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¿Qué izquierda y cuál de todas?

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Aunque la distinción entre izquierda y derecha continúa siendo válida —salvo para los perfiles de derecha a quienes suele incomodar—, también es verdad que las fronteras entre una y otra solían ser más nítidas en el pasado y más sencillas de establecer de lo que son hoy. Antes que establecer una división tajante capaz de separar el mundo en blanco y negro, como algunos llegaron a ver, el continuum izquierda-derecha era un espectro de gradaciones que iban desde la defensa a ultranza de los privilegios de clase y el fundamentalismo religioso hasta quienes defendían la violencia revolucionaria y la instauración de la dictadura del proletariado.3 Con la desaparición de la Cortina de Hierro, sin embargo, se ha tornado cada vez más difícil definir los contornos entre ambas.4

Norberto Bobbio señala que el criterio más útil para distinguir a la izquierda y la derecha es “la diferente actitud que asumen los hombres que viven en sociedad frente al ideal de igualdad, que es, junto al de la libertad y la paz, uno de los fines últimos que se proponen alcanzar y por los cuales están dispuestos a luchar”.5 Con todo, atribuir a la izquierda una mayor sensibilidad para disminuir las desigualdades, aclara Bobbio, no quiere decir que ésta pretenda eliminar todas ellas; tampoco que la derecha las quiera mantener intactas en su totalidad. Tan sólo implica que la primera es más igualitaria que la segunda.6 A diferencia de la derecha, la izquierda aspira a un orden económico más justo y equitativo, uno en el cual el bien común esté por encima de los intereses individuales.

No es lo mismo ser de izquierda que ser progresista; los términos no necesariamente son equiparables, aunque a menudo así se empleen. Históricamente, el progresismo se ha utilizado para definir una forma de pensamiento favorable al progreso desde una óptica cultural, política, social y económica. Más recientemente, sin embargo, se ha convertido en sinónimo de una izquierda de connotaciones menos radicales que la tradicional, asimilándose a una suerte de ideología edulcorada y desdibujada o a una izquierda light. En esa lógica, el progresismo se asemeja a esa llamada “izquierda moderna” que sustituyó la lucha por la igualdad por las políticas identitarias que buscan integrar las demandas de grupos y sectores excluidos y discriminados (etnias, mujeres, jóvenes, homosexuales, etcétera). Sin restarle importancia a esas luchas es importante señalar que el problema del progresismo radica en que, antes que ocuparse de la desigualdad socioeconómica y ubicar a la clase obrera en el centro, pone el acento en esos grupos de víctimas, perdiendo muchas veces una visión de conjunto.

Desde la caída del Muro de Berlín, buena parte de la izquierda prefirió presentarse bajo la etiqueta del “progresismo”, donde se aceptaba de facto la inevitable existencia del libre mercado. Así, por ejemplo, el Nuevo Laborismo que surgió en los años noventa en Inglaterra, antes que buscar reducir las diferencias entre los de arriba y los de abajo, se planteó entre sus prioridades los problemas de pobreza, la desocupación y la exclusión. En suma, el progresismo es tan sólo una pequeña porción del pensamiento de izquierda, un subconjunto de un universo más amplio, una agenda dentro de un sistema de pensamiento que incluso se antoja más robusto y ambicioso.

En México y otras partes del mundo existe un gran número de personas y un buen cúmulo de intelectuales públicos que no sólo defienden con firme convicción su identidad “de izquierda” por defender temas como los derechos de las mujeres y el respeto a la diversidad sexual, entre otros asuntos, pero con suerte son liberales con causas progresistas o liberales de izquierda. Esas voces, sin embargo, tienden a considerar que todo aquel que no abrace su agenda no puede ser de izquierda, cual si su visión de ésta fuese la única admisible. Naturalmente, esas mentes se sintieron profundamente agraviadas cuando López Obrador afirmó: “Lo fundamental es la honestidad, eso [legalizar aborto y matrimonios gay], con todo respeto y autenticidad, lo considero como algo no tan importante”.7 Los más indignados frente a ese tipo de declaraciones, casualmente, son quienes defienden la existencia de eso que llaman una “izquierda moderna”, entusiasta frente al mercado, pero resignada a su predominio indiscutible; una postura de izquierda en lo social, pero derechizante en lo económico.8

Claramente, para quienes reducen la izquierda a su vertiente progresista, amlo no es de izquierda. No lo es para quienes hoy se sienten “desilusionados” después de creer que su gobierno impulsaría con firmeza temas como los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres, la igualdad sustantiva o la no discriminación por razones de identidad sexual, o quienes pensaron que habría de priorizar el feminismo o el medio ambiente, cuando en realidad ésas nunca fueron realmente sus agendas. Mismo caso que para quienes, en el otro extremo, sostienen que la izquierda o es anticapitalista o no es, y en algún lugar guardaban la fantasía de que López Obrador asumiría una postura de ese tipo. Con todo, la izquierda progresista se equivoca cuando cree que López Obrador milita en contra de esos temas, como veremos más adelante.

