Читать книгу Martes once la primera resistencia - Ignacio Vidaurrázaga Manríquez - Страница 13
El Blindado Nº 2
ОглавлениеNo fue fácil que este regimiento se incorporara a la conspiración del martes 11, considerando los acontecimientos del 29 de junio. Aquel día, el Blindado Nº 2 había sido el único destacamento alzado en todo el país, pero después terminó cercado y vencido por los regimientos leales al gobierno de Allende. Por consiguiente, se instruyó a un general como Javier Palacios para que fuera muy temprano (y acompañado de un
Estado Mayor) a asegurar el apoyo de un personal todavía desconfiado y herido, ya que los siete soldados de este regimiento fallecidos en los enfrentamientos con las tropas leales aún «penaban» entre sus compañeros de armas.
El entonces mayor Jaime Patricio Núñez Cabrera18 declarará ante el tribunal:
En horas de esa mañana, a eso de las 06:00, el general Palacios se dirigió al Regimiento Blindado N° 2 de calle Santa Rosa, por lo cual ordenó que algunos subalternos lo acompañásemos a esta unidad, entre los cuales estaba el mayor José Quinteros, desconociendo hasta ese momento el propósito de nuestra misión. Solamente sabía que esa unidad iba a formar parte de la Reserva General de la zona metropolitana, ya que al llegar al regimiento Blindado, el general Palacios se reunió con el comandante de dicha unidad, del cual ignoro [su] nombre, a quien supongo se le dieron las instrucciones directas del empleo de esta unidad. En lo personal, en ese momento me impongo de cuál sería nuestro objetivo, ya que emprendimos la marcha hacia el centro de Santiago. No obstante, es dable señalar que a nivel de oficiales ya sabíamos que La Moneda sería rodeada por fuerzas del Ejército [...]. Alrededor de las 08:00 llegamos al sector de Plaza Bulnes casi todo el regimiento Blindado, con gran parte de sus medios, donde se incluían tanques, carros de transporte, haciendo presente que en los alrededores se desplegaban otras unidades de la guarnición de Santiago.
El ruido es ensordecedor. Las orugas rasguñan el pavimento y las enormes moles de acero comienzan a moverse y salir. Los vecinos del regimiento Blindado despiertan asombrados, fisgoneando con extremo cuidado por sus ventanas para ver cómo los tanques forman una columna en la calle Santa Rosa. Ya conocían ese ruido por las maniobras y paradas militares. También por la sublevación fracasada del 29 de junio, donde temieron lo peor cuando las tropas leales rodearon a los tanquistas insurrectos.
Los blindados de ese regimiento son tanques ligeros M-41: carros rápidos y maniobrables, con un peso de poco más veintitrés toneladas, ocho metros de longitud, 3,2 de ancho y 2,71 de altura. Su blindaje es de 38 mm, y su armamento consiste en un cañón M-32 de 76 mm y dos ametralladoras: una punto 50 y otra punto 30. El día del tanquetazo estos blindados habían cercado La Moneda y el Ministerio de Defensa, por lo tanto conocían tanto el terreno en que se localizarían como el impacto psicológico que causaría su presencia en el centro cívico del país.
José Antonio Quinteros Masdeud es parte de los oficiales de plana mayor que acompañan en la madrugada al general Javier Palacios al único regimiento de tanques de la capital. Ante el tribunal, Quinteros declarará19:
En horas de la noche del 10 de septiembre [...] el general Palacios nos llamó a una reunión a los jefes de departamento y nos informó que a contar de ese momento él había sido designado comandante de la reserva [...] yo había sido designado como su ayudante [...] también cumpliría la misma labor el mayor Jaime Núñez. El día 11, en horas de la madrugada y mientras permanecíamos en las oficinas de la Dirección, a las 05:00, junto al general Palacios y sus dos ayudantes iniciamos el movimiento hacia el regimiento Blindado. Allí el general tomó el mando de la reserva que nos aguardaba y comunicó a todos que nos dirigíamos hacia La Moneda con la finalidad de que las FF.AA. conminaran al presidente a cumplir con lo establecido en la Constitución del Estado, ignorando cuál era el objetivo final. A continuación, «encolumnamos» la marcha hacia la plaza Bulnes, llegando a eso de las 07:45 [...]. Allí el general Palacios informó al almirante Carvajal, quien era el jefe de todas las fuerzas [...]. Mientras estábamos en ese lugar comenzamos a recibir una gran cantidad de ráfagas de disparos de armas automáticas desde la Torre Entel y desde los edificios que se ubicaban en las calles de los alrededores. Posteriormente, recuerdo que acompañé al general Palacios a efectuar un primer momento de exploración para el análisis de la situación [...] hacia la calle Alonso de Ovalle y la compañía de bomberos de calle Nataniel [...] regresando a nuestra posición a la espera de instrucciones.
