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MEMORIAS III Rodinia, año 201

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Cuando se aseguraron de que las oleadas de atentados habían cesado en sus barrios de origen, las familias de Belle, de Félix y otras tantas regresaron a sus hogares. A nadie le estaba permitido desplazarse de las ubicaciones que la Autoridad les había asignado. Sin embargo, en rachas de terrorismo la Potencia solía hacer la vista gorda ante los desplazamientos. No se trataba de solidaridad. Reducir a los terroristas se convertía en la máxima prioridad, para que la situación de rebeldía no se desbordara.

Félix y Belle vivían a casi veinte kilómetros de distancia el uno de la otra. Lo más normal era que las parejas se formaran entre vecinos cercanos, nada más alcanzar la mayoría de edad, a los dieciocho años. En Rodinia, casi todas las relaciones se establecían con el único fin de garantizar un poco más la supervivencia. Vivir en pareja suponía asegurarse un hogar algo más amplio y una cantidad de racionamiento mayor por persona. Las parejas podían estar formadas por personas de distinto o el mismo sexo, de edad similar o muy dispar, el único requisito legal, y en teoría genético, era que las formaran personas del mismo estrato social. La descendencia estaba premiada con la asignación de un seguro médico con mayores prestaciones para cada uno de los miembros que formaran una familia, por lo que la unidad familiar tradicional estipulada, hombre-mujer, era la que gozaba de mayores beneficios.

Así, el amor en Rodinia no tenía mucho sentido, y más aún cuando este les causara más problemas en sus ya complicadas vidas. Pero Félix y Belle no vieron los veinte kilómetros que los separaban como un impedimento. Era una aventura adicional que daba más sentido si cabía a su relación.

Félix llevaba desde niño ayudando a su familia a conseguir más comida y agua de lo que les correspondía. Recorría desde muy pequeño largas distancias para hacer llegar a los familiares de sus vecinos alguna noticia o medicina. Si era descubierto por la Potencia, el precio a pagar era muy alto, le llevarían a un centro de menores, por eso pedía a cambio una porción de sus racionamientos. Sus padres no le hacían muchas preguntas, se limitaban a coger todo lo que su hijo pequeño les llevaba y lo repartían entre la familia. Tal vez este era el motivo por el que Félix era más corpulento y alto que el resto de los chicos de su barrio. Su alimentación era mejor y además se ejercitaba cada día en vez de estar en la calle sin hacer nada después de su jornada de obligaciones.

Las ruinas y los escombros hacían parecer todas las calles iguales, pero Félix había adquirido la capacidad de localizar en su mente cada lugar. Sabía llegar de un sitio a otro sin desviarse un solo metro. Había recorrido tantos lugares que incluso había podido esconderse en zonas residenciales de la Casta 4. Allí todos los edificios permanecían en pie. En las puertas de cada uno de ellos había una hilera de automóviles, mientras que en la zona de descastados los únicos vehículos que se veían eran ambulancias, furgones que recogían al servicio o a los fallecidos y autos de la Potencia. Podía sentir rabia al observar desde su escondrijo los barrios lujosos de los castizos, pero al mismo tiempo se decía a sí mismo que ellos, los descastados, también vivirían en lugares como aquellos algún día.

Belle, sin embargo, no tenía mucho sentido de la orientación y, cuando ella y su novio quedaban a mitad de camino entre sus casas, ella solía salir media hora antes de lo previsto, y aun así llegaba tarde. Daban igual las indicaciones que Félix le hubiera dado, que ella iba a ser incapaz de seguirlas porque no les prestaba atención. Belle prefería guiarse por sus instintos, solía decir.

—¡Tan puntual como siempre!

Félix salió de la casa de unos ancianos donde acababa de transmitirles el fallecimiento del hermano del marido. Su cuñada había pedido a Félix que les diera la noticia y que les dijera que ofrecía la mitad de su racionamiento si la alojaban en la casa con ellos. La viuda ya era demasiado mayor para encontrar a otra pareja. También iba a ser difícil que sus familiares la alojaran, porque a los ancianos les supondría tener que esconderla de la Potencia. No era legal desplazarse del barrio asignado, a no ser que fuera para contraer matrimonio con alguien de ese otro término.

—¿Qué has conseguido hoy? —dijo Belle risueña, pero con voz entrecortada por la fatiga.

