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El trono de todas las Rusias

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Es Proudhon el primero en cuestionar el modelo centralista de los comunistas que venía siendo desarrollado por Marx y Engels, en particular desde el Manifiesto de 1848. El francés pone particular interés en aclarar su posición con respecto a la subordinación del individuo a la colectividad y a la concentración del poder que se desprende de la llamada dictadura de las masas. Bakunin es acaso más radical cuando escribe que detesta el comunismo «porque es la negación de la libertad y me es imposible concebir lo humano sin libertad. No soy comunista porque el comunismo concentra y absorbe en el Estado toda la potencia de la sociedad, porque desemboca necesariamente en la centralización de la propiedad, poniéndola por entero en manos del Estado, en tanto que yo deseo la abolición de esta institución, la extirpación radical de este principio de autoridad y de la tutela del Estado que, bajo pretexto de moralizar y civilizar a los hombres, hasta hoy solo los ha sojuzgado, oprimido, explotado y depravado».

Cuando en 1868 escribe estas frases, ya ha asumido su condición de colectivista y advierte, con cincuenta años de antelación, lo que podría pasar en Rusia con respecto a lo que ya llama burocracia roja y a la cuestión del poder: «Tomen al revolucionario más radical y siéntenlo en el trono de todas las Rusias e invístanlo de poder dictatorial. Antes de un año, ¡será peor que el propio zar!».

Daniel Guérin, en su libro El anarquismo, realiza una excelente aproximación a la cuestión de la libertad en Bakunin. Dice el estudioso francés que este no cesa de repetir que «únicamente partiendo del individuo libre podremos erigir una sociedad libre». El hombre, para Bakunin, pertenece a la sociedad en tanto ha elegido libremente formar parte de ella, y es su propia conciencia el único límite de su conducta: «La libertad no puede ni debe defenderse más que con la libertad, y es un peligroso contrasentido querer menoscabarla con el pretexto de protegerla».

Bakunin celebra el surgimiento de las primeras cooperativas obreras, apuntando a la importancia de la autogestión y a la posibilidad de desarrollo de una «inmensa federación económica» que alcance todos los puntos del planeta. Considera que el sindicalismo es y debe ser el único instrumento del proletariado y que todo proceso de cambio debe venir de abajo hacia arriba, concepción que causó permanentes enfrentamientos en los primeros años de la AIT. También reverencia la importancia de las comunas, una vez abolido el Estado, en la estructuración de la maquinaria social, basada, justamente, en la colectivización del suelo y de todas las riquezas sociales.

Siguiendo a Proudhon, Bakunin también analiza y pregona el federalismo: «Cuando desaparezca el maldito poder estatal que obliga a personas, asociaciones, comunas, provincias y regiones a vivir juntas, todas estarán ligadas mucho más estrechamente y constituirán una unidad mucho más viva, más real, más poderosa. [...]De todos los derechos políticos, el primero y más importante es el derecho de unirse y separarse libremente; sin él, la confederación sería siempre solo una centralización disfrazada».

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