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SUMMER

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(22 de abril de 2019)

Summer salió al jardín con su cuaderno entre las manos. Junto a la valla que limitaba la finca con la colindante, que pertenecía a la familia White también, había un columpio atado a la rama más fuerte y alta de un imponente árbol. Se dirigió allí y se sentó.

El lugar era idílico. Miró el cielo, cuyo color de apagaba ante el inminente atardecer. Antaño, hubiera sabido describir a la perfección lo maravillosa que era aquella tarde de verano. Pero las emociones se diluían entre sus dedos. Llevaba todo el día queriendo componer, más le estaba siendo imposible. Se quedaba mirando las páginas en blanco y una opresión en la garganta le impedía encontrar lo que buscaba en su interior

Dirigió la mirada al cuaderno y acarició su portada. No solía escribir mucho entre aquellas páginas porque le daba pena tener que arrancarlas después. Nada de lo que componía le parecía bueno.

Pero había cogido aquel librillo de tapas doradas y mariposas rojas dibujadas en él para rememorar los temas que la habían hecho conocida.

Antes de la muerte de su padre, la música fluía sola. Sacaba todo lo que llevaba dentro con mucha facilidad. Ahora no era capaz de juntar dos palabras para tener un sentido. Todo le parecía insignificante.

Sabía que en medio día que llevaba allí no iba a encontrar a las musas y que estas se pondrían a trabajar con ellas. Solo por eso se decía que no era un fracaso. Pero la frustraba no ser capaz de dar voz a todos los sentimientos que la acosaban. Precisamente esa frustración, esa pena y esa melancolía que guardaba deberían canalizarse en canciones que la gente hiciera suyas.

Era terrible notar que había perdido el único talento que poseía. La capacidad de componer y dar voz a aquellas palabras junto con su guitarra. Tal vez el don de los Donovan se había perdido cuando su padre murió, dos años atrás.

Hojeó las canciones y las cantó en voz baja mientras las leía. Su equipo musical había hecho un gran trabajo plasmando las notas que había creado para aquellos poemas.

—Cantas muy bien.

Summer dio un bote sobre el columpio y la libreta llena de recuerdos, dolor, amor, felicidad y melancolía, cayó sobre la hierba.

Un chico alto, más o menos de su edad, caminaba hacia ella con las manos en los bolsillos del pantalón. Le sonreía con cariño y parecía muy interesado en su cuaderno. Se agachó a recogerlo mientras Summer le pedía a su alocado corazón que bajase el ritmo.

—No pretendía asustarte —el chico se disculpó con una mueca—. Pero es que tu voz me ha parecido mágica. No deberías esconderla. Suéltala y canta alto.

Ella tomó el cuaderno de vuelta. Ahora era Summer quien tenía curiosidad. Gracias a su padre, su voz y sus colaboraciones con artistas de renombre internacional, era conocida. Muy conocida, de hecho. Pero ese tipo no sabía quién era. Podía ver en sus ojos y en su pose relajada que desconocía el alcance de su fama. Fuera quien fuera el chaval, no sabía que estaba ante una cantante con varios premios expuestos en una vitrina del salón.

—Ya canto en escenarios.

Se maldijo interiormente. Se suponía que tenía que seguir siendo Summer Marjorie, no podía dejar entrever su realidad. Sería tan sencillo que la descubrieran…

—¿De verdad? —parecía fascinado—. Vaya. Así que eres una artista famosa. ¡Quién lo iba a decir! —Su sonrisa creció—. No me extraña en absoluto. Tienes talento. ¿Podrías cantarme algo? Antes apenas susurrabas y te he oído con mucho esfuerzo.

Ella ladeó la cabeza. Aquel chico le parecía simpático y un tanto extraño. Tal vez estaba loco. ¿Acaso no veía las noticias o tenía internet como para ver qué hablaban de ella de tanto en tanto? El representante de Summer la hacía ir a entrevistas, a ser portada de revistas. Cuando hacía promoción, estaba más tiempo hablando con los medios que con su madre. ¿Y aquel tipo realmente no sabía quién era?