—Nada, no he querido nada a cambio. Además me pillaba al lado.

Félix aún estaba pensando en aquella pobre mujer. Sus cuñados, para ser descastados, poseían una casa más o menos decente. Tenían un salón grande donde podría haber dormido ella. Además era un barrio en el que los terroristas llevaban mucho tiempo sin atacar. Pero no querían problemas con la Potencia y se negaron a acoger a la viuda.

—¿No me vas a dar un beso? —Belle se alzó de puntillas y estiró el cuello con los labios fruncidos hacia el chico.

Félix la abrazó y la besó, sin reparar en la gente que pudiera haber alrededor. Era un lugar demasiado tranquilo, tanto que le hacía desconfiar. La quietud podría ser un síntoma de un acuerdo entre los vecinos y la Potencia. De hecho, los ancianos a los que acababa de visitar no le permitieron permanecer en la casa por mucho tiempo.

—Bueno, Chispita, cuéntame qué señal te ha traído hoy hasta aquí solo media hora más tarde.

—Un bebé —dijo sonriendo, no muy segura de si Félix creería una más de sus locuras—. Fue salir de casa y pensar en un niño pequeñito. Ya he seguido corriendo pensando en él sin mirar mucho a mi alrededor, ya sabes…

—O sea, ¿que la media hora que estuvimos repasando ayer el trayecto no ha servido para nada? Si lo sé lo aprovechamos para otras cosas…

Félix curvó la espalda y sostuvo a Belle entre sus brazos. No sabía si el deseo se penalizaba o no, tal vez la legislación ni lo contemplaba, pero él no podía contenerse cada vez que estaba tan cerca de su chica.

Belle también sentía una atracción irremediable hacia Félix. No eran solo esas señales que ella sentía lo que le hacían correr alocadamente por las calles. Saber que solo le separaban diez kilómetros de encontrarse con él hacía que ella brincara por los escombros y se escurriera por las callejuelas despejadas sin necesidad de abrir los ojos. Él era su verdadera señal.

—Ven —dijo Félix tirando de su mano—. Como sabía que ibas a llegar con retraso, he estado asegurándome de encontrar un buen sitio para pasar la tarde.

Félix llevó a la chica hasta el mismo cuartel de la Potencia. Podía parecer el lugar más arriesgado, pero él había observado días antes que la persona que hacía la guardia no aparecía por allí hasta bien entrada la noche. Ella se reía y abrazaba a su novio por la espalda, mientras él trataba de abrir la cerradura con un alambre que había sacado de su bolsillo. No necesitó hurgar mucho en la cerradura porque descubrió que la puerta estaba abierta.

Como Félix había deducido, no había nadie en aquel cuarto sin ventanas. Sí había un sofá cama con sábanas y una almohada, y sobre todo varias pantallas de televisión donde se podían ver todos los rincones de aquel vecindario. Daba incluso miedo ver las imágenes del barrio sin gente por sus calles. Estaba claro que el miembro de la Potencia no pasaba mucho tiempo por su lugar de trabajo, y que los vecinos no daban problemas para seguir con su probable acuerdo.

Félix cerró la puerta del cuarto y no encendió la luz. Las pantallas alumbraban lo suficiente para poder verse. Desde que se conocieron no había pasado un solo día sin haber estado un rato solos. Eso había despertado las habladurías de sus vecinos, que, sobre todo, no querían más problemas durante sus días de huida. Ninguno de los dos alcanzaba la mayoría de edad aún y las relaciones sentimentales entre menores no estaban permitidas. Pero en el fondo casi todos los que conocían a alguno de los dos chicos los apreciaban. Además, Félix y Belle siempre volvían de sus encuentros clandestinos con algo más de racionamiento o medicinas, que en muchas ocasiones compartían con aquellos vecinos que estuvieran pasando peores apuros.

El sofá cama era mucho más cómodo que cualquiera de los lugares donde habían estado tumbados durante todas sus vidas. Félix se lanzó sobre el sofá, estiró sus brazos y piernas tanto como pudo y Belle saltó sobre él riendo sin parar.

—¿Y si nuestra vida fuera siempre así, Chispita? Sin nada por lo que preocuparnos, con una cama blandita y una habitación caliente. Sin bombas cerca. No es mucho pedir, ¿no? —dijo apoyando su nuca bajo las palmas de sus manos entrecruzadas, mientras miraba a Belle, que se había sentado sobre su cintura.

