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LA SEGUNDA FUENTE DE ENERGÍA DEL ORGANISMO

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En el cuadro de la página siguiente se detallan las dos formas en que el cuerpo humano obtiene la energía para su funcionamiento. Además de la nutrición a partir de los alimentos (fuente I), existe también la nutrición a partir de las grasas y proteínas almacenadas en los tejidos (fuente II).

LAS DOS FUENTES DE ENERGÍA DEL SER HUMANO

FUENTE I. Nutrición a partir de los alimentos

Alimentos →digestión →metabolismo →excreción

Producto final = fuerza + calor

FUENTE II. Nutrición a partir de los depósitos corporales

Depósitos de grasas y proteínas →«digestión interna» →

metabolismo del ayuno →excreción

Producto final = fuerza + calor

El paso de comer a ayunar sucede por sí solo. Los dos programas de aprovisionamiento energético discurren automáticamente. La conmutación correcta del programa energético I al programa energético II queda facilitada:

• por el conocimiento de la capacidad preprogramada del ser humano para ayunar;

• por la confianza en la inocuidad del ayuno;

• por la libre decisión de ayunar;

• por un vaciado general del intestino, que es la señal para el inicio del ayuno.

La decisión de ayunar definitiva se consolida cuando se está dispuesto a confiar en este procedimiento natural gracias a la sorprendente vivencia, para el que ayuna por primera vez, de que no tiene hambre, que se encuentra perfectamente y que su rendimiento no ha disminuido. De ello resulta una creciente confianza en el autocontrol del organismo. A partir de la experiencia de que la vida sin alimentos es posible durante cierto tiempo, la persona que ayuna obtiene esa seguridad en sí mismo que tanto asombra a los que no han probado nunca el ayuno.

VIVIR CON LOS DOS PROGRAMAS ENERGÉTICOS

DEL ORGANISMO


El hambre es la señal con la que el organismo nos dice: «Espero alimentos. Me he preparado para aceptarlos. He producido saliva y jugos digestivos. Mi metabolismo ha conectado el programa energético I». Si el alimento no llega, la espera puede defraudarlo. Entonces la señal de apetito conduce a ese estado desagradable y hasta doloroso que llamamos «sentir hambre»: una penetrante sensación física que afecta al estómago y que ocupa persistentemente el pensamiento. Cuando es intensa, la circulación sanguínea puede reaccionar produciendo mareos, náuseas, debilidad, a veces incluso sudoración y temblores.

Basta un vaso de zumo para que esta sensación de hambre aguda desaparezca en cuestión de cinco a diez minutos. La comida tarda más en hacer efecto, aunque este es más duradero.

Estar saciado significa haber satisfecho el hambre física, si bien el apetito o el hambre no tienen por qué significar únicamente demanda de alimentos. Pueden suponer también demanda de afecto, de protección, de reconocimiento por los demás y de autoafirmación. Un incontable número de personas engordan o tienen problemas de metabolismo porque intentan satisfacer inconscientemente estas necesidades anímicas a través de la comida, la bebida o el tabaco.

Así se comprende que quien ayuna no note ninguna sensación física de hambre. Su organismo funciona con el segundo programa de obtención de energía. No tiene hambre porque su fuente interna de energía le abastece completamente. Mientras sean suficientes sus depósitos de nutrientes, podrá ayunar.

Todos los órganos de una persona sana trabajan también durante el ayuno de forma tan segura como siempre.

Quizá entienda ahora también por qué suele resultar tan difícil saltarse una comida o comer menos —por ejemplo, en una dieta de adelgazamiento de 1.000 kilocalorías—. El organismo, que se nutre mediante la primera fuente de energía, recibe demasiado poco y pasa hambre. El no comer nada —vivir con el segundo programa de obtención de energía— es realmente y sin punto de comparación más fácil que hacer una dieta de adelgazamiento o comer poco.

Todas las personas tienen la capacidad de adoptar el segundo programa. Solo deben saber cómo se hace, experimentarla y desarrollarla. En cuanto falta el alimento, el organismo habituado al ayuno adopta el segundo programa con más facilidad que el no está entrenado a ayunar. Renunciar a una comida no constituye ningún problema para un organismo con experiencia en ayuno. Le es posible incluso adaptarse a una posición intermedia entre el programa energético I y el programa energético II —es decir, vivir con menos alimentos—, y con ello cubrir sus necesidades energéticas en parte a partir de la alimentación y en parte a partir de las reservas del propio organismo sin pasar hambre. Esto sucede ya en el transcurso del progresivo retorno a la alimentación normal después de una semana de ayuno.

Como regla general, puede decirse que:

Ayunar no es pasar hambre. Quien pasa hambre, no ayuna.

Con ello debería quedar claro que ayunar (vivir sin alimentos) es un componente natural de nuestra existencia.

Lo curioso es que este principio parece ser totalmente desconocido para la mayoría de las personas. Para ellas, la proposición de que se puede vivir sin alimento e incluso trabajar durante ese período resulta simplemente incomprensible. Temen privaciones, enfermedades y hasta incluso la muerte. Tales prejuicios perviven y se defienden con obstinación. Pero solo hay que observar la naturaleza y aprender más de ella para convencerse de lo equivocados que son dichos supuestos y temores.

Rejuvenecer con el ayuno

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