Читать книгу El verano en que nos enamoramos - Helena Pinén - Страница 7

3
ZANE

Оглавление

(8 de mayo de 2005)

Zane miró la puerta cuando oyó a su madre golpear la hoja de madera que separaba su dormitorio del pasillo. Su madre se asomó con una mirada apenada y le hizo un gesto para que bajase al porche. Él asintió. Cuando volvió a quedarse solo, observó el techo unos segundos. Los adultos se complicaban la vida, si por adulto se entendía que ya eras maduro al cumplir los dieciocho años.

Sus hermanos estaban encorsetados en sus planes, pero Zane no. Quería vivir intensamente el día a día. El futuro no importaba. ¿Qué más daba si entraba o no en la universidad? ¿Qué importaba a que se iba a dedicar? ¿Qué importaba si en unos meses o años le rompían el corazón? Había que seguir hacia adelante, lanzarse al vacío y experimentar, no convertirse en esclavo de las ideas.

Sky era un hombre que defendía su país hasta el punto de alistarse al ejercito ahora que había cumplido los dieciocho. Daniel, en cambio, detestaba el modo de vida norteamericano y ansiaba graduarse en la Universidad para irse a vivir a Europa. Sky tenía tal sentimiento patriótico, que no tenía nada a criticar a Estados Unidos; Daniel siempre andaba despotricando sobre todo lo que podía, como si tuviera la verdad absoluta.

Zane no entendía de qué les servía esas posturas. Él estaba en un punto medio. Disfrutaba de alzar la bandera y de las festividades americanas como el que más. Le gustaba decir por ahí que era norteamericano. Pero no era menos patriota por aceptar que su país estaba mal montado, que tenía políticos corruptos, una sanidad privada inaccesible para la gran mayoría y un montón de injusticias sociales más como el racismo y la homofobia. Aquella bandera que izaba con orgullo también era motivo de vergüenza.

Suspiró.

Definitivamente, crecer era un incordio. Pero no crecer era una mala señal, porque entonces significaba que ya no estabas en este mundo, así que había que nadar a la corriente del destino y aceptarlo.

Mientras pudiera, él se dedicaría a conducir la vieja camioneta familiar, a besar a Nancy Teams y a correr como buen atleta que era. Aquello era lo que le impulsaba y motivaba a levantarse cada mañana; y así seguiría siendo hasta que tuviera alguna obligación que le hiciera dejar atrás alguna de esas buenas razones para seguir vivo.

Se levantó y fue hacia el jardín delantero de la casa donde vivían los White desde hacía ciento cincuenta años. Su madre se estaba abrazando a su hermano mientras le pedía que fuera con cuidado, como si eso fuera posible allá fuera mientras te llevaban en un tanque e ibas armado hasta los dientes.

No había rastro de su padre ni de Daniel, así que supuso que el progenitor estaba tratando de convencer al primogénito de ir a despedir a Sky.

Zane se acercó a su hermano con las manos en los bolsillos. Sky había cumplido años la semana anterior y ahora ya estaba marchándose lejos de casa. Viviría en una base, se entrenaría para la guerra y lo destinarían a un lugar horroroso donde todo era miedo, polvo y muerte. Sonaba desgarrador.

No quería que se fuera, en realidad.

No comprendía ese amor ciego hacia América hasta el punto de dar la vida por ella, del mismo modo que no entendía el odio que Daniel albergaba por el país como para querer conseguir la residencia en España o Portugal.

—¿De verdad te marchas? —Preguntó. Le era muy extraño verle así, ya vestido de soldado raso y con la cabeza prácticamente rapada, tan corto se había dejado el pelo. Era otro chico. Parecía mucho más mayor que cuando sopló las velas.

—Esto es lo que necesito, pequeñajo —Sky le sonrió y le golpeó el hombro con un puño—. Algún día encontrarás algo que te apasione y sabrás lo que quiero decir.

—Yo ya vivo todo con pasión.

