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La narratividad como dispositio

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Al revisar algunos de los modelos de narración, de conversación oral y de argumentación, que han sido propuestos desde la lingüística, se observa que dichos modelos hacen de las estructuras de los relatos un modelo que responde en mayor o menor medida a las grandes divisiones del antiguo arte retórico: inventio, dispositio y elocutio, en especial a la segunda de ellas, con su organización interna en exordio, narración, confirmación y epílogo. De entre estos cuatro componentes del modelo retórico de la dispositio tenemos que aparentemente únicamente uno de ellos (la narración) da cuenta propiamente del contenido de lo narrado, mientras que los otros tres (exordio, confirmación y epílogo) se inscriben en un orden propiamente argumentativo, orientado hacia el acto de narración. De manera que sólo la narración parece abordar el contenido de los relatos en términos de progresión de acciones o de acontecimientos. Sin embargo, incluso esta delimitación se revela excesiva, como lo señala R. Barthes al afirmar, en su célebre artículo sobre la antigua retórica (p. 216), que “la narración era concebida únicamente desde el punto de vista de la prueba (...) no (era) pues un relato (en el sentido novelesco y hasta cierto punto desinteresado del término), sino una prótasis argumentativa”. En consecuencia, atendiendo a lo señalado por este autor, podemos asumir que tampoco el componente narrativo de la retórica clásica responde a una narratividad entendida en términos de contenido accional o, para emplear un galicismo, una narratividad “evenemencial”. Algunas propuestas hasta cierto punto comparables, en las que la estructura de la narración es propiamente retórica o argumentativa y no accional, las encontramos en modelos narratológicos actuales, de los cuales me limitaré a mencionar uno de ellos.

Es así como reconozco, en las propuestas de Labov (1972), muy extendidas como modelo de análisis, un ejemplo de lo que aquí llamo un modelo retórico de la progresión o secuencialidad narrativas. Este modelo reconoce la existencia de siete componentes de los relatos que responden a las preguntas siguientes:

resumen: ¿de qué trata?

orientación: ¿quién, qué, cuándo y dónde?

desarrollo de la acción: ¿entonces, qué sucedió?

clímax narrativo: ¿cuál fue el punto culminante?

evaluación: ¿qué sentido tiene esta historia?

resolución: ¿qué sucedió finalmente?

coda: ¿qué relación tiene con el presente contexto?

Veamos algunas características de este modelo, para demostrar su carácter retórico. Partiré de una cita del mismo Labov (p. 369): “Un relato completo comienza con una orientación, prosigue con el desarrollo de la acción, se suspende en el foco de evaluación antes de la resolución, concluye con la resolución y, con la coda, regresa al oyente al tiempo presente”. Aunque es preciso reconocer que efectivamente existen algunos elementos de secuencialidad en este modelo, como son los que ligan el desarrollo de la acción al clímax y, en menor grado, a la resolución, podemos decir, contra lo que esta cita afirma, que no se trata de un modelo lineal, puesto que los componentes no se suceden unos a otros a lo largo de los relatos: en especial, la evaluación puede encontrarse en momentos muy distintos de los relatos. La no linealidad aparece de modo más claro en este componente puesto que es aquél mediante el cual el enunciador indica lo que es el caso en el relato (what is the point) y el cual “se concentra en la sección de evaluación, pero que también se le encuentra bajo formas variadas a lo largo del relato” (Labov: 371).

En segundo lugar, es un modelo que conjuga tanto contenidos semánticos ligados al acto de enunciación como contenidos ligados al enunciado (que aquí llamo contenido evenemencial). En algunos casos la estructura del relato se orienta claramente hacia la instancia de enunciación (resumen y coda) y en otros con respecto al relato (orientación, desarrollo de la acción, clímax y resolución). Dentro de esta bipartición el papel de la evaluación resulta problemático, lo que nos lleva a una tercera característica.

En el modelo la progresión narrativa se produce como efecto de la función evaluadora del enunciador, que es “lo que transforma una simple crónica de sucesos en un relato” (Fleischmann, 1990: 144) y la que señala “hacia dónde va el narrador” (Labov: 366). Se trata de lo que en semiótica narrativa es identificado como embragues enunciativos, es decir, el modo como la instancia de enunciación se hace presente en el enunciado, la enunciación enunciada. Las evaluaciones las encontramos tanto en intervenciones explícitas de un narrador, sea éste intra o extradiegético, pero también en todo elemento que califique el contenido de los sucesos, por lo que podría decirse, por ejemplo, que cualquier adjetivo puede ser manifestación de esta función en la medida en que no sea atribuido a un personaje en especial. Por ejemplo en la frase (3), tomada de un cuento popular, podemos preguntarnos quién califica al asno de “pobre”, en contraste con la frase (4) en donde el calificativo “agradable” de la voz del mismo asno es claramente obra suya:

(3) No pensaba el pobre asno que también lejos de su primer dueño había de correr riesgos.

