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La alianza obradorista

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Un segundo elemento crítico que explica el triunfo obradorista —tanto o más que la moderación discursiva— es la política de alianzas que en el terreno económico, social y político emprendió el candidato y que fue mucho más allá del partido. Empecemos por las alianzas en el terreno económico. Como en su momento lo hizo el expresidente brasileño Lula da Silva, amlo también se acercó a personajes del sector empresarial, a quienes incluyó en su equipo de campaña y más tarde en su gabinete. Entre los apoyos más visibles destacó el papel de Alfonso Romo, quien acercó a la campaña a varios hombres y mujeres de negocios, generó mesas de diálogo con representantes de los sectores productivos y redujo los puntos negativos entre ciertos grupos de ese ámbito.

Doce entidades del país crearon la agrupación Con amlo Unidos Podemos, con el propósito de apoyar el proyecto obradorista y, al mismo tiempo, obtener nominaciones a puestos de elección a través de las candidaturas externas facilitadas por Morena.19 López Obrador, además, se aproximó a varios empresarios que bien podrían entrar en su caracterización de “mafia del poder”, un término que para 2018 el candidato asociaba mucho más a la clase política que al poder económico, a diferencia de la campaña de 2006. Su alianza incluyó, entre otros, a Carlos Slim, a los dos grandes oligopolios mediáticos —Televisa y TV Azteca—, así como a Grupo Imagen, de Olegario Vázquez Aldir, con quienes, según versiones periodísticas, celebró su triunfo la noche del 1 de julio, mientras los sectores populares todavía coreaban en la plancha del Zócalo: “Es un honor estar con Obrador”.

Las alianzas con el sector empresarial se tradujeron en la inclusión de varias figuras en un gabinete anunciado desde la campaña. amlo nombró en la Secretaría de Educación Pública al entonces presidente de Fundación Azteca, Esteban Moctezuma, cercano a Ricardo Salinas Pliego; en Turismo a Miguel Torruco, empresario hotelero y yerno de Carlos Slim; en Agricultura a Víctor Manuel Villalobos, vinculado a empresas de Monsanto, Bayer, Syngenta, Pioneer y Dow AgroSciences,20 e incluso a Julio Scherer Ibarra, también empresario y abogado de grandes grupos corporativos, quien más tarde sería nombrado consejero jurídico de la Presidencia.

En el ámbito político, las alianzas de Morena y López Obrador no fueron menos pragmáticas. A diferencia de lo ocurrido en 2006, cuando Morena quiso ganar sin aliados, en 2018 el partido aceptó casi a cualquiera, sin importar demasiado sus antecedentes. Como explica Bolívar Meza, “Morena estableció una política de alianzas formales e informales, institucionales y personales, con partidos y movimientos sociales, políticos y sindicales”,21 algunos de ellos “ideológicamente distantes, políticamente controvertidos e incluso históricamente enemigos para sumar sus capitales políticos a la maquinaria electoral”.22 La coalición Juntos Haremos Historia no solamente incluyó a un antiguo aliado —el pt— sino también a uno que generó gran polémica y animadversión por parte de la izquierda morenista y los sectores progresistas: el pes, una fuerza política conformada por miembros de iglesias evangélicas surgidas entre sectores marginales de la sociedad, con baja escolaridad, que —a decir de Roberto Blancarte— “reproduce[n] viejos esquemas caciquiles y de una cultura autoritaria y fe ciega hacia su líder religioso”.23

La estrategia pragmática del obradorismo no se limitó a celebrar alianzas con estos partidos, también incluyó a numerosas figuras de otros. Según cálculos del propio Bolívar Meza, hasta 50 por ciento de los propuestos al Senado provenían de viejas fuerzas. De los 62 candidatos que participaron en la fórmula de Juntos Haremos Historia, 8 salieron del pri, 5 del pan, 11 del prd, 2 de Nueva Alianza y otros 2 del Partido Verde Ecologista de México. Además, 40 por ciento de los 280 candidatos de mayoría postulados a diputaciones federales se asignó a exmilitantes de partidos ajenos a los tres partidos de la coalición, a saber: 30 del pri, 14 del pan, 60 del prd, 9 de Movimiento Ciudadano y 1 de Nueva Alianza. En las candidaturas a gobernadores, 3 provenían de otras fuerzas: Yucatán, Guanajuato y Jalisco.24

