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Prólogo a la primera edición (1)
ОглавлениеANDRÉS FÁBREGAS PUIG
Dos conceptos han sido críticos en el desarrollo de la antropología en particular y de las ciencias sociales en general: el de sociedad primitiva y el de cultura. Acerca del primero, Stanley Diamond elaboró una amplia discusión que situó la relación entre sociedad primitiva y la civilización de manera, me parece, adecuada. (2)
Respecto del concepto de cultura, Gilberto Giménez Montiel ha escrito y compilado la discusión más completa desde la publicación en 1952 del texto clásico de Kroeber y Kluckhohn. (3) Tal es la importancia de esta obra que ve la luz en México bajo el sello editorial del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes y del Instituto Coahuilense de Cultura.
La obra se divide en nueve capítulos que contienen trabajos diversos reunidos bajo un rubro general. Se trata de ensayos y artículos de diferentes autores representativos de varias corrientes teóricas en las ciencias sociales, cuya virtud es la de transmitir puntos de vista complejos sobre el concepto de cultura. En cada caso se informa de la procedencia del artículo y, cuando así lo amerita, se acredita al traductor. Por cierto, el propio Gilberto Giménez ha traducido no pocos de estos artículos escritos originalmente en alemán, francés, inglés e italiano.
Precede a los nueve capítulos mencionados, un extenso texto del propio Gilberto Giménez que constituye el eje central de la obra. En éste, el autor discute con gala de erudición el desarrollo del análisis de la cultura en las ciencias sociales. Se trata de un ensayo complejo y exhaustivo que examina las tradiciones metodológicas y teóricas que han intervenido o intervienen en la reflexión sobre la cultura. Ha escrito un texto que permite al lector adentrarse a una problemática de suyo difícil y en ocasiones confusa, precisamente por la abundancia de definiciones y puntos de vista acerca del concepto de cultura, sin mencionar la cantidad de significados que se le asignan fuera del ámbito académico. Es particularmente interesante el acercamiento crítico que propone Gilberto Giménez en el examen de cada punto de vista. Ello en sí constituye una lección.
Es ampliamente conocido que el primero en ofrecer una definición antropológica del concepto de cultura fue Edward Tylor en 1871. En un párrafo memorable, Tylor resumió así su opinión: “... [la cultura] es ese todo complejo que incluye el conocimiento, las creencias, el arte, la moral, el derecho, la costumbre y cualesquiera otras capacidades y hábitos adquiridos por el hombre en sociedad”.
La propuesta de Tylor rompió con el esquematismo biológico dominante en aquellos días en las ciencias sociales, y señaló con claridad que la transmisión de la cultura pasaba por las relaciones sociales. Años después, los antropólogos resumieron este punto de vista al afirmar que la cultura era la herencia no biológica del ser humano. En un siglo dominado por el evolucionismo y la biología, la propuesta de Tylor fue innovadora y permitió despojar al concepto de cultura de un significado de élite, aristocrático incluso, que servía a los fines del poder. Los “cultos” eran quienes dictaban las reglas del juego y dominaban el escenario político. Por supuesto, los pueblos no europeos se clasificaron como “incultos”, al lado de las clases bajas, obreros y campesinos. La propuesta de Tylor abrió la posibilidad de concebir la cultura como una capacidad compartida por todos los seres humanos. Tal definición de Tylor permanece en el trasfondo de la posición de no pocos antropólogos contemporáneos. Después de Tylor, Franz Boas se erigió defensor por excelencia del concepto de cultura, dando sus ideas lugar a desarrollos posteriores elaborados por sus alumnos, entre otros, Edward Sapir, Margaret Mead, Ruth Benedict y los propios Alfred L. Kroeber y Clyde Kluckhohn. Por supuesto, después del compendio de estos últimos, presentado en 1952, ha corrido infinidad de tinta, como lo demuestran los trabajos antologados por Gilberto Giménez. En la actualidad, la discusión del concepto de cultura en antropología pasa por los trabajos de Marvin Harris, Roy A. Rappaport, Clifford Geertz, Marshall Sahlins o Michael Carrithers y, por supuesto, el propio Gilberto Giménez.