(4) Tal vez después de escuchar mi agradable voz de bajo se mostrarán conformes conmigo.

En última instancia, la elección misma de un léxico sería muestra de evaluación, con lo cual este componente se vuelve análogo a una función ideológica del lenguaje.

Como última característica que destacaremos aquí mencionaré que, dado el papel que juega la evaluación en el relato, es curioso que el factor de dinamicidad del relato no sea asignado al contenido del enunciado, a través, por ejemplo, de la dinamicidad inherente al significado de verbos de acción —como sucede en el ejemplo (2)—, sino que es atribuido a un componente que forma parte de la enunciación. El modelo exacerba el papel que juegan los modos de manifestación de la enunciación enunciada, en detrimento del desarrollo narrativo. En términos jakobsonianos, subordina la función referencial a la función emotiva, la que se vuelve la medida del relato: es decir subordina la dinamicidad propia del lenguaje a la dinamicidad que el enunciador introduce a través del lenguaje; con lo que la progresión narrativa se torna en un efecto del acto de narración y no de lo narrado.

Es cierto que la narración de los acontecimientos —en términos de Labov, la función referencial—, se concentra en el desarrollo de la acción y en el clímax, pero esta narración es desligada de la secuencialidad propiamente dicha, es decir del factor que permite la dinámica narrativa, la cual, como ya dije, está a cargo de la evaluación. La función referencial se ve así vaciada de contenido para reducirlo a una información escueta, una “mera crónica de sucesos” —como dice S. Fleischmann— incapaz de hacer del relato un relato (volveremos sobre este punto en el apartado sobre los tipos de secuencialidad narrativa).

En consecuencia, tal parece que el enunciado juega únicamente el papel de medio por el cual se establece la comunicación. Con ello, el relato así concebido pierde su autonomía semántica, puesto que la dinamicidad narrativa no descansa en la naturaleza de los acontecimientos, sino en la intervención de la instancia de enunciación. Dicho en otros términos y con respecto a los objetivos de la discusión aquí planteada, que busca reconocer las relaciones entre micro y macroestructuras narrativas (frases y secuencias narrativas), se trata de un modelo fundamentalmente heterogéneo que pone énfasis en lo que Barthes llamaba el contenido argumentativo del componente retórico de la narración.

Como consecuencia de su contenido argumentativo, este modelo de narratividad parece no enfrentar grandes dificultades en correlacionar el nivel de las estructuras narrativas con el nivel de frase. En este último nivel la narratividad laboviana se refleja principalmente a través de la subordinación, recursividad, encastramiento y coordinación de cláusulas “narrativas”. Sin embargo, al menos dos problemas pueden ser planteados a esta teoría: por una parte, la organización de las cláusulas entre ellas es considerada a priori como una imagen icónica de la progresión narrativa del relato; por la otra, la segmentación de un relato en secuencias y subsecuencias es considerada como conducente ineluctablemente a la organización de las cláusulas. En cuanto a la primera, es posible considerar que esto sucede así únicamente en relatos lineales, en los cuales la organización temporal de las acciones y los acontecimientos se ve reflejada en la secuencialidad de las frases que componen el relato: por poco que se complique la narración, pensemos en el Nouveau Roman o en los constantes juegos temporales en Rulfo o en Proust, la asignación de una secuencialidad narrativa a partir del encadenamiento de cláusulas se vuelve altamente problemática. En cuanto a la segunda, la existencia de secuencias truncas (la elipsis) cuestiona severamente la posibilidad de pasar del nivel de las estructuras narrativas al nivel de las cláusulas, como comenta Greimas: “Pienso en los Dos amigos de Maupassant. El cuento termina antes de que se agoten las estructuras narrativas. Existe una especie de enlace con lo no dicho del texto: es ahí de donde nace la posibilidad de diferentes interpretaciones” (1976: 326). Por lo tanto, es necesario asumir que, si bien la teoría de Labov puede dar cuenta de relatos con una estructura temporal secuencializada, encuentra dificultades para describir relatos un tanto más complejos (véanse al respecto las críticas a los esquemas narrativos de la psicología cognoscitiva señaladas por L. Diguer, 1993: 110).

Es posible postular modelos más o menos esquemáticos1; en grado extremo nada impide vaciar todavía más las estructuras narrativas de su componente evenemencial y reducirlas a secuencias tales como inicio de un proceso (argumentativo, accional o evenemencial), desarrollo del proceso y fin o cierre de la secuencia una vez alcanzado el resultado. Con respecto a estas propuestas, no podemos sino hacer nuestro el comentario de Brown y Yule (1983: 120): “El analista del discurso encontrará que no le dice mucho una investigación que concluye con que un ‘relato’ se compone de un escenario más un tema, más una intriga, más una resolución”.

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