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V
ОглавлениеAparecieron de la nada, instalados en la puerta de ingreso de un edificio de oficinas, una clínica, una sala de espera. En cuanto me ven, colocan su dedo en el casillero de «Atención preferente» de la pequeña máquina que les entrega un ticket. Los llaman anfitriones y son hombres o mujeres muy jóvenes; llevan uniforme: pantalón o falda, saco y eventualmente corbata. Zapatos muy bien lustrados. Ellas, tacones altos. También en el aeropuerto, antes de abordar el avión, la joven que estaba delante de mí y supongo que queriendo ser amable me dijo: «Seño, usted puede estar en la cola del adulto mayor; vaya, avanza más rápido». Y en la boletería del cine hay una ventanilla especial frente a la cual esperan los mayores de 60. Y tienen descuento.
¿Es que hasta hace unos meses no me había percatado de la existencia de esos privilegios porque parecía una adulta menor? ¿Será que en estos meses cambió tan radicalmente mi aspecto que ningún anfitrión o anfitriona, vigilante o pasajera, muestran la más mínima duda antes de ubicarme allá, con los preferenciales? Me digo: Se trata de una legislación reciente en un país que imitando al primer mundo ha empezado a prestar atención a los adultos mayores, a los discapacitados, a las víctimas de feminicidios, a las mujeres abusadas, a los discriminados, a las embarazadas y a los desesperados; ha instalado ascensores, asientos, ramblas, líneas telefónicas directas, albergues, descuentos en los cines y anfitrionas a diestra y siniestra.
Convertida en una anciana a los ojos de los demás, no me quedará más remedio que verme como me ven los otros quién sabe desde cuándo.
Y yo no me había dado cuenta.