En cierto sentido, el concepto de cultura llegó a las ciencias sociales como un resultado de la apertura del mundo y del encuentro de sociedades cuyas diferencias resaltaban. El colonialismo, en su amplia concepción, incubó interrogantes que no sólo se refirieron al uso del poder y a las características del dominio sino al lugar que en ello tienen las diferencias culturales. El concepto de cultura descubrió el valor de la variedad humana y el derecho de los pueblos a la diferencia. Prohijó también el uso de la tolerancia y la reflexión sobre nuestras capacidades creativas como seres humanos. Las críticas más sustanciales al colonialismo partieron del concepto de cultura y añadieron dimensiones antes desconocidas a las realidades provocadas por la desigualdad social. No son sólo las diferencias clasistas las que cuentan en la sociedad actual sino también las culturales. En otras palabras, en el contexto del colonialismo y sus secuelas, la diferencia cultural se esgrimió como argumento para justificar la desigualdad social. En otros contextos, como sucedió con el indigenismo mexicano, se confundió la desigualdad con la diferencia. Se ocultó el hecho de que la desigualdad social es la causa y raíz profunda de la pobreza, mientras la diferencia cultural es el potencial más importante para lograr la riqueza. El concepto de cultura abrió la puerta al análisis de estas situaciones e hizo posible un examen más complejo del pasado y del presente. Nunca como en nuestra actualidad, el concepto de cultura está en el centro del debate sobre la globalidad y los conflictos que afligen al mundo. Si desde algún concepto será posible el análisis de la dialéctica entre lo global y lo local, ése es el de cultura.
Uno de los aciertos más destacados de la obra de Gilberto Giménez es la inclusión de un amplio debate acerca del cambio cultural. En efecto, a lo largo de los años, la antropología elaboró una visión más bien conservadora y homogeneizante de la cultura. Pero las sociedades en general están en permanente movimiento, y las culturas no son la excepción. Aún más, el devenir cultural no es sólo cambiante sino hasta incierto. Tiene relación con el poder y el dominio. La cultura no está exenta de este contexto. También le concierne la dimensión política de la vida social. El cambio cultural es una dimensión que atañe a la reflexión sobre lo que en México hemos dado en llamar “lo nuestro”, a lo cual otorgamos una dimensión estática. Pero las culturas cambian no sólo al estímulo de la propia innovación sino con el contacto y el diálogo con otras culturas.
El trabajo de Gilberto Giménez aporta una reflexión amplia, casi exhaustiva, del concepto de cultura. Aprendemos con ella que finalmente la cultura es una capacidad humana que nos pertenece a todos. Esa capacidad es la de crear nuestro propio mundo y hacer nuestra propia historia. Hay también, como en todo lo humano, desviaciones en la cultura. Es decir, rasgos culturales, como con claridad lo señala Gilberto Giménez, que atentan contra el sentido de lo humano, contra la dignidad. Por eso, el análisis de la cultura no es posible a través de una visión apologética sino mediante un sentido crítico. En ese sentido, la obra de Giménez muestra la extrema complejidad de la cultura, al desplazar cualquier noción simplista que la sitúe en los márgenes de la vida social.
La reflexión acerca de la cultura, entendida como una capacidad humana universal, y las culturas en concreto, nos permite entender la variedad y la pluriculturalidad, además de la historicidad de las culturas. Como una totalidad, la cultura es resultado de la actividad humana en general. En su dimensión concreta, la cultura es el resultado de una actividad humana particular en un contexto histórico específico. Así, el ámbito de la cultura es el campo total de la actividad humana, en abstracto y en concreto. Como lo sugirió Tylor en 1871, las relaciones sociales son el factor activo respecto a la cultura.
El lugar por excelencia de la presente obra son las aulas, por su claridad, su carácter antológico y su vocación pedagógica. La obra es también una guía para la investigación y la promoción cultural. El estudiante de ciencias sociales encontrará en ella una fuente de información teórica y metodológica que plantea cuestiones básicas para la reflexión. Asimismo, para el profesional de la promoción cultural, he aquí una obra que ensancha los horizontes mostrándonos que la cultura va más allá de la sola erudición hasta alcanzar lo más profundo de la creatividad humana. La cultura no se reduce a las actividades artísticas o manifestaciones similares sino que se refiere a la capacidad creativa compartida socialmente.
En términos de obtener la mayor utilidad de esta obra enciclopédica, pensando en los estudiantes de ciencias sociales y en los promotores culturales, propongo el siguiente diseño para discutirla:
Conviene iniciar la discusión (en un taller, curso o seminario), con una introducción general a la obra por parte del docente. Deben explicarse las ventajas de una antología como la presente, sus antecedentes más importantes, la relevancia actual de la misma y el plan general de la obra.
La discusión, propiamente dicha, debe iniciar con el examen del texto de Gilberto Giménez titulado “La cultura en la tradición filosófico–literaria y en el discurso social común” que introduce los trabajos del capítulo I. Al término de la discusión del texto, se debe pasar al examen de los trabajos incluidos en el capítulo I, es decir, los de Hans Peter Thurn y Hugues de Varine.
