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MEMORIAS VI Rodinia, año 201
ОглавлениеBelle entró en casa tratando de no hacer ningún ruido. Iba a ser muy difícil ocultar el bebé a su madre, porque el espacio era mínimo. El apartamento que les habían asignado después de la detención de su padre solo contaba con una habitación y un cuarto de baño minúsculo. En la habitación había pocos lugares donde esconderlo: una litera de dos camas, una mesilla de noche y un pequeño armario de metal donde guardaban la poca ropa que tenían, el jabón, un par de trapos, un cepillo del pelo y el racionamiento. Su madre dormía en la cama de abajo porque ella prefería dormir arriba. Desde que su padre se había marchado, Belle se refugiaba allí en lo alto, bajo la sábana, anclada en sus recuerdos, repasando en su memoria sus rasgos, su pelo negro y abundante, su voz profunda y el tacto de sus dedos agrietados que le hacían cosquillas debajo de la barbilla.
El baño de su casa tampoco tenía muchos recovecos donde ocultar al niño. Era poco más que un lavabo y una letrina-ducha, que Belle trataba de mantener tan limpios como su madre lo había hecho antes de que su estado de salud empeorase tanto.
El bebé seguía aletargado. Belle lo dejó en su cama y se acercó a su madre. Estaba totalmente dormida. «Lo siento mamá», dijo Belle. Había pasado demasiadas horas sola, quizá llevaba durmiendo desde que ella se marchó. Le besó la frente y estaba ardiendo. Lo más probable es que no se hubiera tomado sus medicinas. Belle abrió el primer cajón de la mesilla de noche y cogió un bote de píldoras que le había conseguido Félix hacía unos días. No podría hacerle tragar la medicina sin agua, así que se dirigió al armario de metal donde estaba la garrafa. Al abrirlo, pudo verse en el espejo que había colgado en el interior de la puerta. Tenía un aspecto horrible, con el pelo sucio y enmarañado, y unas ojeras que le hacían aparentar mucho mayor. «Ojalá tuviera diez años más», pensó en alto, y hasta el mismo pensamiento hizo que se mordiera el labio con culpabilidad.
Belle sabía que la GD de su madre se encontraba en su última fase y que quizá era cuestión de días, a lo sumo un mes, que falleciera. Era terrible pensar que pronto tendrían que despedirse para siempre, pero no podía evitar preocuparse más por ella misma. Si cuando su madre muriera no había alcanzado la mayoría de edad, para lo que aún quedaban casi diez meses, Belle pasaría a ser una dócil, perdiendo todos sus derechos legales de por vida y, lo que era aún peor para ella, no volvería a ver a Félix nunca más.
Echó un poco de agua en un vaso y se acercó a su madre. Cuando se arrodilló con el agua junto a la cama y le besó la mejilla, se dio cuenta de que su estado se había agravado. Belle pudo sentir los pómulos de la mujer clavándose en su propia cara y advirtió que estaba empapada en sudor. Le irguió la cabeza y le colocó la píldora sobre la lengua. Después introdujo el vaso de agua en la boca y consiguió hacerle tragar. No sabía qué contenía aquella medicina que había conseguido Félix, pero era capaz de bajarle la fiebre en menos de diez minutos, el tiempo del que disponía para pensar cómo explicarle a su madre la presencia del bebé. El bebé. Se dio cuenta de que el pequeño llevaría horas no solo sin tomar bocado, sino también sin beber nada. Aprisa, abrió el segundo cajón de la mesilla donde guardaba unos guantes de goma, que también le había conseguido Félix para que no tocara con las manos sucias las heridas de su madre. Abrió después el armario y los frotó con jabón para limpiarlos. Los aclaró con un poco de agua y vertió otra poca en su interior. Anudó el guante y subió a su cama. El niño seguía aletargado entre las mantas. Lo cogió entre sus brazos y vio que, efectivamente, tenía los labios secos. Mordió la punta de uno de los dedos del guante y consiguió hacer un agujero en él. Después lo puso sobre la boca del niño a modo de tetina y él comenzó a beber con desesperación. «Mi pobre, debes de estar deshidratado. Y ni siquiera te hemos puesto nombre. Pero prefiero elegirlo con Félix. Él será tu papá y yo tu mamá. Nunca vamos a abandonarte».
Todo se había complicado para Belle en demasiado poco tiempo. Su madre llevaba con la enfermedad activada durante años, pero fue en la huida de la última ola de revueltas que su degeneración se había acelerado de forma pasmosa. Justo en el momento que conoció a Félix.
A pesar de sus preocupaciones, Belle no podía evitar recrearse en el recuerdo de hacía unas horas. Volvía a los brazos del chico, a sus besos, al olor de su cuello, a la firmeza de su cuerpo. Sentía culpabilidad por querer volver a sentir su calor, pero era más fuerte su necesidad de escapar del mundo por un instante. Se sentía la peor persona al tener en brazos un bebé indefenso y desnutrido, y a menos de dos metros a su madre moribunda, y sin embargo desear solo volver a estar a solas con él. «¿Qué te pasa? ¿Te agobia estar tan encerrado aquí arriba?», le susurró al niño, que empezó a hacer pucheros. Bajó por la escalera de la litera abrazada al pequeño y se dirigió al baño para abrir levemente la pequeña ventana de ventilación.
