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Sin embargo, el personal de Lauder Lodge tenía otros planes.

Fox llegó allí pasadas las nueve. Se oía un televisor atronando en el salón. Había trasiego de gente; por lo visto, se trataba del cambio de turno.

—Su padre está acostado —le anunciaron a Fox—. Debe de estar durmiendo.

—Entonces no lo despertaré. Solo quiero verlo un minuto.

—Procuramos no molestar a los clientes cuando están acostados.

—¿Antes no se quedaba despierto hasta las noticias de las diez?

—Eso era antes.

—¿Están dándole alguna medicación nueva? ¿Hay algo que yo no sepa?

La mujer se tomó unos momentos pasa sopesar si la estaba acusando de algo y luego suspiró resignada.

—¿Solo un minuto, dice?

Fox asintió y ella hizo lo propio. Cualquier cosa con tal de no complicarse la vida.

La habitación de Mitch Fox se encontraba en un nuevo anexo junto a la propiedad victoriana original. Fox pasó frente al dormitorio que, hasta hacía un par de meses, había sido el hogar de la señora Sanderson. Esta y el padre de Fox habían trabado una honda amistad durante su estancia en Lauder Lodge. Fox había acompañado a Mitch al funeral; apenas si se congregaron más de doce personas en la capilla del crematorio. No asistió ningún familiar, pues no se había podido localizar a ninguno. Había un nuevo nombre en la puerta de su vieja habitación: D. Nesbitt. Fox tuvo la sensación de que, si arrancaba la pegatina, habría otra debajo con el nombre de la señora Sanderson y tal vez otro debajo de esa.

No se molestó en llamar. Tan solo giró el pomo y entró. Las cortinas estaban echadas y la luz apagada, pero la farola procuraba una buena iluminación. Fox podía distinguir la forma de su padre bajo el edredón. Casi había llegado a la silla situada junto a la cama cuando una voz seca le preguntó qué hora era.

—Y veinte —le dijo Fox a su padre.

—Y veinte, ¿qué?

—Las nueve.

—¿Y qué te trae por aquí? —Mitch Fox encendió la lámpara y se dispuso a incorporarse. Su hijo se le acercó para ayudarlo—. ¿Ha ocurrido algo?

—Jude estaba un poco preocupada.

Fox vio sobre la silla una caja de zapatos llena de viejas fotos de la familia. La cogió, tomó asiento y se la apoyó en el regazo. El cabello de su padre, ralo, casi como el de un bebé, había adquirido un tono amarillento. Tenía la cara más delgada que nunca y la piel parecía un pergamino. Sin embargo, los ojos resultaban nítidos y apacibles.

—Ambos sabemos que a tu hermana le gusta montar pequeños dramas. ¿Qué te ha dicho?

—Que tu memoria ya no es la que era.

—¿Acaso lo es la de alguien? —Mitch señaló la caja de zapatos con la cabeza—. ¿Porque no pude decirle el lugar exacto en el que se tomó una foto hace cincuenta años?

Fox levantó la tapa de la caja y sacó un puñado de instantáneas. Algunas incluían leyendas al dorso: nombres, fechas y lugares. Pero también había interrogantes. Muchos interrogantes... y lo que parecía la mancha de una lágrima. Fox pasó un dedo por encima y le dio la vuelta a la fotografía. Su madre, sentada al borde de una rocalla, mecía a dos niños en su regazo.

—Esta es de hace treinta años —dijo Fox, sosteniendo la foto en alto para que la viera su padre.

Mitch la observó.

—Podría ser Blackpool —aventuró—. Sois Jude y tú...

—Y mamá.

Mitch Fox asintió lentamente.

—¿Hay agua por ahí? —preguntó.

Fox miró, pero no había ninguna jarra en el armario situado al lado de la cama.

—¿Me puedes traer un poco?

