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III

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¿Me sugiere otro o le parece bien el color que tengo? Es un poco más oscuro, en realidad, pero ya sabe, con el sol, el agua de mar, el champú y el paso de los días se va poniendo amarillo.

Ya no sé qué más decir porque el elegante y sofisticado italiano no me escucha. Concentrado en mi pelo, lo toca, lo estira, lo huele, mira mi imagen en el espejo. Me miro mirándolo. Me siento como si estuviera en el diván delante de un silencioso psicoanalista. Hasta que por fin habla con voz del que se sabe sabio.

Signora mia, vea, le voy a hacer un regalo que nunca va a terminar de agradecerme. Io perdero soldi perche non dovrai tornare indietro se mi ascolti: no oculte sus canas; muéstrelas, exhíbalas con orgullo. Le brillará la cara. Lo miro incierta. Dígame usted ¿qué prefiere? ¿ser una joven anciana o una vieja que pretende parecer joven? Y entonces me acuerdo del comercial de Polystel en el que una niña disfrazada de anciana con sombrerito, lentes de leer y el pelo canoso miraba sonriente a la cámara y decía: «Polystel, de Universal Textil, se mantiene joven, aunque pasen los años». Las señales de la vejez no importaban porque su rostro y su cuerpo correspondían al de una niña de verdad. Si eres mayor, aunque te pintes las canas, aunque te operes de la presbicia, aunque tu cara no ostente una sola arruga tras innumerables visitas al cirujano, aunque etcétera, no hay Polystel que aguante. ¿Comprende, cara signora mia, lo que quiero decir? Como una niña respondiendo a un adulto, muevo la cabeza afirmativamente: Sí, susurro. ¡¡¡Bravo, mi ha capito!!! ¡¡¡Benvenutti cappelli bianchi!!! ¡¡¡¡Vaya a su casa y espéralas!!!!

La otra voz, casi inaudible: Busca otro peluquero, ocúltalas, disimula. No sabes cuánto falta. Nadie sabe.

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