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PIOTR KROPOTKIN (1842-1921) Todo lo que no sea legalidad

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El 21 de diciembre de 1842 nacía en Dimitrov, localidad rural a 75 kilómetros de Moscú, Piotr Alexeievich Kropotkin. Su padre era familiar del zar Nicolás I, parentesco que le otorgaba blasón nobiliario, y a Piotr, el título de príncipe. Siguiendo los deseos de sus progenitores y una tradición acendrada en la Rusia del siglo xix, apenas adolescente Kropotkin entró al cuerpo de cadetes imperiales de San Petersburgo, desempeñándose durante cinco años como paje de la corte.

«Pero ¿qué derecho tenía yo de gozar de estos placeres superiores...», se preguntaría décadas más tarde en su libro Memorias de un revolucionario, recordando las ventajas de sus primeros años de vida, «...cuando en mi entorno no había más que miseria y la lucha por un trozo de pan duro, cuando lo que yo tendría que gastar para vivir en ese mundo de emociones superiores, habría que sacarlo de las bocas de aquellos que cultivaron el trigo y quienes no tenían pan suficiente para sus hijos?».

Tras la muerte del zar Nicolás I, Kropotkin sirvió como ayudante de Alejandro II y, entre 1862 y 1867, como oficial del ejército en Siberia, donde tomó parte de decenas de expediciones geográficas estudiando las especies animales y las poblaciones de la inhóspita región, en particular aquellas asentadas en la frontera ruso-china, revisando toda la cartografía existente hasta el momento. También estudió el fenómeno del glaciarismo de Asia y de Europa. Pronto sus contribuciones teóricas le abrirían el camino para una destacada carrera científica que sin embargo se negó a continuar.

En 1872 viaja, entre otros países, a Suiza, donde conoce la experiencia gremial de los relojeros del Jura, y si bien no llega a cruzarse con Mijaíl Bakunin, y a pesar de que entonces las primeras lecturas de algunos textos marxistas habían influenciado poderosamente en su pensamiento, pronto vuelve a Rusia, renuncia a su herencia aristocrática y se une a un grupo revolucionario, el Narodnaja Volja «Voluntad del Pueblo», cuyos integrantes eran conocidos como los narodnikis «populistas», emparentados con el movimiento nihilista y con el pensamiento de Bakunin. Entre sus propuestas políticas se destacaban los autogobiernos locales, la independencia del mir, la propiedad popular de la tierra, de las grandes fábricas y de las empresas industriales, y la libertad de palabra, reunión y asociación. Pero también sus propulsores buscaban con ahínco acabar con la vida del zar. Habiéndolo intentado más de una vez, finalmente en marzo de 1881, cuando la carroza de Alejandro II pasaba junto al canal de Catalina en San Petersburgo, un muchacho arrojó algo parecido a una bola de nieve sobre el vehículo. La explosión que le siguió no dio en el blanco y el zar se bajó, ileso, para hablar con algunos cosacos heridos. En ese momento un segundo narodniki se acercó gritando: «¡Es demasiado pronto para dar gracias a Dios!», y lanzó otra bomba, ahora sí letal, a los pies del monarca.

Pero para ese entonces Piotr ya no estaba en su patria e infinidad de cosas habían pasado en su vida.

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