La alianza —y esto también es importante destacarlo— incluyó asimismo a una parte importante de los movimientos y organizaciones sociales. Durante el año previo a la elección, amlo firmó el Acuerdo Político de Unidad por la Prosperidad del Pueblo y el Renacimiento de México, a través del cual se vincularon a su campaña liderazgos sociales como el de Max Correa, de la Central Campesina Cardenista (ccc), o José Narro Céspedes, de la Coordinadora Nacional Plan de Ayala (cnpa), parte de un conjunto de 40 organizaciones que lanzaron el Plan de Ayala Siglo xxi 2.0, por medio del cual expusieron sus demandas y enunciaron su apoyo a la candidatura de amlo. No menos importante fue la participación del magisterio —especialmente de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (cnte), que obtuvo 40 diputados—, quienes se acercaron a Morena desde la campaña de Delfina Gómez, para la gubernatura del Estado de México.25 En general, Morena y el obradorismo privilegiaron alianzas con organizaciones con presencia en el territorio, agendas orientadas a la defensa de los derechos de los más marginados y un conocimiento vivencial y directo de los problemas sociales, antes que con esa sociedad civil “de nicho” localizada en la Ciudad de México y de alta incidencia mediática, como se explicará en el capítulo 16.

No es fácil, pues, caracterizar al obradorismo. Más que la simple figura de López Obrador y su partido, se trata de un movimiento social y político muy heterogéneo, una coalición en la que conviven actores políticos y sociales con ideologías de izquierda, centro y derecha, desde líderes de movimientos y organizaciones de la sociedad civil, pasando por políticos asociados al antiguo régimen, hasta intelectuales, académicos y empresarios. Más que ser borrón y cuenta nueva, resulta una mixtura pragmática entre la vieja política y una nueva.

El movimiento contiene a Morena como partido, pero lo desborda por mucho. Basta con comparar la votación que obtuvieron los diputados y senadores de Morena en 2018 (37 por ciento, ambos) con la que obtuvo López Obrador (53.1 por ciento) para presidente o contrastar la intención de voto que ha tenido el partido en diversas encuestas elaboradas entre 2019 y 2020 —que oscilan entre el máximo de 46 por ciento en febrero de 2019 y el mínimo de 18 por ciento en marzo de 2020— con la aprobación presidencial del presidente que prácticamente no ha bajado de 60 por ciento.26 Si Morena intentó en su origen ser una fuerza de izquierda pluriclasista (aunque genéricamente de izquierda), que incorporó a militantes políticos, intelectuales, activistas sociales y ciudadanos sin partido, el obradorismo es aún más amplio y plural. Es al mismo tiempo una estrategia política y una construcción pragmática, incluso un fenómeno social que seguramente tendrá vida más allá de una administración.

El obradorismo es una fauna variopinta con luces, sombras y —ciertamente— uno que otro sapo difícil de tragar. Hay cuadros de origen comunista como Alejandro Encinas, liberales con agendas progresistas como Olga Sánchez Cordero y hasta exizquierdistas que pasaron alegremente por gobiernos priistas. Hombres del antiguo régimen, que van desde exzedillistas y uno que otro tiranosaurio, como Manuel Bartlett, complementan el cuadro. La diversidad ideológica del obradorismo es tal que quien estuvo a cargo de coordinar el Proyecto Alternativo de Nación enalteció públicamente el “derecho sagrado a la propiedad privada”, cuando éste se presentó en el Auditorio Nacional.