Proseguir con el texto de Gilberto Giménez, “La cultura en la tradición antropológica”, y una vez analizado, pasar a los trabajos del capítulo II, “La tradición antropológica” escritos por Marie–Claude Bartholy y Jean–Claude Despin, Pietro Rossi, Carla Pasquinelli y Claude Lévi–Strauss.
Continuar con el texto “La cultura en la tradición marxista” y, una vez discutido, examinar los trabajos del capítulo III escritos por Hans Peter Thurn, Roger Establet, Alberto Cirece y Amalia Signorelli.
Pasar al texto de nuestro autor, “La concepción simbólica de la cultura” para, una vez discutido, examinar los textos del capítulo IV, “La concepción simbólica de la cultura”, escritos por Clifford Geertz, John B. Thompson, William H. Sewell y Claude Lévi–Strauss. Continuar con los textos del capítulo V referentes a la “Interiorización y objetivación de la cultura”, donde figuran trabajos de Pierre Bourdieu, Jean–Claude Abric y del propio Gilberto Giménez.
Seguir con el texto “Identidad y memoria colectiva” que, una vez discutido, da paso a la reflexión sobre los textos contenidos en el capítulo VI, “Identidades sociales”, y en el capítulo VII, “Memoria colectiva”, que incluyen trabajos de una docena de autores.
Continuar con el texto, “La dinámica cultural”, el cual una vez discutido puede enlazarse con el análisis de los trabajos del capítulo VIII, “La dinámica cultural”, y del capítulo IX, “Cultura de masas vs. culturas particulares”, que aquí se concibe como una prolongación del tema anterior en el plano de los procesos de globalización de las industrias culturales.
El apartado VII de la introducción de Gilberto Giménez, titulado “Problemas metodológicos”, tendrá que abordarse y discutirse en sus propios términos, ya que no remite a textos específicos de apoyo en la antología como los apartados anteriores.
Para completar el uso de la antología con el esquema propuesto, debe planearse una práctica de campo de al menos tres semanas en algún poblado rural o en un barrio urbano, con el objetivo de que los estudiantes apliquen en un breve ejercicio lo asimilado.
Llevar a cabo la discusión final con los materiales recolectados en la investigación de campo y con los textos de Gilberto Giménez titulados “Escolio (observación) I: Cultura y Sociedad” y “Escolio II: Dimensión axiológica o valorativa de la cultura”.
Junto a los trabajos antologados, esta obra contiene una amplia bibliografía que es una guía para quien desee profundizar aún más en el análisis del concepto de cultura.
Además de la utilidad de esta antología para el estudiante de ciencias sociales, el promotor cultural encontrará en ella una fuente permanente de reflexión. Por lo general, las políticas de promoción cultural en México han puesto el énfasis en las artes plásticas, la música, la danza y la literatura, tanto escrita como oral. Justamente esta antología permite al promotor cultural una visión mucho más amplia de la cultura, de la que puede obtener sugerencias para su trabajo. Por ejemplo, son parte de la cultura, si se vive en un entorno campesino, los ciclos de cultivo, el conocimiento y uso de las plantas, las ideas y los relatos asociadas a ellas y, en general, el manejo social de las plantas. Es coherente con un concepto antropológico de cultura establecer la difusión de ese conocimiento del que hablamos, mostrando a sus propios creadores que es una parte esencial de la cultura. En otra dimensión, las mayordomías o sistemas de cargos, por cierto mencionados en la antología, ofrecen un campo variado para la creación de obras teatrales educativas que muestren la importancia de los mecanismos de cohesión social y de identidad, del que las mayordomías, precisamente, forman parte. Al lado de estos aspectos, las mayordomías suelen formar estructuras de poder o amplios sistemas de intercambio.
En los contextos urbanos es importante la difusión de las maneras de vivir como propuestas culturales. Los promotores culturales pueden ofrecer los espacios de las casas de cultura para provocar diálogos que descubran a la gente la riqueza de la creatividad. Por ejemplo, la organización de una exposición sobre formas de vestir de los jóvenes, los adornos y objetos asociados con esas formas. Si a ello le agregamos la música y el cine preferidos por los jóvenes en cuestión, el promotor cultural estará en posibilidad de recrear un mundo cultural y difundirlo. Los ejemplos pueden multiplicarse. El mejor uso que un promotor de la cultura puede darle a esta antología es imaginar lo vasto de la tarea de promoción a partir de la aplicación de un concepto de cultura que no reduce a la simple erudición o al campo del arte y la literatura.