La izquierda aspira a hacer más iguales a los desiguales. Para ello se plantea la igualdad de oportunidades; reducir la brecha entre ricos y pobres, e incluso eliminar cualquier forma de discriminación, como puede ser el racismo, el machismo o el clasismo. La manera para lograr eso es lo que diferencia a los distintos tipos de izquierdas. En una síntesis apretada podemos distinguir al menos cinco: la izquierda socialista, que tiene una fuerte base teórica inspirada en el marxismo, y aspira a un Estado que supere al capitalismo para así transitar a un nuevo tipo de sociedad libre de las opresiones que imponen los capitales y los medios de producción al proletariado; la izquierda socialdemócrata, que acepta el capitalismo, pero no excluye al mercado de la ecuación y aspira a regularlo. Una izquierda donde el papel del Estado se centra en la redistribución de la riqueza y, actualmente, se conjuga con posturas de corte progresista; por ejemplo, la legalización de las drogas, el aborto y el matrimonio igualitario. Está la izquierda autonomista o libertaria, que es un grupo de izquierdas donde se expresan el anarquismo, el anarcocomunismo, el ecosocialismo, el neozapatismo, entre otras, y a las que les caracteriza su animadversión al Estado y la necesidad de eliminarlo para crear una sociedad libre de relaciones de poder. La izquierda cristiana, con distintas expresiones, que en general se define por la lucha por la justicia social conjugada con los valores y preceptos cristianos. Por último existe la izquierda nacionalista, que en México surge de la Revolución mexicana y su máximo referente es el cardenismo. Esta izquierda considera al Estado y a las empresas estatales como el motor del desarrollo y el encargado de reducir las desigualdades.

En su libro Vuelta a la izquierda, Carlos Illades señala que tres de estas tradiciones han sido especialmente influyentes en México: la izquierda socialista o marxista, el cristianismo social y el nacionalismo revolucionario.9 Naturalmente, López Obrador tiene muy poco que ver con la primera. El discurso del presidente, sostiene el autor con razón, encuentra sus límites en el hecho de que la desigualdad no sea para él un producto de la explotación, la dominación o la propiedad privada de los medios de producción —para usar un lenguaje marxista—, ni tampoco la enorme inequidad en la distribución del ingreso que ha caracterizado a nuestra sociedad. Es, en todo caso, producto de la corrupción. En ese sentido, sólo la riqueza mal habida pareciera abonar a la cuenta de la desigualdad. Desde un enfoque como ése, señala, la propuesta de amlo tiene un tamiz conservador por su concepción del conflicto social, el cual no surge de la sociedad misma ni remite a la lucha de clases. El antagonismo que le importa es aquel que separa al pueblo de un Estado cooptado por una minoría corrupta.

Descartada cualquier afinidad con la izquierda socialista, el historiador identifica en el pensamiento obradorista varios elementos del cristianismo social, entre ellos cierto romanticismo social decimonónico y de inspiración religiosa, caracterizado por una firme creencia en la familia como la institución más importante de la sociedad, a lo que se podría agregar la intención de asimilar al servicio público un apostolado y un ejercicio de renuncia y pobreza. Según Illades, la simpatía de amlo con esta tradición católica de izquierda explica, entre otras cosas, la presencia de un discurso moral que incluye elementos como la “República amorosa” o su propuesta de redactar una “constitución moral”, que se materializó a través de la Guía ética para la transformación de México presentada en noviembre de 2020. Esos esfuerzos forman parte de una lógica de promover el “bien común” por encima del individualismo y que, de forma genérica, puede asociarse a valores de la izquierda.

Dentro de las tres grandes de tradiciones de la izquierda mexicana, algunos analistas ubican al obradorismo fundamentalmente en la izquierda nacionalista; una que, entre otros aspectos, abandera la justicia social, el Estado intervencionista y redistribuidor que reivindica al pueblo como objeto de las políticas públicas y soporte del régimen, procura el fortalecimiento de la nación frente al imperialismo estadunidense y cree en un presidencialismo benévolo.10 Al respecto, sin embargo, vale la pena precisar que ese nacionalismo de López Obrador no es uno de carácter nativista, como podría ser el trumpismo, sino un nacionalismo “incluyente”, donde, según la lógica de Arnaldo Córdova, “en México nacionalismo viene del verbo nacionalizar, que es volver de todos lo de unos pocos”.11

Los referentes aquí mencionados, en suma, ofrecen un marco útil para pensar el obradorismo como un movimiento social y político ubicado en el campo de las izquierdas. Un movimiento que no puede encasillarse en una sola de las expresiones arriba mencionadas, a pesar de que predomine definitivamente el elemento nacionalista. El hecho de que esta expresión particular de la izquierda no sea la preferida por ciertos intelectuales y activistas, fieles o apóstatas, chiíes o sunitas, y representantes de la “izquierda ilustrada” o “democrática”, no implica que deba ser excluida del amplio campo de las izquierdas, en el que debemos aprender a reconocernos desde la pluralidad y la heterogeneidad.

AMLO y la 4T

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