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El movimiento de Lyon

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El 28 estallaron los lyoneses. Cuatro departamentos les separaban apenas del enemigo, que podía de un momento a otro ocupar la ciudad, y desde el 4 de septiembre estaban pidiendo armas. La municipalidad elegida el 16, en sustitución del Comité de Salud Pública, no hacía más que disputar con el prefecto ChallemeI-Lacour, jacobino muy quisquilloso. El día 27, por toda defensa, el consejo redujo en 50 céntimos el jornal de los obreros empleados en las fortificaciones, y nombró a un tal Cluseret general de un ejército de voluntarios que aún estaba por crear.

Este general in partibus era un antiguo oficial a quien Cavaignac había condecorado por su comportamiento en las jornadas de junio. Fracasado en el ejército, pidió su separación del mismo, se hizo periodista en la guerra americana de Secesión y se engalanó con el título de general. Incomprendido por la burguesía de los dos mundos, volvió a la política por el otro extremo, se ofreció a los fenianos de Irlanda, desembarcó en ese país, indujo a los fenianos a la sublevación, y una noche los abandonó. La naciente Internacional le vio acudir a ella. Escribió mucho, dijo a los hijos de los mismos a quienes había fusilado en junio: «¡Nosotros o la Nada!», y pretendió ser la espada del socialismo. Como el gobierno del 4 de septiembre se negase a confiarle un ejército, trató a Gambetta de prusiano, y se hizo nombrar delegado de la Corderie –donde le había introducido Varlin, al que engañó mucho tiempo– en Lyon. Este cobarde zascandil persuadió al Consejo de Lyon de que él organizaría un ejército. Todo andaba de mala manera, cuando los comités republicanos de Brotteaux, Guillotière, Croix-Rousse y el Comité Central de la Guardia Nacional decidieron, el día 28, llevar al Hôtel-de-Ville un enérgico programa de defensa. Los obreros de las fortificaciones, capitaneados por Saigne, apoyaron esta actitud con una manifestación, llenaron la plaza Terreaux y, con la ayuda de los discursos y la emoción, invadieron el Hôtel-de-Ville. Saigne propuso que se nombrase una comisión revolucionaria y, al ver entre el público a Cluseret, muy preocupado por sus futuras estrellas, solo salió al balcón para exponer su plan y recomendar calma. Constituida la comisión, no se atrevió a resistir, y partió en busca de sus tropas. En la puerta, el alcalde Hénon y el prefecto le agarraron del cuello: habían entrado en el Hôtel-de-Ville por la plaza de la Comédie. Saigne se lanzó al balcón, gritó la noticia a la multitud, que, cayendo de nuevo sobre el Hôtel-de-Ville, libertó a Cluseret y detuvo a su vez al alcalde y al prefecto.

Los batallones burgueses llegaron a la plaza Terreaux. Poco después desembocaron los de Croix-Rousse y Guillotière. Grandes desgracias podían seguir al primer disparo. Se parlamentó. La comisión desapareció. Cluseret tomó el tren de Ginebra.

Era una advertencia. En varias ciudades aparecieron otros síntomas. Los prefectos presidían las Ligas, se convocaban entre sí. A principios de octubre, el almirante de Cayena no había logrado reunir, acá y allá, más que algunos millares de hombres de los depósitos. De Tours no llegaba ninguna consigna.

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