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MEMORIAS II Rodinia, año 201

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Belle y Félix corrían esquivando escombros y resbalando por el barro para volver al refugio antes de que les echaran en falta sus familias. A pesar de que la noche estaba cayendo, no podían evitar pararse para besarse a escondidas cada vez que encontraban abrigo entre las ruinas de edificios. Besarse en público no estaba prohibido oficialmente, pero algún miembro de la Potencia podría interpretarlo como un acto de rebeldía ante la carga depresiva que mantenía sumisa a la población. Y aunque no los vieran, ya sabían que la Potencia estaba en todas partes.

Entraron en la sala del antiguo aeropuerto donde sus familias llevaban unos días refugiados de la última oleada de violencia. Belle no pudo remediar reírse al ver a toda aquella gente cabizbaja en los asientos oxidados.

—¿Nadie les ha dicho que su vuelo lleva retraso? —dijo por lo bajini la chica dando un codazo a su novio.

Félix no pudo reprimir una carcajada, pero enseguida cesó cuando vio que la sala del aeropuerto no era lo único sombrío. Una vecina de Belle se acercaba a ellos con pasos apresurados y con una boca apretada que presagiaba una tragedia más.

Siguieron a la chica que les había pedido —o casi ordenado— que la acompañaran hasta la siguiente sala de espera. Félix alumbró con una linterna desde atrás porque el aeropuerto empezaba a estar en penumbras. Allí, en una cinta transportadora contigua a un mostrador de facturación lleno de mugre, descansaba la madre de Belle.

—Lleva así un par de horas. No puede mover una pierna y está ausente. Solo ha hablado para preguntar por ti. —La vecina de Belle se había refugiado varias veces con ella y con su madre en otras oleadas de violencia. Era una persona bastante reservada. Poco sabían de su vida, solo que había perdido a sus padres un tiempo atrás y que era cinco años mayor que ella, pero la suciedad que la cubría y la severidad de su cara cuarteada le hacían parecer mucho mayor—. Te hemos buscado por todas partes, pero estarías por ahí revolcándote con este o con cualquier otro. Si no te importa tu propia madre, al menos no nos causes problemas a los demás.

Félix devolvió a la chica un gesto amenazante. En cualquier otra ocasión habría puesto en su lugar a aquella amargada, pero su mirada no fue a más porque no era momento de crear un problema añadido. Ella captó la amenaza de Félix y se marchó. Belle ni siquiera la había escuchado. Se apresuró a arrodillarse junto a su madre y le besó la frente que estaba ardiendo. Apoyó su cara junto a la de ella y pudo notar como se le clavaba el pómulo en la piel, casi translúcida. Aquello no era sino un paso más en el desenlace de su Gran Depresión.

La noche que no volvió su marido, la madre de Belle cerró todas las ventanas de su casa. Le ordenó a su hija que se olvidara de él para siempre, pero a Belle no le hacía falta que se lo dijeran dos veces. Su padre ya le había advertido años atrás de aquel momento, y le hizo prometer que nunca hablaría de él con afecto en público.

A pesar del silencio sobre su marido y de la tristeza que le acompañaría el resto de sus días, la madre de Belle vivió cada momento para proteger a su hija. Había instantes, como los de aquella semana, en los que Belle era consciente de que su madre nunca había olvidado a su padre, cuando por ponerla a salvo se olvidaba de su propia depresión y se lanzaba a caminar cientos de kilómetros.

«Era tan valiente», le había contado a Félix apoyándose en su hombro unos días atrás. «Cuando oíamos una explosión cerca de casa, él siempre salía a la calle en busca de vecinos que pudieran encontrarse en apuros. Mientras, mi madre permanecía encerrada en nuestro cuarto protegiéndome con su cuerpo por si había alguna réplica».

A ella le encantaba hablar de su padre y Félix la escuchaba sin interrumpirla. Le encantaban las historias de aquel hombre, al que solo llegaría a conocer a través de los recuerdos de su hija.

«Luego venía a por nosotras y mi madre siempre se enfadaba con él por habernos dejado solas. Ella nunca quería que nos moviéramos de nuestro barrio. Decía que más valía lo malo conocido que lo bueno por conocer. Y mírala ahora, cargando con gran parte de nuestro racionamiento a sus espaldas y caminando con mis zapatos rotos, para dejarme los suyos que están en mejores condiciones. Créeme que me he intentado negar, pero es muy cabezona».

Belle suspiraba de vez en cuando. Sonreía a veces y en otras se le nublaban los ojos por las lágrimas. Félix le rodeaba la espalda con su brazo y besaba la cabeza de la chica, que seguía apoyada en su hombro. Miraba a su alrededor mientras conocía un poco más al hombre que a él le gustaría ser, ese que no se rendía en un mundo lleno de polvo y tristeza.

«¿Pero sabes qué? En días como estos sé que mi padre nunca nos ha abandonado. Solo hay que verla a ella, enfrentándose a su enfermedad y enfrentándose a nuestro destino, como él lo hubiera hecho».

Belle prefirió que Félix se marchara con su familia a la otra sala. Permaneció toda la noche junto a su madre, acariciando su pelo cano enmarañado y que años atrás había relucido peinado con ondas rubias. Le acariciaba con las yemas de los dedos sus labios con grietas y recordaba las veces que la había visto besarse con su padre. Ella se enfadaba cuando él la abordaba en público y le daba un beso pasional sosteniéndola entre sus brazos. Belle había visto una imagen parecida en una de las diapositivas del Mundo de Antaño que su padre coleccionaba clandestinamente. Captaba el beso de un soldado y una enfermera, que celebraban el fin de una guerra pasada. Pero en esa foto, le contó su padre, la enfermera no era la novia del soldado. De hecho, en aquel instante él estaba teniendo una cita con otra chica y al escuchar las celebraciones salió corriendo del lugar en donde se encontraban y besó a la enfermera desconocida. Por eso le gustaban más los besos que su padre daba a su madre, porque no eran besos de guerra, sino besos de amor. Eran besos que solo podría haber dado al amor de su vida.

—No cometas los mismos errores que él, Belle —le despertó un murmullo de su madre en mitad de la oscuridad de la sala. Allí habían resguardado a otros enfermos que descansaban sobre las cintas transportadoras y algunos sobre varios asientos a modo de camillas—. Intenta pasar desapercibida y nunca te enamores. Eso solo te traerá más sufrimiento.

—Ya es tarde para eso, mamá.

Belle acarició la mejilla de su madre y sintió las lágrimas que había estado derramando. Se aseguró de que la manta que habían traído de casa la tapara bien y ella se hizo un pequeño ovillo sobre el suelo para aplacar de alguna manera el frío que entraba por el pasillo de la sala.

De nuevo en la noche solo se escucharon alaridos de los más perjudicados por la enfermedad.

El vuelo del Halcón

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