—Lo que tú vives es la locura típica de los dieciséis años, no la pasión que te remueve por dentro. Daniel tiene sus ganas locas de conseguir ser profesor de universidad para conseguir ese dichoso permiso de residencia fuera de aquí y yo defender a mi país de maleantes… —Sky cogió aire, dándose cuenta de la magnitud de sus decisiones, adentrándose en un camino peligroso que le cambiaría para siempre—. Quizá tu pasión llegue al conocer a una chica inteligente, simpática, llena de vitalidad.

—Dudo que el matrimonio esté hecho para mí.

Por ahora no quería pensar en eso.

—Yo tampoco tengo claro que el ejército esté hecho para mí. Pero lo voy a intentar —se encogió de hombros.

—¡Intentarlo puede matarte! —Protestó su madre. Lucy White era una de las mujeres más exageradas del estado de Alabama, aunque en esa ocasión Zane podía llegar a estar de acuerdo con sus argumentos.

—No puedo echarme atrás, pero… volveré, lo juro —Sky le abrazó y Zane disfrutó de aquel momento en secreto, en silencio. Creer en el carpe diem no significaba que no tuviera miedo a perder a su hermano. Le aterraba no volver a verle jamás y aquel pensamiento le horrorizaba.

Sky se separó de él y le palmeó los hombros como si hubiera percibido sus temores y pudiera disiparlos con aquellos golpes nimios.

—Te prometo que volveré para ver cómo te conviertes en un hombre decente.

—Más te vale —musitó Zane, notando las lágrimas escocer en la parte alta de los párpados.

—Cuida bien de la familia —le pidió Sky. Suspiró cuando de la casa salieron su padre y Daniel—. Se avecina tormenta.

—Si puedes con Dan, luchar por tu país te será pan comido.

Su hermano se rio de la broma y Zane notó un pellizco en el pecho. Deseoso de que su hermano fuera más despreocupado que patriota, se apartó para que Sky fuera a decir adiós al americano menos americano del mundo.

Lucy lo tomó del brazo y Zane la abrazó. Si para él se hacía duro decir adiós, a su madre debía estar doliéndole el alma. Entendía su desamparo y su soledad. Le besó la frente. Esperaba que el gesto la reconfortase. Dudaba que fuera posible, mas esperaba que tener dos hijos en casa la distrajera.

Conociéndola, se pasaría las mañanas en la iglesia del pueblo. Pero Zane no creía que la velas fueran a ser de ayuda. Sky iba a enfrentarse a la muerte a diario. Tal vez algún día no pudiera vencerla y ningún santo podría impedirlo.

Zane odió el mundo de los mayores por enésima vez en su vida y quiso borrar aquel día de su memoria, retroceder el tiempo y no despedirse de Sky. Era con quien tenía mayor afinidad.

—Me da miedo —su madre lo confesó en voz tan baja que Zane pensó que lo había soñado.

—Sky tiene muchos dones, mamá. Cuando vean de lo que es capaz de hacer con los ordenadores o los mapas, no le dejarán coger un arma —respondió también en susurros.

Sky era un chico listo. Era el primero de su clase. Hablaba varios idiomas, sabía leer mapas, tenía sentido de la orientación, nociones de astrología y astronomía y sabía de tecnología. Su talento estaba en una tienda de campaña, cooperando en operativos... no llevando un arma y un chaleco antibalas.

—¿Tú crees?

—Ya verás como sí... —Zane se pasó una mano por la cara cuando sus hermanos empezaron a pelearse por su ideología—. Sabe cuándo mantenerse al margen... y cuando no. Es como un fantasma: solo se deja ser visto cuando lo desea.

—Con Dan siempre anda dando la nota.

—Deberíamos ir a separarlos, ¿no, mamá? —Suspiró, hastiado de discusiones y divertido por lo surrealista que le parecía aquella despedida entre gritos y reproches.

El verano en que nos enamoramos

Подняться наверх