Pienso que incorporar esa amplitud obedeció también al entendimiento de que el futuro gobierno debía ser más amplio que Morena. Quizá por ello, amlo decidió formar un gabinete que podríamos definir como de composición, en cuanto incorporó una pluralidad de actores que vinieron a representar una multiplicidad de agendas e intereses. Algunos creen que, a través de esta decisión, López Obrador pretendió robarle banderas a la oposición para descabezarla y crear una fuerza hegemónica. En un sugerente ensayo en la revista Nexos, Jesús Silva-Herzog Márquez señalaba:

El movimiento de López Obrador no tiene el propósito de ser un partido más. No busca ser simplemente el partido mayoritario. No es casualidad que se aluda al movimiento por encima del partido. En la amplitud de su convocatoria se percibe una clara intención hegemónica. Todo cabe en el arco de Morena y sus aliados. No hay requisito ideológico ni ético para inscribirse en la coalición. Se necesita tan sólo un acto de adhesión al caudillo. El movimiento de López Obrador trasciende al partido que fundó. Su abanico da muestra de su horizonte: no pretende ser un segmento organizado de la sociedad política sino su totalidad o, más propiamente, su síntesis. Izquierdas y derechas; ultraizquierdas y ultraderechas; empresarios y líderes sindicales; reformistas, revolucionarios, reaccionarios. Centro norte y sur […] Morena carece de contornos. Ya no es un partido de izquierda sino una cazuela que quiere recogerlo todo. El único punto de unión, por supuesto, López Obrador. Como una nueva versión del pri, Morena le ha abierto la puerta a todos.27

Probablemente las razones de López Obrador para formar esa amplia coalición van más allá de esa pretensión hegemónica que señala Silva-Herzog Márquez. Incorporar semejante vastedad no solamente sirvió para ganar un mayor número de adeptos y perfilar una opción electoral más exitosa, sino también —y en esto guarda un parecido con Lula da Silva— para construir una estrategia de gobernabilidad a través del acomodo de intereses diversos; reducir temores ante las políticas que habría de impulsar un gobierno de izquierda; infundir confianza en los mercados; ofrecer una garantía de estabilidad a través de perfiles moderados, además de disipar la versión de que amlo pretendía encabezar un gobierno autoritario.

El pronto anuncio que López Obrador hizo de su futuro gabinete —parte de esa estrategia de instalar en la opinión pública la inevitabilidad de su victoria— le aportó mayor seriedad y realismo a su propuesta. El equipo que se enunció en diciembre de 2017 permitió que su mensaje llegara a una mayor diversidad de públicos, le ayudó a acercarse a organizaciones de la sociedad civil, además de construir la imagen de una candidatura que no sólo tenía propuestas de campaña, sino un programa de gobierno viable. El gabinete mandó algunas señales importantes: en primer lugar, que el presidente apostaba de forma decidida por una renovación de la clase política, al incluir varios perfiles desconocidos hasta entonces; en segundo lugar, permitió materializar la lógica de sus alianzas políticas, al incorporar a figuras de centro, izquierda y derecha y de distintos sectores. No menos importante, se adelantaba la existencia del primer gabinete paritario en la historia de México.

Nombrar a Olga Sánchez Cordero como secretaria de Gobernación, a pesar de que hoy es una figura con poca influencia política, fue una decisión acertada: su perfil y trayectoria, las agendas que ha enarbolado y su propio estilo personal fueron un buen complemento para el candidato. Si amlo tenía fama de conservador, Sánchez Cordero aparecía como el complemento progresista; si él no era identificado con un perfil institucional, ella aparecía como la defensora de la legalidad. Olga representaba al menos cuatro cosas importantes de las que amlo carecía: un avance simbólico para las mujeres, el compromiso con el Estado de derecho y la autonomía del Poder Judicial, un firme compromiso con los derechos humanos y con las víctimas, y una agenda de respeto a las libertades (por sus sentencias a favor de las mujeres, la interrupción voluntaria del embarazo, el matrimonio igualitario y el consumo de mariguana que durante la campaña planteó despenalizar).

Un rasgo interesante en Sánchez Cordero —que incluso se advierte en otros perfiles como el de Tatiana Clouthier— fue la manera en que durante la campaña llegó a discrepar abiertamente con el candidato y tomar distancia en ciertos temas (como la revocación de mandato, la idoneidad de un tribunal constitucional y el desdén por la trayectoria de la Suprema Corte de Justicia).28 Pienso que ello le resultó útil al propio candidato porque alteraba la imagen negativa de un líder autoritario que no considera opiniones distintas a las suyas ni acepta el disenso en el interior de su propio equipo.

AMLO y la 4T

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