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SUMMER

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(5 de marzo de 2010)

Los padres de Summer se habían aislado del mundo. Con los problemas que tenían, lo mejor había sido obviar los servicios que tenían en casa. Luis Antonio, el jardinero que les visitaba tres veces por semana, se había marchado casi tres años atrás. En realidad, no se había ido, le habían echado. Después le siguió la señora Firemount, la señora que cocinaba cada día mano a mano con su madre. Y finalmente la señorita Yang: era la mujer que limpiaba y abría la puerta, una especie de ama de llaves que había aireado cotilleos de la familia a cambio de una buena suma. Ese dinero había ido a parar a la indemnización que sus padres habían reclamado ante un juez, ganando la demanda.

Por eso, cuando llamaron a la puerta, fue Summer a abrir. Era mejor así. Cuanto más solos estuvieran, más intimidad habría. Necesitaban la tranquilidad para no volverse locos.

No esperaba ver a T.J, el representante de su padre, al otro lado de la puerta. Él le sonrió con mimo pese que hacía dos años que no se veían, desde el incidente en el guardarropa del hotel. Era como un tío para Summer, la había visto crecer desde que nació. Ella le tenía aprecio porque era un buen amigo de la familia. Sin embargo, desde hacía tiempo algo le picaba bajo las costillas. Se preguntaba cuánto había luchado T.J para alejar a su padre de la droga. Quizá él le había dado a probar la cocaína. Tal vez el declive de Gary Donovan había empezado con él.

—Hola, Summer —el hombre se quitó las gafas de sol que llevaba siempre—. ¿Está tu madre?

—Ha ido a comprar. No tardará en llegar... pasa, pasa.

Fueron juntos al salón después de que el manager se sirviera un vaso de agua con toda la confianza. Se sentaron en el sofá y le preguntó que estaba leyendo. Summer tomó el libro que había sobre la mesa auxiliar.

—Es un libro de ciencia ficción. El mundo ya no es como lo conocemos y los adolescentes de cada región pelean hasta que sólo uno de ellos sobrevive —le contó, así por encima.

El libro te encogía el corazón, más la lectura seguía siendo una puerta a otros mundos que la evadía del suyo propio. Estar en aquellos párrafos la alejaba del instituto y de la realidad de su padre.

—Suena aterrador.

Summer se mordió la cara interna de la mejilla. Había realidades tan terroríficas como aquella novela. Había experiencias en cada persona que, quizá no se asemejasen a ese salvajismo, pero que podían ser tan traumáticas como para hacerte enloquecer o dejar de creer en la humanidad o el sistema.

—¿Sabes algo de papá?

No supo por qué preguntó aquello. Pero se le escapó antes que su cerebro lo procesase y le dijera que no era buena idea.

T.J se aclaró la garganta.

—No nos dejan verle, cielo. Ya sabes cuales son las normas.

Por desgracia, lo sabía. No era la primera vez que su padre se internaba en un centro durante semanas para tratar sus adicciones.

Los centros eran muy estrictos, lo cual era un bien para el paciente, pero una dolorosa separación para sus seres queridos. No podían visitarle, hablar con él o saber cómo iba. El médico llamaba cada dos semanas e informaba a su madre de si había progresos y poco más.

Quizá T.J había tenido más suerte y había averiguado algo tras siete semanas internado. Tenía influencias y un nombre, al fin y al cabo.

—Me pregunto si estará bien.

—La última vez que los doctores hablaron con tu madre, le dijeron que iban por buen camino —se sentó a su lado y la abrazó por el hombro—. Tu padre es un luchador. Volverá a superarlo y lo tendrás por aquí antes de lo que crees.

—Ya estuvo ahí una vez, hace un año, y recayó al tiempo. Por eso se ha vuelto a internar —le recordó Summer, con tristeza—. ¿Crees de verdad que su amor por la cocaína no es tan fuerte como para volver a sus garras?

—Habrá que confiar en él.