En México ha existido un debate permanente, desde los pensadores del siglo XVIII por lo menos, acerca de la cultura nacional. La concepción sostenida por los liberales prescribía que la nación sólo sería posible si se lograba una comunidad de cultura, es decir, una cultura nacional. En la mente de los pensadores de la época —siglos XVIII y XIX—, la nación era portada por los mestizos, forjadores de una comunidad de cultura, que, en realidad, estaba siendo definida desde el poder. El indigenismo mexicano surgido de la Revolución de 1910, como lo expresó uno de sus más importantes pensadores, Gonzalo Aguirre Beltrán, retomó la propuesta de una nación con base en una cultura nacional y proyectó una política de asimilación cultural aplicada por el Estado nacional. En esa perspectiva no cabía la pluralidad cultural. Ésta se concibió como una barrera para lograr la construcción de la nación. Los pueblos indios debían declinar su propia historia y, por supuesto, su cultura concreta a favor de un ideal mayor: la nación mexicana. Este debate cruzó el siglo XX mexicano y dividió, entre otros, a los propios científicos sociales. En el centro del mismo estuvo el concepto de cultura. El debate exigió la necesidad de pensar la dimensión concreta de la cultura y de trazar sus relaciones históricas con el todo nacional.
En el terreno de la promoción cultural se divulgó lo que se consideraron los rasgos forjadores de esa cultura nacional, considerada indispensable para lograr la cohesión. Lo central se transformó en nacional. El pensamiento crítico se abrió paso en medio del debate y asumió la dimensión concreta, histórica, de la cultura como una posibilidad real para edificar la nación. Señaló que la difusión de la cultura en México ignoraba a los pueblos indios y sus contribuciones a la propia forja de la pluriculturalidad como característica vertebral de la cultura nacional. Insistió en el derecho a la diferencia y a lo que significaba para México la presencia cultural de los pueblos indios. Sin duda, todo ello ha repercutido en la transformación que hoy está en curso. Pero aún debe insistirse en que, como lo define Guillermo Bonfil en uno de sus trabajos incluidos en esta antología, la cultura nacional es “[...] la organización de nuestras capacidades para convivir en una sociedad plural, diversificada, en la que cada grupo portador de una cultura histórica pueda desarrollarse y desarrollarla al máximo de su potencialidad, sin opresión y con el estímulo del diálogo constante con las demás culturas. No es, pues, la cultura nacional, un todo uniforme y compartido sino un espacio construido para el florecimiento de la diversidad”.
La propuesta anterior de Guillermo Bonfil busca el conocimiento de la pluralidad cultural de la sociedad mexicana. No son sólo los pueblos indios los que contribuyen a esa pluralidad sino las culturas regionales, varias de las cuales incluyen la convivencia entre indios y mestizos. La nación mexicana lo es por la voluntad política de los pueblos que la conforman y no por la homogeneidad de la cultura. La variedad ha caracterizado la situación cultural de México, aún antes de la formación de la nación, cuyos comienzos se localizan con el establecimiento del régimen colonial. Bastaría recordar que en los tiempos prehispánicos, las diferencias culturales entre cultivadores complejos y pueblos nómadas fueron advertidas incluso por los propios castellanos.
Gilberto Giménez ha elaborado más que una antología tradicional, un diálogo amplio entre quienes se preocupan o se han preocupado por analizar la dimensión cultural de la vida social. En el camino ha establecido un intercambio entre voces que son, al mismo tiempo que analíticas, culturales. En otras palabras, esta antología permite analizar el contexto cultural donde ocurre la discusión sobre el concepto de cultura y la importancia en el mundo contemporáneo de la diversidad cultural. No es menor este aporte. Nos indica que es mucho aún lo que debemos descubrir sobre una dimensión de la vida en permanente movimiento, como parte de la propia transformación de las sociedades. Con ello, nuestro autor oferta una obra que estimula el análisis cultural del pasado y su presencia en los escenarios culturales contemporáneos. Es el contrapunto entre pasado y presente, como una realidad, el escenario mismo de la creatividad. Una obra así está llamada a provocar un amplio debate y a dejar una huella permanente en las ciencias sociales y en la práctica de la difusión cultural. Bienvenida.
1- Como apareció en la edición original de 2005 de Teoría y análisis de la cultura, volumen I, publicado por el Instituto Coahuilense de Cultura y el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, como parte de la colección Intersecciones.
2- Ver, Stanley Diamond, In search of the primitive. A critique of civilization, prólogo de Eric R. Wolf, Transaction Books, Nueva Jersey, 1974.
3- Ver, Alfred L. Kroeber y Clyde Kluckhohn, “Culture: a Critical Review of Concepts and Definitions”, en Peabody Museum of American Archaeology and Ethnology, Harvard University Press, 1952.