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Primera parte

Partido, movimiento y proyecto 1
Morena y el obradorismo:
anatomía de un movimiento

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No es ningún secreto que el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) es un partido formado en torno a la figura de un líder que en gran medida es su razón de ser y existir. Si practicáramos un examen del adn morenista seguramente encontraríamos un componente de obradorismo significativamente mayor del que aparecería en un examen inverso. Difícilmente se hubiera creado el Movimiento de Regeneración Nacional si amlo no hubiese entrado en colisión con el Partido de la Revolución Democrática (prd), tanto por diferencias ideológicas como por una disputa de poder con los llamados “Chuchos”, el grupo político que se adueñó del otrora partido de la izquierda mexicana. Revisemos a vuelo de pájaro algunos momentos de la trayectoria opositora de Andrés Manuel antes de llegar a la presidencia.

amlo ingresó al Frente Democrático Nacional (fdn), que abanderó la candidatura de Cuauhtémoc Cárdenas a la presidencia de la República, después de la elección de 1988, e inmediatamente fue nombrado candidato a gobernador de Tabasco; durante la contienda emprendió una competitiva campaña en contra del candidato oficial, Salvador Neme. Después del proceso electoral, López Obrador no solamente se negó a reconocer su derrota, además organizó una enorme protesta poselectoral, una práctica que habría de ser parte sustancial del modelo genético obradorista y que habría de reproducirse en posteriores elecciones. Otro rasgo de ese modelo es que, incluso antes de aquella campaña, su actividad como funcionario público —el mejor ejemplo es su paso como delegado estatal del Instituto Nacional Indigenista en Tabasco— se distinguió por tener un pie en la labor institucional y otro en la movilización popular. No es un dato menor, pues explica mucho de su manera de hacer política, que transita frecuentemente de la acción política a la lucha social y viceversa.1

Bajo esa misma lógica es que, luego de su primera elección, López Obrador organizó una gran marcha a la Ciudad de México acompañando a los chontales que reclamaban a Petróleos Mexicanos (Pemex) una serie de indemnizaciones por los daños causados en sus tierras. En 1994 volvió a ser candidato al gobierno de su estado, enfrentándose en esta ocasión con Roberto Madrazo; la contienda nuevamente derivó en acusaciones de fraude y una movilización social que le dio fama nacional, y poco tiempo después lo llevó a conquistar —en alianza con la corriente Nueva Izquierda— la dirigencia del prd.

Al frente del partido, López Obrador se caracterizó por combinar al mismo tiempo un perfil contestatario que entraba en disputa política e ideológica con el gobierno de Ernesto Zedillo y el Partido Revolucionario Institucional (pri), y un pragmatismo que lo llevó a recibir en sus filas a una gran cantidad de priistas descontentos con el partido oficial y deseosos de conquistar espacios de poder. Su estrategia pareció rendir frutos, pues ya para 1997 el nuevo partido de la izquierda mexicana logró sus primeros éxitos electorales importantes. Ese año, la fuerza que hasta entonces era conocida popularmente como “el Perderé” conquistó la jefatura de gobierno de la Ciudad de México, a la cual llegó Cuauhtémoc Cárdenas y tres años después el propio López Obrador.

Durante varios años, como hace notar Jorge Javier Romero, amlo mantuvo una alianza estratégica con los Chuchos de la corriente Nueva Izquierda, de cuya mano obtuvo los triunfos mencionados, y en 2006 lanzó su candidatura presidencial, en una campaña coordinada por Jesús Ortega.2 A partir de 2008, sin embargo, comenzaron a crecer las diferencias entre amlo y los dirigentes de esa corriente; primero, cuando López Obrador intentó disputar el control interno del partido, sin éxito, y luego a partir de la elección intermedia de 2009, cuando la dirigencia del prd lanzó candidaturas comunes con el pan para algunas gubernaturas. Esto no gustó nada a López Obrador, quien para entonces ya coqueteaba cada vez más con la alianza de Movimiento Ciudadano (mc) y el Partido del Trabajo (pt), al punto de llegar a apoyar a un candidato distinto al prd en la elección para jefe delegacional de Iztapalapa.

No era sencillo disputar el poder de los Chuchos porque habían creado un gran aparato clientelar a través del cual se apoderaron del partido. Nueva Izquierda, como señala también Romero, utilizó el “ingente financiamiento público” que recibía el partido y se fue adueñando de sus estructuras locales. Sus resultados electorales, sin embargo, eran magros ante la falta de figuras políticas relevantes. Como los caracteriza este analista, los Chuchos son (¿o eran?) “un grupo de especialistas en la administración del financiamiento público partidista para mantener aceitadas a sus huestes, pero sin figuras de arrastre nacional o local más allá del aparato del partido”.3 De hecho, como advierte este politólogo, prácticamente ninguno de sus cuadros dirigentes ha ganado una elección local. La contradicción entonces se hizo cada vez más clara: mientras unos eran los dueños del partido y su estructura, la gran figura de arrastre popular caminaba de forma cada vez más autónoma. El divorcio era cuestión de tiempo.