Ella asintió. No tenía claro si su padre era alguien en quien confiar. Su imagen mitificada se le había caído a los pies hacía unos años, al comprender qué eran las drogas y los estragos que causaban. —Quisiera hacerte una pregunta...

T.J fue a la cocina a por más agua y Summer fue tras él. Cuando se hubo bebido el vaso, se miraron a los ojos.

—Dispara, cielo.

Summer lo observó. Timothee James Stewart era un hombre alto, de color, con unos profundos ojos marrones y una sonrisa que abría puertas por su simpatía y labia. Aun así, enfadado tenía muy mal carácter. Summer le había visto gritar a su padre por desatender sus obligaciones y no lo quería como enemigo.

Si alguien podía mantener a raya a su padre... ese era T.J.

—No sé cuándo mi padre empezó a consumir. Sí que sé qué hace mucho. Era pequeña y mis padres discutían por la droga —recordaba tantas peleas que aún le sangraba el alma al pensar en lo sola que había estado su madre—. ¿Pudiste impedir que tocase la coca?

El hombre suspiró y se pasó una mano por su cabeza rapada.

—Intenté mantenerle lejos de ese mundo. De todos mis artistas, Gary es el único que se creyó demasiado listo como para no querer escuchar mis consejos —se arregló la corbata. Siempre iba vestido con traje. Incluso durante sus vacaciones vestía tan elegante. Summer solo le había visto con otra ropa: en los barcos, durante el verano, que llevaba bañador—. Le di varios puñetazos cada vez que daba un paso hacia la droga, pero su curiosidad era más fuerte que yo. Créeme, peleé con él y sus camellos y de nada sirvió.

Era justo lo que necesitaba oír. Saber que su manager había tratado de mantenerlo en el buen camino. Aunque dolía no poder echar la culpa a otra persona y darse cuenta de que Gary se había jodido la vida él solo.

Su madre llegó en ese instante. T.J la ayudó con la compra y Summer se refugió en su dormitorio al entender que la conversación giraba en torno al trabajo. Quería quedarse con su madre, pues ya era casi una adulta, pero sabía cuándo sobraba.

—Gracias, mi amor —su madre le tocó la cara y la despidió mirándola con el anhelo de quien no desea enfrentarse al jefe de su marido drogadicto.

Una vez en su cuarto, se encontró inquieta. Quería oír a escondidas de qué iba todo aquello. T.J nunca hablaba de trabajo con mamá.

Miró las fotografías que tenía en su estantería. El intento por distraerse solo sirvió para poner más peso sobre su atormentado corazón, que se preguntaba constantemente por qué su familia y su amor no era bastante para su padre, que quería compartir vida con la cocaína.

El hombre que aparecía con ella de bebé en aquel papel fotográfico era un lejano recuerdo de lo que era ahora. Su padre seguía siendo un hombre que cantaba increíble y que ofrecía espectáculos impresionantes, si bien su personalidad fuera del escenario era bien distinta. Ahora era gruñón, malhablado e irrespetuoso con todo el mundo, incluso con su madre y con Summer. Tenía arranques violentos y en más de una ocasión la policía había tenido que acudir a casa. Su madre le quería tanto que creía que cambiaría y no le dejaba. Summer peleaba siempre con ella para que lo dejase. Pero siempre se escudaba en que todo el dinero se había ido a la clínica de desintoxicación y que no sacaría apenas nada del divorcio.

Summer creía que su madre seguía enamorada del hombre que había sido su marido y peleaba por aceptar que era un espectro, un esclavo de todo lo malo que había probado en la vida.

El amor era dañino. El amor lo mataba todo, hasta la dignidad. Era horroroso. Summer idolatraba a su madre, pero le era complicado entenderla. Se negaba a terminar siendo como ella.

No quería enamorarse nunca.

