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La moderación discursiva

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La historia de los partidos de izquierda —desde los socialdemócratas europeos hasta los de la llamada “marea rosa” en América Latina— está plagada de ejemplos que muestran cómo han recurrido a estrategias de corrimiento hacia el centro político como vía para atraer al votante medio que no se caracteriza por una postura ideológica a la izquierda o la derecha, con el fin de ganar elecciones y perfilarse como opción de poder. El modo en que López Obrador moderó su discurso en 2018 se asemeja bastante al seguido por otros líderes de izquierda o centroizquierda en la región. Se puede observar, por ejemplo, en la forma en la que el discurso de Lula da Silva evolucionó en sus cuatro intentos para llegar a la presidencia. Incluso la campaña de amlo, previa a 2018, con su proclamación de la “República amorosa”, parecía ser calca del “Lulita paz y amor”, uno de los eslóganes empleados por el brasileño en 2001 como parte de una estrategia para atenuar el perfil radical que había adoptado en las contiendas previas.15

Este tipo de estrategias centristas normalmente se han traducido en una pérdida de identidad ideológica y en el pragmatismo político a la hora de hacer alianzas capaces de atraer el voto de una sociedad plural, donde las posturas políticas de izquierda no siempre son las mayoritarias. En un clásico ensayo de ciencia política escrito en los años sesenta, Otto Kirchheimer caracterizó este fenómeno —que no solamente afecta a los partidos de izquierda— como el de los partidos catch all o “atrapalotodo”, en el que las fuerzas políticas dejan de enarbolar una ideología específica y adoptan planteamientos más moderados para alcanzar a un mayor número de ciudadanos susceptibles de abrazar sus posturas.16

En cuanto a la moderación de su discurso, fue notable cómo en 2018 Andrés Manuel se apartó de la crítica al modelo económico y suavizó su retórica como nunca antes. Ni siquiera Lula, en su cuarto intento para llegar a la presidencia, atemperó tanto su programa, el cual impulsaba en 2001 un conjunto de reformas en el ámbito agrario, fiscal y político, y planteaba un giro en la política económica. López Obrador, en cambio, pasó de ser el candidato de la resistencia contra el neoliberalismo, que manifestó en 2006, a centrar su mensaje en la lucha contra la corrupción.17 No es un dato menor que el encargado de coordinar la elaboración del Proyecto Alternativo de Nación, la plataforma con la que amlo concurrió a la última elección, haya sido el empresario Alfonso Romo.

Hay que decir, en cualquier caso, que en el ámbito económico López Obrador nunca fue el radical que quisieron retratar sus opositores. Más que sus palabras, hay que estudiar su experiencia como gobernante, algo que no tuvo Lula da Silva antes de ser presidente. Entre 2000 y 2005, cuando dirigió los destinos de la Ciudad de México, fomentó el capital privado a través de ambiciosos proyectos de inversión pública y privada, tanto nacional como extranjera; promovió desarrollos inmobiliarios, industrias y centros comerciales. Más allá de apelar al pueblo en sus discursos, desconfiar de las instituciones existentes y declararse enemigo del sistema político vigente, amlo nunca promovió una agenda que el sector financiero nacional e internacional pudiera tildar de “irresponsable”. Basta con analizar cómo manejó las finanzas públicas de la capital, sin elevar el gasto público de modo descontrolado. Muy por el contrario, bajó el monto de la deuda en términos reales; incrementó la recaudación a través de medidas de combate a la corrupción en los mismos servicios tributarios que generaban grandes pérdidas a la ciudad, y promovió una política de austeridad en el gasto del gobierno —lo que más tarde replicaría a nivel nacional— que permitió grandes ahorros. Ya en campaña, ni en 2006 ni en 2012 —cuando se lanzó por segunda vez— su propuesta económica fue la de un izquierdista radical. Recordemos cómo desde su primera candidatura amlo se comprometió a mantener un equilibrio fiscal basado en una estricta disciplina financiera.

En 2018 sus planteamientos de política económica se hicieron incluso más moderados. Al conversar con Mario Delgado durante la campaña lo escuché decir que la agenda en política económica de López Obrador era “muy ortodoxa”, pues lo que proponía fundamentalmente era una reforma del gasto público y un combate decidido contra la corrupción, además de enfatizar su renuencia a endeudarse, como ha quedado más que claro durante su gestión. Más que por su izquierdismo, la crítica que algunos podrían haber formulado a López Obrador era por suavizar cada vez más sus posturas, en cuanto sus planteamientos de política económica se habían tornado aún más moderados.

Para 2018 lejos habían quedado planteamientos que en 2012 estaban en el papel, como el de “cambiar el modelo económico que produce pocos ricos muy ricos y muchos cada vez más pobres”;18 las críticas al neoliberalismo y al Consenso de Washington; la condena a la subordinación a las políticas del Banco Mundial (bm) y el Fondo Monetario Internacional (fmi); las advertencias sobre el desmantelamiento del Estado y la política social; la liberalización comercial, la desregulación, las privatizaciones y las políticas monetarias restrictivas. En el documento de Alfonso Romo, por dar un ejemplo significativo, la palabra neoliberalismo no aparecía una sola vez en 410 páginas, un claro indicador de que la estrategia de campaña de López Obrador buscó ser cuidadosa en no comprometer el apoyo de las élites empresariales y financieras o, cuando menos, en no alienarlas.

En el discurso de campaña empleado en 2018 había cada vez menos críticas al modelo económico como el causante de la pobreza, la desigualdad y el bajo crecimiento del producto interno bruto (pib). Para amlo y Morena la raíz de estos y otros males estaba ahora, fundamentalmente, en la corrupción política y el derroche gubernamental. Incluso podría pensarse que la agenda macroeconómica —consistente en reducir el gasto corriente a través de unas veinte medidas de ahorro y el compromiso de no aumentar ni crear nuevos impuestos— bien podría ser el programa de un partido conservador, lo que una vez iniciado su mandato habría de alimentar las críticas —a mi juicio exageradas, como sostengo en el capítulo 3— por ser un gobierno neoliberal.

En 2018 amlo cambió su manera de comunicar y recurrió a contenidos gráficos más atractivos, así como a una campaña inteligente en redes sociales que permitió atraer a grupos que anteriormente no habían pensado en votar por un candidato como él. Tatiana Clouthier, oficialmente nombrada coordinadora de campaña, tuvo un papel destacado en esto, al promover una suerte de campaña alterna que le permitió a López Obrador reducir sus puntos negativos y llegar a donde no había podido hacerlo: además de cierto perfil de jóvenes, también mujeres, clases medias, ciudadanos que siempre votaron por el pan, norteños con prejuicios antiizquierdistas, etcétera. El esfuerzo de “Abre más los ojos” —el nombre con el que se designó a esa suerte de campaña alterna— junto a la activa presencia mediática de Clouthier y otros voceros que simpatizaban con el obradorismo, sin ser militantes de Morena, demostraron que era posible apoyar la candidatura de López Obrador y sentirse convocados a formar parte de la “Cuarta Transformación” sin necesidad de estar de acuerdo en todo o renunciar a ser críticos.

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