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INTRODUCCIÓN 1

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A CARLOS SCHRADER, MI MAESTRO EN HERÓDOTO

En la Antigüedad, Grecia no existía como país, solo existían los griegos. Tradicionalmente separados en tres grupos étnicos —dorios, jonios y eolios—, vivían repartidos por el mar Mediterráneo. Por supuesto, habitaban la península de los Balcanes y las islas del mar Egeo, lo que hoy en día es Grecia. Además, había grandes focos de población griega en Asia Menor (costa de Anatolia, actual Turquía), así como en Sicilia y la costa sur de Italia. Los griegos también estaban asentados en la costa norte de África y en las orillas del mar Negro. Aunque compartían una misma cultura cuyos puntales eran la Ilíada y la Odisea, atribuidas a Homero, y la religión olímpica, eran muy conscientes de sus diferencias. Hablaban dialectos distintos y no conformaban una unidad política, sino que estaban organizados en multitud de ciudades-Estado, cada una con sus cultos locales e, incluso, su propio calendario. A menudo, estas ciudades-Estado se enfrentaban abierta o solapadamente entre sí por conflictos territoriales o comerciales.

A principios del siglo V a. C. estas disensiones pasaron a segundo plano. Los jonios de Asia Menor se habían sublevado contra el Imperio persa —que abarcaba vastas extensiones de tierra desde Chipre, Turquía, Irán e Irak hasta Siria, Líbano, Israel, Palestina y Egipto, e incluía áreas de Asia central en Afganistán, Uzbekistán, Tayikistán y Turkmenistán—. La revuelta fue sofocada; pero, en castigo por la ayuda prestada por algunos griegos del continente, el rey Darío I de Persia y su hijo y sucesor Jerjes I invadieron Grecia continental dos veces en unos diez años. Entre 490 y 479 a. C., muchas ciudades-Estado griegas unieron fuerzas contra el poderoso invasor y, contra pronóstico, se impusieron. Estas derrotas apenas hicieron mella en el Imperio persa, que mantuvo su integridad territorial y su influencia sobre los asuntos griegos durante más de cien años, hasta la conquista de Alejandro Magno de Macedonia en el siglo IV a. C.

En cambio, vencer a los persas supuso un punto de inflexión para los griegos. En el imaginario colectivo, la victoria en las denominadas guerras médicas, o guerras persas, adquirió categoría de hazaña y los griegos que la obtuvieron, una pátina de gloria semejante a la de los héroes homéricos. Fue Heródoto de Halicarnaso quien asumió la ingente tarea de investigar y preservar por escrito los antecedentes, las causas y el desarrollo del enfrentamiento. Lo hizo en la única obra que se le atribuye, la Historia.

Con ella, Heródoto no solo moldeó la idea que los griegos de generaciones posteriores tenían sobre las guerras médicas. Además, compuso una obra maestra de la literatura de la que cualquier lector puede aprender y disfrutar a partes iguales. Es una fuente imprescindible para todos aquellos interesados en saber cómo vivían en las postrimerías de la Época Arcaica (siglos VII-VI a. C.). Por su vocación universal, la obra es también fundamental para quienes sienten curiosidad por los países y las costumbres de otros pueblos, desde vecinos de los griegos, como los lidios, persas o egipcios, hasta gentes de sitios muy distantes, como los pigmeos de África. En las páginas de Heródoto, la historia se entremezcla con la etnografía, la geografía, la medicina e, incluso, la lingüística. Pese a algunos errores y exageraciones —que humanizan a un autor con inmensa capacidad de trabajo, descubriéndolo como una persona normal, susceptible de equivocarse—, la obra refleja el conocimiento científico de su tiempo. A la vez, la Historia de Heródoto es un relato vibrante controlado por un narrador experto que se las arregla para entretener, intrigar y, sobre todo, hacer pensar al lector, guiándolo suavemente y sin dogmatismos a través de historias que encajan unas dentro de otras y pueden leerse, en muchas ocasiones, de forma independiente. En ellas, reyes, reinas, políticos de alto nivel y algunos esclavos de diversa especialización y procedencia participan en astutas maquinaciones, intensos debates políticos o largas campañas bélicas o de colonización, la mayoría de ellos salpicados de anécdotas graciosas o truculentas.

El lector tiene en sus manos la magnífica traducción del reconocido experto en Heródoto Carlos Schrader. Esta traducción, fruto de una rigurosa labor filológica, fue la primera versión íntegra de la obra aparecida en castellano en nuestro país desde el siglo XIX y se publicó por primera vez entre 1977 y 1988. Pese a los años transcurridos, conserva intacta toda su vigencia y constituye una óptima puerta de entrada al mundo herodoteo. Para adentrarse en él, el lector no necesita conocimientos previos, porque Heródoto va desplegando ante sus ojos poco a poco todo lo que debe saber para comprender y disfrutar de la Historia. No obstante, esta introducción puede resultar útil para optimizar la experiencia de lectura.

Historia. Libros I-II

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