Cogió su cuaderno y miró de componer alguna canción. Verter en las letras todas aquellas emociones la ayudaban, hacían terapia. El psicólogo de su instituto había decidido dejar de visitarla porque creía que escribir todo cuánto sentía era suficiente para su salud mental; Summer pensaba que detener las terapias podría llegar a ser nefasto y que aquel titulado se había graduado sin apenas conocimientos, pero...

Pensó en un ritmo muy típico en Elvis Presley. Gracias al buen gusto musical de su padre, había conocido otra estrella del rock que ya no estaba entre los mortales. Se había enamorado de aquella voz, de todo lo que transmitían sus canciones.

Era una lástima que también hubiera sucumbido a las adicciones. A menudo, Summer se preguntaba si había algún famoso que no cayera en esas tentaciones y se mantuviera alejado de todas las malas influencias: drogas, alcohol, prostitución, abuso de poder...

Y con una idea en la cabeza, intentando mantenerse cuerda en medio del caos, cogió un lápiz e hizo un par de garabatos. Las rimas eran difíciles. Rumió.

—¿Y tú te llamas amigo? —el grito de su madre le puso la piel de gallina.

Summer por poco rompió el lápiz que tenía entre los dedos del susto que se llevó al oír a su madre así. Como cuando escuchaba a sus padres discutir, bajó la escalera de puntillas y se escondió para oír todo lo que hablaban, aunque con esos gritos podría enterarse desde cual punto de la casa.

—No tengo otra opción. Sabes que yo no te haría esta putada si no estuviera atado de pies y manos —intentaba excusarse T.J.

—¡Oh, vamos! Conmigo no te hagas el confidente.

Summer asomó lo justo la cabeza para ver a su madre pasear por la cocina. Estaba blanca como el papel de fumar y no paraba de pasarse las manos por el pelo, despeinándolo. Saltaba a la vista que estaba desesperada. Summer se preguntó qué habría dicho T.J para ponerla en ese estado. Desde que su padre estaba ingresado, su progenitora había recuperado parte de la calma que la caracterizaba. Y ahora eso había saltado por los aires.

—No me creo que hayas hecho todo lo que ha estado en tu mano —le echó en cara su madre—. ¡El todo poderoso T.J no ha movido un dedo por los White! ¡Admítelo!

Summer tragó saliva, expectante.

—Te aprecio. Y adoro a Summer —se defendió T.J tratando de mantener la calma—. Os amo como si fuerais mi hermana y mi sobrina. Te juro que he intentado librarme de todos los gastos por mi cuenta, pero necesito que recurras a la cuenta de Gary.

—Su cuenta es mi cuenta y ya sabes en que la ha estado lapidando —se quejó ella, tapándose la cara unos momentos—. Todo cuánto tenemos es para su centro.

—¿Y las últimas entrevistas que dio?

Summer sabía que apenas había dinero. No importaba cuánto hubiera ganado su padre. Gary había derrochado su fortuna en sus caprichos. Sobrevivían por los pocos ahorros que quedaban y porque la abuela les daba fiambreras para comer.

—Se lo dio todo a su camello y a esa escort de lujo que no para de llamarle últimamente. Carla o Carly, algo así.

—¿Y si te ayudo a encontrar trabajo?

—Ya busco. Pero nadie me quiere. Hace años que solo me dedico a mi hija y... soy la esposa de Gary White. Los periodistas me siguen... para preguntarme sobre su drogodependencia. Tengo muy mala imagen... —admitió, derrotada.

Su madre también era otra a causa de los vicios de Gary. Estaba más triste, había perdido peso y apenas mostraba cariño hacia su única hija. Summer empezaba a ser invisible para ella porque su depresión la estaba alejando del mundo real. Del que la amaba de forma pura.

Con la convicción de que jamás se enamoraría, pues no quería humillarse jamás como lo estaba haciendo su madre, Summer fue a su cuarto.

Abrió una caja con candado que guardaba escondida entre la ropa del armario. Sacó los papeles que tenía dentro y regresó a la cocina.

