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7. Cuando se detuvo frente al kolej

Cuando se detuvo frente al kolej el Tatra negro y reluciente que condujo al camarada Smrticˇek y, cuando, con una simultaneidad casi perfecta, llegó por tren el cuerpo de profesores, la noticia se extendió de un modo dramático por todos los lugares donde los extranjeros vagabundeaban. Nadie exactamente dio la orden de reunirse, pero, informándose unos a otros, se encontraron todos a las cuatro de la tarde en la sala de actos, descubriéndose a sí mismos una presentación física que habían descuidado paulatinamente. Allí nadie pudo explicarse en qué momento la sala había sido tan decorada con banderas y flores y cintas de papel que viva el socialismo, que viva nuestra eterna amistad con la urss; quizá todo eso, y el semicírculo de sillas para los profesores, y la botella de agua, eran preparados cada día por el mayordomo, en prevención del acontecimiento. Smrticˇek habló a los estudiantes en francés. Eva tradujo:

—Mis amigos, sean bienvenidos a esta tierra del corazón de Europa, donde, guiados por los héroes soviéticos, construimos el socialismo, y déjenme felicitarlos por ese impulso de perfeccionamiento que los ha traído hasta aquí, desde países lejanos, de nombres exóticos, para transformarse en hombres capaces de servir a la causa de sus propios pueblos.

—Merde, alors —dijo un árabe barbudo, al lado de Héctor.

—En adelante, ustedes y nosotros, sus maestros, nos trataremos de camaradas, de acuerdo al uso de nuestra sociedad socialista.

¿Y si Octavia lo hubiera dicho en serio, detrás de esa sonrisa que parecía únicamente querer jugar con el efecto de sus palabras? ¿Y si entonces hubiera buscado realmente decidir vuestro destino? Con lo que yo gano, dijiste con una voz ajena, de ventrílocuo, no podríamos vivir. ¿Tú sabes lo que vale un kilo de carne? No sabrías vivir sin una empleada doméstica. ¿Has ido alguna vez de compras al mercado? ¿Sabes de qué se compone una comida? Estás acostumbrada a llegar a tu casa y a comer sin saber de qué y cómo está hecho lo que comes, con mi sueldo viviríamos quince días y luego volverías a tu casa… Ta… ta… ta…

¿Es que no tienes dentro de ti un amigo, un aliado para elegir la felicidad?

—C’est un drôle de type —sigue diciendo el árabe, en voz baja, rascándose la barba—. D’abord, il s’en fou du temps que nous avons crevé ici avant sa bienvenue, et puis, personne chez nous ne songerai a l’appeler son frère, même selon l’usage de notre société islamique.

—Ustedes han atravesado los océanos —siguió traduciendo la colombiana, subdividiendo las frases de acuerdo a un ritmo que marcaban sus caderas—, los continentes, porque tienen la vocación de ser útiles a sus pueblos, porque tienen la confianza de volver un día, con las herramientas que les permitan librarse del subdesarrollo, del yugo del imperialismo.

—Cha cha, cha, ta gueule.

—Por eso, nuestra vida aquí, será de disciplina, de estudio, de esfuerzo…

—Ah, didons, on commence à nous emmerder, et pas doucement.

Voy a vestirme, había dicho Octavia, pronunciando así esa misma sentencia desoladora de otros tiempos, por milésima vez, y por milésima vez habías sentido ese translatido de tu corazón, que no indicaba sino tu aflicción ante la vuelta inminente al estado habitual, tras ese paréntesis prodigioso y fortuito de su desnudez. Porque, ya una vez vestida, no te pertenecía, sus emociones no dependían de ti, sus palabras y sus gestos no reconocían tu reciente, efímero dominio; pertenecía otra vez a la ciudad y a lo contingente, a los lugares inimaginables hacia donde corría, y a otras personas, y a otras emociones irrenunciables.

La colombiana prefirió sintetizar:

—Compañeros, el camarada director ha dicho que las clases comenzarán mañana, a las ocho y media. Debemos levantarnos a las siete, para hacer nuestro aseo personal y salir a desayunar a la cantina. Ocuparemos la tarde en tareas y estudio personal, hasta las cinco. Comeremos entre seis y media y siete. El kolej cerrará sus puertas a las ocho y media. En estos días llegará un televisor. Los sábados habrá cine. Los domingos se organizarán partidos de fútbol y paseos a los alrededores. Dentro de poco se obtendrá que seamos invitados a conocer las fábricas cercanas. Otras noticias se comunicarán por la pizarra.

—Ca ne vous emmerde pas? On a bien gàché mon enfance déjà une fois. Je m’appele Ramadán. Et vous?

—Héctor.

—Vous n’êtes pas juif, j’éspère.

Entonces, voy a ver lo que vale cada cosa, voy a observar lo que se hace en la cocina, voy a sacar cuentas, y tú… No dejaba de sonreír, ya vestida, desasida, no sabías si de lo que estaba diciendo o si de oírse decir esas cosas mientras pensaba en la persona que la estaría esperando, o simplemente porque la disposición de sus músculos la disponía a sonreír. Imposible con ella salirse de una relación que no pareciera un juego, una provocación. Imposible no representar, aunque se estuviera diciendo la verdad. Desde la comisura de sus labios, hasta los bordes de los ojos, tiene marcadas esas dos líneas de la sonrisa. En su rostro no existe ninguna línea más. De tal manera que los músculos de su cara no tienen la posibilidad de encaminar las expresiones sino por esos cauces, que solo en la medida de su profundidad sugieren a veces, difícilmente, la preocupación, el temor, la tristeza. Cuando se trata de algún matiz, no puedes discernirlo en su sonrisa, hace tiempo que no sabes. Sería tan inútil como antes preguntárselo. Ya has perdido la aflicción por conocer sus móviles, por descomponer sus movimientos. Voy a llamarte, dice, con el abrigo puesto, con la cabeza y las mejillas ceñidas por el pañuelo de seda, con todas las huellas de la intimidad compartida contigo absolutamente borradas, y apenas oyes que ha cerrado la puerta, te sientas desnudo en esa cama revuelta donde hasta hace un momento tú y ella eran dos, donde tu memoria no sabe repoblar su espacio abandonado, donde nadie, fuera de ti, podría presumir que hubo dos, enciendes tu cigarrillo, es cierto, ya sin melancolía o, más bien, con una cierta melancolía fatigada, como si todo aquello que fue la prolongada y álgida obsesión de querer apropiártela, de aprisionarla, arrebatándosela a la ciudad, se hubiera transformado en una pura mitología, en la pura idealización de un deseo ya extraño. No, ese traspié de tu corazón es solo el reflejo amable de un antiguo sufrimiento, tu verdadera emoción ya está exhausta, ahora lo único que conviene es rehacer la cama, pensar en la comida, un bife, es lo más rápido, después caminarás hasta adquirir el cansancio suficiente para dormir a tiempo, para llegar a tiempo y sin demasiado pesar a tu oficina, las estufas de gas, el diario de la mañana que da cuenta de la realidad en la que no estuviste y, a medida que avance el día, la idea inconfrontable de que transcurre un día y de que él podría contener alguna señal destinada a ti.

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