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SUMMER
Оглавление(En la actualidad, 15 de julio de 20019)
Summer se apoyó en la ventanilla abierta del taxi y dejó que el aire, enfriado por la velocidad del vehículo, le acariciase el rostro. El conductor se había deshecho en disculpas por tener el aire acondicionado roto, pero a ella no le importaba. El verano seguía siendo su estación favorita. El sol, las alturas temperaturas, los vestidos ligeros y los tempranos amaneceres le daban la vida.
Aunque llevaba dos años que no encontraba luz en ningún día radiante como aquel. Desde que su padre había muerto, era incapaz de escribir y mucho menos de cantar. Al principio, había seguido asistiendo a entrevistas y a conciertos para cantar, pero con el tiempo se había aburrido de ello y ponerse frente un micrófono le provocaba ansiedad.
Ningún psicólogo conseguía ayudarla. Estaba tan bloqueada, que ni siquiera la ayuda profesional le servía. Por eso se había dejado convencer por su madre de que fuera a aquel rincón de Alabama, conocido como New Hope, para desconectar. Había anunciado a su mánager, el hermano de T.J, que se iba y también había publicado en redes sociales que apagaba el teléfono y que no pensaba estar operativa durante una temporada para regresar con las pilas cargadas. Todo el mundo había alabado su decisión.
Pero la productora quería plazos para asegurarse que Summer iba a cumplir con su parte del trato y le daba tres semanas para traerle una canción decente, lo cual suponía mucha presión. No era lo mismo recibir la inspiración de la nada que tener una fecha límite para encontrar algo que la motivase a componer.
Visitar aquel hostal iba a suponer un antes y un después en su vida. Si conseguía componer algo bueno, volvería a relanzar su carrera. Sin embargo, si no lograba componer nada decente, la productora rescindiría su contrato y Summer tendría que pagar una verdadera fortuna por ello. Era horroroso.
Por eso dormía tan mal, por eso le era tan difícil descansar y notar que su cuerpo estaba sano. Se notaba hinchada, nerviosa, como si su cuerpo estuviera en llamas y no hubiera agua suficiente para apagar el incendio.
Si no fuera por esa sensación de malestar, de pérdida de control de su vida, no habría accedido a estar varias semanas allí recluida, con cero contacto con el mundo exterior. Ella odiaba el campo. Solo de pensar en los insectos que había en el suelo y que revoloteaban a su alrededor, notaba que le picaba todo el cuerpo. Pero iba a hacer un esfuerzo.
Cuando el taxista se detuvo, se asomó un poco más y se quedó perpleja. La casa que tenía delante era enorme y parecía la casa de Forrest Gump. Su madre sabía que era su película favorita desde niña, tal vez por eso había insistido tanto en que debía alojarse allí. Cerró los ojos y dejó que el aire meciera su pelo, que el piar de los pájaros la envolviera. No se podía negar que el sitio desprendía paz y que era muy distinto a Los Ángeles o a Nashville.
Summer pensó que, quizá, no era tan mala idea quedarse allí unos días.
Pagó el viaje. Cuando bajó del coche y el conductor bajó su maleta, Summer se colgó la mochila al hombro.
—¿Le importa si me miro un momento? —preguntó señalando el retrovisor.
—No, por supuesto.
Se inclinó para mirarse en el pequeño espejo del lateral del coche. Se había teñido el pelo para que nadie la reconociera. Tras cinco años siendo rubia, volver a su color castaño le gustaba. Y también se había quitado las extensiones. Necesitaba tranquilidad, no que se corriera la voz de donde estaba escondiéndose. Ahora, con las redes sociales, sería muy fácil ser descubierta. Pero se veía muy diferente con aquella media melena castaña. Dudaba que alguien supiera ver en ella a Summer Donovan. Por precaución, se calzó una gorra negra y se puso las gafas de sol.
La puerta estaba entreabierta, así que entró sin llamar al timbre. En el recibidor se encontró con una mujer con el pelo recogido en el moño y una sonrisa agradable la recibió. Estaba reordenando la estantería, pero lo dejó todo cuando la vio pasar.
—Ah, tú debes ser Summer Marjorie —la miró de arriba abajo sin juzgarla—. Yo soy Lucy White.