—¿De verdad que no te sueno de nada?

Quizá el pelo por el hombro y el color castaño eran suficiente tapadera…

—Soy un ermitaño.

Summer no podía creer que un menor de treinta años fuera un ermitaño. Era imposible en pleno siglo XXI. La tecnología dominaba la vida de los nuevos adultos. Era muy sencillo escuchar una canción, reproducir un videoclip o leer una noticia en los periódicos a través de un móvil. Summer dudó. Algo en su interior le decía que no hiciera caso a su instinto y que desconfiase. Una persona en su sano juicio estaría al tanto de las novedades musicales.

Una voz le dijo que hacía mucho que no sacaba un éxito que pudieran poner en la radio cada cinco minutos. La verdad escoció. Había perdido fuelle tras su última gira y apenas tenía visibilidad. Si no fuera por las redes sociales y los fans más apegados, de seguro que habría caído en el olvido. Gracias a su apellido conservaba el contrato con la productora y su representante. Llevaba tanto tiempo estancada en el silencio que se estaba desdibujando para el panorama musical y su público.

—No te fías de mí, ¿a qué no? —el chico caminó con tranquilidad hasta sentarse en el suelo, frente a ella—. Te entiendo. Creo que yo en tu lugar tampoco me creería.

—No sabes venderte muy bien.

—No necesito venderme. Solo soy un huésped que te está pidiendo que le cantes un poco porque te ha oído y quiere más —encogió un hombro, como si no fuera con él. Sin embargo, Summer veía algo en su mirada que le decía que el hombre anhelaba que alguien estuviera por él.

—Pensé que conocía a todos los huéspedes. Lucy no me habló de un chico joven...

—Ah —sus ojos brillaron como relámpagos—. Lucy se olvidó de mí. Como siempre... —movió una mano para restarle importancia—. Llevo tanto tiempo viviendo en el cuarto que tienen sobre el garaje, que más que un huésped... soy familia.

—¿De veras?

—Oh, sí. Llevo tanto tiempo viviendo ahí que no recuerda ni mi presencia —meneó la cabeza—. Te lo prometo. Soy de confianza.

Pero Summer no las tenía todas consigo. Lo observó con detenimiento, esperando encontrar algo en él que le dijera que era un peligro y que debía mantenerse alejada. No encontró nada. Tenía el pelo rubio pajizo, el cual enmarcaba un rostro largo con barbilla ovalada. No tenía facciones duras y sus ojos claros parecían ser un oasis para un desierto. Emanaba una paz que Summer envidiaba. Ojalá tuviera esa tranquilidad en las venas, la ayudaría a sentirse menos presionada para componer.

Supuso que debía fiarse de su cerebro. Dejó a un lado el instinto de supervivencia y se basó en primeras impresiones.

Además, llevaba tanto tiempo sin cantar que tal vez animarse frente a un desconocido le devolvía la confianza que había perdido. Y debía volver a coger impulso en las cuerdas vocales o cuando fuera el momento de subir a un escenario no sabría hacer nada. No podía seguir perdiendo facultades. Bastante se había abandonado ya.

Iba a obligarse a cantar. Cogió aire.

—¿Qué te canto?

Y le tendió el cuaderno. El chico miró las letras durante varios minutos. Summer se preguntó qué buscaría en ellas. Cuando escogió el tema que quería que cantase allí mismo, sin instrumentos ni coristas acompañándola, imaginó por qué.

—Tengo varias baladas de amor... ¿y eliges esta?

—Creo en el amor, pero más en la destrucción del hombre hacia su propia persona. Quiero ver mi opinión desde tu perspectiva —fue todo cuanto comentó.

Summer refunfuñó. Había escogido la más profunda y dolorosa de todas. Aquella canción Summer la cantaba a medio concierto. Sus músicos paraban y sus bailarinas descansaban. Ante el público solo estaba su guitarra y ella, entonando aquella melodía triste y dejando ir los sentimientos a través de una voz lenta y rasgada. Era una canción de amor a un padre ausente y despreocupado que mucha gente dedicaba a sus exparejas o examigos en redes sociales. Esa vez sí le cantaba a Gary Donovan, en esa ocasión cada consonante y cada vocal iban dirigidas a él.

