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SUMMER

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(10 de septiembre de 2008)

Ese día hacían una fiesta en un hotel de cinco estrellas porque su padre celebraba su décimo disco de oro. Gary Donovan había decidido hacer una macro fiesta: entre los invitados había reporteros, actores, cantantes y productores de todo tipo. Por lo menos había doscientos invitados. La esposa del cantante estaba histérica ante el gasto que suponía y el representante de Gary la había tenido que calmar, diciendo que él se haría cargo de un porcentaje del presupuesto.

Muchas marcas se habían peleado porque Summer llevase uno de sus modelos, mas su madre se había negado a prestarse a ello. No la había dejado posar para la prensa siquiera. Seguía siendo menor de edad y todavía no podía ni conducir un coche. No quería exponerla aún. Algo que Summer había agradecido. No le gustaba mostrarse tan abiertamente. Gary no había opinado lo mismo. No obstante, había aceptado a regañadientes porque su mujer había amenazado con no ir a su celebración.

Summer dudaba que su madre no hubiera asistido. Pese todos los problemas que papá llevaba, lo idolatraba como el primer día. Le plantaba cara, sí, pero se deshacía ante él como una groupie.

Summer observó la gente que tenía alrededor. Eran adultos que hablaban de sus cosas. Oyó cosas de dinero, sexo y política. Le pareció aburrido. Era la primera fiesta a la que asistía y siempre había supuesto que eran pura diversión. Sin embargo, le estaba resultando soporífera. Sería mucho más feliz con su cuaderno, componiendo, o leyendo un buen libro.

Cuando le ofrecieron champán y su abuela descartó al camarero de malos modos por ofrecer licor a una chiquilla, Summer arrugó la nariz y decidió que no le gustaba aquel ambiente.

Podría ser cantante si quisiera, estaba segura. Pero no quería asistir a reuniones sociales de aquel tipo. Había buscado la definición para aquellos que escribían canciones para otras personas. Eran letristas. Summer deseaba dedicarse a eso. Cantar y bailar no entraba en sus planes, quizá porque lo relacionaba con el descontrol de vida que llevaba Gary Donovan.

Fue al cuarto de baño a refrescarse y se topó con la cantante del momento. Tenía los ojos azules más profundos que Summer había visto nunca y un pelo negro que parecía tan suave que quiso acariciarlo. Su último trabajo había sido un boom. Summer era una gran admiradora de su música y la canción que la había lanzado a lo más alto le parecía súper graciosa. Tenía un ritmo pegadizo y hablaba de una chica que besaba a otra, lo cual era rompedor.

Ella le sonrió con mimo, como si fuesen íntimas.

Summer la observó salir del baño y suspiró. Poseía glamour y talento natural.

Cogió su móvil y escribió algo rápido en él. Dio media vuelta y fue tras la chica. La artista la recibió con una sonrisa y un saludo amable. Le preguntó si quería un autógrafo, pero Summer estaba interesada en otra cosa. Se presentó, recalcando que era hija del anfitrión para que no la tomase por una pirada, y luego le enseñó el teléfono.

—Oh, vaya... ¿y esto es...?

—He compuesto esto. Son sólo cuatro líneas, pero si te interesa... puedo hacerte una canción entera —le explicó—. O podemos escribirla juntas —se aventuró, esperanzada. Desconocía por qué se exponía así, pero quería que alguien le dijera que había elegido bien el camino de letrista.

La mujer sonrió con incomodidad y le regresó el móvil como si fuera una serpiente muerta. Summer supo apreciar la negativa en el gesto y notó una profunda decepción.

—Criatura, eres muy joven para esto. No estás preparada para este mundo. Aunque no está nada mal lo que me muestras —intentó animarla, incluso le tocó el brazo—. Sigue peleando duro y tal vez... algún día formes parte de mi equipo.