Carraspeó para que T.J soltase a su madre. La abrazaba para consolarla. Sostenerla así no iba a ayudarla. Su familia no necesitaba mimos, sino una forma de ingresar dinero. Rápido y a montones. Otra gente lo tenía difícil, pero Summer tenía un apellido. Debería limpiarlo con trabajo duro y esfuerzo, pero confiaba en Timothee. Le tendió sus canciones.

—Las he escrito yo. Son las que más me gustan, las que me atrevería a mostrar al mundo.

—¿Qué es esto, hija?

—Ha compuesto canciones —susurró T.J. Estaba asombrado—. No sabía que habías querido seguir con eso de ser letrista.

Su madre también parecía no terminar de creérselo. Summer se encogió de hombros. Tras el chasco años atrás, no había dejado que nadie más supiera sobre sus aficiones.

—Estás aquí por las deudas de papá, porque no cumple su contrato por estar interno. ¿Verdad? —Nadie dijo nada. Summer entendió que tenía razón. Suspiró—. Si las vendes a tus otros artistas, ¿puedo llevarme algo por cederles los derechos? Estas cosas se pagan. Y si se lo das a gente internacional y ganan premios... ¿yo saco beneficio?

T.J se sentó en un taburete y leyó página por página. Estaba concentrado. Su madre se acercó a Summer y le dedicó una sonrisa agradecida; se tomaron de la mano mientras esperaban a saber si aquello las ayudaría a superar el bache.

—Son muy buenas —T. J asintió y le sonrió—. Creo que, moviendo hilos, puedo hacer que todas ellas —señaló las cinco letras— vean la luz. Y podrían ser verdaderos éxitos. El pellizco sería pequeño al principio porque el apellido Donovan lo tiene tu padre, pero si lo petan... querrán más cosas tuyas y ahí pagarán muy bien.

Sonaba bien. Summer casi quiso rezar para ver si alguna divinidad le hacía caso y la ayudaba a saltar a la fama para sacar a su madre de la miseria.

—¿Tenemos trato?

—Hablaré con los abogados de la productora y te llamo esta tarde —se los guardó en la americana. Sonrió más cuando Summer le amenazó, pues tenía copias y podría demostrar su autoría—. No te preocupes. No te tomaría el pelo, Summer.

—¿Me has llamado por mi nombre?

—Cuando has venido con esto en la mano no parecías una niña, sino una mujer decidida. Y si vamos a hacer negocios... —se puso las gafas de sol para darle dramatismo a la conversación, como si fuera gracioso tener deudas—. Mejor tenernos el respeto que merecemos.

Su madre lo acompañó a la puerta, todavía ofendida porque había ido a rendirle cuentas por desacuerdos económicos de su esposo.

Summer, en cambio, se notó desinflar. La convicción de que estaba bien mostrar sus composiciones al mundo se había esfumado y ahora dudaba de sí misma. Era terrible. Quizá T.J exageraba. ¿Y si se equivocaba y sus letras no gustaban a nadie? ¿Podían ser un fiasco? De más joven nadie había dado un duro por sus composiciones... y la presencia de Gary no había ayudado. ¿Podría la sombra de Donovan planear sobre ella? Incluso su madre tenía mala imagen por culpa de su matrimonio. ¿Esa maldición la acompañaría a ella? ¿Y Summer si no lograba recuperar la economía familiar...?

Ojalá la abuela estuviera allí. Ojalá no hubiera tenido ese infarto fulminante, aunque no hubiera sufrido porque estaba durmiendo. Hacía un año que ya no estaba entre ellos, si bien Summer todavía la extrañaba como el primer día. El dolor no se drenaba, la tristeza no desaparecía. Necesitaba de sus ánimos y su consuelo para creer en sí misma.

Las palabras de su padre todavía resonaban en la cabeza. Era una inútil, un incordio. No serviría para nada. ¿Y si T.J no lograba lanzar su carrera como letrista y su intento de vender las canciones volvía a fracasar?

El verano en que nos enamoramos

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