Nadie parecía notar la intimidad que había en el tema; nadie sabía apreciar cuanto sufrimiento había en cada nota. El desconocido parecía querer descubrir su dolor a través de aquella letra.

Aquella canción la escribió con dieciséis años y la terminó de pulir a los veinte. Fue su single más vendido y escuchado.

Cerró los ojos y empezó a cantar. Al principio no reconoció su propia vez, pero notar que no había focos sobre su cabeza la ayudó a recordar que estaba cantando por el simple gusto de hacerlo. Quizá por eso se introdujo con tanta facilidad en la letra y volcó su alma en ella. Porque se estaba volviendo a enamorarse de la profesión que a ella la había salvado... mientras que a su padre lo había abocado al abismo.

Pensar en él y en lo mucho que hablaba de su relación aquella canción, hizo que Summer por poco se rompiera.

Terminó tras el primer estribillo. Abrió los ojos y se encontró con que el chico estaba observándola con verdadera fascinación. Estaba tan absorto mirándola que cualquiera diría que su voz le había embrujado. Cuando parpadeó y volvió en sí, aplaudió con una gran sonrisa. Summer se sonrojó. Después de tiempo alejada de los escenarios, recibir aquel efusivo aplauso la hizo ruborizar como la primera vez que se enfrentó a un micrófono.

—¡Madre mía! ¡Eres increíble! —El chico se llevó la mano al corazón—. No me sorprende que seas famosa. Escribes y cantas de lujo. Tienes un talento impresionante. Me has emocionado.

—¿Me estás haciendo la pelota?

—Me gusta ser sincero, no un adulador nato —él hizo un mohín fugaz—. Para que veas que no soy tan malo, me presento.

Se levantó y le hizo una reverencia, como si fuera un plebeyo y Summer uña monarca.

—Me llamo Spectrum.

—Eso es un alias.

—Lo es —Spectrum puso los ojos en blanco—. Pero es como me llama todo el mundo. Hace tanto tiempo que soy Spectrum, que ya no recuerdo cómo me llamaba antes de que me dieran este mote.

—¿Y por qué la gente te trata de espectro? —preguntó Summer, empezando a balancear el columpio.

—Siempre he sido algo así como gris. He pasado desapercibido casi siempre; soy tan invisible que nadie me ve, aunque esté ahí —suspiró. Parecía no estar muy orgulloso de su fama y Summer se compadeció de él. Spectrum debió notar su compasión porque sonrió y dio un giro a su tono—: ¡Soy tan invisible que ni Lucy recordaba que vivo aquí! Soy una especie de espíritu.

—Si me dijeras tu nombre real, lo usaría —le dijo Summer.

Spectrum rumió. Parecía tentado a aceptar. Finalmente, desistió la idea con un ademán de manos y una sonrisa tierna.

—Me quedo con mi mote, gracias —se frotó la nuca—. Aún no me has dicho cómo te llamas tú. Como estrella que eres, supongo que tienes un nombre rompedor y pegadizo —bromeó.

—Summer —se presentó ella, obviando adrede el apellido—. Como ves, no es ni rompedor ni pegadizo.

—Pues a mí me gusta. Te queda bien.

Ella les sonrío, agradecida. Y tuvo la sensación de que había hecho un amigo la primera tarde que pasado allí. La idea le gustaba. Sus amistades eran todas del gremio y nunca sabía cuál es eran de verdad o no. El interés estaba el orden del día en el panorama de la música. Ese chico, desconociendo su fama y su voz, incluso su historia familiar, podía significar volver a creer en la amistad. Tal vez eso era lo que necesitaba: un amigo de verdad, que la apreciarse por ser quien era y no por el modo en el que se ganaba la vida.

—¿De verdad no sabes quién soy?

Spectrum negó con la cabeza.

—Te lo juro.

