Читать книгу El vuelo del Halcón - Isabel Montes - Страница 12

MEMORIAS IV Rodinia, año 201

Оглавление

Corrieron durante más de una hora para llegar al barrio de Belle. Habían tenido que atravesar las calles más oscuras y abandonadas para eludir así las cámaras de seguridad, y eso había hecho su huida aún más difícil. Al llegar al edificio donde ella vivía, se escondieron bajo la escalera del portal para tomar aire y decidir qué hacer con el bebé. Belle lo tomó de los brazos de Félix, que lo había sostenido durante todo el recorrido.

—Sabes que nos hemos metido en un buen lío, ¿no?

Félix se había agarrado al lateral de la escalera de hormigón, alargando los brazos sobre su cabeza. No habían encendido la luz para pasar desapercibidos en el caso poco probable de que algún vecino apareciese a esas horas, aunque la iluminación que entraba desde el exterior era suficiente para ver la tensión de sus músculos.

—¿Y qué íbamos a hacer? ¿Dejarlo allí? —Belle acercó al pequeño hasta sus labios y le besó la nariz. Félix se volvió hacia ella y la cubrió con sus brazos, con el bebé entre ambos—. Lo que no logro entender es cómo pueden abandonar a un bebé en el cubo de la basura. La GD es dura, pero ¿se puede estar tan hundido como para empujar a tu propio hijo a morir?

—No lo empujó a morir, Chispita. Lo estaba entregando como ofrenda a las autoridades —dijo Félix que había comprendido el porqué de la tranquilidad del barrio en el que lo habían encontrado.

Leyenda urbana o no, siempre se había comentado que había ciertas áreas de descastados que disfrutaban de privilegios, como un mejor trato por parte de la Potencia o mejores servicios de sanidad y alimentación. A cambio, los vecinos ofrecían lo único que tenían de valor para los castizos: sus propios hijos. Así, cada pareja se comprometía a entregar uno de sus niños, que pasaba a dar servicio a la Autoridad durante el resto de su vida. No era una práctica ni oficial ni legal, pero Félix y Belle se acababan de topar con uno de esos casos.

—¿Cómo se puede ser tan miserable? —Belle, que acababa de atar cabos, apretó contra su pecho al bebé—. ¿Por recibir unas migajas más de los castizos, alguien es capaz de entregar a su propio bebé?

—Ahora no hay tiempo de pensar en eso —dijo Félix un tanto cortante—. Me tengo que marchar por si hacen recuento mañana. Creo que es mejor que me lleve yo al niño. Tú tendrás que estar pendiente de tu madre. —El chico quiso entonces coger al bebé de los brazos de su novia, pero ella lo apartó rápidamente—. ¿Crees que no puedo cuidarle yo? —dijo él enojado.

—No es eso. Pero tú aún tardarás en llegar a casa un par de horas. Él solo va a entorpecerte y poneros en peligro. Además de que quiero cuidarlo yo —confesó Belle.

Félix caminó de un lado a otro, bajo la escalera. Con las manos entrelazadas tras la nuca, intentaba pensar cuál sería la opción menos peligrosa para los tres. No todos los días había recuento, pero si se daba el caso y no estaba allí, tendría problemas con las autoridades. Al ser menor de edad, por menos de nada la Autoridad podría asumir su tutela, como hacía con todo menor que cometiera algún delito, o con todos los niños que quedaban huérfanos. Pasaban a ser lo que vulgarmente se conocía como dóciles.

—Vamos a hacer una cosa. Voy a casa, estoy a la hora del recuento, consigo algo de comida para el bebé y vuelvo aquí con vosotros mañana —dijo el chico, caminando a la puerta.

—Félix, ¿no crees que está demasiado tranquilo? —preguntó Belle antes de que se marchara su novio.

—Eso es que le gusta que lo achuches, no es tonto el niño —trató de bromear el chico, pero ninguno de los dos fue capaz de reír.

Desde que lo encontraron, el bebé prácticamente no había emitido ningún sonido. Y aunque Belle había comprobado varias veces que respiraba, estaba preocupada por su salud. Félix volvió hacia ellos y los abrazó en silencio. Besó la frente del bebé y buscó los labios de Belle, que no tardaron en encontrarse con los suyos. Se besaron suavemente y se miraron a los ojos.

—Como el recuento es a las ocho, tendrás que salir sobre las ocho menos cuarto de casa. Ve hasta la garita de seguridad, ya habrá salido el guardia. A esa hora los servicios de reconstrucción llevarán un rato trabajando. Esconde al niño por allí, porque con el ruido no podrán oírlo si llora. Después de que pasen lista, tendrás otros quince minutos para buscarle e ir a casa.

Belle asintió con la cabeza y Félix abrió la puerta para salir.

—Mañana estaré aquí con comida para el pequeñajo. ¡Vete pensando su nombre!

Esta vez Félix sí sonrió y su Chispita le correspondió con un beso en el aire.

El vuelo del Halcón

Подняться наверх