—¿Qué haces con ese niño?
A pesar de la debilidad de su voz, la madre de Belle imponía cuando estaba enfadada, como en aquel instante. Su hija se dio la vuelta con el niño en brazos, sabiendo que no podría ocultárselo. Aunque estaba emocionada por ver despierta a su madre de nuevo, sabía que tendría que darle demasiadas explicaciones. La primera, de dónde había sacado al niño. La segunda, dónde y con quién había estado tanto tiempo fuera de casa.
—No es mío, mamá, si es lo que piensas… —dijo Belle sintiendo calor en la cara.
—Eso ya lo sé. ¿Qué hace aquí? —Carraspeó y se pasó la lengua por los labios secos.
—Lo encontramos en un cubo de basura. No podíamos dejarlo solo.
Miré al niño y estaba arrugando la nariz y los morritos mientras la barbilla le temblaba. No entendía nada de bebés, pero estaba claro que iba a llorar de un momento a otro.
—¿Lo encontrasteis? Así que has seguido viéndote con ese chico. ¿Estás loca? ¿No ves que te estás metiendo en un buen lío? Tienes que crecer de una vez, Belle. Tienes tus obligaciones. Tienes que quedarte aquí conmigo y ayudarme a aguantar unos meses más. —Si no llega a ser por el ataque de tos, habría sido capaz de estar la noche entera regañando a su hija sin dar opción a réplica.
Belle corrió a darle un vaso de agua.
—Si no es por él, no tendríamos las medicinas que te están ayudando y mucho.
—Las medicinas no están haciendo nada. Lo único que me ayuda es mi voluntad de no dejarte sola antes de tiempo.
Su madre decía que las medicinas que había conseguido Félix no hacían ningún efecto. En cambio, en ese instante estaba siendo capaz de alzar tanto la voz que el bebé, alterado, comenzó a llorar.
—¡Cálmate! ¡Estás asustando al niño y te vas a poner peor tú!
—Ese niño lo que necesita es comer. Y lo que menos necesitamos nosotras es tener un problema más en casa. Líbrate de él y algún agente lo encontrará. Las autoridades se deben hacer cargo de él.
—Mamá, tú no eres así. Nunca lo has sido.
El bebé no paraba de llorar. No le consolaban los brazos acunándolo, ni los besos, ni las palabras. Belle subió de nuevo a su cama y cogió el guante que aún contenía algo de agua. Arrimó el dedo agujereado a la boca del bebé, quien dio un par de chupetones y volvió a llorar esta vez con más desesperación.
—¿Lo has oído? —dijo Belle mirando al techo.
—Solo se oye a este mocoso. ¡Sácalo de una vez por todas de aquí! ¿No entiendes lo peligroso que es? Al final conseguirás que te alisten como una dócil antes de tiempo.
La madre de Belle se estaba alterando más y más.
—¿No has oído a otro bebé?
—Los vecinos de arriba han tenido un hijo hace poco y el marido está en las últimas. Ya ves que a todos nos vienen los problemas ellos solitos, ¡no te busques más líos!
La madre de Belle consiguió sentarse en el borde de la cama. Estaba llorando. No quería permitir que su hija se complicara más la vida de lo que ya la tenía.
—Toma, quédate con él. —Dejó al bebé en la cama junto a su madre. Abrió el primer cajón de la mesilla y salió del apartamento.
Cuando volvió unos minutos después, su madre estaba masajeando la tripa del recién nacido con su mano. Su madre era una persona bondadosa. Solo quería protegerla. Belle lo sabía, aunque quizá no era capaz de imaginar hasta qué punto.
—Esto ayudará —dijo Belle.
Sobre la mesilla dejó un vaso con líquido blanco. Cogió el guante de goma y le desató el nudo. Vació el agua que quedaba dentro del otro vaso y agitó la mezcla.
—¿No me digas que has pedido leche a la vecina? —La mujer apoyó los codos en sus rodillas y se echó las manos a la cabeza.
—No te preocupes, no he dado explicaciones. Pensará que la quiero como reconstituyente. Yo he oído que la leche de las madres aporta muchas vitaminas a los enfermos.
—¿Y te la ha dado así como así? —me preguntó sin levantar la cabeza.
—Parece buena mujer, pero no tanto. A cambio le he dado un par de píldoras que nos consiguió Félix.
Belle tomó al bebé en sus brazos, le acercó el dedo del guante a la boca y él empezó a succionar con desesperación. A su madre pareció enternecerle la imagen, porque durante un instante dejó de reprenderla y se limitó a contemplar al bebé con una sonrisa. Pero poco duró la calma.
—¡Mételo debajo de mi manta ahora mismo! —dijo la mujer, volviéndose a acostar tan rápido como sus fuerzas le permitían.