Era una forma elegante y rápida de despacharla. En su instituto también solían hacerlo de aquel modo, para impedir que te sintieras estúpida por hacer el ridículo. Summer apenas logró sonreír antes de irse. Se sentó frente la barra y pidió un refresco. Añadió que lo quería sin alcohol. Miró su móvil y se preguntó qué había de malo en aquella letra. Eran cuatro líneas contadas, apenas veinte palabras en total, pero para Summer tenían sentimiento. Y podían encajar en cualquier tipo de ritmo. Pop, rock, balada... incluso quedaría bien con un solo de ukelele. ¿De verdad tenían tan poca sustancia como para no ser llamativas?

—Me alegra no ser la única joven por aquí.

Summer miró a la chica que acaba de sentarse a su lado.

—Yo te conozco.

—Claro, cielo. Todas las chicas de tu edad me conocen —le sonrió y le pidió al camarero un cóctel. Ya llevaba uno vacío en la mano. Summer rezó para que fuera sin alcohol.

—Hemos coincidido en algún concierto tuyo. Mi padre tenía pulseras VIP y estuve en tu camerino —intentó explicarle ella.

—Puede ser —le sonrió como si la recordase, pero Summer lo dudaba. Esa chica hacía una serie, daba conciertos. Hacía suspirar a miles de adolescentes en todo el mundo. Estaba en el tren de la fama y seguramente su carrera sólo acababa de despegar—. He visto que has intentado vender una canción. ¿Puedes enseñármela?

Summer intentó matar el atisbo de esperanza que nació en su pecho. Ignorando los fuertes latidos de su corazón, le tendió la BlackBerry de color rosa. La cantante se miró las letras mientras le daba sorbos a su bebida. Tardaba demasiado.

—No está mal —la miró por encima de las gafas de sol lilas que llevaba mal puestas sobre el puente de la nariz—. A ver, no estoy interesada en que escribas mi música, pero chica, sigue así...

—¿Si es buena por qué no la quieres?

—¿Summer? —Su padre apareció de la nada y la tomó del codo—. No deberías estar en esta zona. ¿Qué se supone que estás haciendo?

—Yo me largo. No quiero problemas —la chica se excusó dejando el móvil sobre la barra y marchándose. En aquel mundo era difícil hacer amigas. Cada uno miraba por sus intereses.

Summer cerró los ojos con fuerza cuando su padre le preguntó qué estaba haciendo.

—Negocios, papá.

Su contestación encendió a su padre. Lo vio en sus ojos. Gary la llevó hasta el guardarropa y allí fueron su mánager y su madre, incluso su abuela. La interrogaba para ver qué quería decir con eso de que estaba haciendo negocios. Summer no dijo nada.

Su padre últimamente apenas la miraba o hablaba con ella. Se pasaba el día con el móvil o mirando el techo mientras acariciaba el bajo sin extraerle ni una nota. Cuando no estaba iracundo, andaba dormido. Salía casi todas las noches y Summer no coincidía con él durante el desayuno. Era un mal ejemplo, un mal padre. Ella solo quería demostrarse que era diferente. Que no tenía que acabar así si se dedicaba a la música. Y quería entrar dinero en casa. No veía factible que a ese ritmo su padre pudiera continuar sosteniendo el ritmo de vida de la familia.

—Hija... —su madre se acercó con suavidad—. Si te dedicas a pasar droga, podemos ayudarte.

Summer se cruzó de brazos, sintiéndose insultada.

—No vendo droga, mamá.

—Pero estabas haciendo negocios. Eso le has dicho a papá —ella trataba de conciliar, de estar calmada para dominar la situación. Gary era un polvorín y Summer ya no se callaba sus pensamientos con quince años. Así que a veces sus peleas eran tan monumentales que su esposo se iba a un hotel dos o tres días para no ver a su hija—. Dime qué intentabas hacer, cielo. Podemos ayudarte.

La trataba como tuviera cinco años y así se sentía. Como si hubiera hecho una tremenda travesura.

—Yo...

—Estabas abordando a mis invitados —siseó su padre—. Te he visto. Eres un incordio.

—¡Gary! —Su mánager le dio un tirón en el brazo. T.J no toleraba que nadie hablase así a una cría y menos a Summer—. O te controlas o te controlo a ostias.

