Читать книгу Pensamientos y algunos recuerdos - Horacio García - Страница 8
ОглавлениеHoy mientras veía unas fotos del lago Frías, no pude evitar recordar la excursión que hicimos años atrás con mi mujer y un grupo de amigos, fue una experiencia más allá de lo que pueda describirse en palabras. Nos levantamos temprano en la hostería, ya nos habían explicado que era una excursión larga. Bariloche es siempre una ciudad bonita, pero es mágica en invierno, casi como extraída de un cuento de hadas, eso sí, muy fría en esa época del año, después de desayunar y calentarnos un poco cerca del hogar, que suelo buscar con placer, porque siempre ver arder los leños ha tenido un poder cautivante en mí, llegaron las camionetas de la agencia de turismo. Muy abrigados emprendimos la partida, el recorrido por una ruta a la que llaman circuito chico ya atrapa la mirada, por la vegetación, pinos, araucarias, lengas, cipreses, arrayanes y muchos árboles de los cuales no recuerdo nombres, los años hacen mella en la memoria, el hielo acumulado por todo el largo de la vera del camino y las bellas construcciones en madera de sus casas, fábricas de cerveza artesanal, casas de té, generalmente de familias alemanas que tienen una gran colectividad allí. Después de pasar por la puerta del hotel Llao Llao, quizás el más tradicional de la ciudad, arribamos a Puerto Pañuelos, lugar de salida de los catamaranes que navegan el lago Nahuel Huapi, a cuya orilla se levantó la ciudad, lugar que muchísimos años atrás vio el Perito Moreno y que era visitado solo por los aborígenes que habitaban la zona, de por sí resulta placentera la navegación. Salir del barco tiene el costo del viento helado y el placer del contacto con la naturaleza y las aves, que permanentemente vuelan alrededor de uno, después de un rato llegamos a Puerto Blest, un lugar pequeño con una vegetación boscosa de árboles añosos y húmedos, normal por la característica del clima. Ya cerca del mediodía, producto del frío y las ansias naturales que surgen siempre en vacaciones, buscamos dónde almorzar, el lugar no tenía muchas opciones, un antiguo comedor, de pisos de madera crujiente, con ese perfume tan característico de los lugares con historia, que llevamos por los años guardados como recuerdo, con viejas salamandras, unas estufas de hierro, donde crepitaban leños ardientes que sin duda entibiaban el lugar. Pocas opciones de menú, sopas y fideos con albóndigas, que sin embargo parecían manjares de reyes para combatir el frío y una copa de vino tinto para estimularse. En el lugar nos comentaron que increíblemente a varios metros de altura había otro lago y nos dieron dos opciones, un micro bastante viejo que ascendía por un sendero de única mano o una antigua escalera, bastante corroída por el tiempo, famosa por sus 700 escalones, sin duda pese al frío primó la sed de aventura y elegimos la última, ya el cielo estaba muy gris y una pequeña llovizna persistente mojaba nuestra ropa. El ascenso no fue fácil, exigía reservas físicas y algunos del grupo no éramos precisamente deportistas, llevó su tiempo, pero rodeados del aroma del bosque pudimos llegar, no podía creer que apareciera ante nuestros ojos un lago, de agua color esmeralda, según nos dijo el guía, producto de los minerales del deshielo que bajaba de las montañas. Pero en ese momento comenzó a suceder algo, como si la naturaleza, el tiempo y el espacio se detuvieran, vimos la cara del guía transformarse y al rato decirnos que seríamos testigos privilegiados de algo que pocos tienen oportunidad de ver, el nacimiento de una nevada en la montaña. Por supuesto atentos a lo que sucedía, comenzamos a ver como un milagro que la lluvia parecía descender en cámara lenta, era alucinante, ver a lo largo del lago cómo se hacía una cortina espesa, lenta y de a poco la llovizna se convertía en nieve, pequeños copos blancos, de múltiples formas que caían sobre nuestras caras, con una sensación que no sé cómo decirles en palabras, solo recuerdo que debíamos embarcar para navegar este lago y el guía no podía sacarnos del éxtasis para irnos, no quedó otro remedio cuando la bocina del catamarán comenzó a sonar sin cesar. Así fue como embarcamos y recorrimos el lago color esmeralda, ya no me importó el frío, salimos fuera para disfrutar la nevada, las aves circundantes y la belleza sublime de la cordillera de los Andes, a cuyos pies estábamos como pequeños puntitos ante tanta majestuosidad de la creación, alturas impresionantes, cascadas que bajaban por las laderas y un paisaje que se grabó en mis retinas para siempre. La vuelta fue otro disfrute, como lo fue quitarnos la ropa mojada en su totalidad y el baño de agua caliente para revivir el cuerpo. Terminaos la noche tomando algo cerca del hogar, un rato mi mujer con la guitarra y reviviendo anécdotas de lo que habíamos vivido, que quizás nunca más vuelva a ver, no sé los demás, pero yo jamás voy a olvidar ese momento. Perdón, vi las fotos, recordé y me pareció lindo compartirlo con ustedes.