Habían llamado a la puerta. Antes de abrir, Belle metió el guante de goma en el cajón de la mesilla y miró hacia la cama para asegurarse de que el niño estaba a buen recaudo. Su madre había cerrado los ojos y emitía gemidos quejicosos para intentar ocultar el ruidito del bebé, que gorjeaba de satisfacción. Era la vecina que se había refugiado varias veces con ellas tras las oleadas de violencia. La misma que regañó a Belle por haber dejado sola a su madre en el aeropuerto.
—Hola, solo quería saber si estaba todo bien.
Su vecina, que parecía no haberse aseado aún desde que habían regresado de su huida, trataba de asomarse para mirar dentro del apartamento. Sin dejarle dar un paso más hacia delante, Belle le indicó con la mano que su madre estaba durmiendo en la cama.
—Todo sigue igual. A veces delira y habla en alto. O se pone a gritar. Después vuelve a calmarse. —La vecina hizo intención de acercarse a la cama, pero Belle le cerró el paso con su cuerpo—. Tiene que descansar.
—¿No habéis oído mucho jaleo esta noche? Gente subiendo y bajando escaleras. Un niño llorando. —Seguía sin quitar ojo en dirección a las literas.
Belle se encogió de hombros y entornó la puerta delante de la nariz de la vecina.
—Muchas gracias por preocuparte por nosotras. Está siendo una noche complicada y tengo que aprovechar para dormir un rato ahora que se ha calmado. Gracias de nuevo.
Belle tocó el hombro de la chica y trató de poner su mejor sonrisa. Aunque, como le decía su novio, se le daba fatal fingir cuando no le gustaba alguien. La vecina desistió y se marchó.
Como solían hacer en estos casos cuando su padre vivía con ellas, permanecieron un largo rato en silencio para asegurarse de que no pasaba nada. La chica cogió al bebé en brazos y sacó el guante de goma de la mesilla. Le acercó de nuevo la leche que había quedado dentro y, con mucha más calma, el niño le dio unos chupetones hasta quedarse dormido. Subió con él a lo alto de la litera y lo dejó acostado, pegado a la pared. Ella bajó de la cama y fue al baño. Con suerte su madre dormiría hasta la mañana siguiente y se evitaría así darle más explicaciones. Pero la suerte duró poco; de hecho, después llegó a desear que no se hubiera despertado nunca.
—Hija, no nos podemos fiar de nadie —se escuchó un murmullo en la oscuridad―. Has cometido demasiadas imprudencias.
—Con esta cotilla sé que debemos andarnos con ojo. Pero por la vecina de arriba no te preocupes. Confía en mi intuición, es una buena mujer —contestó Belle saliendo del baño.
—Tú y tus intuiciones. Te estás buscando la ruina tú sola —susurraba entre tos y tos—. No te puedes imaginar cómo de miserable es la vida de los dóciles. Siempre solos, trabajando para los demás sin apenas comer, durmiendo en el suelo… Dicen incluso que no les dan ni una manta en invierno.
Claro que le asustaba acabar como una dócil el resto de su vida. Por eso mismo no podía permitir que ese niño corriera esa suerte. Y tampoco ella misma. Sabía que el destino de Félix y ella era estar juntos, y haría todo lo posible para cumplirlo.
—Escúchame bien, Belle. No he hecho tantos sacrificios para que tú lo eches todo a perder. Te prohíbo que vuelvas a ver a ese chico.
Aquella mujer podía hablar y hablar hasta que no considerara que la estaban obedeciendo. Belle, por su parte, prefirió mantenerse en silencio y no encender la luz. No quería que su madre la viera vulnerable. No podía permitir que la viera llorando, porque pensaría así que no era lo suficiente madura como para tomar sus propias decisiones.
—Ese chico se llama Félix —le increpó Belle apretando los dientes.
—Ese chico acabará siendo tu ruina —alzó su madre la voz. Las medicinas que precisamente había conseguido Félix le estaban permitiendo mantener las fuerzas suficientes para advertir a su hija.
La situación le superaba. Por primera vez desde que se habían separado, Belle temió que Félix no hubiera llegado a salvo a su casa. A ello se le unía la preocupación por el bebé, la tristeza de ver a su madre consumiéndose y el terror que le daba pensar que en breve podría ser una dócil.
—Le quiero, mamá. —Se sentó junto a su madre, sin poder reprimir más las lágrimas.
—Y eso es lo más peligroso...
—¿Crees que querer y que te quieran es peligroso? Más peligroso será que te odien —contradijo la chica sin tener ni idea de lo que se escondía detrás de las palabras de la mujer.
Belle notó la mano de su madre acariciando su pelo. Sin saber por qué, el contacto físico tan próximo entre ellas le reveló una visión. A medida que la mano iba bajando por su melena, la imagen de unos dedos hundiéndose en unos cabellos negros vino a su mente. Les vio a ellos, a su padre y a su madre tendidos en una cama. Estaban hablando, pero no podía oírlos. Ella lloraba y él sonreía acariciando su cara. Después los dos miraron hacia la puerta de la habitación.
—Fui yo quien delató a tu padre.