En 2012 López Obrador volvió a ser candidato presidencial por el prd, luego de alcanzar un acuerdo con Marcelo Ebrard, aunque la distancia con Nueva Izquierda ya era insalvable. Las tensiones crecieron aún más luego de la elección, cuando la dirigencia del prd se acercó al gobierno de Enrique Peña Nieto para firmar el Pacto por México, después de que amlo se negó a reconocer su victoria y se manifestó en contra de cualquier acuerdo de gobernabilidad con la administración priista por considerar que el triunfo de Peña Nieto era producto de diversas prácticas ilegales.

amlo ya había comenzado a construir un movimiento social y político fuera de la estructura partidaria, robustecido por el enorme movimiento poselectoral de 2006, cuando recurrió a la mayor movilización social de su historia política. Finalmente, el Movimiento de Regeneración Nacional fue creado en octubre de 2011 para respaldar su candidatura, logrando una sorprendente vida orgánica que fue posible mantener durante varios años. Una vez más, con un pie en el partido y otro muy firme en su movimiento, el obradorismo formó comités de apoyo en casi todos los municipios del país, con 53 mil comités seccionales, 3.6 millones “protagonistas del cambio verdadero” y 2.5 millones representantes del movimiento.4 Como bien explica Carlos Illades, Morena “se construyó a ras de piso con cuadros de la vieja izquierda, una base amplia y disímbola reclutada en barrios, comunidades y centros de trabajo”.5 En ese sentido, Morena es un partido de origen popular y de clase media.

Se creó también la organización Morena Jóvenes y Estudiantes (Morenaje) y se formaron cuatro comisiones operativas: de organización y vinculación, destinada a formar comités estudiantiles en las universidades, escuelas y centros de reunión, así como a armar el padrón electoral y distribuir Regeneración, el periódico oficial de Morena; Morena Cultura, integrada por músicos, cantantes, escritores, artistas plásticos, actores, bailarines, cineastas y comunicadores; Morena Laboral, constituida por sindicalistas de la llamada ala democrática del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (snte), de la Universidad Nacional Autónoma de México (unam), Teléfonos de México, el Sindicato Mexicano de Electricistas (sme) y el Sindicato de Tranviarios, entre otros; y Morena Verde, una agrupación ambientalista que se planteaba detener el problema de la minería a cielo abierto y el cultivo transgénico, así como promover las energías renovables.6

Luego de la elección, cuando amlo finalmente tomó la decisión de salir del prd, Morena celebró el 1 de octubre de 2012 una histórica asamblea en la cual discutió si debía formar un nuevo partido o mantenerse como un movimiento político. Finalmente, la decisión fue constituirse de momento como asociación civil, pero buscar convertirse en partido político; esto lo logró el 26 de enero de 2014, cuando Morena presentó su solicitud de registro, que fue otorgada por el órgano electoral en julio de ese mismo año.

Con todo, Morena no se creó como un partido político tradicional, sino como un partido-movimiento —como podría ser el Movimiento al Socialismo en Bolivia, el Partido de los Trabajadores brasileño o los partidos verdes en varios países europeos—, que mantiene un pie en la esfera electoral y otro en la movilización social, a través de una organización capaz de tener la capacidad política y los recursos de un partido, y también la flexibilidad de un movimiento. Como explica Rosendo Bolívar Meza, la estructura de Morena en sus inicios no sólo fue territorial, al operar a través de secciones y municipios como ocurre con la mayor parte de los partidos, sino también por estratos sociales y culturales que —como ya se mencionó antes— incluían a jóvenes y estudiantes; artistas, intelectuales y científicos, además de trabajadores, ecologistas, campesinos y hasta mexicanos en el extranjero.7

El crecimiento electoral del Movimiento de Regeneración Nacional a partir de entonces fue vertiginoso. Ya en junio de 2015, tras concurrir a su primera elección, obtuvo 8.82 por ciento de la votación, con lo que se convirtió en la cuarta fuerza política a nivel nacional, con 35 diputados federales, cinco jefaturas delegacionales en la Ciudad de México y un lugar como la primera fuerza legislativa en la capital. A partir de ese año, cuando amlo asumió la dirigencia nacional del partido, comenzó un proceso de pragmatismo político —bastante temprano si se compara con la trayectoria de otros partidos de izquierda—, consistente en el reclutamiento de líderes provenientes de otras fuerzas, así como una moderación discursiva que lo llevó a tomar distancia del mensaje antineoliberal y enfocarse sobre todo en el combate a la corrupción.

Para las elecciones de 2018 Morena formalizó una coalición electoral con el pt, y otra muy polémica con el Partido Encuentro Social (pes), bajo el nombre de Juntos Haremos Historia, que alcanzó 53 por ciento de la votación en la elección presidencial y le permitió al obradorismo hacerse de la mayoría absoluta en las cámaras de Diputados y Senadores. En tiempo récord para un partido político en ciernes, Morena se había convertido en la primera fuerza política del país, superando incluso sus propias expectativas.

