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La Historia en la posteridad
ОглавлениеUnos dos mil quinientos años nos separan de Heródoto. En ese tiempo, su obra no ha dejado de leerse, interpretarse, traducirse, reescribirse y representarse en muy diversas formas y lenguas. Abordar la influencia que la Historia ha ejercido en los siglos posteriores es una tarea ingente que sobrepasa con creces el propósito y los límites de esta introducción. Aquí exponemos someramente los que, a nuestro juicio, son los hitos más significativos de este largo proceso que sigue en marcha.
El proceso se inició muy pronto, en el siglo V a. C. Para su Historia de la guerra del Peloponeso, Tucídides utilizó otras fuentes y ejemplos literarios hoy perdidos y, siguiendo una práctica común en la Antigüedad, se abstuvo de citar a nuestro autor. Pese a ello, el ateniense no habría escrito su obra tal como lo hizo sin contar con el precedente herodoteo. Esta influencia es notoria a nivel compositivo. En primer lugar, existe una continuidad entre Heródoto y Tucídides. Este centró su atención en el siguiente conflicto bélico a gran escala después de las guerras médicas y tomó como punto de partida de su obra la toma de Sesto, que, como sabemos, cerró la Historia de Heródoto. En segundo lugar, Tucídides modeló las secciones preliminares a la narración de la contienda entre Atenas y Esparta —las llamadas Arqueología (I 2-19) y Pentecontecia (I 89-118)— a partir de la estructura general de la obra herodotea. En tercer lugar, Tucídides eligió circunscribir el grueso de sus pesquisas al presente y los hechos contrastables, considerándolos terreno seguro para establecer la verdad histórica. Al hacerlo, definió su método de trabajo por reacción a Homero y Heródoto, presumiblemente ocultos entre la masa de poetas y logógrafos sin nombre.
Sin embargo, no se equivocará quien, de acuerdo con los indicios expuestos, crea que los hechos a los que me he referido fueron poco más o menos como he dicho y no dé más fe a lo que sobre estos hechos, embelleciéndolos para engrandecerlos, han cantado los poetas, ni a lo que los logógrafos han compuesto, más atentos a cautivar al auditorio que a la verdad, pues son hechos sin pruebas y, en su mayor parte, debido al paso del tiempo, increíbles e inmersos en el mito. Que piense que los resultados de mi investigación obedecen a los indicios más evidentes y resultan bastante satisfactorios para tratarse de hechos antiguos.
TUCÍDIDES, I 21, 13
De esta manera, el historiador ateniense marcaba distancias con sus predecesores más importantes y acuñaba una percepción de Heródoto que el médico e historiador Ctesias de Cnidos (siglo IV a. C.), cuyas obras conservamos fragmentariamente, contribuyó a perfeccionar y expandir. Por lo que sabemos, el máximo exponente de esta corriente fue el prolífico autor Plutarco de Queronea (siglos I-II d. C.). Incisivo lector de la obra herodotea, dedicó un opúsculo a criticarla sistemática y mordazmente, culminando su diatriba con la misma mezcla de elogio y vituperio que él achacaba a la Historia.
Se trata de un escritor brillante, su prosa es bonita, sus relatos destilan gracejo y pericia, y elegancia: refiere «una fábula como el aedo de antaño, con sabiduría» [Plutarco cita Odisea XI, 368] no, sino con un estilo armónico y pulcro. Que sí, su obra resulta atractiva y seductora para todos, pero es necesario ponerse en guardia ante la difamación y maledicencia que, como el escarabajo de la rosa, se oculta en su estilo sencillo y natural, a fin de no obnubilarnos al aceptar opiniones infundadas y engañosas sobre los Estados y hombres más eximios y prestigiosos de Grecia.
PLUTARCO, Sobre la malevolencia de Heródoto 43 (Moralia 874 b-c)4
En otras palabras, el filósofo y biógrafo beocio no acusó a Heródoto de ser un mero fabulador, sino realmente malicioso. Aun así, se apoyó en nuestro autor para componer sus biografías (Vidas Paralelas) de personajes que vivieron durante las guerras médicas, tales como Arístides, Cimón o Temístocles.
Esta imagen de Heródoto, como una figura en la que una fuerte asociación con Homero y una autoridad casi parangonable a la de este confluyen con una censurable propensión al mito y al engaño, ha demostrado ser resistente. Ambas facetas asoman, en mayor o menor grado, en otros escritores en lengua griega de época imperial romana. En su Geografía, Estrabón de Amasia (siglo I d. C.) citó con profusión a Heródoto, pero también lo reprobó como falaz por no deslindar con suficiente claridad lo verdadero de lo ficticio en la Historia. El tratadista Luciano de Samósata (siglo II d. C.) mostró mayor animadversión y esgrimió sus aptitudes retóricas y satíricas contra nuestro autor en varias obras, por ejemplo: Relatos verídicos, donde parodió varios pasajes de la Historia y tildó a Heródoto de mentiroso, o Sobre la diosa siria, donde imitó burlonamente su estilo. No obstante, bajo la denuncia y la exposición de fallos, tergiversaciones y contradicciones, sea de tono serio o no, subyace un examen concienzudo. A su vez, este implica que, incluso a ojos de sus más implacables detractores, la obra de Heródoto siempre fue digna de ser leída a fondo.
