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CAPÍTULO 1: UN VIAJE INESPERADO Rodinia, año 257, mes 1, día 4

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No te asustes, Chispita, que sigo vivo. Aunque no pueda abrir los ojos, ni hablar, ni moverme, yo sí puedo oírte a ti. Deja de llorar, por favor, que me partes el alma. No es la primera vez que pasa esto. Ahora sí lo recuerdo. Cuando me encuentras tirado en la acera en mitad de la noche, y mi cuerpo viejo e inútil arde, y tengo el pulso acelerado, solo estoy descansando. Cuando me despierto lo olvido, pero cuando estoy aquí, encerrado en mi cuerpo, puedo rememorarlo todo, hasta el mismo instante en que he llegado hasta este lugar. Volando.

Ojalá pudieras escuchar lo que voy a contarte, porque cuando lleguemos al hospital no sé cuántas cosas más me van a pinchar y olvidaré todo. Andaremos cerca del vertedero, ¿no? Me parece oír los camiones de basura esquivando los baches. Es lo que siempre hablamos, que no sabemos cómo pueden acostumbrarse al olor helado y metálico de esta parte de los suburbios, aunque lleven aquí toda la vida. Ya sabes que no nací para pobre. Los camiones son incluso más ruidosos que esta ambulancia. Imagina cómo deben de vivir en la zona de chabolas, con los furgones de basura por aquí y por allá, pasando de largo sin hacer ni una parada para recoger basura, solo dejando su apestoso ruido y nuestra mugre. Sí, también sabes que siempre me enrollo y me desvío del tema principal. Lo que quería decir es que si se empiezan a oír los camiones, es que nos quedará para llegar otra media hora, así que escúchame bien, si es que en algún momento puedes oírme. Ya sé lo que me ha estado pasando estos días y por qué soy capaz de levantarme por mí mismo de la cama. Cuando volvamos a casa verás que la silla de ruedas sigue en su sitio. Palabrita que ni la he tocado. Ya te lo dije, que a mi pesar sigo sin poder salir por mi propio pie. Me he marchado por la ventana, porque he sido un pájaro. Sí, Chispita, sí. Un pájaro bien grande. Y no digo tonterías. Los animales sí existieron. Y existen. Tenía razón tu padre, y los del bar. Durante esta noche, yo me he transformado en uno de esos animales.

Para de llorar, cariño, que al final te van a ingresar a ti, en vez de a mí. Sabes que cuando lloras te pones muy fea y se te quedan los ojos chiquititos. Siempre te lo he dicho. Además, te saldrán más arrugas, y no paras de quejarte de todas las que tienes. ¿Quieres que te vea fea cuando despierte? Venga, no llores, que no hay motivos. ¡Que he volado alto, mujer, y he llegado mucho más arriba del asfalto, del metal y del plástico! También hay bosques, Chispita. Jamás he visto algo tan bonito. Bueno, menos tú, claro, pero sabes que tus ojos están por encima de todo, incluso cuando lloras. Me pondré bien, ya verás, ¿cuándo te he fallado yo en más de cincuenta años?

Nunca me creyeron los otros niños cuando me encontraron escondido debajo de la mesa del bar. Los rebeldes hablaban de un suelo verde invadido por los animales. Hablaban de esas cosas increíbles, y yo he podido verlo hoy. He tocado con mis alas las coronas verdes de esos postes marrones que tu padre llamaba árboles. ¡Cuánto me gustaría acariciarte con mis alas! Son tan suaves que no pararía de hacerte cosquillas con ellas para que rieras toda la vida. Ríe, mujer, no me llores. Y ¡no le metas tanta prisa al conductor!, que cuanto más tardemos, más tiempo tendré para contarte todo. He volado a ras de los árboles rozándome con las hojas y las plumas se me han erizado.

No nos hemos dado cuenta, Chispita, pero con los años nos hemos olvidado de todas nuestras ilusiones. Ahora sé que los rebeldes tenían razón. Aunque se los llevaran esposados, aunque no se los volviera a ver, no han podido acabar con lo que hay más allá del mundo que nos ha tocado vivir. No llores y sonríe, Chispita, que tu padre no mentía, que los cuentos que te contaba no eran cuentos, eran…, son la verdad.

El vuelo del Halcón

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