Читать книгу La comuna de Paris - Hippolyte Prosper Olivier Lissagaray - Страница 55

Thiers

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Su campaña fue trazada y dirigida desde su origen por los únicos tácticos de alguna importancia que había en Francia: los jesuitas, dueños y señores del clero. Thiers fue el jefe político.

Los hombres del 4 de septiembre habían hecho de él, como es sabido, su embajador. Francia, escasa en diplomáticos desde Talleyrand, no ha tenido otro más fácil de manejar que este hombrecillo. Viajó a Londres, a San Petersburgo, a Viena, a Italia, de la que fue enemigo encarnizado, a buscar, para la Francia vencida, alianzas que se le habían negado. Logró que se burlaran de él en todas partes, solo fue recibido por Bismarck, y negoció el armisticio rechazado el 31 de octubre. Cuando llegó a Tours, en los primeros días de noviembre, sabía que desde aquel momento, la lucha había de ser a vida o muerte. En lugar de abrazarla valerosamente, de poner su experiencia al servicio de la delegación, no tuvo más que un objetivo: enterrar la defensa.

No podía esta tener un enemigo más temible. La suerte que alcanzó este hombre, sin principios de gobierno, sin visión de progreso, sin valor, no hubiera podido alcanzarla en ninguna parte más que entre la burguesía francesa. Pero estuvo siempre en todas partes donde hizo falta un liberal para ametrallar al pueblo, y raras veces se vio un artista más maravilloso en intrigas parlamentarias. Nadie supo como él atacar, aislar un gobierno, agrupar los prejuicios, los odios, los intereses, disfrazar su intriga con una careta de patriotismo y de buen sentido. La campaña de 1870-71 será, indudablemente, su obra maestra. Se había resuelto para su gobierno la cuestión de los prusianos, y no se preocupaba de ellos más que si hubiesen vuelto a pasar el Mosela. El enemigo para él era el defensor. Cuando nuestros pobres «móviles» se agitaban de un lado para otro con una temperatura de veinte grados, Thiers triunfaba con sus desastres. Mientras que en Bruselas y en Londres los mamelucos, fieles a las tradiciones de Coblenza, los Cassagnac, los Amigues, trabajaban por desacreditar a Francia, por hacer fracasar sus empréstitos, enviaban a los prisioneros de Alemania insultos contra la República y llamamientos en pro de una restauración imperial, Thiers agrupaba en Burdeos, en contra de la República y de la defensa, a todas las reacciones de provincias.

La prensa conservadora había denigrado desde el primer momento a la delegación. Después de la llegada de Thiers, hizo una guerra descarada contra aquélla, sin cansarse de hostigarla, de acusar, de calumniar. Gambetta es un «loco furioso», la frase procede de Thiers. Conclusión: la lucha es una locura y la desobediencia, legítima. En el mes de diciembre, esta consigna, repetida por todos los periódicos del partido, se extendió por los campos.

Por primera vez, los terratenientes hallaron oídos en los campesinos. Después de los «móviles», la guerra iba a llevarse a los movilizados; los campos de batalla se aprestaban a recibirlos. Alemania tenía en su poder 260.000 franceses; París, el Loire, el ejército del Este más de 350.000; 30.000 habían muerto, y los hospitales albergaban a millares de heridos. Desde el mes de agosto, Francia había rendido 700.000 hombres, por lo menos. ¿Cuándo iban a detenerse las cosas? Este grito fue lanzado en todas las chozas: «¡Es la República la que quiere la guerra! ¡París está en manos de los secesionistas!». ¿Qué sabía entonces el campesino francés, y cuántos podían decir dónde se encontraba Alsacia? A él, hostil a la instrucción obligatoria, era sobre todo a quien apuntaba la burguesía. ¿No consagró esa burguesía todos sus esfuerzos, por espacio de cuarenta años, en transformar en un coolie al nieto de los voluntarios del 92?

Un aliento de rebeldía pasó por los «móviles», mandados con excesiva frecuencia por reaccionarios de nota. Unos decían al ejército del Loire: «No queremos batirnos por el señor Gambetta». Hubo oficiales que se vanagloriaron de no haber expuesto nunca la vida de sus hombres.

