Читать книгу La comuna de Paris - Hippolyte Prosper Olivier Lissagaray - Страница 48

París, entregado

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Desde entonces, París vivió como el enfermo que espera la amputación. Los fuertes seguían tronando, continuaban llegando muertos y heridos; pero se sabía que Jules Favre estaba en Versalles. El día 27 a media noche, enmudeció el cañón. Bismarck y Jules Favre se habían entendido «por su honor». París estaba entregado.

Al día siguiente, la defensa dio a conocer las bases de las negociaciones: armisticio de quince días, reunión inmediata de una asamblea; ocupación de los fuertes; todos los soldados y guardias móviles, menos una división, desarmados. La ciudad quedó sumida en una lúgubre tristeza. Las largas jornadas de emoción habían aquietado la cólera. Solamente algunos chispazos cruzaron París. Un batallón de la Guardia Nacional fue a gritar ante el Hôtel-de-Ville: «¡Abajo los traidores!» Por la noche, cuatrocientos oficiales firmaron un pacto de resistencia, eligieron por jefe al comandante del 107°, Brunel, exoficial expulsado del ejército en tiempos del Imperio por sus opiniones republicanas, y resolvieron marchar sobre los fuertes del Este, mandados por el almirante Saisset, a quien los periódicos atribuían una reputación de heroísmo. A media noche, la llamada y el rebato sonaron en los distritos x, xiii y xx. Pero la noche era glacial, y la Guardia Nacional estaba demasiado fatigada para intentar un golpe desesperado. Solamente dos o tres batallones acudieron a la cita. Dos días después, Brunel fue detenido.

El 29 de enero del 71, la bandera alemana ondeaba sobre los fuertes. El pacto estaba firmado desde la víspera. Cuatrocientos mil hombres armados con fusiles, cañones, capitulaban ante doscientos mil. Los fuertes y las defensas, fueron desarmados. Todo el ejército (doscientos cuarenta mil soldados, marinos y móviles) quedaba prisionero. París debía pagar doscientos millones en quince días. El gobierno se jactaba de haber dejado las armas a la Guardia Nacional; pero todos sabían que hubiera sido preciso saquear París para arrebatárselas. En fin, no contento con entregar la capital, el gobierno de la defensa nacional entregaba al enemigo Francia entera.

El armisticio se aplicaba a todos los ejércitos de provincias, excepción hecha del de Bourbaki, cercado casi por completo, el único a quien realmente hubiera beneficiado el armisticio. Cuando llegó un poco de aire fresco de provincias, se supo que Bourbaki, empujado por los alemanes, había tenido que lanzar su ejército a Suiza, después de una comedia de suicidio.

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