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La memoria tiene su propio lenguaje. La de mamá es pura memoria desflecada. Dibuja en el aire. Trenza hilos imaginarios, desordena el mundo. Camina a tientas, sin atar cabos. Sentada en el sillón junto a la ventana, mamá elige entre la carbonilla y la tiza. El desayuno que le llevó Mirta sigue intacto en la bandeja. Las tostadas de pan negro se pierden entre las barritas de colores, los pasteles de tiza.

—Buen día, mamá.

Me escucha pero no levanta la cabeza. Inclinada sobre el block, dibuja. Las manos van y vienen sobre la hoja como si tocara un arpa. La cabeza ladeada, casi rozando el hombro, mamá parece atender al sonido que hacen los trazos sobre el papel. Elige los marrones, los ocres suaves, los bronces. Bañada en la luz cálida de la mañana, mamá tiene algo de ángel. Un ángel flaco, los omóplatos que se perfilan bajo el camisón son duros como las aletas de un pez.

No deja de asombrarme cómo con solo algunas líneas, que esfuma con la yema de los dedos —el índice para las superficies más extensas, el anular para sombrear o iluminar— mamá puede construir volúmenes, incluso movimientos. Adivino la redondez de los hombros, la curva sinuosa de los pechos, las nalgas, los muslos de las mujeres que dibuja; sus manos gigantes que ella colorea con una sanguínea rabiosa. En los borrones de sus caras, sobresalen los ojos. Me miran desde el fondo blanco de la hoja.

—El tacho de basura volvió a sus andanzas —dice.

Andanzas. Qué palabra. Mezcla de paso y de bailarín. Y a eso mismo se refiere mamá cuando me explica que el tacho no la deja dormir cuando de noche se desplaza a lo largo de la vereda.

—¿Otra vez? —digo y no sé si me refiero al tacho o a la manía de mamá de inventarle acciones a las cosas.

—Lo asustan los paraguas —dice y me señala la ventana con la mano izquierda para que vaya a mirar.

Veo solo las copas de los tilos, el camión de reparto del supermercado.

—¿Lo ves? —insiste.

Al lado del tacho anaranjado que está agarrado a un poste, hay un paraguas negro, despatarrado.

—Parece un pájaro —digo.

—Exacto, un cuervo —dice, triunfal.

El hábito del miedo

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