Summer aceptó su mano con una sonrisa. Por supuesto, Lucy White era quien había atendido a su madre por teléfono. Era la única que sabía su verdadera identidad, pues debía enseñar el carnet para poderse alojar allí y en él no se podía esconder el apellido de Gary. Pero habían acordado guardar el secreto. La señora White había sido honrada y no había querido cobrar de más por la confidencialidad; decía que cuidar de sus huéspedes era su deber y que no pensaba aceptar más dinero por ello.
Solo por ese desinterés económico, Summer ya la apreciaba.
—Siento haber reservado con tan poco tiempo de antelación. Es una mala época, ¿verdad?
—No se preocupe. Venga conmigo —le pidió que la siguiera hasta una sala anexa donde había un escritorio, un armario con llaves y un par de butacas en un rincón. Debía haber sido una alacena, pero habían dispuesto un diminuto despacho para nada claustrofóbico—. Siento que mi hijo no pueda recibirla. Él es el dueño de la casa ahora, pero ha tenido una emergencia y ha tenido que irse hace un rato. Yo me he quedado a cargo del hostal, pero regresará pronto y podrán conocerse.
—De acuerdo.
—Ha tenido suerte porque nadie usa los dormitorios que fueron de mis hijos. Supongo que Zane algún día llenará esos cuartos con sus propios críos, pero mientras solo se llenan de polvo.
Summer supuso que Zane era el hijo que ahora dirigía el lugar. No estaba segura. Tampoco quería preguntar. Lucy era una verdadera metralla de información, lo soltaba todo con una soltura envidiable y una confianza brutal.
—¿No los alquila?
—En raras ocasiones. Sigue todo igual a cuando mis otros hijos se fueron de casa… —hizo una mueca de melancolía y Summer notó la tristeza de la mujer—. Zane ha regresado a su antiguo dormitorio para que usted utilice el que fue de mi marido y mío. A él no le gusta cómo está decorado, así que no crea que lo ha echado.
—Puedo quedarme en otro más pequeño, no quisiera crear problemas, señora White.
—Oh, llámeme Lucy —Lucy le entregó la llave tras rebuscar en el armario con las copias—. Zane no se siente cómodo en ese dormitorio. Creemos que está esperando encontrar una buena mujer para decorarlo a su gusto y sentirse cómodo con ella allá. Usted ya me entiende.
—Claro —Summer notó que le ardían las mejillas.
Solo esperaba que su madre no hablase con extraños de esos temas con tanta facilidad. Era abrumador la familiaridad y confianza que la señora White depositaba en ella. Tan solo hacía cinco minutos que se conocían, al fin y al cabo.
—¿Ha desayunado, señorita Marjorie?
—Si me llama Summer, accedo a tutearla.
—Entonces, Summer, ¿te apetece desayunar? —le sonrió con todavía más calidez cuando vio cómo la chica se quitaba las gafas de sol—. Llegas un poco tarde, pero ha sobrado pastel de cereza y siempre tenemos una cafetera lista. Nuestra cocinera, Luanne, ama el café y no puede vivir sin sus cinco tazas diarias.
—La verdad es que lo agradecería —musitó—. En el avión me han dado un zumo y creo que estaba pasado.
—Bien, deja que te acompañe hasta tu cuarto y mientras te instalas, te preparo un buen desayuno en el comedor.
Lucy le mostró las zonas comunes de la casa: el salón, donde había un televisor y una chimenea, una biblioteca, un aseo y el comedor. Al parecer, tenían dos dormitorios más en esa planta, que daban a gente con bebés o con dificultad o imposibilidad de subir escaleras. Le señaló donde estaba la cocina, pero le aseguró que si necesitaba algo solo tenía que preguntar. Como si fuera terreno prohibido.
Al pie de la escalera se encontraron con Cecille Landon, una mujer que parecía sacada de la clase alta del Titanic, con su moño tirante, su camafeo en el cuello y su falsa peca en el labio superior. Llevaba una camisa blanca y una falda de tubo negra que no encajaba para nada con el entorno rural donde estaban. Destacaba por estar fuera de lugar.
—Oh, vaya, veo que tenemos un cachorro nuevo por aquí —la observó de arriba abajo con ojos que parecían relámpagos, tanto brillaban.
Por su acento y su entonación, la mujer era nativa francesa. Eso explicaba su blanca piel y sus rasgos europeos, muy refinados. Rondaba los setenta años, si bien su pelo lucía igual de negro que cuando era joven. Su mirada verdosa le recordaba a un gato. La señora Landon debió ser toda una belleza. Todavía lo era.
