Читать книгу El hábito del miedo - Irene Klein - Страница 9
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Elena leía en el jardín de la casa de Olivos, acostada sobre la hamaca paraguaya. Había llovido el día anterior. La noche era cálida y húmeda. El teléfono sonó a la una de la madrugada. Elena tardó en atender. Había dejado el teléfono en la cocina y el sonido le llegó de lejos. Una voz joven preguntó si hablaba con la familia de Nadie.
—¿De Nadie? —preguntó Elena y la llamada se cortó.
—¿Cómo que cortó? —dijo Marcos.
—No sé si cortó. Tal vez se cortó.
—¿Pero dijeron nadie o Nadia?
—No sé, en realidad.
—¿Cómo que no sabés, en realidad?
Marcos levantó las manos. Elena seguía con el celular en la mano. Marcó el número de su hija. Después de un tiempo de espera, apareció la grabación: “Soy Nadia, dejá tu mensaje después de la señal”.
El teléfono volvió a sonar unos minutos después. Elena atendió. Una voz, la misma, le dijo que era un amigo de Johnny. Nadia había sufrido un accidente en moto. La habían llevado al Castex. Elena pensó que siempre había temido esa llamada, que toda la vida se teme a esa llamada.
—¿Pero Nadia, cómo está? —gritó.
La voz se perdió bajo un zumbido, tal vez ruido de tránsito. Marcos le arrancó el teléfono de la mano:
—¿Qué pasó? ¡Hablá! ¡Que hables te digo!
—Marcos, no le grites, por favor.
Marcos tiró el celular sobre la mesa.
—Hijo de puta.
—¿¡Cortó, Marcos, cortó otra vez!?
—Ese idiota de Johnny y su moto de mierda.
—¿Pero qué dijo de Nadia?
—Sabía que esto iba a pasar.
—¿Dijo cómo está? ¿De Nadia, qué dijo, Marcos?
—Tenemos que ir al Castex. Buscá el número de teléfono.
—Le compramos un casco hace una semana. ¿Lo habrá llevado?
—El número, Elena, el número.
Elena se quedó parada en el medio de la cocina, junto a la mesa. Le temblaban las piernas. Escuchó como Marcos hablaba por teléfono.
—Vamos —dijo y Elena subió las escaleras como si tuviera una pollera larga que se le enredaba en los pies. Entró en el cuarto de Nadia.
—Elena, ¿qué estás haciendo? —le gritó Marcos desde la puerta.
—Esta acá, Marcos. El casco —dijo ella.
Nadia lo había dejado bajo un saco. Uno de los brazos de lana lo rodeaba y parecía protegerlo.