A principios de 1871, las provincias estaban totalmente deshechas. A cada paso se reunían consejos generales disueltos. La delegación seguía el avance del enemigo interior, maldecía a Thiers y se guardaba muy mucho de detenerle. Los hombres de vanguardia que vinieron a decir hasta dónde llegaba el torrente fueron despedidos. Gambetta, cansado, desalentado, vería tristemente cómo se deshacía la defensa. A sus reproches, la gente del Hôtel-de-Ville, respondía enviándole palomas con mensajes declamatorios. En enero, sus despachos llegaban a la invectiva. La capitulación, Vinoy, la entrega del ejército del Este, la convocatoria de una asamblea, fueron el golpe final. Gambetta, fuera de sí, pensó en no autorizar las elecciones, y ante lo inevitable, proclamó inelegibles a los grandes funcionarios y diputados oficiales del Imperio, disolvió los consejos generales, y destituyó algunos magistrados de las comisiones mixtas. Bismarck protestó. La gente del Hôtel-de-Ville se asustó. Jules Simon corrió a Burdeos. Gambetta le recibió con la punta del pie, y ante un grupo de republicanos, le escupió su desprecio por las gentes de la defensa. El jesuíta, bajo estas imprecaciones, dobló la espalda, perdió el dominio de su lengua, no pudo responder más que: «¡Tomad mi cabeza!». «¿Qué quiere usted que haga yo con ella? –le gritó Gambetta–». Expulsado de la prefectura, el defensor se refugió en casa de Thiers, llamó a los periodistas reaccionarios y les dictó una protesta colectiva. Gambetta tuvo por un momento la idea de hacerlo detener pero, viendo el callejón sin salida en que iba a meterse, se retiró.

Al sonar el silbato de las elecciones, la decoración tan laboriosamente preparada apareció tal cual, dejando ver a los conservadores preparados, en pie, con sus listas en la mano. ¡Qué lejos estaba el mes de octubre, en que en muchos departamentos no se habían atrevido a presentar candidatos! El decreto sobre los inelegibles no alcanzó más que a algunos náufragos. La coalición no tenía ninguna necesidad de los carcamales del Imperio, ya que había formado cuidadosamente un personal de nobles de cola, grandes ganaderos y lobos cervales de la industria. El clero, con extraordinaria habilidad, había unido en sus listas a legitimistas y orleanistas, echando los cimientos de la fusión. Los votos se recogieron como si se tratase de un plebiscito. Los republicanos trataron de hablar de una paz honrosa. El campesino no tuvo oídos más que para la paz a toda costa. Las ciudades apenas se defendieron, a lo sumo, eligieron diputados liberales. Solo algunos puntos sobrenadaron en el océano de la reacción. La Asamblea albergó, entre 750 miembros, 450 monárquicos de nacimiento. El jefe aparente de la campaña, Thiers el rey de los liberales, salió elegido en veintitrés departamentos.

La conciliación a todo trance podía igualarse con Trochu. Uno había desprestigiado a París; la otra, a la República.

56.- Encuesta parlamentaria sobre el 4 de septiembre: Jules Favre.

57.- Encuesta parlamentaria sobre el 4 de septiembre: Petetin, de Lareinty.

58.- Encuesta sobre el 4 de septiembre: Garnier-Pagés.

59.- Etienne Arago. (N. del ed.)

60.- Tenaille-Saligny, Tirard, Bonvalet, Greppo, Bertillon, Hérisson, Ribeacourt, Carnot, Ranc, O’Reilly, Mottu, Grivot, Pernolet, Asseline, Corbon, Henri Martin, F. Favre, Clemenceau, Richard, Braleret.

61.- Encuesta sobre el 4 de septiembre.

62.- Encuesta sobre el 4 de septiembre: Jules Ferry.

63.- Encuesta sobre el 4 de septiembre: Jules Ferry.

64.- Jaclard, Vermorel, G. Lefrançais, Félix Pyat, Eudes, Levrault, Tridon, Ranvier, Razoua, Tibaldi, Goupil, Vésinier, Regere, Maurice Joly, Blanqui, Milliére, Flourens. Estos tres últimos pudieron escapar. Félix Pyat se salvó gracias a una payasada, escribiendo a Emmanuel Arago: «¡Qué lástima que sea prisionero tuyo; hubieras sido mi abogado!».

65.- Encuesta sobre el 4 de septiembre: Jules Ferry.

66.- Véanse las actas de la Defensa, arregladas por el abogado Dréo, yerno de Garnier-Pagès.

67.- «Vamos, pues, a hacer escaldarse un poco a la guardia nacional, ya que ella lo quiere», decía un coronel de infantería, molesto por este asunto. - Encuesta sobre el 4 de septiembre: coronel Chaper.

68.- Encuesta sobre el 4 de septiembre: Corbon (t. 4, p. 389).

69.- Jules Simon: Recuerdos del 4 de septiembre.

70.- Grotesco patán, personaje de Molière. (N. del T.)

71.- Encuesta sobre el 4 de septiembre: Gambetta. (T. 1, p. 561.)

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