Para protegerse, Summer se colocó las gafas de sol de nuevo y deseó que la gorra estuviera bien calada. Por el dinero que esa mujer llevaba encima en calidad de joyas, tenía la sensación de que aquella huésped vendería una exclusiva a la prensa del corazón a cambio de un buen pellizco.
—Cecille, esta chica es Summer Marjorie —la presentó Lucy, disimulando a la perfección—. Summer, ella es la señora Cecille Landon. Viene tres veces al año y está un mes con nosotros en cada ocasión. Es como de la familia.
—Aquí vine cuando me casé con mi Huntington a pasar mi luna de miel y aquí seguiré viniendo hasta que Dios me lleve a su lado de nuevo —se santiguó y le sonrió a Summer—. Mi esposo falleció hace diez años y no hay día que no piense en él. Ah… El amor es maravilloso, aunque duela. No veo anillo en tus dedos, cielo. ¿Estás aquí para superar un divorcio?
—Cecille es una mujer que quiere estar al tanto de todo —intentó justificarla Lucy cuando Summer frunció el ceño—. Cecille, voy a acompañar a Summer a su dormitorio. ¿Nos disculpas?
—Oh, por supuesto, Lucy. Adiós, cielo —se despidió con la mano como si Summer fuese una niña. Que fuera tan maternalista la crispó.
—Esa mujer no se anda con rodeos —cuchicheó Summer mientras subían la escalera.
—Intenta esquivarla, Summer. Es muy cotilla y a la mínima te morderá la yugular si no vas con pies de plomo —la advirtió también en voz baja su anfitriona.
Cuando estuvieron en el piso superior, Lucy le comunicó que había dos dormitorios más para huéspedes y le mostró el cuarto de baño que solían usar. Luego, le señaló las puertas de sus hijos.
—Zane y tú estaréis uno al lado del otro. ¿Ves? Las puertas están una al lado de la otra —le señaló ambas hojas de madera blanca—. Tú tienes acceso al balcón que rodea la planta. Para salir se tiene que ir por la puerta de cristal que hemos visto antes de llegar al baño, pero tú puedes usar las puertas dobles del dormitorio.
—Me sabe mal que os hayáis tomado tantas molestias por…
—No te preocupes, ricura. No es la primera vez que hacemos este arreglo, no es porque tú seas famosa —eso lo confesó en voz muy baja—. Zane está más que acostumbrado. De verdad, no molestas.
Summer le dio las gracias y cuando estuvo en el dormitorio, se quitó la gorra y observó el dormitorio. Era precioso. Las paredes eran de un tono azulado muy parecido al blanco y había una lampara de araña colgando del techo. Frente las puertas dobles había una enorme cama de matrimonio con cabezal de hierro forjado pintado de blanco. Acarició la colcha. Era de un tono malva precioso y tenía pequeñas flores azules bordadas. Guardó todo en los armarios empotrados. Le habían dejado espacio suficiente como para que la ropa masculina no le molestase.
Olía bien. El hijo de Lucy tenía buen gusto con la colonia.
—¿Qué demonios dices, Summer? —se preguntó en voz alta. Nunca le había interesado el perfume de los hombres. ¿Por qué ahora se quedaba parada frente las puertas de un armario, mirando fijamente un puñado de camisas y pantalones? Necesitaba un café. Sí, eso era. Si se tomaba una buena dosis de cafeína, recuperaría el sentido común.
Antes de salir, salió al balcón. Era una especie de porche. Había una mecedora y una mesa con un jarrón de flores. Vio las abejas alrededor. Se sentó unos momentos y cerró los ojos. Ahora ya no había perfumes masculinos en el ambiente, solo el olor al rocío, al amanecer y a bosque.
Pensó en todas aquellas sensaciones, en lo fácil que era concentrarse en medio de aquel oasis de silencio. Y notó una brizna de luz en su interior, unas ganas locas de empezar a componer. Hacía siglos que no notaba aquella sensación nacerle en el pecho y recorrer la piel hasta electrizar la yema de sus dedos.
Sí, ahí estaba. Quería componer y tan solo había necesitado media hora en aquel lugar para sentirse libre de escribir lo que naciera de su interior. No obstante, sabía que dar voz a aquello que notaba iba a ser difícil. Era lo más complicado. Expulsarlo todo, hacerlo rimar, buscar un ritmo que tuviera sentimiento, enganche y fuera perfecto para su voz no era sencillo.
Pero por algo se empezaba, ¿no?