Ella asintió y volvió a mirar su cuaderno. Quizá Spectrum era uno de los pocos que no la conocía, pero ciertamente estaba cayendo en el olvido. Representante y productora le estaban dando ultimátum. No podía seguir viviendo del pasado, de éxitos de hacía años, porque cada vez había cantantes más jóvenes y con más ganas de pelear lo que ella estaba dejando caer.

Su padre, en un único momento de lucidez, le había advertido que la fama era una montaña rusa. Tan pronto subías, tan pronto bajadas. A Summer le molestaba tener que darle la razón. Era esclava de su renombre y se veía obligada a forzar la inspiración para seguir viviendo de lo que le gustaba.

—¿Por qué estás aquí?

Summer levanto la cabeza y observo a su nuevo amigo. Era la primera persona en Alabama que le preguntaba eso. Lucy había sido más discreta.

—Una estrella como tú tiene miles de opciones para perderse. Esto es demasiado económico y rupestre para alguien de tu status —aclaró—. Por eso me asombras.

—No me gusta lo ostentoso y tampoco el bullicio —se justificó, odiando que la encasillase como snob solo por tener dinero.

Tener tanto dinero en el banco, tener al alcance de la mano todo cuánto se desease, era un arma de doble filo. Ella lo sabía llevar. No permitía que aquello cambiase su personalidad; su padre y otros compañeros no podían decir lo mismo. Se habían subido al tren del derroche, de las aventuras que la mayoría de las personas no podían hacer. Y habían terminado amando más a las drogas y al alcohol que a sí mismos.

El dinero corrompe si le permites dominarte y Summer no iba a dejar que sus ingresos astronómicos marcasen su camino.

—Estoy de retiro —le explicó, tras varios minutos en silencio; aquello no era ningún secreto. Incluso lo había publicado en redes con la imagen de un cielo lleno de nubes antes de apagar el móvil y dárselo a su madre—. Hace mucho tiempo que no compongo y esperaba encontrar aquí lo que no hallo en mi casa, entre mis amigos.

Esperaba encontrar en Alabama la chispa que no encontraba ni en Los Ángeles ni en Nashville. Confiaba que evadirse totalmente del mundo exterior y esconderse en unos aires totalmente distintos la ayudarían.

Pero llevaba allí muy pocas horas. No podía decaer. Tenía que ser paciente. El mundo de las letras pedía tiempo. Por más que quisiera tenerlo todo escrito esa misma noche, el arte de componer y escribir requería de manos lentas.

—Alabama puede llegar a cautivarte si le dejas —anunció Spectrum—. He viajado bastante y solo aquí me siento como en casa. Ve con cuidado; podrías enamorarte.

Ella frunció el ceño. No estaba allí buscando el amor. No pretendía enamorarse de ningún hombre, de ninguna mujer ni de ningún paisaje. Solo quería volver a sentir ese sentimiento por la música.

—Yo solo quiero inspiración.

—Y para encontrarla, necesitas enamorarte... para volver a sentir y soñar —Spectrum alzó las manos en señal de paz—. No me malinterpretes; no te digo que tengas que comprometerte con una persona, solo que te atrevas a conocer el sitio donde estás... y durante el tiempo que pases aquí, lo consideres tu hogar.

—Vaya. Eso es muy profundo.

Spectrum le había parecido vacío y tranquilo al conocerlo. Pero tras media hora a su lado, veía en él un mundo de emociones y perspectivas que no debería tener un chico de su edad. Su forma de hablar y de pensar eran típicas en hombres más maduros.

Era como si fuera un hombre adulto encerrado en el cuerpo de un veinteañero.

—Te prometo que no estoy ligando contigo —le chispeó la mirada y Summer lo creyó—. Pero creo que las musas solo visitarán tu cuaderno cuando estés preparada.

—Componer no es tan sencillo.

—Lo sé —aceptó Spectrum—. Te puedo ayudar en eso. Necesitas un lugar que consideres tuyo y conozco el sitio perfecto. Está apartado de la casa y nunca va nadie. Ahora que ha caído la noche, estarás a solas con las estrellas y las luciérnagas.

Summer alzó una ceja.

—Ahora tienes toda mi atención.