Summer apenas escuchaba al representante de su padre. Miraba al suelo con los ojos llenos de lágrimas. No se consideraba un incordio. Quizá había sido demasiado directa con las artistas y debería haber probado de ser más sutil, pero estaba desesperada. Necesitaba creer que la música era más que lo que veía en su padre. Y él la tachaba de molestia, como si fuera un insecto.

—Intento venderles letras. Escribo canciones para entretenerme —susurró.

Obviamente, su padre se burló por creer que tenía talento suficiente como para componer un buen tema. Por eso Summer lo mantenía en secreto. Su padre ya no creía en ella. Su padre ya no la quería como antes, cuando no estaba enfermo ni trastocado. Gary Donovan solo se amaba a sí mismo. Era un idiota. Summer le odiaba hasta el punto de que en ese momento solo quería abofetearlo por ser así de malvado.

Su madre la abrazó. Lloraba de felicidad. Summer sabía que su madre podía tolerar un marido alcoholizado, drogado e infiel, pero perder a su hija por la droga le impediría vivir.

—No seguirás por ese camino, cielo —su progenitora le cogió el rostro—. Debes mantenerte alejada del mundo de la música.

—Porque no sirves para nada, Summer.

—¡Basta! —Su madre mandó a callar a su esposo con las mejillas de color escarlata—. Cállate, Gary.

—¿Por qué? Digo verdades. Esta niña se pasa el día leyendo, nadando y jugando a videojuegos. No tiene apenas amigos —se rio de ella y Summer quiso estrangularlo. Iba colocado—. No vale para nada. Vivirá de mi dinero hasta que me muera y descubra que no tendrá nada para heredar. Terminará vendiendo hamburguesas o siendo puta.

La abuela de Summer fue la más rápida de todas. La madre de Michelle se encaró a su yerno y le dio un bofetón que le provocó una brecha diminuta en el labio. Sangraba.

—Si vuelves a hablar así de mi nieta, te cortaré en rodajas y te daré a los perros para que coman tus restos. ¿Te ha quedado claro? —Había hablado remarcando cada sílaba con tono mortífero.

T.J se llevó a Gary y su madre abrazó a Summer. bien aquella declaración de su padre le había calado bien hondo.

¿Tan mal hacía escribiendo lo que pensaba? ¿Tanto molestaba al querer dársela a alguien que pudiera poner emociones a un puñado de rimas?

—¿Mamá?

—¿Sí, cielo?

—Quiero irme a vivir con la abuela.

Su abuela la miró después de peinarla con una trenza al lado. Ella la había preparado para la fiesta. Era la mejor estilista y peluquera que una chica de quince años pudiera tener. Summer la adoraba. Le encantaba pasar tiempo con ella y últimamente estaba más horas en su casa, jugando con Milán, que en su hogar.

—¿Abuela? —Preguntó, tocándose las puntas y mirándola a través del espejo del cuarto de baño—. ¿Puedo hacerte… una pregunta?

—Claro, mi niña —su abuela era una mujer muy tranquila, apacible. Los humos de su yerno no se le habían subido a la cabeza. Seguía siendo tan humilde como cuando se crio en plena guerra fría; siempre andaba de buen humor. Decía que ser feliz alargaba la vida porque estar triste oscurecía el alma hasta que esta intoxicaba las células y lo mataba todo.

—Si no quisiera estar más en casa… ¿tú me dejarías estar contigo?

Solo ella la comprendía. Solamente su abuela entendería el amor que sentía hacia la literatura y la música. Parecía ser la única que tenía valor de defenderla, como persona, hija y futura letrista. Si no podía contar con su madre, si Michelle era incapaz de protegerla, entonces Summer quería alejarse también de ella por no mantener bajo control a Gary.

Summer no quería seguir viviendo bajo la ponzoña de aquel hombre.

Y su abuela, tras charlar con ella unos minutos y descubrir la realidad en la que vivían su hija y su nieta, había aceptado acogerla en su casa sin con eso le daba paz a Summer.

Justo lo que tanto necesitaba.

El verano en que nos enamoramos

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