—¿Así? —dijo ella inclinándose y besando levemente sus labios.

—Así —le contestó Félix atrayéndola con fuerza sobre él, con una mano bajándole por la cintura y otra agarrándole la cabeza por detrás.

Félix había perdido la noción del espacio y del tiempo mientras acariciaba y besaba a Belle, pero ella despertó de aquel instante y fijó la mirada en una de las pantallas de televisión.

—¡Allí está! —gritó Belle.

—¿Quién? No hay nadie, Chispita.

Félix no quería romper aquel momento, pero la chica saltó del sofá hacia la pantalla señalándola.

—¡El bebé, sabía que había un bebé! —Estiró sobre sus rodillas el vestido blanco que había cogido para la ocasión del armario de su madre—. Una mujer ha metido algo dentro de un contenedor. Lo llevaba acurrucado en sus brazos y luego lo ha dejado con mucho cuidado dentro. ¿Quién trata así la basura?

Félix se rascaba la cabeza entre contrariado y enamorado por los impulsos de su novia.

—¿Y por qué tiene que ser justo un bebé? —Félix no sabía si enfadarse o reírse. Su novia estaba definitivamente loca, y eso le fascinaba.

Cuando Belle salió corriendo del cuartel, Félix se dirigió al ordenador principal que ya había localizado en sus visitas anteriores y eliminó todos los ficheros de grabación de las cámaras de aquel día. Después fue hasta el lado derecho de la puerta, donde sabía que estaba el cuadro de luces del cuarto. Bajó los interruptores para asegurarse de que no habría imágenes durante el tiempo que necesitarían para escapar de aquel barrio y salió a buscar a la chica.

Belle corría por una de las calles sin rumbo fijo, desviándose de un lado a otro, como siempre la veía Félix acercándose hasta su punto de encuentro. Cuando él la alcanzó, ella le mandó callar.

—¿No lo oyes? —preguntó Belle mirando a su alrededor.

Después se acercó sigilosa hacia los contenedores de residuos que había tras un edificio. Con el pelo desordenado miró a Félix y él no contuvo su sonrisa. No le dio tiempo a decirle nada cuando la chica abrió uno de los contenedores y se subió a él. Asomó su cabeza en el interior y al instante desapareció su cuerpo por completo. Allí estaba.

Félix vio aparecer los brazos de Belle asomando por el cubículo de metal. Sostenían un saco de racionamiento con algo que se movía en su interior. El chico se apresuró a cogerlo y, mientras ella trepaba desde el interior del cubículo, él abría el saco que estaba cerrado con una cuerda a la que habían hecho varios nudos.

Era un niño. No debía de tener más de dos días. Ni siquiera tenía los ojos abiertos. Belle sonreía con su cara llena de polvo y los pelos enmarañados, lo que hizo que Félix la abrazara con ternura con el brazo con el que no sostenía al bebé.

—¿Has visto? Ya te he traído un hijo —bromeó Belle besando la frente del pequeño que sostenía Félix entre ambos.

—Debemos alejarnos —enseguida dijo Félix—. Tenemos que asegurarnos de que no nos haya visto nadie y de que no nos sigan.

Permanecieron escondidos al otro lado de la calle, en un recodo que hacía el edificio de racionamiento del lugar. Belle mecía al bebé en sus brazos, al que había resguardado con el jersey de Félix. Asustaba aquel barrio tan tranquilo donde no había ni una sola persona durmiendo en la calle. A pesar del frío y de no tener ninguno de los dos capa de abrigo, esperaron a que anocheciera para huir con el bebé sin ser vistos.

—Es raro que no llore, Félix, seguro que este niño no está bien. —Belle puso los labios sobre la frente del bebé como hacía su madre con ella para tomarle la temperatura.

—O que es un superviviente —intentó tranquilizarla el chico.

Estaban ya saliendo del escondrijo cuando Félix miró hacia atrás.

—¡Dame al niño y sígueme lo más rápido que puedas! —No terminó la frase cuando Félix echó a correr en sentido contrario a los contenedores.

—¿Qué pasa? —susurró ella ahogando un grito e intentando divisar a Félix en la oscuridad.

—¡No pares!

El vuelo del Halcón

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