Читать книгу Narrativa completa - Говард Лавкрафт, Говард Филлипс Лавкрафт, H.P. Lovecraft - Страница 30

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Los Gatos de Ulthar27

Se cuenta que en Ulthar, que se halla pasando el río Skai, ningún gato puede morir a manos de un hombre; y sin dudas lo puedo creer mientras observo al que descansa ronroneando frente a la hoguera. Porque el gato es misterioso, y cercano a esas cosas sorprendentes que el hombre no puede ver. Es el espíritu del antiguo Egipto, y el cuidador de historias de ciudades olvidadas en Meroe y Ophir. Es familia de los señores de la selva, y heredero de los secretos de la siniestra y remota África. La Esfinge es su prima, y él habla su idioma; pero es más viejo que la Esfinge y recuerda aquello que ella no puede recordar.

En Ulthar, antes de que los ciudadanos prohibieran la matanza de los gatos, vivía un campesino viejo y su esposa, quienes se recreaban en atrapar y matar a los gatos de los vecinos. Por qué razón lo hacían, no lo sé; aunque muchos odian la voz del gato en la noche, y no les parece bien que los gatos corran furtivamente por patios y jardines al atardecer. Pero cualquiera fuera la razón, este viejo y su mujer se deleitaban verdaderamente capturando y asesinando a cada gato que se acercara a su cabaña; y, a partir de los ruidos que se escuchaban después de anochecer, varios lugareños imaginaban que la forma de asesinarlos era extremadamente peculiar. Pero los aldeanos no discutían estas cosas con el viejo y su mujer; debido a la expresión constante de sus rostros marchitos, y porque su cabaña era tan pequeña y estaba tan tenebrosamente escondida bajo unos desparramados robles en un descuidado patio trasero. La verdad era, que por más que los dueños de los gatos odiaran a estas personas extrañas, les tenían más temor; y, en vez de confrontarlos como brutales asesinos, solamente tenían cuidado de que ninguna mascota o ratonero apreciado, fuera a desviarse hacia la remota cabaña, bajo los oscuros árboles. Cuando por algún inevitable descuido algún gato era perdido de vista, y se oían ruidos después de caída la noche, el perdedor se lamentaría impotente; o se consolaría agradeciendo al Destino que no era uno de sus hijos el que de esa forma había desaparecido. Pues la gente de Ulthar era simple, y no sabía de dónde vinieron todos los gatos.

Un día, una caravana de peregrinos extraños procedentes del Sur entró a las estrechas y empedradas calles de Ulthar. Aquellos peregrinos eran oscuros, y diferentes a los otros vagabundos que pasaban por la ciudad dos veces al año. En el mercado daban la fortuna a cambio de plata, y compraron alegres cuentas a los mercaderes. Cuál era la tierra de estos peregrinos, nadie sabía decirlo; pero se les vio entregados a oraciones extravagantes, y que habían pintado en los costados de sus carretas extrañas figuras, de cuerpos humanos con cabezas de gatos, águilas, carneros y leones. Y el líder de la caravana llevaba un tocado con dos cuernos, y un curioso disco entre los cuernos.

En esta curiosa caravana había un pequeño niño aparentemente huérfano, y con solo un gatito negro para cuidar. La plaga no había sido generosa con él, pero le había dejado esta pequeña y peluda cosa para atenuar su dolor; y cuando uno es muy joven, puede encontrar un gran alivio en las vivaces travesuras de un gatito negro. De esta manera, el niño, al que la gente oscura llamaba Menes, sonreía con más frecuencia de lo que lloraba mientras se sentaba a jugar con su gatito gracioso en los escalones de un carro pintado de extraña manera.

Durante la tercera mañana de estadía de los viajeros en Ulthar, Menes no pudo encontrar a su gatito; y mientras lloriqueaba en voz alta en el mercado, ciertos aldeanos le relataron la historia del viejo y su mujer, y de los ruidos escuchados por la noche. Y al escuchar esto, su llanto dio paso a la reflexión, y finalmente a la oración. Estiró sus brazos hacia el sol y rezó en un idioma que ningún aldeano pudo comprender; aunque no se esforzaron mucho en hacerlo, pues su atención fue absorbida por el cielo y por las extrañas formas que las nubes estaban asumiendo. Esto era muy curioso, pues mientras el pequeño niño pronunciaba su petición, parecían formarse arriba las figuras oscuras y difusas de cosas exóticas; de criaturas híbridas coronadas con discos de costados astados. La naturaleza está llena de ilusiones como esa para impresionar a la persona imaginativa.