La elección de 2018 fue un parteaguas en la vida pública de México. No sólo una opción de izquierda o centroizquierda ganó la presidencia y la mayoría legislativa, por primera vez en una elección libre, democrática y transparente; para muchos observadores también fue un momento simbólico que permitió completar nuestra transición a la democracia,8 al observarse un cambio en el sistema de partidos dominado desde 1997 por tres fuerzas políticas —pri, pan y prd— que fueron desplazadas del Poder Ejecutivo y Legislativo en el ámbito federal. Si consideramos que Vicente Fox ganó con 42 por ciento, Felipe Calderón con 35 por ciento y Enrique Peña Nieto con 38 por ciento, el 53 por ciento de la votación obtenido por amlo le dio a su mandato una fortaleza democrática y una legitimidad de origen sin precedentes en la historia reciente.

Si en 2006 la diferencia entre los punteros fue de tan sólo 0.56 por ciento (el equivalente a 250 mil votos)—, doce años después la victoria de amlo resultó apabullante frente al 22 por ciento alcanzado por el panista Ricardo Anaya y el 16 por ciento del priista José Antonio Meade. Con más de 20 puntos de ventaja frente a sus adversarios, el candidato de la coalición Juntos Haremos Historia fue el más votado en todas las entidades federativas, salvo Guanajuato; su partido conquistó cuatro gubernaturas y junto a sus aliados obtuvo 258 curules en la Cámara de Diputados (46 fueron por las siglas del pt y 24 por las del pes), lo que le aseguró al partido del presidente 51.6 por ciento de los espacios y un total de 66.4 por ciento considerando a los otros partidos. En el Senado, por su parte, Morena obtuvo 60 escaños, el pt seis y el pes cuatro; junto con el Verde, que pronto se sumó a la alianza con siete senadores, el bloque llegó a 77 legisladores, lo que representa 60 por ciento de los espacios en esa cámara. Algo interesante es que en 2018 amlo logró ganar en entidades en las cuales la izquierda no tenía mayor presencia, como es el caso de Nuevo León. Incluso en Guanajuato, López Obrador tuvo un buen resultado, al superar los 606 mil votos frente a los casi 816 mil de Anaya.9

Semejante resultado lleva a preguntarnos qué fue lo que hizo amlo en esta elección que no hubiera hecho en sus anteriores campañas electorales.

La fortaleza electoral de amlo se construyó a partir de una combinación de factores: en primer lugar, la corrupción de Peña Nieto y la podredumbre del régimen político; el descrédito de la clase política era tan grande que, al final, incluso los ataques a López Obrador por parte de sus adversarios terminaron por perjudicarlos y evidenciarlos como el bloque que representaba el pasado. Algunos datos duros dan cuenta de lo que era el “humor social” en los meses previos a la elección: 69 por ciento, por ejemplo, consideraba que la situación económica del país había empeorado con el gobierno de Enrique Peña Nieto y 84 por ciento opinaba que la corrupción era uno de los principales problemas del país.10 Un estudio de Alejandro Moreno muestra que 80 por ciento de las personas “desaprobaban completamente” a Peña Nieto, y aquellos que pensaban que Ricardo Anaya había lavado dinero votaron por López Obrador en la elección presidencial.11 Más aún, existe evidencia de que los votantes de los estados donde el gobernador fue llevado a prisión por escándalos de corrupción votaron menos por el pri.12 Con este cúmulo de evidencia no es casual, por tanto, que López Obrador haya hecho de este último tema la columna vertebral de su campaña, de su programa político e incluso de su discurso posterior como gobernante.13 En efecto, el hoy presidente supo captar el hartazgo de los mexicanos frente a la corrupción y hacerla su gran bandera política; logró encauzar también el entusiasmo de los electores que se consideran antisistema y tenían la esperanza de que algo pudiera cambiar en el país.

Otro elemento importante fue la estrategia de despliegue territorial. amlo llevaba años recorriendo el México rural y urbano como probablemente ningún otro político. Tiene una ventaja sobre cualquier otro: conoce la calle. Entre sus más notables cualidades sobresale la de saber interpretar el sentir popular, no tanto a través de grupos de enfoque y otras estrategias utilizadas por los marketeros electorales, sino por medio de su experiencia directa en el territorio y su contacto con la gente. Para 2018 era muy evidente que Andrés Manuel conocía mucho mejor los dolores y sentires de las mayorías que la media de nuestros políticos. Naturalmente, no lo ha hecho con los conceptos y la sofisticación que esperaría buena parte de los intelectuales, sino con una inteligencia política que consiste en hablar de forma simple y clara. Aunque algunos comentócratas critiquen el simplismo de sus palabras y les irrite su habla popular, lo cierto es que al candidato le permitieron comunicarse con las mayorías y romper con la brecha que ha existido en México entre los temas públicos —abordados con un discurso tecnocrático o leguleyo— y los problemas más comunes de la gente.

Hay dos elementos más que estimo resultaron críticos para el triunfo de amlo: por un lado, la moderación del discurso, a través de una exitosa campaña mediática que hizo posible mostrar a un López Obrador menos conflictivo y rijoso que en campañas previas;14 por el otro, la formación de una amplia coalición capaz de atraer figuras de todo el espectro político.

AMLO y la 4T

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