Fox se dirigió al cuarto de baño contiguo. La jarra estaba allí, junto con un vaso de plástico. Entonces comprendió que el personal no quería que Mitch bebiera agua por la noche, al menos si ello podía causar problemas por la mañana. La bolsa de pañales para la incontinencia se encontraba junto a la pileta, a la vista de todos. Fox llenó la jarra y el vaso y se los acercó a su padre.

—Buen chico —dijo este.

Varias gotas le recorrieron la barbilla al beber, pero no necesitó ayuda para depositar el vaso al lado de la cama.

—¿Puedes decirle a Jude que no se preocupe?

—Claro.

Fox volvió a sentarse.

—¿Y podrás hacerlo sin discutir?

—Lo intentaré.

—Hacen falta dos para pelearse.

—¿Estás seguro? Creo que Jude podría apañárselas bastante bien en una habitación vacía.

—Puede, pero tú no siempre ayudas.

—¿Ahora estamos discutiendo tú y yo? —Fox vio a su padre esbozar una sonrisa cansada—. ¿Quieres que me vaya para que puedas dormir?

—Yo no duermo. Tan solo estoy aquí tumbado, esperando.

Fox sabía cuál sería la respuesta a la siguiente pregunta, de modo que no la formuló. En lugar de eso, le contó a su padre que había pasado un día infructuoso en Fife.

—A ti te encantaba —le dijo Mitch.

—¿El qué?

—Fife.

—¿Cuándo he estado yo en Fife?

—Solíamos visitar a mi primo Chris.

—¿Dónde vivía?

—En Burntisland. La playa, la piscina al aire libre, los campos de golf...

—¿Cuántos años tenía?

—Chris murió joven. Echa un vistazo, tiene que andar por ahí.

Fox se dio cuenta de que su padre se refería a la caja de zapatos, así que volcó el contenido sobre la cama. Algunas fotos estaban sueltas, y otras, guardadas en sobres con sus negativos correspondientes. Eran una mezcla de imágenes en color y blanco y negro, algunas de ellas de boda. (Fox desdeñó aquellas en las que aparecían Elaine y él; su matrimonio no había durado mucho). Había instantáneas borrosas de vacaciones, navidades, cumpleaños y salidas de trabajo. A la postre, Mitch le tendió una en particular.

—Ese de ahí es Chris. Lleva a Jude sobre los hombros. Era un tipo grande, alto y fornido.

—Entonces ¿esto era Burntisland?

Fox estudió la fotografía. Jude tenía la boca abierta y le faltaban algunos dientes. Era imposible dilucidar si estaba riéndose o aterrorizada por la distancia que mediaba hasta el suelo. Chris sonreía a cámara. Fox trató de recordarlo, pero fue incapaz.

—Puede que fuera su jardín trasero —dijo Mitch Fox.

—¿De qué murió?

—Accidente de moto. Era un tarado. Míralos a todos. —Mitch pasó la mano sobre las fotografías esparcidas—. Muertos y enterrados, y prácticamente olvidados.

—Pero algunos seguimos aquí —matizó Fox—. Y me gusta que sea así.

Mitch golpeó a su hijo en el dorso de la mano.

—¿De verdad me encantaba Fife?

—Había un parque cerca de Saint Andrews. Fuimos un día allí y nos montamos todos en un tren. Si buscamos bien, puede que encontremos alguna foto. También había muchas playas, y una vez al año, un mercado en Kirkcaldy...

—¿Kirkcaldy? Precisamente vengo de allí. ¿Cómo es posible que no lo recuerde?

—Una vez ganaste un carpín. El pobrecillo estaba muerto al día siguiente. —Mitch clavó la mirada en su hijo—. ¿Tranquilizarás a Jude?

Fox asintió y su padre volvió a darle un golpecito en la mano antes de tumbarse de nuevo sobre las almohadas. Permaneció allí sentado una hora y media más, viendo fotografías, y apagó la lámpara justo antes de irse.

Las sombras del poder

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