—¿Ves el camino de tierra blanca que sale de la zona de la piscina? —el chico le señaló la dirección—. Síguelo. En unos cinco minutos encontrarás un sauce llorón. Por las tardes te dará sombra y por la noche te cobijará de la brisa.

—¿Y nunca va nadie?

—La gente que viene a esta casa quiere ir a los lagos y disfrutar de un pueblo tranquilo. No miran más allá —él se encogió de hombros—. Si se atrevieran a observar lo que les rodea, hubieran descubierto el camino hace tiempo.

Summer lo siguió con la mirada cuando se fue y enarcó una ceja. Aquel tipo era muy enigmático. Tal vez su alias iba más acorde con su personalidad de lo que nadie pensaba.

Luego, miró el cuaderno. Llevaba años sin apuntar nada entre las páginas que quedaban en blanco. Quería llenarlas. Quería dar voz a sus emociones. Quizá bajo aquel sauce llorón, oyendo a las cigarras y observando la galaxia encontrase lo que buscaba. No podía regresar al dormitorio sin antes descubrirlo.

Así que caminó hacia allí. Lo encontró con la facilidad que Spectrum le había dicho. Se sentó bajo el sauce y apoyó la espalda en el tronco tras comprobar que no había bichitos cerca.

Había mucho silencio a su alrededor. Durante el breve camino que había hecho hasta allí la noche de había afianzado así que apenas veía.

Miró el reloj. Apenas eran las ocho y cuarto de la tarde. Aun así, se notaba cansada.

Y encontrarse en medio de la oscuridad le hizo pensar que hacía mucho tiempo que no estaba tan sola. Lo cual era un error. De tanto en tanto se necesitaba de soledad y quietud para dejar que uno mismo se dijera lo que pensaba y sentía.

Se abrazó al cuaderno. ¿Cómo se sentía Summer? ¿Qué pensaba de la persona en la que se había convertido? ¿Y sobre su vida? ¿Qué opinaba?

Si daba sentido a todos aquellos interrogantes, entendería por qué estaba bloqueada y podría romper con la barrera que la separaba de la música.

Su madre le estaba hablando maravillas de aquel lugar. Había ido por casitas, ranchos y albergues para ver dónde Summer podría pasar más desapercibida y tener tranquilidad para volver a componer. Ella no contaba con aquellas vacaciones, pero T.J estaba presionándola. No era su mánager desde la muerte de Gary, pero se había aliado con su representante en nombre de la productora. Tenía un contrato firmado y lo usaban en su contra, del mismo modo que lo habían usado contra su madre cuando Gary estuvo internado.

—Vamos, hija. Es un sitio muy bonito. Tiene encanto, a mí es el que más me ha gustado hasta ahora.

—¿En eso has gastado el dinero estos meses? —preguntó Summer, meneando la cabeza y poniendo ante ambas unas tazas de té—. No te entiendo, mamá. Las musas me visitarán aquí o en la China. Puedo manejarlo desde casa.

—Lo dudo mucho, Summer. Vamos. Llevas en tu apartamento semanas y estás haciendo cero progresos. Tú no eres así… —su madre tomó la taza y se la acercó—. créeme, si vas allí, cambiarás de aire y conocerás gente nueva, que no es del mundo de la música. Eso te puede hacer bien.

Casi sonrió al darse cuenta de que Spectrum y también su madre, había tenido razón al decirle que tenía que enamorarse de Alabama para sentirse uno solo con sus prados, sus ríos y su fauna. Si lograba relajarse y adaptarse a su alrededor, Summer hallaría todas las respuestas.

—¿Quién anda ahí?

Un imponente foco se posó sobre ella y la cegó pese tener los ojos cerrados. Usó el brazo para protegerse de la linterna y miró al hombre que estaba a pocos pasos de ella.

—¿Quién eres tú y qué haces en mi propiedad? —preguntó, entre enfadado y extrañado.

Summer quiso matar a Spectrum. ¿El sauce llorón ya no pertenecía a los White? ¿Dónde se había metido?

El verano en que nos enamoramos

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