Pese a su pujanza, la visión de Heródoto como figura ambivalente no resultó incontestada. En época temprana, hallamos ya uno de sus principales contrapuntos en la Ciropedia del historiador Jenofonte de Atenas (siglos V-IV a. C.). Si bien se pueden localizar ecos herodoteos en las Helénicas y la Anábasis, la relación con Heródoto (I 95-214) es más estrecha en la biografía del rey, puesto que ambos prosistas se ocuparon de su infancia, ascenso y gobierno. Lejos de descalificar a Heródoto y repudiar los materiales no verídicos de la leyenda del fundador del Imperio persa, Jenofonte los reelaboró para forjar su propio retrato del monarca como espejo de líderes políticos, entablando un diálogo implícito con el Ciro herodoteo. Tampoco hay rastro de ambivalencia en la intertextualidad entre la Historia y la Descripción de Grecia. Esta especie de guía de viajes sobre Grecia continental es atribuida a un tal Pausanias (siglo II d. C.), que posiblemente fuera oriundo de Asia Menor. Pausanias emuló sin impugnarlo el estilo de nuestro autor —concretamente el empleado en el libro segundo de la Historia, consagrado a Egipto—, para plasmar la variopinta realidad cultural de los paisajes griegos.
Fuera de la literatura griega, Heródoto dejó su impronta ante todo entre los autores latinos. En las Leyes, Cicerón puso en circulación una definición de nuestro autor que lo ha acompañado hasta hoy: padre de la historia. En sus otras obras, Cicerón también lo citó, exhibiendo predilección por el libro primero de la Historia. Entre los historiadores romanos, Heródoto gozó de un predicamento con altibajos. Aunque su modelo principal era Tucídides, Salustio (siglo I a. C.), autor de la Conjuración de Catilina o la Guerra de Jugurta, empleó técnicas herodoteas, interviniendo como narrador en primera persona dentro de sus textos y ofreciendo versiones alternativas para un mismo hecho. A su colega Livio (siglo I a. C.-siglo I d. C.), que escribió la Historia de Roma desde su fundación —magna obra de la que conservamos aproximadamente una cuarta parte—, se le adjudicó tradicionalmente una mayor afinidad con Heródoto. Dicha afinidad es visible, por ejemplo, en el estilo ameno y en la inclusión de historias entretenidas y pintorescas dentro de las tramas principales. Después de Salustio y Livio, la influencia de Heródoto decreció hasta recuperarse un poco en la Antigüedad tardía con el arcaizante Amiano Marcelino (siglo IV d. C.). En las Historias, el historiador tardorromano reivindicó a Heródoto y recontó algunos de sus episodios más famosos, como la conspiración de Darío.
Los esfuerzos de Amiano Marcelino y otros escritores posteriores en lengua latina no impidieron que Heródoto quedara, igual que otros autores griegos, relegado durante siglos en Europa occidental (Imperio romano de occidente). Pese a no ser leído masivamente, nuestro autor mantuvo su aura de autoridad. Esta reputación ininterrumpida, sumada a una situación diferente en Europa oriental (Imperio romano de oriente o bizantino) —donde su obra siempre fue popular—, propició su revitalización en el Renacimiento. La prolongada crisis del Imperio romano de oriente, acosado por los turcos, que finalmente se hicieron con la capital, Constantinopla (actual Estambul), a mediados del siglo XV, había llevado al oeste a numerosos sabios bizantinos.
Ellos viajaron con sus libros y sus excelentes conocimientos de griego. Entre los siglos XV-XVI, los humanistas occidentales supieron aprovechar este nuevo aporte cultural y, entre otras, tradujeron la obra de nuestro autor primero al latín (lengua culta de Europa occidental en la época) y luego a distintas lenguas vernáculas. Además, la Historia fue editada, comentada e impresa en su versión original. De este modo, aparecieron los primeros estudiosos modernos de Heródoto en nuestro ámbito geográfico. Entre ellos había quienes enarbolaron su viejo epíteto de padre de la historia y valoraban la información sobre acontecimientos y lugares lejanos que había proporcionado; quienes le imputaban falta de veracidad y lo denostaban como padre de la mentira; y quienes lo admiraban como modelo de vida por la dimensión moralizante de algunos de sus pasajes.
En el siglo XVIII, el nacimiento de la historia como ciencia, en tanto que disciplina sujeta a un método de trabajo concreto y riguroso, trajo consigo una nueva forma de entender a Heródoto que todavía no hemos dejado atrás. A partir de la Ilustración, nuestro autor fue leído por oposición a Tucídides. Las teorías evolucionistas del siglo XIX profundizaron esta polarización y se pensaba que el caótico y poco fiable Heródoto no estaba a la altura de su metódico y fidedigno sucesor ateniense. Desde el siglo XX hasta ahora, nuestro autor ha sido sometido a un proceso de rehabilitación que ha pasado por reconocer su valía más allá de la historia exclusivamente político-militar.
Su exposición de las historias de los diversos personajes y pueblos, sus comparaciones entre costumbres de diferentes grupos humanos y sus observaciones sobre la evolución de estos usos, así como sobre los préstamos entre culturas, convierten a Heródoto en pionero de la biografía, la historia cultural y social, la etnografía y la antropología. Igualmente, su magnífica descripción de Egipto, con su análisis sobre la formación del Delta y su tentativa de explicación sobre las crecidas periódicas del Nilo, confieren a nuestro autor un lugar de honor como precursor de la geografía.
En el recorrido que hemos trazado desde la Antigüedad hasta nuestros días, todavía queda un paso importante, puesto que las interpretaciones sobre la Historia de Heródoto trascendieron hace tiempo la esfera del debate académico y se extendieron al gran público.