[...]
No recuerdo la hora exacta, pero antes del atardecer nuestra unidad fue retirada del lugar, siendo relevada por un batallón de la EISB.
En la composición del escenario del cerco a La Moneda y del ambiente reinante entre las tropas, resultará muy revelador el texto de los periodistas Jorge Rojas y Carla Celis, quienes escribirán una extensa crónica basada en testimonios de conscriptos sobre el rol de estos durante el 11 y los días siguientes20.
A las diez de la mañana, Gaspar Sánchez está en la Plaza de la Constitución con su SIG. Lo que tiene enfrente es una guerra. Y le gusta. Le dispara a La Moneda y a uno que otro perro de los que todavía hay en la Plaza.
—Ahí disparé caleta. Lo hacía pa’ huevear, por gusto; perro culiao que me ladraba, pah-pah-pah. Listo.
No está solo. Al Palacio también le disparan tanques y otros fusileros. En total, 50 mil proyectiles se lanzan sobre el centenario edificio.
—Yo estaba con el Luis Patiño , el rubio. Con ese huevón éramos los más malos en el regimiento. Sombra que se veía, tirábamos.
Cuando los Hawker Hunter lanzan sus misiles, Sánchez se fondea detrás de unos arbolitos. A casi cien metros, ve arder el edificio. Juan Molina llega a la pelea por Alameda. Los oficiales que acompañan su columna —que viene a pie desde avenida Matta— están sin distintivos, confundidos entre los soldados para despistar a los francotiradores. Han dado pocas instrucciones a la tropa: el fusil, han dicho, pueden llevarlo a gusto: para disparar tiro a tiro o a ráfagas; con o sin seguro. La mayoría lleva el dedo en el gatillo.
Cuando los soldados llegan a Lord Cochrane con Alameda, los barren a balazos desde el Ministerio de Obras Públicas. Son los francotiradores del GAP, con sus AK-47. Uno de los militares cae: el sargento primero Ramón Toro Ibáñez , a cargo de la sección de Molina.
—Le pegaron un balazo en la cabeza y uno de mis compañeros agarró una subametralladora y disparó al edificio de donde salieron las balas.
Molina se parapeta. Algunos soldados se meten en los túneles de la construcción del Metro y se van a quedar ahí hasta el otro día. Pero la sección de Molina, sin mando, camina hasta La Moneda, refugiada en los muros y repeliendo balazos. Así llegan a Morandé con Agustinas, donde hay camiones y tanques. Por la radio de los vehículos escuchan que se trata de un golpe. Se quedan ahí esperando órdenes. —Después pasaron los Hawker Hunter. Al rato supimos que el presidente había muerto. Vimos una ambulancia de campaña y que lo sacaban tapado con un chamanto. La tarde se le va a Molina ahí, al lado de las ruinas del Palacio. A las cinco de la tarde vuelven los disparos desde Obras Públicas y el Hotel Carrera. El cabo segundo Agustín Luna (22) recibe un balazo en el cuello. Muere.
Hay confusión en esas primeras horas. Enfrentarse a las balas de verdad generará confusión en los soldados bisoños que aún no saben que su servicio militar se alargará en el tiempo y que las secuelas de estos días los perseguirán de por vida. La excavación de la línea 1 del Metro de Santiago (en ese tiempo a rajo abierto en la Alameda) será una buena trinchera para guarecerse del fuego de los francotiradores. También ayudará a disimular el miedo frente al combate real que recién comienza.