma”.
Comprender a cabalidad la amplitud y riqueza de estas nociones puede significar el resquebrajamiento definitivo de ciertas prácticas de la promoción cultural que se restringen a la difusión, generalmente de las artes, particularmente de las llamadas (aún) “bellas artes”. La cultura entendida en toda esa vastedad que propone Giménez, da sentido, entendimiento y razón de ser, por lo que su papel en la definición de cualquier tipo de proyecto social (a cualquier escala) resulta fundamental.
Gilberto aborda el fenómeno cultural con todas sus dificultades intrínsecas: los fenómenos provocados por la modernización; su contradictoria y complementaria relación dialéctica con la tradición; las posibilidades brindadas por el pensamiento complejo no le son ajenas e incluye el enfoque que reconoce “la dinámica, la multidireccionalidad y la incertidumbre de la transformación sociocultural”, y opta por aquellas teorías que explican el cambio a partir de la contradicción y el conflicto. Por ejemplo, las culturas populares no son definidas por su contenido, sus cualidades estéticas o su grado de coherencia sino por su nexo con las clases subalternas; es decir, por la posición que los sujetos que las sustentan ocupan en la estructura socioeconómica global. La cultura es objeto de lucha por el poder y por construir y preservar hegemonía: deja de ser algo exterior al poder y se convierte en una forma de poder que permite imponer significados, valores y modos de comportamiento “legítimos”, reorganizando las relaciones de sentido y logrando reconocimiento universal, transmutando lo histórico en “natural”. Nuestro autor concluye con Fossaert: “la hegemonía constituye el modo específicamente cultural de confrontación entre las clases sociales”.
Giménez problematiza desde la hermenéutica, el análisis cultural que se plantea como una preocupación esencialmente interpretativa para resolver una necesidad de comprensión: “toda interpretación implica interpretar lo ya interpretado [...] comprender una cultura es también [...] mirarla [...] desde la alteridad [...] la interpretación de una cultura resulta siempre de un diálogo entre dos culturas [...] la posibilidad de conflicto de interpretaciones es inherente a toda interpretación [...] la única manera de resolverlo es la discusión racional en un espacio de comunicación libre de presiones, donde la única fuerza reconocida y admitida sea la del mejor argumento”.
Por todo ello, los libros que presentamos son de la mayor pertinencia y más aún cuando son compilados y comentados por un autor tan reconocido como Gilberto Giménez, con una trayectoria en el campo académico rica en logros y reconocimientos: doctorado en Sociología por la Universidad de la Sorbona, miembro emérito del Sistema Nacional de Investigadores de México. Sus principales líneas de investigación se han centrado justamente en temas como cultura, cambio cultural y región.
La edición original estuvo bajo el cuidado de Nicolás Guzmán, quien con minuciosa dedicación y gran profesionalismo nos entregó esta monumental obra. Por su parte, Andrés Fábregas escribió con su prestigiada pluma de maestro y reconocido académico el Prólogo. Un agradecimiento para ellos y para todos aquellos que colaboraron en la primera edición, así como un reconocimiento especial para quienes hicieron posible esta segunda edición, que bien podría calificarse como un acto heroico por todo lo que implicó.
Esta nueva edición se publica gracias al ITESO, la Universidad de Guadalajara, la Universidad Iberoamericana Ciudad de México y la Universidad Iberoamericana Puebla, pero, sobre todo, gracias a Gilberto Giménez, que aceptó generosamente reeditar esta extraordinaria, erudita, titánica y lúcida obra, para que los gestores culturales se confronten y enriquezcan teóricamente a través de la reflexión y el diálogo con fundamento.