Aquella noche los peregrinos dejaron Ulthar, y no fueron vistos nunca más. Y los dueños de la casa se preocuparon al darse cuenta de que en toda la villa no había ningún gato. De cada hogar el gato de la familia se había desvanecido; los gatos pequeños y los grandes, grises, negros, rayados, amarillos y blancos. Kranon el Anciano, el alcalde, juró que los viajeros oscuros se había llevado a los gatos como venganza por la muerte del gatito de Menes, y procedió a maldecir a la caravana y al pequeño niño. Pero Nith, el notario, declaró que el viejo campesino y su esposa eran quizá los más sospechosos; pues su odio por los gatos era famoso y descarado con creces. Pese a esto, nadie osó quejarse ante la dupla siniestra, a pesar de que Atal, el hijo del posadero, atestiguó que había visto a todos los gatos de Ulthar al atardecer en aquel patio maldito bajo los árboles. Caminaban en círculos solemne y lentamente alrededor de la cabaña, dos en una línea, como realizando algún rito de las bestias, del que nada se ha oído. Los aldeanos no supieron cuánto creer de un niño tan pequeño; y aunque temían que el malvado par había llevado a los gatos hacia su muerte, preferían no confrontar al viejo campesino hasta encontrárselo afuera de su repelente y oscuro patio.

De este modo Ulthar se durmió en un enfado inútil; y cuando la gente despertó al día siguiente ¡he aquí que cada gato estaba de vuelta en su acostumbrado fogón! Grandes y pequeños, grises, negros, rayados, amarillos y blancos, ninguno faltaba. Aparecieron gordos y muy brillantes, y ruidosos con satisfacción. Los ciudadanos comentaban entre ellos sobre el suceso, y se maravillaban considerablemente. Kranon el Anciano nuevamente insistió en que era la gente siniestra quien se los había llevado, puesto que los gatos no volvían con vida de la cabaña del viejo y su mujer. Pero todos estaban de acuerdo en una cosa: que la negación de todos los gatos a comer sus porciones de carne o a beber de sus platillos de leche era extremadamente rara. Y durante dos días completos los gatos de Ulthar, brillantes y lánguidos, no tocaron su comida, sino que solo dormitaron ante el fuego o bajo el sol.

Pasó una semana completa antes de que los aldeanos notaran que, en la cabaña bajo los árboles, no se encendían luces al atardecer. Luego, el notario Nith recalcó que nadie había contemplado al viejo y a su mujer desde la noche en que los gatos estuvieron fuera. La semana siguiente, el alcalde decidió vencer sus miedos y llamar a la silenciosa cabaña, como un asunto del deber, aunque fue cuidadoso de llevar consigo, como testigos, a Shang, el herrero, y a Thul, el cortador de piedras. Y cuando hubieron echado abajo la puerta frágil solo hallaron lo siguiente: dos esqueletos humanos limpiamente descarnados sobre el suelo de tierra, y una variedad de singulares insectos arrastrándose por las esquinas sombrías.

Después hubo mucho que hablar entre los ciudadanos de Ulthar. Zath, el forense, discutió largamente con Nith, el notario; y Kranon y Shang y Thul fueron inundados con preguntas. Incluso el pequeño Atal, el hijo del posadero, fue interrogado detenidamente y, como recompensa, le dieron fruta confitada. Hablaron del viejo campesino y su esposa, de la caravana de peregrinos siniestros, del pequeño Menes y de su gatito negro, de la oración de Menes y del cielo misterioso durante aquella plegaria, de los actos de los gatos la noche en que se fue la caravana, o de lo que luego se halló en la cabaña bajo los árboles, en aquel repugnante patio.

Y, en conclusión, los ciudadanos aprobaron aquella extraordinaria ley, la que es contada por los mercaderes en Hatheg y discutida por los viajeros en Nir, a saber, que en Ulthar ningún gato puede morir a manos de un hombre.

The Cats of Ulthar: escrito y publicado en 1920.

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